“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Mc 4, 35-41
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
DISCÍPULOS DESCONCERTADOS Y TEMEROSOS
La pregunta sobre la identidad de Jesús es una constante en el evangelio de Marcos (cf. Mc
1,27). La familiaridad con él no facilita mucho las cosas a los discípulos; más aún,
habituarse a tenerlo como compañero de camino, tomarlo con ellos en su propia barca,
puede engendrar la ilusión de haberse apoderado de él. Pero la inesperada tempestad
supone para ellos un brusco despertar, un despertar que pone en crisis la confianza en el
Maestro, y casi oímos la decepción en sus voces: “¿No te importa que perezcamos?”.
Cuántas veces nos sentimos tranquilos, al amparo de nuestras comunidades bien
organizadas, protegidos por la asiduidad a los ritos y tranquilizados por lecturas edificantes.
Incluso cuando nos aventuramos a salir al exterior, creemos seguir teniendo con nosotros al
Señor, aunque, en realidad, no nos fiamos hasta el fondo de él: a la primera adversidad, a
los primeros fracasos, le reprochamos habernos abandonado.
La fragilidad, la incertidumbre, la duda, nos parece que son sólo de los otros: nosotros
conocemos bien el catecismo, ¡qué diantre! Sin embargo, también temblamos apenas se
levanta el viento: somos nosotros los discípulos desconcertados y temerosos, somos
ORACION
Socorre nuestra fragilidad, Señor, y humilla nuestro orgullo. Abre nuestros ojos para que
reconozcamos nuestro pecado. Nos jactamos ante los otros, como si el don de formar parte
de tu rebaño fuera una garantía y no una gracia inmerecida. Ayúdanos a comprender que el
conocimiento de tu Evangelio es un don que debemos comunicar a los otros, y no una
posesión que debemos guardar celosamente.
Sostennos en las pruebas, para que no caigamos en la tentación de considerar el mal como
un desmentido de tu bondad. Te acusamos a menudo de estar lejos, de no ver ni oír
nuestros lamentos; merecemos tus reproches mucho más que tus discípulos: “¿Por qué
sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?”.
No eres tú el que duerme, Señor. Somos nosotros los que no conseguimos verte.
Perdónanos y ten piedad de nuestra poca fe.