5ª semana, martes: El unive rso está lleno de la presencia de Dios, pero sobre todo
su gloria está en el hombre, creado a su imagen: «A imagen de Dios lo creó,
hombre y muje r los creó», y he mos de glorificar a Dios de corazón, no como los
hipócritas: «Este pueblo me honra con los labios, pe ro su corazón está lejos de mi»
Génesis 1,20–31 (ver Vigília Pascual, 1ª lect.): Dijo Dios: «Bullan las aguas de
animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste.» Y
creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los
que bullen las aguas por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; y vio
Dios que estaba bien; y bendíjolos Dios diciendo: «sed fecundos y multiplicaos, y
henchid las aguas en los mares, y las aves crezcan en la tierra.» Y atardeció y
amaneció: día quinto. Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes de cada especie:
bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie.» Y así fue. Hizo Dios las alimañas
terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada
especie: y vio Dios que estaba bien. Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra
imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los
cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que
serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le
creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y
multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves
de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.» Dijo Dios: «Ved que os he
dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol
que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a todo animal terrestre, y a
toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba
verde les doy de alimento.» Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy
bien. Y atardecío y amaneció: día sexto.
Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida
Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la
labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios
de toda la obra creadora que Dios había hecho. Esos fueron los orígenes de los cielos y
la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos,
Salmo 8,4-9: Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú,
¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides?
Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste
señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies: ovejas y bueyes,
todos juntos, y aun las bestias del campo, y las aves del cielo, y los peces del mar, que
surcan las sendas de las aguas.
Marcos 7,1-13: Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de
Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir
no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las
manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si
no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la
purificación de copas, jarros y bandejas-. Por ello, los fariseos y los escribas le
preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven co nforme a la tradición de los
antepasados, sino que comen con manos impuras?» El les dijo: «Bien profetizó Isaías de
vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son
preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los
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hombres.» Les decía también: «¡Q ué bien violáis el mandamiento de Dios, para
conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu pad re y a tu madre y: el que
maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: Si
uno dice a su padre o a su madre: "Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro
Korbán - es decir: ofrenda -", ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre,
anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis
muchas cosas semejantes a éstas.»
Comentario: Si en los primeros cuatro días Dios había creado la luz, las aguas, el día y
la noche, ahora el relato del Génesis nos dice, con su lenguaje particular, cómo nació en
la tierra la vida. Primero, la vida en las aguas marinas. Luego, en la tierra, con toda clase
de animales, y finalmente la pareja humana. En este último día, el comentario que se
pone en labios de Dios no es que todo lo que había hecho «era bueno», sino «muy
bueno». El hombre y la mujer aparecen como la cumbre de la creación: todo lo demás -
animales, plantas- estaba previsto al servicio de ellos. El día séptimo «descansó Dios de
todo el trabajo que había hecho». En la semana judía, el sábado («sabbat» significa
«descanso»).
Todo procede de Dios y que todo lo ha pensado para bien de la raza humana. Por
una parte miramos a Dios, el Creador, el que nos comunica su ser y su vida. Todo lo
bendice y lo llena de su amor. Esta primera creación la completará con la nueva y
definitiva creación en Cristo, en la que nos comunicará de modo más pleno todavía la
participación en su vida divina. Por otra, contemplamos la belleza y bondad intrínseca
de todo lo creado. Desde los espacios separados por millones de años luz hasta los más
simpáticos colores de una flor o una mariposa. Aquí es donde los ecologistas pueden
encontrar la mejor motivación de su empeño por la defensa de la naturaleza. Tambié n
aquí podríamos reafirmar nuestra postura positiva hacia el cosmos, como obra de Dios
para nosotros, sobre todo en el domingo, día de un reencuentro continuado también con
la naturaleza, que Dios pensó para descanso, alimento y solaz nuestro. Finalmente,
recordamos que Dios creó la pareja humana: «Creó al hombre a su imagen, a imagen de
Dios lo creó, hombre y mujer los creó». Ahí se afirma la dignidad y la igualdad del
hombre y la mujer. Los ha hecho reyes de la creación, creados nada menos que a
imagen del ser y de la vida del mismo Dios: «A imagen tuya creaste al hombre y le
encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara
todo lo creado» (plegaria eucarística IV). Los dos sexos los ha pensado Dios. Es idea
suya el amor y la mutua atracción entre ellos. Dios ha querido y sigue queriendo la vida
y no la muerte, el amor y no el odio, la igualdad y no la esclavitud o la manipulación de
una persona por otra. Nuestro trabajo puede unirse a este cntico de la creación
2. Sal 8. El salmo de hoy lo solemos cantar a gusto, porque resume nuestros
sentimientos de admiración y gratitud por la obra de la creación Parecemos tan
insignificantes ante la inmensidad del universo. Sin embargo todo está a nuestro
servicio. Por desgracia muchas veces nos hemos dejado dominar por las cosas pasajeras.
Y eso ha servido de ocasión de discordias entre nosotros. A causa de lo que es inferior a
nosotros se han provocado, incluso, guerras, por la avidez de posesionarse de los
recursos naturales que les pertenecen a otros. Pretendemos ser grandes construyendo un
imperio de riquezas. Desde Cristo, los que creemos en Él, sabemos que no podemos
descuidar nuestras diversas obligaciones ante la vida presente. Sabemos que es
necesario que existan personas que, tal vez teniéndolo todo, sepan ser justos en el pago
de los salarios de sus trabajadores. Si el Señor nos hizo un poquito inferiores a un dios,
no podemos nosotros destruir la dignidad de nuestro prójimo, ni llevarle por caminos
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que le degraden su vida personal. Juntos hemos tanto de vivir construyendo la ciudad
terrena para que sea una digna morada para todos, como trabajando para vivir guiados
por los auténticos valores que distinguen a los hijos de Dios.
3. Marcos 6,53-56. La tirantez entre Jesús y los fariseos -de nuevo hay algunos
que han venido de la capital, Jerusalén- es esta vez por la cuestión de lavarse o no las
manos antes de comer. Ciertamente un tema que a nosotros no nos parece demasiado
importante, pero que le sirve a Jesús para dar consignas de conducta a sus seguidores.
Jesús fustiga una vez más el excesivo legalismo de algunos letrados. Del episodio de las
manos limpias pasa a otros que a él le parecen más graves. Porque a base de
interpretaciones caprichosas, llegan a anular el manda miento de Dios (que si es
importante) con la excusa de tradiciones o normas humanas: «Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». El ejemplo del
cuarto mandamiento que aduce Jesús es muy aleccionador. Dios quiere que honremos al
padre y a la madre, y que lo hagamos en concreto, ayudándoles también materialmente.
Pero se ve que algunos no lo cumplían, bajo el pretexto de que los bienes con los que
podrían ayudar a sus padres los ofrecían como una limosna al templo -que resultaba
bastante más sencilla, el famoso «corbán», una módica ofrenda sagrada- y con ello se
consideraban dispensados de ayudar a sus padres, cosa que evidentemente era más
difícil y continuado. Pero Dios, más que los sacrificios que le podamos ofrec er a él, lo
que quiere es que ayudemos a los padres en su necesidad.
Todos podemos tener algo de fariseos en nuestra conducta. Por ejemplo si somos
dados al formalismo exterior, dando más importancia a las prácticas externas que a la fe
interior. O si damos prioridad a normas humanas, a veces insignificantes incluso
tramposas, por encima de la caridad o de la justicia. Tal vez nosotros no seremos
capaces de perder el humor o la caridad por cuestiones tan nimias como el lavarse o no
las manos antes de comer. N i tampoco recurriremos a lo de la ofrenda al Templo para
dejar de ayudar a nuestros padres o al prójimo necesitado. Pero ¿cuáles son las trampas
o excusas equivalentes a que echamos mano para salirnos con la nuestra?, ¿tenemos
también nosotros la tendencia a aferrarnos a la letra y descuidar el espíritu? ¿en qué nos
escudamos para disimular nuestra pereza o para inhibirnos de la caridad o la justicia?
Seria muy triste que mereciéramos nosotros el fuerte reproche de Jesús: «Este pueblo
me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi». El concilio Vaticano II llegó
a decir que «la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe
ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo» (Gaudium et
Spes 43, que cita este pasaje de Marcos 7). Hoy contemplamos cómo algunas
tradiciones tardías de los maestros de la Ley habían manipulado el sentido puro del
cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Aquellos escribas enseñaban que los hijos que
ofrecían dinero y bienes para el Templo hacían lo mejor. Según esta enseñanza, sucedía
que los padres ya no podían pedir ni disponer de estos bienes. Los hijos formados en
esta conciencia errónea creían haber cumplido así el cuarto mandamiento, incluso
haberlo cumplido de la mejor manera. Pero, de hecho, se trataba de un engaño.
«¡Q ué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!»
(Mc 7,9): Jesucristo es el intérprete auténtico de la Ley; por eso explica el justo sentido
del cuarto mandamiento, deshaciendo el lamentable error del fanatismo judío. «Moisés
dijo: „Honra a tu padre y a tu madre‟ (Mc 7,10): el cuarto mandamiento recuerda a los
hijos las responsabilidades que tienen con los padres. Tanto como puedan, les han de
prestar ayuda material y moral durante los años de la vejez y durante las épocas de
enfermedad, soledad o angustia. Jesús recuerda este deber de gratitud. El respeto hacia
los padres (piedad filial) está hecho de la gratitud que les debemos por el don de la vida
y por los trabajos que han realizado con esfuerzo en sus hijos, para que éstos pudieran
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crecer en edad, sabiduría y gracia. «Honra a tu padre con todo el corazón, y no te
olvides de los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Qué les darás a
cambio de lo que han hecho por ti?» (Sir 7,27-28).
El Señor glorifica al padre en sus hijos, y en ellos confirma el derecho de la
madre. Quien honra al padre expía los pecados; quien glorifica a la madre es como
quien reúne un tesoro (cf. Sir 3,2-6). Todos estos y otros consejos son una luz clara para
nuestra vida en relación con nuestros padres. Pidamos al Señor la gracia para que no nos
falte nunca el verdadero amor que debemos a los padres y sepamos, con el ejemplo,
transmitir al prójimo esta dulce “obligación” (Iñaki Ballbé).
San Clemente de Alejandría (150-215) en El Pedagogo III 89,94,98 nos habla de
esta ley nueva inscrita en el corazón de los hombres: “Tenemos el decálogo, dado por
Moisés...y todo lo que nos recomienda la lectura de los libros santos. “Lavaos,
purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended
a hacer el bien. Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended
a la viuda. Luego venid discutamos –dice el Señor-.”(Is 1,16-18)... También tenemos las
leyes del Verbo, las palabras de exhortación escritas no sobre tablas de piedra por el
dedo del Señor (Ex 24,12) sino inscritas en el corazón del hombre (2Cor 3,3)... Ahora
bien, las tablas de los corazones duros serán quebradas (Ex 32,19; la fe de los
pequeñuelos imprime sus huellas en los corazones dóciles... Estas dos leyes le han
servido al Verbo en la pedagogía de la humanidad, primero por boca de Moisés, luego
por la de los apóstoles...
Nos hace falta un maestro para explicar estas palabras sagradas...Él nos enseñará
la palabra de Dios. La escuela es la Iglesia; nuestro único Maestro es el Esposo, la
buena voluntad de un Padre bueno, sabiduría primordial, santidad del conocimiento. “El
ha muerto por nuestros pecados.” (1Jn 2,2) Él cura nuestros cuerpos y nuestras almas,
cura al hombre en su totalidad, él, Jesús que “ha muerto por nuestros pecados; y no
solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero. Sabemos que conocemos a
Dios, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo lo conozco, pero no guarda sus
mandamientos, es un mentiroso y la verdad no est en él.” (1Jn 2,3-4)
Como alumnos de esta divina pedagogía ¡embellezcamos el rostro de la Iglesia y
corramos como niños pequeños hacia esta madre llena de bondad. Hagámonos oyentes
del Verbo; glorifiquemos la divina providencia que nos conduce por medio de este
Pedagogo y nos santifica para ser hijo de Dios!” Lluci Pou Sabaté
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