COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO
IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Estamos en el cuarto domingo del Tiempo Ordinario. La liturgia de la Palabra en
este Ciclo A nos propone como primera lectura parte de los capítulos 2 y 3 del
Profeta Sofonías, la parte final del primer capítulo de la Primera Carta del Apóstol
san Pablo a los Corintios, y el evangelio es el capítulo 5 de san Mateo. El Sa lmo
Responsorial es el 145, que tiene como antífona “Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los Cielos”.
Sofonías, uno de los doce profetas menores que vivió en el siglo séptimo antes de
Cristo, pide a los humildes que busquen al Señor, que busquen la justicia, la
moderación, que cumplan sus mandamientos, para ver si así alejan y se resguardan
del día de la ira del Señor. Por lo visto, muchos en el pueblo estaban viviendo de
espaldas a Dios, y el Señor es consciente que el llamado que hace a través del
profeta probablemente no lo escuchen todos, sino un pequeño grupo, un pequeño
“resto” que se destacará porque no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se
hallará en su boca una lengua embustera. Ese resto será fiel a los mandamientos,
fiel a la palabra de Dios. Podemos decir que hoy ese “resto de Israel” somos los
cristianos, los católicos que con convicción vivimos nuestra fe y tratamos de cumplir
los mandamientos. Y digo que también hoy somos un pequeño resto, porque
muchos son los bautizados, muchos los que se dicen cristianos, pero en verdad son
pocos los que se destacan por el cumplimiento de las leyes de Dios. Y como prueba
de ello vemos que muchos que se identifican como cristianos son los primeros en
contestar, en no dar testimonio de la fe, en querer vivir principios que le atribuyen
a Dios, pero que al final son preceptos que se dan a sí mismos para vivir sin rendir
cuentas a Dios. Pues ante estos, y ante la sociedad misma que tiene hostilidad a la
fe, seamos nosotros ese pequeño resto que confía en el Señor, que le consagra su
vida, que se alimenta de sus sacramentos, que abre su corazón al Espíritu para dar
testimonio de la fe.
San Pablo, reconoce que los elegidos de Dios, los cristianos, pertenecemos a él no
por nuestros méritos, sino por un don grande de Él, porque Él lo ha querido así.
Inclusive dice san Pablo que miremos nuestra asamblea, nuestra Iglesia, no es que
haya muchos sabios en lo humano, o poderosos, o aristócratas, sino más bien todo
lo contrario, gente humilde que se esfuerza por vivir con entereza su fe. Y si alguno
llega a destacarse que ese reconocimiento no sea como un premio personal, sino
que sea como un reconocimiento a su entrega a Dios. Esta debe ser nuestra actitud
permanente en el trabajo comunitario, en el trabajo evangelizador que hacemos,
porque al final, no somos nosotros los protagonistas, sino que es Cristo, que es
hacia quien deben ir todas las personas que encontramos en nuestro camino y a las
que invitamos a que crean como lo hacemos nosotros. En eso consiste el testimonio
que debemos dar como creyentes, mostrar al mundo lo bueno y bello que es vivir
como hijo de Dios.
El evangelio que meditamos en la misa de este domingo es el de las
bienaventuranzas, como nos las presenta Mateo, en el marco de un encuentro de
Jesús con la multitud en la montaña. Démonos cuenta que el detalle de la montaña
no es sólo la descripción de un lugar físico, un lugar elevado, sino que bíblicamente
se refiere a un ambiente de oración y de encuentro con Dios, de modo que estas
cosas que dice Jesús las presenta en este clima maravilloso de comunión con el
Señor. Y si bien nos pueden parecer contradictorias, en el sentido que el Señor dice
que somos dichosos cuando somos pobres en el espíritu, o cuando sufrimos, o
cuando lloramos, o cuando tenemos hambre y sed de justicia, Jesús también nos
consuela al decir que al ser misericordiosos, al trabajar por la paz, y al ser
perseguidos por causa suya, tendremos una recompensa muy grande en el cielo.
Estas palabras de Jesús deben ser para nosotros una motivación fuerte para no
desfallecer en la obra de evangelización, especialmente cuando tengamos
dificultades o problemas, porque nos debe invadir la certeza que Dios no nos
abandona y siempre nos acompaña para hacernos dichosos, bienaventurados.
Hoy finalizo con las mismas palabras que le dijo Jesús a la gente, que son también
para nosotros: “Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en el
cielo”.
Fuente: Radio vaticano. (con permiso)