Viernes de la semana 4ª. Seguir a Jesús nos da fuerzas para una vida en la verdad,
Hebreos 13,1-8. 1 Permaneced en el amor fraterno. 2 No os olvidéis de la hospitalidad;
gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. 3 Acordaos de los presos, como si
estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros
tenéis un cuerpo. 4 Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea
inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios. 5 Sea vuestra conducta sin
avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré; 6 de
modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme
el hombre? 7 Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios y,
considerando el final de su vida, imitad su fe. 8 Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo
será siempre.
Salmo 27,1,3,5,8-9 1 Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Yahveh, el
refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? 3 Aunque acampe contra mí un ejército, mi
corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, estoy seguro en ella. 5 Que él me
dará cobijo en su cabaña en día de desdicha; me esconderá en lo oculto de su tienda, sobre
una roca me levantará. 8 Dice de ti mi corazón: «Busca su rostro.» Sí, Yahveh, tu rostro
busco: 9 No me ocultes tu rostro. No rechaces con cólera a tu siervo; tú eres mi auxilio. No
me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación.
Evangelio según San Marcos 6,14-29. El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su
fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha
resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es
Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía:
"Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en
efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su
hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es
lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero
no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo
protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se
presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete
a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a
bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme
lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que
me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué
debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió
rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora
mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho,
pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida
mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la
cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su
madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo
sepultaron.
Comentario: 1. Este pasaje, final de la carta, es una especie de poscriptum parenético sobre
las condiciones de vida cristiana en el orden social y comunitario. El tono es muy diferente
del de los primeros capítulos: no se puede, sin embargo, poner en duda la autenticidad de
este capítulo 13. Puesto que el cristiano queda libre del sacrificio y del sacerdocio judío,
entra en un sacerdocio y en una liturgia pertenecientes a un orden nuevo, cuyo contenido es
la propia actitud ética.
a) La primera actitud que especifica al sacerdocio cristiano con relación al
sacerdocio judío es la caridad fraterna (vv. 1-3). Esta caridad se revela sobre todo en la
hospitalidad y atención para con los prisioneros (criminales, presos políticos y perseguidos).
La razón de esta actitud hacia esos hombres es muy simple: si todos compartimos la
condición de transeúntes de este mundo, todos tenemos la probabilidad de ser objeto de la
persecución y de la política.
En cuanto a la hospitalidad: El huésped era persona sagrada y le eran debidas todas
las atenciones y cuidados. En tiempos de dificultades y persecuciones la hospitalidad
adquiría dimensiones nuevas; equivalía a la protección del indefenso, del perseguido, del
buscado por su fe y a quien había que proteger recibiéndolo y ocultándolo en casa, aun con
todo el riesgo que ello podía suponer. A los motivos que todos los lectores de la carta
conocían para el ejercicio de la hospitalidad, añade el autor uno muy curioso. ¿No refiere el
A. T. que a veces se presentaron de incógnito ángeles como forasteros pidiendo hospedaje?
Se hace referencia a los relatos del Gn (18-19), en los que la solicitud de Abraham y de Lot,
al hospedar a aquellos personajes misteriosos, se vio premiada al saber que eran ángeles de
Dios. Así pues, cuide cada uno de no ser tan insensato que se exponga a cerrar la puerta a
un enviado de Dios. La carta a los Hebreos había podido motivar, con razones cristológicas,
el deber de la hospitalidad, como se hace en la parábola evangélica del juicio (Mt 25, 35):
"venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer -era forastero y me
acogisteis..". El que escoja más bien a los ángeles depende quizá del interés que a lo que
parece, mostraban sus lectores por los espíritus celestiales.
En lo referente a la atención a aquellos que están en prisión, y se recuerda para
justificarlo la regla de oro que nos proporciona el evangelio: "haced con los otros lo que
quisierais que hiciesen con vosotros".
b) Segunda actitud: la de los cristianos unidos por el matrimonio (v. 4). El lecho
nupcial es comparado a un verdadero templo, pues la expresión "no manchado" era utilizada
corrientemente por los judíos para designar la pureza del Templo (2 Mac 14, 36; 15, 34; cf.
Sant 1, 27). El matrimonio es, por tanto, para el cristiano un auténtico lugar de culto, y la
castidad exigida para este testado es sustituida en las antiguas leyes por la pureza legal.
"Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a
los impuros y adúlteros Dios los juzgará". El adulterio y demás relaciones sexuales ilícitas
eran consideradas por las cristianos entre los pecados más graves que eran cometidos en el
mundo pagano. Y era una convicción clara que el juicio de Dios recaería implacablemente
sobre los que cometían tales pecados.
c) La tercera actitud concierne al dinero (vv. 5-6). El cristiano vive el desinterés
evangélico, contentándose con lo que cada día trae consigo, pues sabe que Dios no
abandona a sus fieles. Pero es interesante destacar que el versículo que el autor cita para
hacer alusión a esta providencia divina (Sal 118/119, 6) está tomado de un salmo litúrgico
que cantaba el pueblo desde las puertas del Templo hasta el altar de los holocaustos.
Mediante esta cita el autor pone de manifiesto su intención de dejar claro que toda actitud
ética es realmente litúrgica.
"Vivid sin ansia de dinero, contentaos con lo que tengáis, pues él mismo dijo:
"Nunca te dejaré ni te abandonaré". En relación con el dinero se condena la avaricia; lo
mismo dice S. Pablo a Timoteo "la raíz de todos los males es el afán de dinero". Una
avaricia que se manifiesta en el aferramiento a aquello que se posee y en la búsqueda de
más y más. Al fundamentar nuestra vida en las cosas materiales excluimos a Dios y su
providencia del horizonte de todas vida humana que se halle montada sobre esta clase de
avaricia. Por eso, Cristo la condena radicalmente.
d) Cuarta actitud que se desprende de este pasaje: la veneración a los guías de las
comunidades (v. 7), la adhesión a sus enseñanzas. El término "guía" que designa a los jefes
es el mismo que se utiliza para designar a los grandes sacerdotes judíos. Estos guías serán
venerados como representantes de Cristo (v. 8), que siempre va tras ellos animando su valor
e inspirando sus enseñanzas (Maertens-Frisque).
De sus jefes les llama. Su muerte es presentada como ejemplo de fe. Probablemente
habrían sido martirizados por su fe durante la persecución de Nerón. Y así demostraron una
fe que no pudo ser conmovida por ninguna clase de dificultades y persecuciones. Aquella fe
estaba cimentada en Cristo, que es inmutable, el mismo ayer, hoy y por los siglos. Los jefes
cambian, el Jefe permanece; los pastores se suceden, el Pastor permanece el mismo.
Debemos crecer en el conocimiento y el amor a este Jesús que permanece siempre en su
actitud de entrega por nosotros.
La doctrina de la Fe se desarrolla en el curso de los años, como un «germen vivo»,
según anunció Jesús, desde «la pequeña simiente hasta ser un gran árbol». (Mt 13, 31.) El
14 de octubre de 1962, en la solemne apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII expresó
perfectamente ese problema permanente de la Iglesia: «En la actual situación de la
sociedad, algunos no ven más que calamidades y ruinas; suelen decir que nuestra época ha
empeorado profundamente con relación a los siglos pasados; éstos tales se comportan como
si la Historia maestra de vida, no tuviera nada que enseñarles y como si desde los concilios
anteriores todo fuera perfecto en lo que concierne a la doctrina cristiana, las costumbres y la
justa libertad de la Iglesia... EI tesoro de la Fe no debemos solamente conservarlo, como si
tan sólo nos preocupara el pasado, sino que tenemos que ponernos con decidida alegría al
trabajo que exige nuestra época, prosiguiendo el camino por el que marcha la Iglesia desde
veinte siglos".
Al terminar la carta, el autor vuelve a hablar de la muerte santificadora de Jesús,
evocando su sufrimiento «fuera de las murallas» (v 12) y hace esta exhortación:
«Salgamos, pues, a encontrarlo fuera de] campamento...» (13-14) y "ofrezcamos a Dios
por medio de él un sacrificio de alabanza perpetua" (15- 16) «Salir fuera del
campamento», elemento negativo complementario de "entrar en el santuario" (10,19-
25), no es apartarse de los hombres, refugiarse en una comunidad o huir a la soledad,
pues el hombre lleva dentro de sí mismo la raíz de su alejamiento de Dios y de los
demás; «salir» es abandonar una vida centrada en la propia autoafirmación, en la estéril
y equivocada búsqueda de la felicidad por el dominio, el poder, las posesiones; es dejar
el mediocre egocentrismo que aleja de los demás y de Dios; no es ahí donde se halla la
seguridad (9) ni donde radica nuestra ciudad permanente (14). Es preciso salir de este
mundo mediocre y «ofrecer sacrificios que agradan a Dios» (15-16), acercándose al
santuario (10,22), es decir, ofrecer la propia vida generosamente a Dios como Jesucristo
en la cruz, sacrificio existencial que se expresa en «la confesión de la fe y en la
comunión con los hombres» (15-16). En esta autodonación, el hombre se pierde
aparentemente, pero encuentra en Dios lo que no puede conseguir por sí solo; aunque
constituya su necesidad más radical: la seguridad de la vida (9). Nos hallamos ante el
único caso en que el autor detalla algunas exhortaciones concretas sobre el amor
fraterno, el matrimonio, las riquezas y la relación con los dirigentes de la comunidad (
13,1-7.17). Toda la carta ha intentado mostrar la revelación central de la cruz de
Jesucristo: la comunión del hombre con Dios consiste en su libre y personal donación a
Dios en la sangre de Jesucristo; esto es su fe. Pues bien: esta donación se expresa en una
vida concreta, constante, aparentemente nada heroica, que hace del Dios vivo la razón
de ser de cada decisión; una vida que se sitúa ante los demás en actitud de amor
fraterno, que acoge a todos, que se preocupa de los encarcelados, que vive el
matrimonio con fidelidad, que se libera del dinero y pone la confianza en Dios. Esa es la
fe que Dios quiere de nosotros (10,36-39) y que el pastor pide al terminar su escrito
(13,20-21). El don de Dios y el esfuerzo del hombre se unen para conseguir la vida (G.
Mora).
2. Sal. 27 (26). ¿De dónde nos vendrá el auxilio para permanecer firmes en
nuestro camino hacia la Patria eterna? No podemos confiarnos de nosotros mismos,
pues nuestra voluntad es demasiado frágil. No podemos confiarnos totalmente en alguna
otra persona humana, pues cada uno tiene sus propios pensamientos y su manera de
responder a la Palabra de Dios; más bien juntos, y en un diálogo fecundo, hemos de
caminar hacia nuestra perfección en Cristo. Sólo Dios es nuestra luz, nuestro refugio y
nuestro poderoso protector. ¿Quién como Dios? El que confíe en Él jamás será
defraudado, pues Él jamás abandonará a los que confíen en Él y le vivan fieles Esta
plena confianza en el Señor no puede hacernos descuidados respecto al trabajo que
hemos de realizar para mantenernos en el camino de la salvación, y para esforzarnos de
tal forma que muchos encuentren en Cristo la salvación y la vida eterna.
3.- Mc 6,14-29. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de
entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del
Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al
miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a
Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como
venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su
unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».
Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un
hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y
de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la
persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido
perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se
convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías. De Juan aprendemos sobre
todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista
había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a
los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la
conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel
que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle
las sandalias». Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta
a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que
halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del
AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los
tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su
palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos
mártires sigue habiendo en la historia! Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados
de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a
anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá
ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos
con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como
un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta
altares a dioses falsos (J. Aldazábal). He aquí pues a los "doce", ellos solos partiendo hacia
los pueblos. ¿Qué hace Jesús durante ese tiempo? Marcos no lo dice. Jesús debe de estar
pensando en sus amigos que afrontan el rechazo del cual les había advertido, debe de rezar
por ellos... Es la primera experiencia de Iglesia, ¡todo es todavía muy frágil! Esta primera
"misión" ha durado sin duda algunas semanas o algunos meses, pues Marcos, antes de
contarnos su retorno junto a Jesús, ha creído necesario hacer un intermedio. Y lo que nos
dirá no lo intercala al azar: Tendremos con ello una muestra del género de acogida que se
hace a los "enviados de Dios"... Juan Bautista es humanamente y aparentemente el fracaso;
es el ambiente dramático de la misión. "Como trataron al maestro, así también seréis
tratados." -El rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad.
Sobre todo en el momento en que el grupo de los discípulos se rompe, para distribuirse por
seis ciudades a la vez. Se habla de Jesús un poco por todas partes: ahora tiene
"representantes que actúan en su nombre... su movimiento se organiza... empieza a ser
notado por las gentes.
-Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".'
Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..." Al principio, ya lo hemos visto, la
muchedumbre iba a El simplemente por sus milagros. Ahora las gentes sencillas hacen sus
hipótesis. Mientras que los adversarios ya han resuelto la cuestión: "es un loco, un poseso",
la opinión pública sigue buscando: debe ser Juan Bautista, o Elías, o un profeta. Todas estas
palabras indican la estima en que se le tiene. Es un gran hombre, es un hombre de Dios, es
un hombre inspirado, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién
eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Recientemente,
unas jóvenes decían a su consiliario que no llegaban a creer que "Jesús fuese Dios". ¡Esto
no es nuevo! Los contemporáneos de Jesús que le veían con sus propios ojos, no llegaban
tampoco a abarcar totalmente su misterio... y habitualmente se equivocaban sobre su
profunda identidad. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva
nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos.
¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a
nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una
lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas
las cualidades de la persona amada.
¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca
tan poco? -Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice
decapitar, ha resucitado..." A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se
insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente!
Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi
conciencia? -Relato de la muerte de Juan Bautista. Marcos se aprovecha de esto para contar
el homicidio, del que todo el mundo hablaba en Palestina. Jesús acaba de decir que el éxito
aparente de la misión no está asegurado: ya advirtió a sus amigos antes de enviarlos. Y los
primeros lectores de Marcos, en Roma, vivían también en la persecución. Es la Pasión
redentora que ha comenzado, y que prosigue hoy (Noel Quesson). Hoy, en este pasaje de
Marcos, se nos habla de la fama de Jesús conocido por sus milagros y enseñanzas. Era
tal esta fama que para algunos se trataba del pariente y precursor de Jesús, Juan el Bautista,
que habría resucitado de entre los muertos. Y así lo quería imaginar Herodes, el que le había
hecho matar. Pero este Jesús era mucho más que los otros hombres de Dios: más que aquel
Juan; más que cualquiera de los profetas que hablaban en nombre del Altísimo: Él era el
Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre. Este Jesús presente entre
nosotros, como hombre, nos puede comprender y, como Dios, nos puede conceder todo
lo que necesitamos. Juan, el precursor, que había sido enviado por Dios antes que Jesús, con
su martirio le precede también en su pasión y muerte. Ha sido también una muerte
injustamente infligida a un hombre santo, por parte del tetrarca Herodes, seguramente a
contrapelo, porque éste le tenía aprecio y le escuchaba con respeto. Pero, en fin, Juan era
claro y firme con el rey cuando le reprochaba su conducta merecedora de censura, ya que no
le era lícito haber tomado a Herodías como esposa, la mujer de su hermano. Herodes había
accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre,
cuando, en un banquete después de la danza que había complacido al rey ante los
invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la
madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista» (Mc 6,24). Y el reyezuelo hace
ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa
mala, contra la justicia y contra la conciencia. Una vez más, la experiencia enseña que una
virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos
de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de
los otros (Ferran Blasi Birbe). Lansperge, el Cartujano (1489-1539) monje, teólogo escribe
sobre el Sermón para la fiesta del martirio de S. Juan Bautista ( Opera omnia II , pag, 514-
515; 518-519) así: “ Juan Bautista, muere por Cristo. Juan no vivió para él mismo ni murió
para él mismo. ¡A cuántos hombres, cargados de pecados, no habrá llevado a la conversión
con su vida dura y austera! ¡Cuántos se habrán visto confortados en sus penas por el
ejemplo de su muerte inmerecida! Y a nosotros, ¿de dónde nos viene hoy la ocasión de
poder dar gracias a Dios sino por el recuerdo de Juan, asesinado por la justicia, es decir, por
Cristo?...
Sí, Juan Bautista ha ofrecido generosamente su vida terrena por amor a Cristo;
ha preferido desobedecer las órdenes del tirano a desobedecer las de Dios. Este ejemplo
nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios.
Agradar a los hombres no sirve para mucho; incluso, a menudo perjudica en gran
manera... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a
nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que
crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo”. Fortaleza en la vida ordinaria. El
Evangelio de la Misa de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista porque fue
coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su
existencia. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio
supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. Sin embargo, el Señor
no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de su fe.
Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la
palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir
con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que
nos ha colocado la vida. Santo Tomás (Suma Teológica) nos enseña que esta virtud se
manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y
peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos
lleven a la tristeza. Nunca fue tarea cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre,
inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión, está la de cada
día, la de cada tiempo. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino
de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los
obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en
definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir
que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo
es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mateo 13, 44-46), por cuya
posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta
virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y
obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás. III. No
podemos permanecer pasivos cuando se quiera poner al Señor entre paréntesis en la
vida pública o cuando personas sectarias pretenden arrinconarlo en el fondo de las
conciencias. Tampoco podemos permanecer callados cuando tantas personas a nuestro
lado esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. La fortaleza de Juan es
para nosotros un ejemplo a imitar. Si lo seguimos, muchos se moverán a buscar a Cristo
por nuestro testimonio sereno, de la misma manera que otros tantos se convertían al
contemplar el martirio de los primeros cristianos (Francisco Fernández Carvajal). Llucià
Pou Sabaté, con textos de mercaba.org.