5ª semana, domingo A. Jesús nos pide que seamos luz y vida para los demás:
“vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo”
1. Isaías (58,7-10) nos dice de parte del Señor: “Parte tu pan con el hambriento, /
hospeda a los pobres sin techo, / viste al que va desnudo, / y no te cierres a tu propia
carne. / Entonces romperá tu luz como la aurora, / en seguida te brotará la carne sana; /
te abrirá camino la justicia, / detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor / y te responderá. / Gritarás y te dirá: / «Aquí estoy.»
Cuando destierres de ti la opresión, / el gesto amenazador y la maledicencia, /
cuando partas tu pan con el hambriento / y sacies el estómago del indigente, / brillará tu
luz en las tinieblas, / tu oscuridad se volverá mediodía”. Ser sal, ser luz… será el tema
de hoy, ser fuente de vida, alegría, sabor a las comidas, para las vidas del prójimo, el
caso de Teresa de Calcuta es un ejemplo de almas que se sienten mediadoras de la única
Luz que realmente puede iluminar a los hombres, como es el caso de tantos catequistas,
de tantos evangelizadores... que se sienten llamados a proclamar la Buena Noticia del
Reino de Dios. Todos ellos, y otros muchos, sienten que sus vidas han sido iluminadas
por la Luz de Cristo; transmisores de esa Luz; la Luz de la esperanza que se mantiene
contra toda esperanza, la Luz de la convicción nacida en el corazón de las apariencias
adversas, la Luz de la bienaventuranza descubierta en la pobreza o en la persecución, la
Luz del Dios Rey encontrada en la cruz en la que muere. Quizás muchos se encandilan
con la primera luz que encuentran: luces de colores, luces de escaparates, luces de
escenario, luces artificiales..., con tal que alumbren un poco, ¿qué más da?; pero, a la
larga, antes o después, esas luces se debilitan, se apagan, acaban por no iluminar
suficientemente al hombre; y entonces el hombre tiene que buscar por otros sitios...
(Luis Gracieta). Nunca es tarde para responder a la luz de Dios, para decir que sí al
Señor cuando se nos hace ver, aunque a veces diremos como el que sigue: “Señor, las
cosas claras: ni soy sal ni soy luz. En realidad, soy un cristiano rutinario y soso. Como
cristiano, ni siquiera ando por mí mismo. Son otros, más militantes los que me tienen
que remolcar. Yo dejo que me lleven y, para mayor ironía, tengo la sensación de que les
estoy haciendo un favor. Muchas veces, mi cristianismo es tan poco sentido que me
aburre. Tú me pides que sirva de ejemplo para que los demás sepan cómo seguirte.
Quieres que te siga de forma moderna con un estilo joven y atractivo. La verdad es que,
en el fondo me gustaría ser así. Pero me falta motor y me sobra pereza. De todos modos,
esta semana, voy a intentar vivir como sal y como luz. Te lo prometo” (“Eucaristía
1993”).
2. El Salmo (111,4-9) canta: “en las tinieblas brilla como una luz / el que es
justo, clemente y compasivo. / Dichoso el que se apiada y presta / y administra
rectamente sus asuntos. // El justo jamás vacilará, / su recuerdo será perpetuo. / No
temerá las malas noticias, / su corazón está firme, en el Señor. // Su corazón está seguro,
sin temor, / reparte limosna a los pobres, / su caridad es constante, sin falta, / y alzará la
frente con dignidad”. Dios, el justo… se ponen en relación… pero está claro que quien
mejor puede leer el salmo, son los labios de Jesús. ¿Quién mejor que El, "amó a
plenitud la voluntad del Padre"? ¿Quién ha tenido una posteridad igual a la de Jesús?
¿Quién fue un enamorado de la Justicia, la ternura y la piedad? ¿Quién dio a los pobres
más que El? ¿Quién fue "luz de los corazones rectos"? ¿Quién fue más "glorificado"
que Jesús en su Resurrección? Queremos ser felices, pero vamos viendo que no lo
somos teniendo cosas… ¿entonces, cómo somos felices? De eso nos habla Jesús,
camino: “Señor, Tú que eres el Amor, haz que nos asemejemos a Ti. Señor, Tú que eres
luz, da a nuestras vidas el brillo de un día de verano. Señor, Tú que eres Santo, haz que
busquemos la perfección en toda cosa”. Busco realizarme, y sólo lo consigo en Dios.
Busco a Dios, y no lo encuentro sino en los demás. Me doy a los demás, y encuentro a
Dios y me encuentro a mí mismo. Los dos mandamientos van unidos, y con ellos mi
felicidad de rebote. El Antiguo Testamento, tuvo el gran mérito de unir estrechamente
los deberes del hombre "hacia Dios" y los deberes del hombre "hacia el hombre". Jesús
también resumió en el "amor" toda la conducta moral humana: "lo que hacéis al más
pequeño de los míos, lo hacéis conmigo" (Mateo 25). En este salmo, que habla
esencialmente de la Alianza con Dios, vemos ya resaltados los deberes sociales: "El
justo jamás vacilará, reparte... a manos llenas, da al pobre...". Sí. Dios es el fiador de la
dignidad humana y el promotor de la igualdad entre los hombres (Noel Quesson).
3. En Corintios (2,1-5) San Pablo nos dice: “Cuando vine a vosotros a
anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues
nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste
crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no
fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu,
para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de
Dios”. No pone su punto de apoyo en la sabiduría humana, sino en el conocimiento de
Cristo crucificado. Es la transmisión de una vivencia personal y comunitaria. La fe no es
auténtica si se apoya en la sabiduría humana y se rinde apasionadamente como adhesión
a un maestro brillante.
4. San Mateo (5,13-16) nos trae las palabras de Jesús: -Vosotros sois la sal de
la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla
fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una
ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla
debajo del celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria
a vuestro Padre que está en el cielo”. Ser la sal de la tierra es ser su elemento más
precioso: sin la sal, la tierra no tiene ya razón de ser; con la sal, por el contrario, si sigue
siendo sal, la tierra puede proseguir su vocación y su historia. La Iglesia que no es ya
fiel a sí misma no solo se pierde, sino que deja al mundo sin salvador… Cada discípulo
es luz en la medida en que sus acciones se convierten en signos de Dios para el mundo.
El testimonio cristiano está, pues, dotado de visibilidad y responde a una exigencia
misionera: no se santifica uno de manera puramente interior; no se encuentra uno
dispersado en el mundo hasta el punto de perderse en él en la conformidad total con ese
mundo o de olvidar el testimonio de la trascendencia (Maertens-Frisque).
Jesús habla a la muchedumbre desde una montaña. Acaba de proclamar un estilo
de vida tan nuevo como chocante. Y lo ha hecho con autoridad divina. El es el mesías,
el salvador. Por él vivimos la nueva y definitiva alianza con Dios. En esta perspectiva,
quien dice "sí" con su vida a estas enseñanzas es sal y luz. Dos imágenes de lo que Dios
quiere del cristiano en el mundo. La sal da valor y sabor a lo que toca. Para ello tiene
que dejar el salero y disolverse en los alimentos. La luz también es para otro. Con ella
se ve, se puede caminar. Ocultarla no tiene sentido. Así el cristiano, portador del don de
Dios, no puede limitarse a gozarlo y vivirlo sólo él. Debe alumbrar y dar sabor al
mundo. No por vanagloria o haciendo alarde de lo que posee, sino para que los demás,
viéndolo, den gloria al Padre. El ejemplo más claro es el mismo Jesús, que siempre
actuó poniendo su poder y enseñanzas al servicio de la gloria del Padre. Estas dos
pequeñas parábolas, con preocupación eclesial, dirigidas a los que han escuchado las
bienaventuranzas, señalan, pues, el valor de las obras en favor de los hombres...
(“Eucaristía 1993”). Llucià Pou Sabaté