4ª semana, domingo A: si somos humildes, nos sentiremos siempre seguros en
manos de nuestro Padre Dios y contentos, aunque algo nos haga sufrir
1. El Profeta Sofonías (2,3;3,12-13) habla a los sencillos: “buscad al Señor los
humildes, / que cumplís sus mandamientos; / buscad la justicia, / buscad la moderación,
/ quizá podáis ocultaros / el día de la ira del Señor.
Dejaré en medio de ti / un pueblo pobre y humilde, / que confiará en el nombre
del Señor.
El resto de Israel no cometerá maldades, / ni dirá mentiras, / ni se hallará en su
boca una lengua embustera; / pastarán y se tenderán sin sobresaltos”.
Tenían unos gobernantes malos, y Sofonías dirá que hombre ha de rendir cuenta
a Dios, y por eso invita a la penitencia y conversión mientras hay tiempo. Al final, un
resto de Israel se salvará en medio de tanto engaño de comerciantes injustos, y el
"pueblo humilde" buscando la justicia busca a Dios, que puede traernos la auténtica paz
y alegría. Jesús se nos manifestará también pobre en su cuna, en el portal de Belén, las
"maravillas de Dios" se realizan en los humildes.
2. El Salmo (145,7-10) sigue con el tema de la primera bienaventuranza:
“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
El Señor hace justicia a los oprimidos, / da pan a los hambrientos. / El Señor
liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego, / el Señor endereza a los que ya se doblan, / el
Señor ama a los justos, / el Señor guarda a los peregrinos.
El Señor sustenta al huérfano y a la viuda / y trastorna el camino de los
malvados. / El Señor reina eternamente, / tu Dios, Sión, de edad en edad”.
Es un canto de alabanza que habla del Señor como rey verdadero y justo, que es
el defensor de los que nadie defiende. Los “forasteros, las viudas y los huérfanos" son
las tres categorías de personas que representan a los "pobres" que no tienen otro
defensor más que el Señor, el rey de Israel.
Señor, concédenos esta felicidad profunda. Haz que creamos que allí, y
únicamente allí está la felicidad estable, que nada, absolutamente nada, puede lastimar
ni empañar. "El, que guarda fidelidad eternamente..." Seguidamente, luego de evocar el
poder creador, el salmista pasa sin previa advertencia, como la cosa más natural, a la
"fidelidad amorosa y eterna" de Dios. Podría uno imaginar lejano, este gran Dios del
universo. Esto hacen muchos filósofos. Pero escuchad: El se ocupa con predilección de
los pequeños, de los maltrechos, de los despreciados, de los desgraciados. Para ellos
reserva todas sus bendiciones: "hace justicia"..., "da...", "libera...", "abre...", "levanta...",
"desata...", "protege...", "sostiene...". Sólo los orgullosos, los autosuficientes reciben una
maldición: basta abandonarlos a su propia suerte, "dejar que se extravíen"... Van hacia
el polvo, ya que rechazan el destino divino, eterno, que se les ofrece.
"Si Dios se interesa por los desgraciados... ¿Tú qué? ¿Qué haces?... Proteger,
guardar, curar, levantar, sostener. Dios ha confiado al hombre sus propias tareas. Si el
hombre es "este humilde polvo inconsistente, tiene la admirable dignidad de poder
imitar a Dios. "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", decía Jesús. He
ahí, en las palabras de este salmo, todo el compromiso del cristiano por la promoción,
por el desarrollo, por el "servicio", personal y colectivo de la sociedad. "El Señor
reinará de generación en generación... ". ¡Venga tu reino, hágase tu voluntad sobre la
tierra, en los grupos humanos a los que pertenezco! (Noel Quesson).
«No confiéis en los príncipes». Aviso oportuno que adapto a mi vida y
circunstancias: No dependas de los demás. No me refiero a la sana dependencia por la
que el hombre ayuda al hombre, ya que todos nos necesitamos unos a otros en la común
tarea del vivir. Me refiero a la dependencia interna, a la necesidad de la aprobación de
los demás, a la influencia de la opinión pública, al peligro de convertirse en juguete de
los gustos de quienes nos rodean, al recurso servil a «príncipes». Nada de príncipes en
mi vida. Nada de depender del capricho de los demás. Mi vida es mía. Sólo rindo juicio
ante ti, Señor. Acato tu sentencia, pero no acepto la de ningún otro. No concedo a
ningún hombre el derecho a juzgarme. Sólo yo me juzgo a mí mismo al reflejar en la
honestidad de mi conciencia el veredicto de tu tribunal supremo. No soy mejor porque
me alaben los hombres, ni peor porque me critiquen. Me niego a entristecerme cuando
oigo a otros hablar mal de mí, y me niego a regocijarme cuando les oigo colmarme de
alabanzas. Sé lo que valgo y lo que dejo de valer. No rindo mi conciencia ante juez
humano. En eso está mi libertad, mi derecho a ser yo mismo, mi felicidad como
persona. Mi vida está en mi conciencia, y mi conciencia está en tus manos. Tú solo eres
mi Rey, Señor. «Dichoso aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el
Señor su Dios» (Carlos G. Vallés).
Orígenes, al comentar "El Señor da pan a los hambrientos y liberta a los
cautivos", descubre en él una referencia implícita a la Eucaristía: "Tenemos hambre de
Cristo, y él mismo nos dará el pan del cielo. "Danos hoy nuestro pan de cada día". Los
que hablan así, tienen hambre. Los que sienten necesidad de pan, tienen hambre". Y esta
hambre queda plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el hombre se
alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
3. La 1ª carta de San Pablo a los Corintios (1,26-31) también nos habla de
esa humildad: “ Hermanos: Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios
en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio
del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios. Aún más, ha escogido la
gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta, de
modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Por él vosotros sois en Cristo
Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y
redención. Y así -como dice la Escritura- el que se gloríe que se gloríe en el Señor”.
Dios descalifica todos los caminos de salvación que ofrece el mundo: el poder,
la riqueza, la sabiduría humana. Lo único que puede salvarnos es la fuerza liberadora
que se manifiesta en la Cruz de Cristo. En él tenemos los creyentes la sabiduría, la
justicia, la santificación y la liberación. Y para recibir todo esto lo único necesario es la
pobreza bien entendida que nos libera de la falsa autosuficiencia y nos abre a la gracia
de Dios. El pobre no tiene nada de qué gloriarse, pero lo recibe todo para gloriarse en el
Señor. Una Iglesia en la que brillan y se destacan las eminencias y los importantes de
este mundo contradice el proyecto de salvación de Dios en Jesucristo (“Eucaristía
1987”). Corinto, la ciudad opulenta, será el escenario para hablarnos de la sabiduría de
la cruz, de la pobreza de espíritu que vence al dominio del mundo, la sabiduría del
mundo cede ante esta locura del amor.
4. San Mateo (5,1-12) nos habla de las bienaventuranzas: “ En aquel tiempo,
al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y él se
puso a hablar enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el
Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios».
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo
por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el
cielo”.
"Dichosos", bienaventurados… ocho tipos de personas, con sufrimiento y riesgo:
pobres en el espíritu, sufridos o no violentos, los que lloran, hambrientos y sedientos de
justicia, misericordiosos o los que prestan ayuda, limpios de corazón, trabajadores o
constructores de la paz y, por último, perseguidos por causa de la justicia. Lo que se
declara bienaventurado son las personas y no las situaciones (que son malas). Es un
programa de vida, no anestesia ante lo injusto, sino luz para el discípulo seguidor de
Jesús, estilo de vida caracterizado por la solidaridad con los que sufren y por la
construcción de un orden de cosas diferente. Para llevar la cruz y saber que es camino
para la gloria. Ante el desánimo de toparse con el dolor, los ojos ven la cruz y al Señor,
y llenos de confianza toman esa situación y la llevan con garbo, sin mandarlo todo a
paseo y sin “quemarse”, llenos de esperanza. Todos queremos ser felices, y el camino es
tener pobreza de espíritu (ser humildes), ser mansos (sin avaricia), llorar (consolar a los
demás), tener hambre y sed de justicia (con la Eucaristía, que quita el hambre),
misericordiosos (al dar a los demás, nos llenamos), limpios de corazón (unos ojos que
reflejen el corazón lleno de amor). Es el retrato de Jesús, sólo Él lo vive plenamente,
nosotros tomamos su mano y nos dejamos llevar, y luchamos. Llucià Pou Sabaté