V Domingo Durante el Año A
“Para el justo resplandece la luz en medio de las tinieblas” (Sal 112, 41)
El domingo pasado leímos el S ermón de la Montaña. Este domingo el Señor muestra la
grandeza de sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra”….”Vosotros sois la luz del mundo”
(Mt.5, 13-14). Ciertamente el Señor sabe en su corazón que los discípulos llevarán en sus
vidas el espíritu de las bienavent uranzas. Son los pobres de espírit u, los mansos de corazón,
los misericordios os y puros, los pacíficos y serenos, los que sienten gozo en el Señor Dios en
medio de las persecuciones. Solamente viviendo conforme a estas bienavent uranzas lograrán
los discípulos poseer la sabiduría que los hará “sal y luz” para el mundo que vive en tinieblas;
de otra forma serán sosos, no tendrán sabor y serán como la luz que se esconde y no alumbra.
Que relación maravillosa la del S eñor, luz para alumbrar y no la que se enciende y se mete
debajo del cajón (v. 15) y la s al que da sabor y riqueza a los alimentos . La comida sin sabor es
sosa y no nos deja gustar de los alimentos.
Los discípulos están llamados a t rans formar el mundo, un mundo insulso y necio que se funda
sobre la vanidad de las cosas caducas, pero si no son sal y luz no podrán hacerlo pues s ólo
servirán para ser tirados y pisoteados, que es lo que acont ece cuando no tienen espíritu
evangélico. El discípulo cuando es sal, también es luz, luz que se compara con la luz verdadera
“que ilumina a todo hombre” (Jn. 1,9). Este es Cristo, “luz verdadera”, resplandor del P adre que
contagia de su luz a cuantos siguiéndole con fidelidad a Él y a su Evangelio, se convierten en
portadores de su luz para los demás.
Cada cristiano, en cuanto portador de la luz y del sabor de Cristo, debe ser transformador del
mundo en el que vive y constructor de una sociedad nueva, capaz de hacer brillar en medio de
la humanidad, una luz y sabor que se confunden con la verdad y la vida. Cada cristiano debe
ser portador de esa luz verdadera y trans formadora a través de una vida que se expresa en
una conducta que deje transparentar a través de ella a Cristo, Señor y dador de vida. Así las
buenas obras del cristiano glorificarán al Padre que está en los Cielos (5,16).
Las obras que se hacen en la verdad y la caridad de Cristo son “luz encendida sobre el
candelero, para iluminar a los que están en la casa“ (v. 16) y son capaces de atraerles a la fe y
al amor de Cristo. Esta doctrina que desde el A ntiguo Testamento era predicada y trataba de
ser cumplida, se hace imperiosa para ent rar en el Reino de los Cielos: “Si repartes al
hambriento tu pan, y sacias al alma afligida, resplandecerá en las tinieblas tu luz” (Is. 58,10).
Estamos llamados a la caridad, que es resplandor de la vida de Cristo en nosotros y que
ilumina aun a los más alejados de la fe, disipa las tinieblas del pecado y conforta el alma. No
olvidemos que la caridad es luz de Cristo que se inclina sobre el corazón doliente y lo confort a.
Mirando a Pablo, el cristiano tiene uno de los modelos más claros de su accionar por la vida “no
quise saber entre vosotros, sino a Cristo y a Cristo crucificado” (1 Cor. 2,1-2).
Debemos pregunt arnos si somos verdaderos cristianos o si sólo nos llamamos tales. ¿Somos
sal y luz que iluminan y dan sabor o hemos defeccionado de tal misión? ¿Nos llamamos
cristianos por tradición, aceptando las más tremendas aberraciones morales, posturas
contrarias a la moral cristiana porque nos mantienen en la tranquilidad de una conciencia
deformada, o nos arriesgamos a defender las virtudes cristianas y nos esforzamos por
practicarlas? ¿Dejamos “pas ar” todas aquellas posturas contrarias a la fe y la moral porque nos
resulta más cómodo y nos evita la confrontación, dejando que nuestros jóvenes vivan con una
conciencia errónea sobre el sentido de la vida y la pertenencia a una sociedad más limpia y
verdadera? Los cristianos hoy debemos tener una conciencia formada a la luz del evangelio.
Así seremos “luz del mundo y sal de la tierra”. Cristo y la Iglesia espera en nosotros, en nuestra
autenticidad como bautizados. Espera que seamos verdaderos heraldos de la fe,
comprometidos y capaces de dejar nuestra comodidad de conciencia y comprometernos con el
E vangelio de Jesucristo.
Que María, fiel reflejo de la Luz del Mundo, nos ayude a ser verdaderos testigos del E vangelio.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obi spo de Puerto Iguazú