Comentario al evangelio del Viernes 11 de Febrero del 2011
Queridos hermanos:
Una confusión ligüística ha trastocado la geografía del evangelio de Marcos, pues el camino de Tiro
hacia la Decápolis y el lago de Genesaret no va “por Sidón” (en arameo beSaida), sino por Betsaida.
Los escritos bíblicos son plenamente divinos y plenamente humanos, expuestos también a estos lapsus.
Una constante del evangelio de Marcos es la victoria de Jesús sobre los “espíritus impuros”, que
frecuentemente tienen al hombre atenazado y privado de libertad. Nos es difícil conectar con la
mentalidad de aquella época, según la cual la mayor parte de las enfermedades eran interpretadas como
fruto de un influjo diabólico, a veces verdadera posesión. Hoy tenemos otros conocimientos médicos, y
también una “sana secularidad”, enseñada incluso por el Vaticano II, y no debemos buscamos causas
sobrenaturales o extraterrestres cuando cabe explicación natural o una normal “etiología” de la
“patología” en cuestión, que dice la jerga especializada. Jesús ya evitó una respuesta “retribucionista”
simplona cuando le preguntaron si había pecado el ciego o sus padres; y Mt 17,15 sustituye la acción
de un “demonio mudo” (Mc 9,17) por un influjo astral: “mi hijo es lunático”.
La fe en la Palabra de Dios no nos pide que renunciemos a los logros científicos; más bien nos estimula
a seguir avanzando; “al entrar en la iglesia hay que quitarse el sombrero, pero no la cabeza” , decía
Chesterton. En realidad, lo mismo da que el origen de la enfermedad sea controlable o no; lo que el
evangelio inculca es que Jesús, la insuperable presencia de Dios en nuestro mundo, no se resigna
ante el sufrimiento humano, sino que lo combate y elimina.
Jesús pasó por el mundo sembrando esperanza, y enseñando a los suyos a que la contagiasen. El
mundo nuevo, eso que él llama “ el Reino de Dios ”, se hacia ya palpable en su acción sanadora. Él no
puso fin absoluto al sufrimiento humano, que sigue siendo nuestro molesto compañero de camino; pero
dejó la historia definitivamente orientada hacia un glorioso “punto omega”, que supera “lo que el ojo
vio, el oído oyó, o subió a la imaginación humana (1Cor 2,9). San Pablo dice que la creación,
“sometida a la vanidad”, espera ansiosa la glorificación del hombre para participar también ella de esa
misma gloria (Rm 8,21). Y las últimas páginas del Nuevo Testamento muestra anticipadamente “un
cielo nuevo y una nueva tierra”, que se identifican, y en ellos “Dios enjugará las lágrimas de nuestros
ojos y ya no habrá muerte” (Apc 21,1-4). No son los “autobuses teológicos”, descreídos o creyentes, la
palabra más autorizada para librarnos de ansiedades e invitarnos a gozar de la vida. La palabra y la
acción de Jesús tienen una fuerza persuasiva insuperable.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cm
Severiano Blanco cmf