5ª semana, miércoles: Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, le dio aliento de vida, y desde dentro puede salir lo
bueno y lo malo
Génesis 2,4-9,15-17: 4 Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra,
cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos,
5 no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del
campo había germinado todavía, pues Yahveh Dios no había hecho llover
sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. 6 Pero un manantial
brotaba de la tierra, y regaba toda la superficie del suelo. 7 Entonces
Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices
aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente. 8 Luego plantó Yahveh
Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había
formado. 9 Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles
deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de
la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. 15 Tomó, pues, Yahveh
Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase.
16 Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del
jardín puedes comer, 17 mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.»
Salmo 104,1-2,27-30: 1 ¡Alma mía, bendice a Yahveh! ¡Yahveh, Dios
mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, 2 arropado de luz
como de un manto, tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda, 27
Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; 28
tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes. 29
Escondes tu rostro y se anonadan, les retiras su soplo, y expiran y a su
polvo retornan. 30 Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la
tierra.
Evangelio según San Marcos 7,14-23. En aquel tiempo, llamó Jesús de
nuevo a la gente y les dijo: - «Escuchad y entended todos: nada que entre
de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que
hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga.» Cuando dejó
a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la
comparación. Él les dijo: - «¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No
comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre,
porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina».
(Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: - «Lo que sale de
dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del
hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios,
adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación,
orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre
impuro.»
Comentario: 1.- Gn 2,4b-9.15-17 (ver Cuaresma Domingo 1º A). Estos
dos relatos de la creación quieren decirnos cuál es el sentido de la vida del
hombre en medio de la multiplicidad de cosas que hay en este mundo. El
primer relato, leído lunes y martes, procedente de fuente sacerdotal,
establece como una división u ordenación básica de los elementos del
universo: el cielo, el firmamento, las aguas, las plantas, los animales, etc.
Es como una acción elemental sobre el orden de los elementos de la
naturaleza para que el hombre se supiera situar en ella. El mundo no es
algo caótico, aunque lo pueda parecer. El mundo, por voluntad de Dios,
está organizado. El hombre primitivo tenía necesidad de tomar conciencia
de esto porque los fenómenos naturales le espantaban y a los que atribuía
un poder divino o demoníaco. Por eso, describir un mundo organizado por
Dios es una manera de dominarlo, una manera de sentirse en casa, de que
no nos dé miedo. Y como coronación de todo, Dios hizo al hombre y dijo:
"Creced y multiplicaos y dominad la tierra, e imponed el nombre a todas las
cosas". Que es como decir "sois los amos de todo". Se trata de infundir en
el hombre confianza acerca del mundo: todo lo ha hecho Dios y Dios lo ha
puesto todo a disposición del hombre. El relato del cap 2. que se lee hoy es
más antiguo que el primero y procede de fuente Yavista. Explica que Dios
hizo al hombre del barro de la tierra. Más bien viene a explicar cuál es el
sentido de la vida del hombre en medio de los males que experimenta.
Tiene otra intención distinta de la del primer relato, que situaba al hombre
frente a las cosas externas que le rodean. Ahora quiera explicar el sentido
de la vida del hombre que experimenta el mal en su interior. Precisamente
porque somos imágenes de Dios y porque Dios es amor y donación de
amor, nosotros también hemos de ser amor y donación de amor. Y porque
el amor implica libertad, Dios nos ha hecho "creadores libres", personas
capaces de vivir esa relación paterno-filial y fraternal en relación con Dios y
en relación con los otros. Dios crea al hombre pero dejando que el hombre
tenga su responsabilidad. El amor es una ofrenda de libertad. Amar no es
dominar al otro o aprovecharse de él: amar es dejar que el otro sea
libremente. Eso hace Dios con nosotros. "El Señor Dios tomó al hombre y lo
colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y cultivara". "Puedes
comer de todos los árboles del jardín".
Nos deja verdadera libertad, aunque esta libertad está de una
manera inevitable condicionada por la realidad de nuestro ser en el mundo.
"Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comas: porque el día
que comas de él tendrás que morir". Es decir, no podemos tener la libertad
soberana e infinita de Dios, pero sí una libertad y una responsabilidad a la
medida de nuestro ser, fruto del amor de Dios. Por eso, Dios no se debe
concebir nunca, como un rival del hombre. La misión de Dios no es recortar
las posibilidades del hombre, sino, precisamente todo lo contrario, fundar y
sostener las posibilidades reales del hombre. Por tanto, nada que sea
auténticamente humano y humanizante está prohibido o limitado por Dios.
Dios sólo prohíbe lo que hace daño al hombre porque sólo quiere su bien. Y
además, Dios no lo prohíbe desde fuera, sino desde nuestra misma
naturaleza. Es como un código genético que llevamos. Lo mismo que el
código genético ... así también el ser criatura Dei, imprime carácter, es
como un cromosoma según el cual ha de ser nuestro comportamiento: ser
de criatura y en camino de ser hombre en el mundo en perfecta y continua
relación de amor con Dios y con los hombres. Es decir, si yo peco es porque
me salgo de mi ser de criatura y de mi destino de hombre en el que Dios
me ha puesto en el mundo.
¿Ofendo al honor de un Dios, cuyo honor puede ser manchado? En
este sentido está claro que no. Es como si un príncipe que va dando la
vuelta al mundo en el Juan Sebastián Elcano, al llegar a un puerto, se
emborrachara y fuera por las calles con una borrachera de espanto
rompiendo las farolas con sus amigotes. ¿Qué sentiría su padre el rey al
enterarse? ¿A quién había ofendido? ¿A quién ha ofendido más: a su padre
que lo ha traído al mundo con este destino de llegar a ser rey o a sí mismo,
que no vive de acuerdo con esta dignidad recibida? "¡Es qué yo soy libre y
puedo hacer lo que me da la gana! Muy bien, puedes hacer lo que te dé la
gana pero te ofendes a ti mismo. Y puesto que Dios nos quiere de una
manera que no podemos imaginar, nuestro bien es el bien de Dios, Dios
nuestro Padre se pone triste y sufre por nosotros si nos hacemos daño. Es
lo que decía S. Ireneo: la gloria de Dios es que el hombre viva".
Las páginas que leeremos ahora se escribieron en los tiempos de
Salomón, en un momento en que los «sabios» recogían las tradiciones
«sapienciales» de los pueblos de alrededor. El proverbio era el género
literario preferido entonces; lo eran también el enigma, el «mashall», la
parábola: se trata de descubrir el sentido de un relato simbólico para hallar
en él una «sapiencia de vida»... Así los «cuentos africanos» que narran los
«griols», de generación en generación, son portadores de toda una filosofía
de la existencia. Esos textos se tienen que leer pues en esa disposición de
ánimo: no son libros de «historia» ni libros de «ciencia». No busquemos en
ellos «cómo» fue creado el hombre, ni «cómo» pecó. Busquemos el
«sentido» mismo de nuestra existencia y la respuesta a los «por qué» más
esenciales que se plantea todo hombre.
1º El hombre es a la vez «grande» y "frágil"; «el Señor formó al
hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida...» No es
una afirmación científica. Es una reflexión «sapiencial». En hebreo el
término «adamah» significa el suelo. Y el término «adam» significa hombre.
Esto lleva al relator a hacer un juego de palabras muy profundo: el hombre
es el «terroso», la estatua de barro que volverá al polvo del suelo. Todo un
símbolo de lo efímero, de la fragilidad. El «sabio» nos dice graciosamente
con un cierto guiño: confía en mi experiencia, no te pases de listo, oh
hombre... ¡sabes muy bien que no eres gran cosa! Y sin embargo el hombre
experimenta también su grandeza. El sacerdote que escribió el relato
precedente hablaba del hombre «creado a imagen de Dios». El relator que
escribe este capítulo nos dice, más concretamente, que ¡Dios insufló su
propio aliento en la nariz!». Sigue siendo como un guiño: descubrid el
sentido, nos dice, id más allá de lo que relato... Confiad en mi experiencia:
hay algo divino en el hombre, su vida es una partícula del soplo divino, su
espíritu es una chispa del fuego de Dios. ¿Pensáis que esto pueda
desaparecer algún día?
2º El hombre, por su «trabajo», es responsable de la creación: «El
Señor plantó un jardín en Edén, al Oriente, donde colocó al hombre para
que trabajase la tierra.» Nos lo había narrado ya el primer relato, de modo
más abstracto: dominad la tierra y sometedla. Es toda una filosofía del
trabajo, expresada sencillamente, a partir de la civilización «rural» que era
la de la época: labrar, sembrar, podar, regar, cosechar, cocer, comer...
actos humanos esenciales. Pero hoy también hay que: dominar el átomo,
construir máquinas que faciliten el trabajo humano, hallar nuevas fuentes
de energía, dominar la ciencia, desarrollar la instrucción, mejorar las
condiciones de trabajo y la calidad de la vida... actos humanos esenciales,
sugeridos por el viejo sabio, cuando nos habla del hombre «agri-cultor»,
que cultiva el agro -la tierra-, que transforma la maleza en campo cultivado.
3º El hombre permanece «dependiendo» de Dios: «En medio del
jardín había el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del
mal... Puedes comer de todos los árboles... Mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal»... El hombre «no lo sabe todo». El hombre no puede hacer
«todo lo que se le ocurra». Hay una «ley» objetiva que le ha sido dada por
Dios: el bien... el mal... existen. Indirectamente, con mucha agudeza, el
relator nos dice: no os fiéis... podéis perjudicaros sin saberlo... no todo es
bueno para comer. Según lo que comáis, podéis envenenaros. Según lo que
hagáis, podéis destruiros. Transformar la naturaleza implica también
respetarla. No sois dueños absolutos: dependéis de Dios (Noel Quesson).
2. Sal 104,1-2,27-30: es un canto al Espíritu de Dios, Espíritu Santo
que nos da vida, canto de agradecimiento y alabanza, de memoria de las
cosas buenas que nos ayuda a ser mejores.
3.- Mc 7,14-23. Los fariseos no es que fueran malas personas. Eran
piadosos, cumplidores de la ley. Pero habían caído en un legalismo
exagerado e intolerante y, llevados de su devoción y de su deseo de
agradar a Dios en todo, daban prioridad a lo externo, al cumplimiento
escrupuloso de mil detalles, descuidando a veces lo más importante. Ayer
era la cuestión de si se lavaban las manos o no. Hoy el comentario de Jesús
continúa refiriéndose al tema de lo que se puede comer y lo que no, lo que
se considera puro o no en cuestión de comidas. La carne de cerdo, por
ejemplo, es considerada impura por los judíos y por otras culturas:
inicialmente por motivos de higiene y prevención de enfermedades, pero
luego también por norma religiosa.
La enseñanza de Jesús, expresada con un lenguaje muy llano y
expresivo, es que lo importante no es lo que entra en la boca, sino lo que
sale de ella. Lo que hace buenas o malas las cosas es lo que brota del
corazón del hombre, la buena intención o la malicia interior. Los alimentos o
en general las cosas de fuera tienen una importancia mucho más relativa. El
defecto de los fariseos puede ser precisamente el defecto de las personas
piadosas, deseosas de perfección, que a veces por escrúpulos y otras por su
tendencia a refugiarse en lo concreto, pierden de vista la importancia de las
actitudes interiores, que son las que dan sentido a los actos exteriores. O
sea, puede ser nuestro defecto. Dar, por ejemplo, más importancia a una
norma pensada por los hombres que a la caridad o a la misericordia, más a
la ley que a la persona. Esta tensión estaba muy viva cuando Marcos
escribía su evangelio. En la comunidad apostólica se discutía fuertemente
sobre la apertura de la Iglesia a los paganos y la conveniencia o no de que
todos tuvieran que cumplir los más mínimos preceptos de la ley de Moisés.
Recordamos las posturas de Pablo y Santiago y finalmente del concilio de
Jerusalén, así como la visión del lienzo con animales puros e impuros y la
invitación a Pedro para que comiera de ellos (Hechos 10). Ha sido un tema
que se ha mantenido a lo largo de la vida de la Iglesia. ¿No se podría
interpretar, en una historia no demasiado remota, que dábamos más
importancia a la lengua en que se celebra la liturgia que a la misma
liturgia?, ¿al ayuno eucarístico desde la media noche, casi más que a la
misma comunión? La hipocresía, la autosuficiencia y el excesivo legalismo
son precisamente el peligro de los buenos. Lo que cuenta es el corazón.
Leamos despacio la lista de las trece cosas que Jesús dice que pueden
brotar de un corazón maleado: malos propósitos. fornicaciones, robos,
homicidios, adulterios, codicias. Injusticias, fraudes, desenfreno, envidia,
difamación, orgullo, frivolidad. ¿Cuáles de ellas brotan alguna vez de
nuestro interior? Pues eso tiene mucha más trascendencia que lo que
comemos o dejamos de comer. «Al hombre, formado a tu imagen y
semejanza, sometiste las maravillas del mundo para que en nombre tuyo
dominara la creación» (prefacio de domingo). (J. Aldazábal). Nada hay en el
exterior del hombre... que entrando en él pueda mancharle. Lo que sale del
corazón... esto es lo que mancha al hombre. El que tenga oídos para oír,
que oiga. Cuando se hubo retirado de la muchedumbre, y entrado en casa,
los discípulos le preguntaron por el significado de la parábola. Volvemos a
encontrar pues el procedimiento ya usado por Jesús para la formación más
intensiva de su grupito de discípulos. ¿Soy yo también de los que buscan
comprender mejor? ¿Tengo "oídos para escuchar" la palabra secreta de
Dios? ¿Sé ir más allá de la envoltura de las palabras del evangelio? ¿"Lejos
de la muchedumbre", de corazón a corazón con Jesús, me pregunto sobre el
"sentido" de sus palabras? -¿Tan faltos estáis de inteligencia? Este será un
tema cada vez más frecuente en san Marcos: la ininteligencia de los mismos
discípulos. Ver ya en Mc 4, 13 ¿No comprendéis?". Empezamos a entrever
por algunas frases de ese estilo, de qué modo Jesús ha debido encontrarse
aislado, incluso entre sus mejores amigos. Atacado por sus enemigos.
Incomprendido por sus amigos; Jesús, por la profundidad misma de su
personalidad misteriosa, estaba solo. Paso unos instantes contemplando
este sufrimiento del corazón de Jesús. -¿No comprendéis que...? Y Jesús,
pacientemente, reemprende en la intimidad con sus discípulos, la
explicación de lo que ya ha tratado de hacer comprender a la muchedumbre
y a los fariseos. No olvidemos que 40 años más tarde, cuando Marcos
escribía este relato, la cuestión de los "alimentos prohibidos" no estaba aún
completamente resuelta: los Hechos de los Apóstoles, el primer Concilio de
Jerusalén, las Epístolas de san Pablo se hacen eco de las divergencias entre
Pedro y Pablo en esas cuestiones. ¿Había que imponer a los paganos que
entraban en la Iglesia las estrictas costumbres de la alimentación "pura e
impura" que eran tradicionales entre los judíos?
-Así Jesús declaraba puros todos los alimentos. Cuando se sabe la
importancia que para cada nación, o para cada provincia tienen las
costumbres culinarias... se adivina que Jesús tenía sobre ello una visión
amplia, universal, liberadora. La fe y la verdadera religión hacia Dios no
están ligadas a estas costumbres. Jesús se retrotrae en relación a los
hábitos culturales de su propio pueblo. Es una ley esencial de la misión, -
como nos lo ha recordado el Decreto conciliar sobre "La actividad misionera
en la Iglesia": "Los misioneros deben familiarizarse con las tradiciones
nacionales y religiosas de los pueblos a evangelizar..., descubrir con alegría
y respeto las simientes que el Verbo depositó y están escondidas en las
diversas culturas..." Descubrir los valores de culturas que no son las
nuestras. Al declarar que "todos los alimentos son puros, Jesús contravenía
gravemente una tradición de su pueblo... pero lo hacía para abrir la Iglesia
a todos los que no tenían esas tradiciones judías. Jesús pensaba en los
paganos. -De dentro del corazón del hombre proceden los pensamientos
perversos: las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las
codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, el
orgullo. Todas estas maldades proceden del interior del hombre y lo
manchan. Pero Jesús pensaba también en los judíos y en todos los
hombres. Todos tenemos necesidad de re-descubrir lo esencial desde el
interior. Y es la simple conciencia universal, la moral más natural, lo que
Jesús revalora. Ninguna costumbre nacional, ninguna tradición de los
antiguos, de los antepasados, puede ir en contra de esas leyes esenciales
que todo hombre recto reconoce en el fondo de su conciencia (Noel
Quesson). Si alguna vez te has enfermado del estomago, sabes muy bien
que lo que entra en el hombre no toca la vida, aunque sabes que influyen
en la vida diaria, haciendo sentirse más cansado de lo ordinario. Lo que
realmente te toca directamente no es la comida que te hace engordar y
basta, sino algo que es llamado pecado. Éste realmente sí hace destrozos
en el alma. No sé si te has dado cuenta de lo mal que uno se siente cuando
hace algo que no quieren tus padres, o cuando haces que sabes que está
mal. La verdad es que cuando yo he hecho algo que Dios no quería me he
sentido fatal al día siguiente, porque allí no estaba la felicidad. La cuestión
está en saber qué está mal o no para ser realmente felices y actuar con la
convicción de estar haciendo siempre el bien. Tú puedes hacer siempre el
bien, evitando aquello que sabes que está mal y que puede dañarte y dejar
una marca para toda tu vida: la infelicidad (José Rodrigo Escorza). Hoy
Jesús nos enseña que todo lo que Dios ha hecho es bueno. Es, más bien,
nuestra intención no recta la que puede contaminar lo que hacemos. Por
eso, Jesucristo dice: «Nada hay fuera del hombre que, entrando en él,
pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina
al hombre» (Mc 7,15). La experiencia de la ofensa a Dios es una realidad. Y
con facilidad el cristiano descubre esa huella profunda del mal y ve un
mundo esclavizado por el pecado. La misión que Jesús nos encarga es
limpiar con ayuda de su gracia todas las contaminaciones que las malas
intenciones de los hombres han introducido en este mundo. El Señor nos
pide que toda nuestra actividad humana esté bien realizada: espera que en
ella pongamos intensidad, orden, ciencia, competencia, afán de perfección,
no buscando otra mira sino restaurar el plan creador de Dios, que todo lo
hizo bueno para provecho del hombre: «Pureza de intención. La tendrás,
si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios» (San Josemaría).
Sólo nuestra voluntad puede estropear el plan divino y hace falta
vigilar para que no sea así. Muchas veces se meten la vanidad, el amor
propio, los desánimos por falta de fe, la impaciencia por no conseguir los
resultados esperados, etc. Por eso, nos advertía san Gregorio Magno: «No
nos seduzca ninguna prosperidad halagüeña, porque es un viajero necio el
que se para en el camino a contemplar los paisajes amenos y se olvida del
punto al que se dirige». Convendrá, por tanto, estar atentos en el
ofrecimiento de obras, mantener la presencia de Dios y considerar
frecuentemente la filiación divina, de manera que todo nuestro día con
oración y trabajo tome su fuerza y empiece en el Señor, y que todo lo que
hemos comenzado por Él llegue a su fin. Podemos hacer grandes cosas si
nos damos cuenta de que cada uno de nuestros actos humanos es
corredentor cuando está unido a los actos de Cristo (Norbert Estarriol
Seseras Lleida, España). San Gregorio de Nisa (hacia 335-395) monje y
obispo en la Homilía 6 sobre las Bienaventuranzas (PG 44, 1269-1272)
comentaba “Oh Dios crea en mí un corazn puro” (Sal 50,12) y decía: “Si tú
purifica tu corazón de toda escoria por el esfuerzo de una vida perfecta, la
belleza divina volverá a brillar en ti. Es lo que pasa con un trozo de metal
cuando la lima lo limpia de toda herrumbre. Antes estaba ennegrecido y
ahora es radiante y brilla a la luz del sol. Asimismo, el hombre interior, lo
que el Seor llama “el corazn”, recobrará la bondad a semejanza de su
modelo , una vez quitadas las manchas de herrumbre que alteraban y
afeaban su belleza. (cf Gn 1,27) Porque lo que se asemeja a la bondad,
necesariamente se vuelve bueno. El que tiene un corazón puro es feliz (Mt
5,8) porque recobra su pureza que le hace descubrir su origen a través de
esta imagen. Aquel que ve el sol en un espejo no necesita fijar la mirada en
el cielo para ver al sol; lo ve en el reflejo del espejo tal cual está en el cielo.
Así vosotros que sois demasiado frágiles para captar la luz, si os volvéis
hacia la gracia de la imagen que tenéis esculpida en vuestro interior desde
el principio, encontraréis en vosotros mismos lo que buscáis. En efecto, la
pureza, la paz del alma, la distancia de todo mal, es la divinidad. Si posees
todo esto posees ciertamente a Dios. Si tu corazón se aparta de toda
maldad, libre de toda pasión, limpia de toda mancha, eres feliz porque tu
mirada es transparente”. La verdadera pureza… Esta sería una de las
predicaciones por las que Cristo se ganó el odio de algunos judíos. Lo que
contamina al hombre no son las cosas externas sino la actitud con las que
se aceptan en el interior, pues Cristo sabía que no estaban obrando con
rectitud. Son claras sus palabras, y a pesar de ello sus apóstoles no le
entendían. Les faltaba fe e inteligencia para comprenderle. A nosotros
también se nos presentan a diario muchas de realidades en la vida que tal
vez no las juzgamos debidamente sino más bien las criticamos pasional e
injustamente. ¿No será que nos falta ver los sucesos menos agradables con
un poco más de comprensión y caridad? Nosotros somos los que le damos
un colorido a la vida más o menos combinado o por el contrario se lo damos
con colores opacos. De la misma forma, al ver lo que pasa a nuestro
alrededor hemos de aprender a juzgar con los mismos ojos con los que
Cristo juzgaría, pensar de los demás como Cristo pensaría, perdonar como
Él perdonó a los que le crucificaron y sobre todo amar como Cristo nos ama
a cada uno de nosotros. Esto significa ser verdadero cristiano. Seguir las
huellas de nuestro maestro, aunque el camino esté lleno de abrojos y
espinas. A pesar de los sufrimientos caminemos alegres y seguros porque
ese es el camino de nuestro maestro (Misael Cisneros).
Jesús continúa insistiendo en lo que es verdaderamente importante
para la vida del hombre. Lo exterior es importante, pero lo es más el
interior. Ahora bien, ¿qué es lo que sale de hombre? Sin lugar a dudas lo
que hemos metido. En otra ocasin dijo Jesús: “De la boca sale lo que
abunda en el corazn” y además: “El árbol bueno no puede dar frutos
malos”. Con esta instruccin no solo declara lícitos todos los alimentos, sino
que nos previne del tipo de alimentos que verdaderamente pueden dañar al
hombre y son aquello con los que alimentamos nuestro corazón (es decir
nuestra imaginación, pensamiento, memoria, sentimientos). Por ello
tengamos cuidado del tipo de espectáculos, revistas y programas de
televisión que vemos, de nuestras conversaciones, etc.. Sería bueno que
hoy nos preguntásemos qué tipo de alimentos estamos dejando entrar en
nuestro corazón (Ernesto María Caro). De la abundancia del corazón habla
la boca. Si el Espíritu Santo habita en nuestros corazones como en un
templo permitámosle que se exprese a través de una multitud de buenas
obras nacidas de Él. Entonces amaremos hasta el extremo, pues realmente
estaremos unidos al Señor como los miembros de un cuerpo se unen a la
cabeza. Pero si en lugar de llenarnos de Dios nos hemos llenado del espíritu
malo, entonces se desenfrenarán nuestros deseos e inclinaciones perversas,
y nuestras obras serán pecaminosas; y si nos dejamos dominar por ellas
finalmente nos iremos manchando y deteriorando cada vez más. Ya el
Señor le decía a Caín: Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si
obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes
dominarlo. Sabiéndonos pecadores y siendo conscientes de que la salvación
no es obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre, que Él realiza de
un modo gratuito y amoroso, vayamos al Señor para que purifique nuestra
conciencia de todo pecado; para que perdonados y libres de la maldad, nos
ayude a no quedarnos vacíos y expuestos a ser nuevamente encadenados
por el maligno, sino llenos de Dios y dispuestos a hacer el bien que procede
de la presencia del Señor en nosotros. Hemos venido ante el Señor para
que Él colme nuestro corazón con su presencia, con su gracia, con su amor,
con su Espíritu Santo. Su Palabra se ha pronunciado sobre nosotros como
Palabra que no sólo es escuchada con amor, sino que es sembrada en
nuestros corazones para que produzca frutos abundantes de buenas obras.
La celebración del Memorial de la Muerte y Resurrección de Cristo nos hace
entrar en comunión de vida con Aquel que nos ha amado hasta el extremo.
Por eso hemos de iniciar un nuevo camino en el bien y no permitir que
nuestro corazón se desvíe de Él, pues si esto llegara a suceder seríamos
presa fácil de la maldad, de las cosas pasajeras y de nuestras pasiones
desordenadas. Entonces no podríamos decir que tenemos por Dios al Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues en su lugar nos habríamos
fabricado ídolos. Quienes participamos de la Eucaristía no podemos volver a
nuestra vida ordinaria convertidos en unos malvados. Dios no sólo es
adorado por nosotros en la Liturgia que celebramos; Él se hace huésped de
nosotros viviendo en nuestros corazones como en un templo. Por eso no
puede salir de nosotros la maldad, la destrucción ni la muerte. Quien se
arrodilla ante Dios y vive como delincuente, o envenena a los demás con
enervantes, o destruye la paz social, o despoja a los demás de lo que les
pertenece, o pisotea sus derechos, no puede, en verdad, llamarse hijo de
Dios. Estamos llamados a convertirnos en un signo del amor salvador de
Dios para el mundo. Ese es el sentido de acudir al Señor, no sólo para darle
culto, sino para que Él nos transforme y nos envíe para continuar su obra
de salvación en el mundo. Que Dios nos conceda, por intercesión de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre, ser llenos de la Sabiduría de Dios
para poder realizar nuestra vida, no conforme a nuestros pensamientos,
muchas veces egoístas y pecaminosos, sino conforme a su Santísima
Voluntad, de tal forma que podamos realizar siempre el bien en favor de
nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).