«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Mc 7:31-37
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
SÓLO LA PALABRA DE DIOS, EN EFECTO, ABRE HORIZONTES DE VIDA
Todas las culturas antiguas supieron que existe una diferencia irreductible entre el hombre y
Dios, que existe un límite más allá del cual no puede ir el hombre. Mientras respete este
límite y permanezca en el ámbito que le ha sido asignado en cuanto criatura, el hombre
puede ser feliz y gozar de todo lo creado. Ahora bien, el pecado original consiste
precisamente en pasar la frontera del límite fijado, en la pretensión de ser ilimitados como
Dios.
¿En qué consiste la seducción de la «serpiente» o -digamos también- del pecado? En una
triple transgresión de nuestros límites como criaturas, en arrogamos tres prerrogativas que
son únicamente divinas: una pretensión de inmortalidad («¡no moriréis!» ), una pretensión
de omnisciencia («se abrirán vuestros ojos»), y una pretensión de omnipotencia («seréis
como Dios»).
Vamos a concentramos en la segunda de estas pretensiones indebidas: la apertura de los
ojos. Esta representa precisamente la seducción intelectual, el deseo de la omnisciencia,
que, al final, se revela absolutamente ilusorio, puesto que no conduce más que a la
percepción de nuestra propia desnudez, de nuestra propia pobreza. Con esta ilusoria
apertura de los ojos, prometida por la serpiente, contrasta la apertura de los oídos realizada
por Jesús. En lo que a nosotros respecta, no se trata de ver, de conocer, sino de escuchar,
de obedecer. Sólo la Palabra de Dios, en efecto, abre horizontes de vida.
La palabra del egoísmo y de la autosuficiencia cierra, nos arrastra lejos de nosotros
mismos. Es palabra de engaño, que hace leer de modo distorsionado la realidad del mundo,
de nosotros mismos, de Dios, y conduce al desolador descubrimiento de nuestra propia e
irreductible vulnerabilidad. La Palabra de Dios, en cambio, nos introduce en la realidad,
descubre estremecimientos de admiración, libera cantos de alabanza y de alegría. ¿A qué
palabra decidimos prestar atención?
ORACION
Abre, Jesús, nuestros oídos sordos
a tu Palabra, que es fuente de vida;
suelta el nudo de nuestras lenguas
para que escuchemos tu voz bendita
y te bendigamos en nuestra vida.
Recordamos tu grito, ¡Effatha!,
que dispersó nuestros fantasmas.
Demasiado tiempo te hemos buscado
en apariencias vacías, engaños del corazón,
en seducciones de la antigua serpiente.
Danos, Señor, un corazón
que escuche tu voz en el «silencio sutil».