EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Evangelio según San Marcos 6,14-29.
El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas
partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en
él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los
antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo
mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y
encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se
había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu
hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque
Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía.
Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la
ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus
dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a
bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven:
"Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré
cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar
a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta.
La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que
me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey
se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso
contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El
guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la
entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo
supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
Concilio Vaticano II
Declaración sobre la libertad religiosa, 11
Testigos de la verdad
Cristo dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los
que le contradecían. Pues su reino no se impone con la violen¬cia, sino que se
establece dando testimonio de la verdad y pres¬tándole oído, y crece por el amor
con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los hombres a Sí mismo.
Los Apóstoles, amaestrados por la palabra y por el ejemplo de Cristo, siguieron
el mismo camino... No por acción coercitiva ni por artificios indignos del Evangelio,
sino ante todo por la virtud de la palabra de Dios. Anunciaban a todos resueltamente
el designio de Dios Salvador, "que quiere que todos los hombres se salven y vengan
al conocimiento de la verdad". Pero al mismo tiempo respetaban a los débiles,
aunque estuvieran en el error, manifestando de este modo cómo "cada cual dará a
Dios cuenta de sí" debiendo obedecer a su conciencia...
Ellos defen¬dían con toda fidelidad que el Evangelio era verdaderamente la
virtud de Dios para la salvación de todo el que cree. Desprecian¬do, pues, todas
"las armas de la carne", y siguiendo el ejemplo de la mansedumbre y de la modestia
de Cristo, predicaron la palabra de Dios confiando plenamente en la fuerza divina de
esta palabra para destruir los poderes enemigos de Dios... Como el Maes¬tro,
reconocieron la legítima autoridad civil. Y al mismo tiempo no tuvieron miedo de
contradecir al poder público, cuando éste se oponía a la santa voluntad de Dios:
"Hay que obedecer a Dios antes que a los hom¬bres" (Act., 5,29). Este camino lo
siguieron innumerables mártires y fieles a través de los siglos y en todo el mundo.
[Referencias bíblicas: Mt 26,51s ; Jn 12,32 ; 1Tm 2,4 ; Rm 14,12 ; Rm 1,16 ; 2C
10,4 ; Rm 13,15 ; Hch 5,29]
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