“Alégrense y regocíjense”
Mt 5, 1-12
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
JESÚS, NOS PROMETE LA FELICIDAD Y NOS DA SEGURIDAD DE LLEGAR A
ELLA
Para el líder de un grupo religioso, que quiera ganarse la simpatía de los demás y
conseguir partidarios, el manifiesto programático de las bienaventuranzas parece, a
primera vista, un despropósito. Escuchar esta letanía, marcada por el inicial «felices»,
puede suscitar sentimientos contradictorios y opuestos: desde el cándido placer de
sentirse acariciado por la felicidad, hasta el disgusto por una inversión de términos que
trastocan la realidad.
La promesa de beatitud o felicidad llega desde todas partes, y todos hacen gala de
poseer la receta milagrosa. Hay quien invita a disfrutar de la vida, explotándola al
máximo, porque es breve y fugaz: disfrutar del cuerpo, la mesa, la cama, el juego, la
lectura, la naturaleza; en fin, una especie de insaciable Carpe diem (aprovechar el día).
Hay quien, en la vertiente opuesta, considera que el deseo es el instrumento infernal del
dolor. De aquí la necesidad de controlar el potencial del deseo hasta reducirlo al mínimo
y neutralizarlo. Hay quien piensa que la felicidad se consigue destruyendo el arsenal que
la azota y propugna luchar contra la enfermedad, el sufrimiento, la marginación, la
pobreza. Hay quien juzga con pesimismo la realidad y cree que nada puede
proporcionar una felicidad verdadera y estable, porque el hombre está achatado por el
sufrimiento físico y moral; no hay que resignarse a una situación sin salida. Hay quien se
refugia en el sueño, evadiéndose de este valle de lágrimas, y señala con el dedo un
paraíso perdido, viviendo con la ilusión de encontrarlo un día, aunque sea después de la
muerte. Este tipo también es un resignado que, en vez de «preagónico», como el
anterior, responde al envite. Jesús no elude la tarea de ofrecer su fórmula, porque sabe
muy bien que el deseo de felicidad está arraigado en el hombre y pertenece a sus
necesidades fundamentales, como el aire, el agua, la comida, la vivienda, los amigos. La
propuesta evangélica es, a primera vista, arriesgada y aparentemente ilógica y utópica.
En cambio, tiene a su favor dos razones concretas.
La primera consiste en la experiencia directa de Jesús: está proclamando aquello que
vive; la segunda, está avalada por el tiempo: dos mil años de historia del evangelio no
han empañado en nada el valor de esta página, que ha encontrado a lo largo de los
siglos no sólo convencidos defensores, sino también entusiastas practicantes.
La historia verifica el resultado de la fórmula propuesta a cada uno de nosotros. ¿Qué
lugar ocupan las bienaventuranzas en nuestra vida?
ORACION
¡Señor, tenemos tanta hambre y sed de alegría... !
Queremos ser felices, siempre. Tus bienaventuranzas nos entusiasman y nos
descorazonan. Nos entusiasman porque vemos en ti al intérprete de la felicidad, la
persona que sabe dar las indicaciones precisas, acrisoladas por ti y experimentadas por
millones de personas que se han fiado de ti y han confiado en ti.
El tiempo no ha desgastado tu mensaje, ni lo ha superado, a pesar de los sobresaltos de
las modas. También esto nos entusiasma. Estamos perplejos y un poco
descorazonados, porque encontramos que es un programa valiente, con exigencias
fuertes, para hombres firmes.
Gracias, Señor, porque no nos menguas en el empeño, porque nos propones cumbres
sublimes; gracias, sobre todo, porque te haces cercano para que nuestro sueño sea una
realidad y ya hoy nos permites saborear tu gozo, como anticipo de aquel que no tiene fin
contigo, con el Padre y con el Espíritu Santo.