“Le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo
tocaban quedaban sanos”
Mc 6, 53-56
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
JESÚS, NOS ABRE A CADA UNO EL ESPACIO DE LA CURACIÓN
Dios crea el mundo a través de su palabra. O, más exactamente, según el esquema de
un mandato y de su ejecución: «Dios dijo: "Sea". Y así fue». Viene, a continuación, una
valoración que aparece las siete veces (aunque no precisamente al final de cada día):
«Y vio Dios que era bueno».
Esta valoración divina de las cosas creadas tiene una gran importancia. Dios aprecia las
cosas que hace, las encuentra bellas, bien hechas, se complace en ellas. Pero no sólo
esto: el estribillo que expresa la belleza de cada criatura es el mismo estribillo que
acompaña a la oración de Israel, que se repite con mayor frecuencia en el libro de los
Salmos: «Alabad al Señor, porque es bueno» (en hebreo se emplea exactamente las
mismas palabras).
Así, la primera página de la Escritura presenta un desarrollo litúrgico, constituye una
especie de doxología inaugural de toda la Biblia. La bondad de las criaturas corresponde
a la bondad del Creador. Reconocer la bondad de las criaturas significa alabar a su
Creador. Pero también es verdad la inversa; a saber, que la alabanza del Creador, la
oración, es la condición para descubrir la bondad de la creación y, eventualmente,
restituirla. ¡Qué significativo es todo esto para nosotros!
De hecho, nos mostramos muchas veces incapaces de captar la belleza-bondad de lo
que existe, prisioneros de la mirada económica que plantea de inmediato esta pregunta:
«¿Para qué me sirve?», «¿cuánto me renta?» El contacto con Dios, que ha venido entre
nosotros, con Jesús, nos abre a cada uno el espacio de la curación que permite ver la
verdad de lo creado y, en él, nuestra propia verdad.
ORACION
El mundo que tú has hecho, Señor,
es un santuario para celebrar tu alabanza.
Has separado la tierra de las aguas,
la has hecho fecunda en frutos para nosotros
y de hierba para todos los seres vivos.
El sol y la luna, las estrellas luminosas,
son lámparas encendidas, día y noche,
que marcan los ritmos de nuestra plegaria.
Al alba y a la puesta del sol queremos alabarte,
en el trabajo y en el descanso queremos recordarte,
en la sonrisa y en el llanto queremos darte gracias.
El mundo que tú has hecho, Señor,
es un santuario de tu belleza.