Sábado de la semana 5ª. Aunque tengamos pecados, siempre está
Dios dispuesto a perdonarnos, atiende nuestras necesidades
espirituales y corporales, cuando nos confiamos a Él
Génesis 3,9-24: 9 Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»
10 Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy
desnudo; por eso me escondí.» 11 El replicó: «¿Quién te ha hecho ver que
estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?»
12 Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol
y comí.» 13 Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Y
contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.» 14 Entonces Yahveh
Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las
bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y
polvo comerás todos los días de tu vida. 15 Enemistad pondré entre ti y la
mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas
tú su calcañar.» 16 A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos
sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu
apetencia, y él te dominará. 17 Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la
voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer,
maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos
los días de tu vida. 18 Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba
del campo. 19 Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas
al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.»
20 El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los
vivientes. 21 Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y
los vistió. 22 Y dijo Yahveh Dios: «¡He aquí que el hombre ha venido a ser
como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues,
cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y
comiendo de él viva para siempre.» 23 Y le echó Yahveh Dios del jardín de
Edén, para que labrase el suelo de donde habiá sido tomado. 24 Y habiendo
expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén querubines, y la
llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida.
aquellos días, Jeroboán pensó para sus adentros: «Todavía puede volver el
reino a la casa de David. Si la gente sigue yendo a Jerusalén para hacer
sacrificios en el templo del Señor, terminarán poniéndose de parte de su
señor, Roboán, rey de Judá; me matarán y volverán a unirse a Roboán, rey
de Judá.» Después de aconsejarse, el rey hizo dos becerros de oro y dijo a
la gente: « ¡Ya está bien de subir a Jerusalén! ¡Éste es tu Dios, Israel, el
que te sacó de Egipto! » Luego colocó un becerro en Betel y el otro en Dan.
Esto incitó a pecar a Israel, porque unos iban a Betel y otros a Dan.
También edificó ermitas en los altozanos; puso de sacerdotes a gente de la
plebe, que no pertenecía a la tribu de Levi. Instituyó también una fiesta el
día quince del mes octavo, como la fiesta que se celebraba en Judá, y subió
al altar que había levantado en Betel, a ofrecer sacrificios al becerro que
había hecho. En Betel estableció a los sacerdotes de las ermitas que había
construido. Jeroboán no se convirtió de su mala conducta y volvió a
nombrar sacerdotes de los altozanos a gente de la plebe; al que lo deseaba
lo consagraba sacerdote de los altozanos. Este proceder llevó al pecado a la
dinastía de Jeroboán y motivó su destrucción y exterminio de la tierra.
Salmo 90,2-6,12-13: 2 Antes que los montes fuesen engendrados, antes
que naciesen tierra y orbe, desde siempre hasta siempre tú eres Dios. 3 Tú
al polvo reduces a los hombres, diciendo: «¡Tornad, hijos de Adán!» 4
Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia
de la noche. 5 Tú los sumerges en un sueño, a la mañana serán como
hierba que brota; 6 por la mañana brota y florece, por la tarde se amustia y
se seca. 12 ¡Enseñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría
en nuestro corazón! 13 ¡Vuelve, Yahveh! ¿Hasta cuándo? Ten piedad de tus
siervos.
Evangelio según san Marcos 8,1-10. Uno de aquellos días, como había
mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discipulos y les dijo:
«Me da lástima de esta gente; llevan ya tres dias conmigo y no tienen qué
comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, se van a desmayar por el
camino. Además, algunos han venido desde lejos.» Le replicaron sus
discipulos: « ¿Y de dónde se puede sacar pan, aqui, en despoblado, para
que se queden satisfechos?» Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?»
Ellos contestaron: «Siete.» Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomó
los siete panes, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a
sus discipulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían
también unos cuantos peces; Jesús los bendijo, y mandó que los sirvieran
también. La gente comió hasta quedar satisfecha, y de los trozos que
sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil. Jesús los despidió,
luego se embarcó con sus discipulos y se fue a la región de Dalmanuta.
Comentario: 1. Gn 3,9-24. Al robar a Dios el conocimiento del bien y del
mal, es decir, al no referirse a nadie mayor que él para juzgar de las cosas
y de las personas, el hombre introduce la maldición en el mundo, puesto
que no admite otro dios que su yo y su egoísmo. Las cosas no tendrán ya la
bondad que Dios les hubiera conferido, sino la que el hombre les atribuye;
el bien y el mal, la vida y la muerte se convierten en realidades
contrastantes y enemigas entre sí, porque el hombre que las experimenta
no puede, como Dios, perdonar el mal y convertirlo en bien, ni curar la
muerte y hacerla vida. Aunque semejante a dios, el hombre no tiene, sin
embargo, acceso a la vida divina, capaz de transformar el mal y la muerte.
Por mucho que se haya acercado a Dios, el hombre no puede liberarse del
ridículo: conoce el bien y el mal, la vida y la muerte, pero no puede ser más
que un juguete zarandeado entre los límites de esos dos binomios, puesto
que carece del poder que Dios posee para dominarlos.
Así, la muerte, que es sencillamente la condición natural del hombre,
se nos presenta al mismo tiempo como obra de la cólera de Dios. El drama
del hombre, en efecto, no está tanto en morir, sino en morir sabiendo que
hay un medio de no morir, que hay alguien que era antes que él naciera y
que será después de su muerte. Y todo eso porque la inteligencia del
hombre puede hacerse una idea de lo eterno y que la muerte no es ya tan
sólo un fenómeno natural, sino que se convierte también en un castigo:
reduce violentamente al hombre al interior de sus propios límites;
restablece el equilibrio entre Dios y el hombre, un equilibrio que el hombre,
una vez que ya posee un conocimiento de la eternidad, trata continuamente
de romper con sus pretensiones de autosuficiencia.
Solo Jesucristo ha podido conocer el bien y el mal y pasar de la vida a
a muerte a la manera de Dios, que triunfa de la muerte con su propia vida
que nadie puede arrebatarle y que vence al mal a base de un perdón sin
límites. A los hombres que experimentan, después de Adán, la muerte y la
vida, el bien y el mal, les ofrece la Eucaristía el fruto del árbol de la vida
que Adán no pudo recoger (v. 22), con el fin de que un poco de vida divina
en ellos les permita justificar el mal y vencer a la muerte (Maertens-
Frisque).
Es una escena muy viva la que se nos cuenta después del pecado de
Adán y Eva: Dios pide cuentas y cada uno de los protagonistas se defiende,
se esconde, echa la culpa al otro. El hombre casi se atreve a echar las
culpas al mismo Dios: «La mujer que me diste como compañera...». El
castigo que Dios les anuncia parece como una justificación «a posteriori» de
unas características naturales de cada uno, que no se saben explicar de otro
modo: la serpiente que se arrastra por la tierra, la mujer que da a luz con
dolor y el hombre que trabaja con el sudor de su frente. También el pudor
que de repente empiezan a sentir parece como un signo de que algo no
funciona en la armonía sexual de antes. La expulsión del paraíso siempre
quedará como un «recuerdo mítico» y un ideal a conseguir en el futuro.
Pero ya aparece, junto al castigo, la palabra de esperanza: Dios anuncia
«enemistades entre la descendencia de la mujer y la de la serpiente: ella te
herirá en la cabeza».
2. Todo adquiere aquí una interpretación religiosa, que también nos
va bien a nosotros. Para que relativicemos un poco el orgullo y la
autosuficiencia que sentimos. Lo que hay de malo en el mundo no se debe a
Dios, sino al desorden del pecado que hemos introducido nosotros en su
plan. Ha habido ruptura, la armonía y el equilibrio ya no funcionan: ahora
tenemos miedo de Dios, no nos entendemos los unos con los otros (nos
echamos la culpa mutuamente) y somos expulsados del jardín. Queríamos
ser como dioses y conocerlo todo, y nos despertamos con los ojos abiertos,
sí, pero para vernos desnudos y débiles. Tenemos que confesar que somos
caducos: «como hierba que se renueva, que florece y se renueva por la
mañana y por la tarde la siegan y se seca», como dice el salmo. Los
conflictos siguen. El trabajo nos cuesta. No damos a luz nada sin esfuerzo.
No hay paz ni cósmica ni humana. Ni armonía interior en cada uno. Pero los
cristianos escuchamos las palabras de esperanza de Dios en el Edén y
sabemos que la victoria de Cristo sobre el mal ya ha sucedido en la Pascua
y que nosotros estamos llamados a participar en ella. Por eso podemos
decir con el salmo: «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en
generación... Ten compasión de tus siervos». La lectura de esta primera
página tan dolorosa de la humanidad nos debería enseñar sabiduría:
«Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón
sensato».
3.- Mc 8,1-10. En el evangelio de Marcos se cuenta dos veces la
multiplicación de panes por parte de Jesús. La primera no se lee en Misa. La
segunda la escuchamos hoy y sucede en territorio pagano, la Decápolis.
Dicen los estudiosos que podría ser el mismo milagro, pero contado en dos
versiones, una en ambiente judeocristiano y otro en territorio pagano y
helenista. Así Jesús se presenta como Mesías para todos, judíos y no judíos.
Lo importante es que Jesús, compadecido de la muchedumbre que le
sigue para escuchar su palabra sin acordarse ni de comer, provee con un
milagro para que coman todos. Con siete panes y unos peces da de comer a
cuatro miI personas y sobran siete cestos de fragmentos.
La Iglesia -o sea, nosotros- hemos recibido también el encargo de
anunciar la Palabra. Y a la vez, de «dar de comer», de ser serviciales, de
consentir un mundo más justo. Aprendamos de Jesús su buen corazón, su
misericordia ante las situaciones en que vemos a todo el mundo. Por pobres
o alejadas que nos parezcan las personas, Jesús nos ha enseñado a
atenderlas y dedicarles nuestro tiempo. No sabremos hacer milagros. Pero
hay multiplicaciones de panes -y de paz y de esperanza y de cultura y de
bienestar- que no necesitan poder milagroso, sino un buen corazón,
semejante al de Cristo, para hacer el bien.
La «salvación» o la «liberación» que Jesús nos ha encargado que
repartamos por el mundo es por una parte espiritual y por otra también
corporal: la totalidad de la persona humana es destinataria del Reino de
Jesús, que ahora anuncia y realiza la comunidad cristiana, con el pan
espiritual de su predicación y sus sacramentos, y con el pan material de
todas las obras de asistencia y atención que está realizando desde hace dos
mil años en el mundo.
La Eucaristía es, por otra parte. la multiplicación que Cristo nos
regala a nosotros: su cercanía y su presencia, su Palabra, su mismo Cuerpo
y Sangre como alimento. ¿Qué alimento mejor podemos pensar como
premio por seguir a Cristo Jesús? Esa comida eucarística es la que luego nos
tiene que impulsar a repartir también nosotros a los demás lo que tenemos:
nuestros dones humanos y cristianos, para que todos puedan alimentarse y
no queden desmayados por los caminos tan inhóspitos y desesperanzados
de este mundo.
«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al
poder de la muerte» (plegaria eucarística IV) (J. Aldazábal).
Lo que impresiona ante todo en estos relatos es la gente: un gentío
numeroso, que ha venido a pie de todas partes, que sigue y escucha a
Jesús durante días y días. Según H. Montefiore, toda esa gente nos hace
sospechar la formación de un movimiento mesiánico de tipo político que ve
en Jesús a un posible jefe. Es verosímil; por lo demás, Juan, a propósito de
este mismo episodio, indica que la gente buscaba a Jesús con la intención
de hacerlo rey (Jn 6, 15). El clima de Galilea por aquel tiempo estaba
efectivamente bastante recalentado y bastaba con cualquier cosa para
suscitar fanatismos mesiánicos.
Flavio Josefo, por ejemplo, escribe: "Había individuos falaces e
impostores que bajo la apariencia de una inspiración divina promovían
revueltas y agitaciones, inducían a la gente a realizar actos de fanatismo
religioso y la llevaban al desierto, como si Dios tuviera que mostrarles allí
los signos de su inminente libertad" ( De bello judaico 2, 259). Bajo esta luz
adquiere especial importancia la indicación de que Jesús "obligó" a los
discípulos a alejarse y de que él, después de haber despedido a la gente, se
retiró a rezar a la montaña (6, 46). Jesús no quiere fomentar las
esperanzas de la gente (que expresan la misma tentación con que se
enfrentó en el desierto), sino que se aleja de ellas, encontrando en la
oración la claridad de su camino mesiánico hacia la cruz y el ánimo para
recorrerlo (Bruno Maggioni).
"Me da lástima de esta gente", dice Dios. Hermanos, nuestro Dios es
un Dios compasivo. ¡No nos engañemos! El amor que se hace piedad y
compasión tiene una fuerza que no es la de nuestras compasiones
humanas, ni tampoco la de esas compasiones impotentes que suscitan el
sarcasmo de nuestros contemporáneos. El amor no se define por la lástima,
sino por la admiración. Cuando Dios dice: "me da lástima", no hay en él
ninguna condescendencia, ninguna afectación intolerable, sino, más bien,
esta revelación inaudita: Dios es un enamorado. "¿Es que puede una madre
olvidarse de su criatura? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is
49,15). Dios está apasionado, Dios está loco. Como un enamorado, porque
ama, lo deja todo: su tranquilidad, su reputación, su renombre.
¿Qué puede ver de bueno en nosotros? ¿Cómo puede hacer de
nuestra tierra agotada, ingrata, pervertida o sublevada el objeto de
semejante amor? ¿Qué pudo obligar al Hijo a tomar la cruz? "Me da lástima
esta gente". Y Dios rompe su propio cuerpo, para saciar con él a esta tierra
que ni siquiera conoce el hambre que padece.
Dios se tiende sobre el leño del Gólgota, para así levantar a una
humanidad que aún no ha llegado a ver agotado su deseo. "Me da lástima
de esta gente". Sólo Dios puede decir con verdad estas palabras, porque
sólo él admira suficientemente a nuestra tierra.
Sólo él puede conocer lo que esa frase significa, porque sólo él
conoce al hombre tal y como lo soñaba él al atardecer del día sexto. Sólo
Dios puede repetirla sin condescendencia, porque sólo él puede hacer lo
necesario para que se convierta en realidad aquel sueño olvidado. "Me da
lástima de esta gente". Sólo Dios tiene derecho a pronunciar estas palabras,
por haber pagado un alto precio para que la lástima se trocara en
purificación. "Tomad y comed: esto es mi cuerpo entregado por vosotros y
por todos los hombres" (Dios cada día, Sal terrae).
El evangelio de ayer era un anuncio del bautismo. El de hoy nos
orienta hacia la Eucaristía. Jesús está siempre presente, con los mismos
gestos.
-Por aquellos días, hallándose rodeado de una gran muchedumbre
que no tenía qué comer, llamó a los discípulos... La escena que se contará
es una "segunda multiplicación de los panes". Pero aquí todos los detalles
son empleados por Marcos para mostrarnos que la "mesa de Jesús" está
abierta a todos, incluidos los paganos.
1ª multiplicación de los panes / 2ª multiplicación de los panes
-En territorio judío para judíos. / -En pleno territorio de la Decápolis.
-Jesús "bendijo" los panes..., término familiar a los judíos... "eu-
logein" en griego / -Jesús "da gracias": término familiar a los paganos...
"eu-caristein" en griego
-Quedan "doce cestas" palabra usada sobre todo por los judíos
("Doce" es la cifra de las "doce tribus de Israel"... -La primera comunidad
"judeo-cristiana" estaba organizada alrededor de los "doce", como los "doce
patriarcas" del primer pueblo de Israel.) / Quedan "siete canastas", palabra
usada sobre todo por los griegos (Siete" es la cifra de los "siete diáconos"
que organizaron la primera comunidad helenística -suceso extremadamente
importante para introducir a los paganos en la Iglesia y darles la impresión
de estar a la misma mesa: Hch 6.)
Marcos tiene pues interés en anticipar la evangelización de los
paganos, en el ministerio de Jesús: esto corresponde muy bien a la
orientación misionera de su evangelio. Es necesario que los apóstoles
amplíen su horizonte. ¡La Mesa ofrecida por Jesús está abierta a todos!
¿Siento yo también estas ansias?
-"Tengo compasión de esta muchedumbre... si les despido en ayunas
desfallecerá en el camino, porque algunos vienen de lejos. Todavía el
mismo símbolo: los paganos, "los que vienen de lejos", expresión que se
encuentra en el libro de Josué 9, 6 y en Isaías 60, 4. Los primeros lectores
de Marcos podían reconocerse: también ellos habían venido de lejos, algo
más tarde, para ser introducidos en el festín mesiánico en el pueblo de
Dios. Gracias, Señor.
-El rol de los discípulos. El retrato del apóstol. Asociados a Jesús para
alimentar a las muchedumbres. Lanzados por Jesús a la acción. Ven muy
bien lo que hay que hacer, pero no tienen los medios. Así sucede también
hoy. El misionero, invitado por Jesús, debe hacer lo que pueda con lo que
tiene: y ¡Jesús terminará la obra! No quedarse ociosos ante las necesidades
de nuestros hermanos.
-Recogieron siete canastas de los mendrugos sobrantes. En las dos
multiplicaciones de panes hay "residuos". Esto indica que el alimento
distribuido es inagotable... es el símbolo de un "acto que tendrá que
repetirse constantemente", un alimento que debe ponerse sin cesar a
disposición de los demás...
-Dando gracias, los partió... Es una comida "de acción de gracias" -
eucaristía en griego- La alusión es muy clara. Esta relación no puede pasar
desapercibida a un lector cristiano: allí también, los primeros oyentes de
Marcos se reconocían... el rito esencial de su comunidad era la "cena del
Señor". ¿Qué es la misa para mí, hoy? (Noel Quesson).
Baudoin de Ford (hacia 1190) abad cisterciense, en ( SC 93, I, pag.
131ss) comenta: “Tomó los siete panes, dio gracias, los partió...” (cf Mc
8,6) y dice: “Jesús partió el pan. Si no hubiese partido el pan ¿cómo
habrían llegado las migajas hasta nosotros? Pero Jesús rompió el pan y lo
distribuyó “da con largueza a los pobres” (Sal 111,9) Ha roto el pan para
romper la cólera del Padre y la suya propia. Dios le había dicho: “Dios
pensaba ya en aniquilarlos, pero Moisés, su elegido, se mantuvo ante él
para apartar su furia destructora.” (Sal 105,23) Jesús se mantuvo ante él y
lo apaciguó. Por su fuerza indefectible se mantuvo ante Dios sin romperse.
Pero Jesús, voluntariamente ha ofrecido su carne rota por el
sufrimiento...”quebraste las cabezas de los monstruos marinos” (sal 73,13)
y todos sus enemigos, con tu cólera. Jesús, de alguna manera, ha roto las
tablas de la primer alianza, para que ya no estemos bajo la Ley. Ha roto el
yugo de nuestra cautividad . Ha roto todo lo que nos aplastaba para reparar
en nosotros todo aquello que estaba roto, para hacer volver a la libertad los
que estaban cautivos...
Buen Jesús, a pesar de haber partido el pan por nosotros, pobres
mendigos, seguimos con hambre... ¡Parte cada día este pan para los que
tienen hambre! Hoy, como todos los días, recogemos algunas migajas, y
cada día volvemos a tener hambre de nuestro pan de cada día. ¿Si tú no
nos lo das, quien nos lo va a dar? Somos menesterosos y desprovistos de
todo, no tenemos a nadie que nos parta el pan, nadie que nos alimente,
nadie que nos restablezca las fuerzas, nadie más que tú, Dios nuestro. En
cualquier consuelo que nos envíes, recogemos las migajas de aquel pan que
tú nos partes”.
Tres días lleva la gente y no tienen que comer… significa que la
situación es bastante crítica y que a diferencia del primer relato de
multiplicación, no hay aldeas cercanas donde pueda ser despedida la gente
para procurarse alimentos. Pero también, tres días indica en la Biblia el
plazo máximo que se da Dios para intervenir con su ayuda (Jos 1,11; Gén
40,13; Os 6,2). Pasados los tres días, es tiempo para la intervención
salvífica de Dios. La preocupación de Jesús de que puedan desfallecer por
hambre al regresar a sus lejanas casas, es una buena manera de introducir
el milagro.
El hecho que vengan “desde lejos” ratifica el contexto pagano del
relato, pues era común entre las primeras comunidades cristianas
considerar a los paganos como los lejanos, en cuanto lejanía de Dios y de la
salvación (Ef 2,13.17; Hch 2,39; 22,21). La actitud de los discípulos refleja
el máximo de la incomprensión y falta de fe, si suponemos que ya había
presenciado un milagro similar. Con razón se afirma en Mc 6,52 “pues no
habían entendido lo que había pasado con los panes, tenían la mente
cerrada”. También podría pensarse que estamos ante una pregunta
retórica, recurso literario utilizado por Marcos, para responder que solo hay
uno, Jesús de Nazaret, que puede saciar el hambre de la multitud. Como en
la primera multiplicación, Jesús pregunta por la existencia de pan.
Los discípulos sin tener que indagar entre la gente le contestan de
inmediato que hay siete panes, número que indica plenitud. Los paganos
están invitados a participar de la plenitud del banquete eucarístico. Cabe
anotar que en la primera multiplicación el número siete se forma de los
cinco panes y los dos peces, con el mismo carácter simbólico. Las palabras
de Jesús: “tomando”... “dio gracias”... “los partió”, son típicas de la fórmula
utilizada en las diferentes comunidades cristianas en la comida eucarística
(Lc 22,19; 24,30; 1 Cor11,24). El papel de los discípulos es el de
intermediarios entre Jesús y la multitud. La compasión de Jesús pone en
acción la inactividad e incomprensión de los discípulos en favor de los
hambrientos. Aunque los discípulos son lentos para entender son rápidos
para ejecutar las iniciativas de Jesús, esto les permite continuar el camino
del discipulado. Cuando todo parecía estar listo, el evangelista añade la
presencia de unos “pescaditos”, sin precisar siquiera el número. La
bendición a los pescados es extraña, en cuanto en el judaísmo no se
bendecían los alimentos como tal sino a Dios que los procuraba. Otra pista
para pensar que es un relato cuya procedencia es de ambientes no judíos.
De nuevo los discípulos reparten lo que a su vez han recibido de
Jesús. Todos comieron hasta saciarse. Es interesante constatar que el verbo
“saciar” solo aparece tres veces en Marcos, en los dos relatos de la
multiplicación de los panes y en el de la mujer sirofenicia. La petición de la
mujer, que se conformaba con las migajas que caían de la mesa, es ahora
escuchada hasta el punto de compartir la mesa y comer hasta saciarse. En
el primer relato eran doce el número de canastos donde se recogieron los
sobrantes, simbolizando probablemente las doce tribus de Israel y los doce
apóstoles. Aquí, el número de canastos son siete, cifra que puede hacer
referencia a los “siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu y
sabiduría” (Hch 6,3) que reciben el encargo de “hacerse cargo de las mesas
(Hch 6,2). También puede indicar los siete pueblos que habitaban la tierra
prometida (Dt 7,1), es decir la totalidad del mundo pagano, anteriormente
expulsados y hoy invitados a participar de la totalidad del banquete
eucarístico.
El número de los que habían comido varía en los dos relatos. En el
primero eran cinco mil hombres, en el segundo cuatro mil, un número que
podría simbolizar los cuatro puntos cardinales de la tierra, de donde
acudirán todos al banquete del Reino de Dios (Lc 13,19). Pasado el tercer
día, con la manifestación salvífica de Dios a través de la consolación y la
solución de una necesidad básica como la de la alimentación, Jesús puede
despedir tranquilamente la gente para continuar su travesía misionera.
Al escuchar este Evangelio, el del reparto de los panes y peces por
parte de los discípulos de Jesús, no puedo dejar de pensar en cómo
estamos repartiendo los alimentos que, gracias a Dios, hay en abundancia
en el mundo. Parece inútil el milagro de Jesús: aunque Él siga multiplicando
y regalándonos en abundancia alimento, nosotros aquí lo robamos a los que
no lo tienen, nosotros dejamos que millones de personas mueran de
hambre, nosotros permitimos que se derrochen alimentos en nuestra casa y
un poco más allá haya gente que no tiene para comer.
¿Qué estamos haciendo con el don abundante de Jesús? La tierra
produce mucho más de lo necesario, pero somos incapaces de repartir lo
que se produce de forma justa. He dicho que somos incapaces, pero igual
debería decir que no queremos, que no tenemos “voluntad política” de
hacerlo. Os dejo con un pequeño regalo: dicen que una imagen vale más de
mil palabras… (Carlo Gallucci).
El anuncio de la Palabra de Dios no puede quedarse sin inserirnos en
el compromiso de un trabajo eficaz para que, quienes reciben el anuncio del
Evangelio, reciban también el consuelo en sus necesidades temporales. A la
Iglesia de Cristo se le ha confiado el anuncio del Evangelio que nos salva.
Quienes tratamos de unir vida y Palabra podemos correr el riezgo de
quedarnos sólo en la promoción humana de nuestras comunidades. Sin
embargo el compromiso del auténtico hombre de fe nace de la meditación
humilde de la Palabra de Dios, que viene a transformanos desde dentro, y
que nos impulsa, que nos envía para que proclamemos lo que hemos vivido.
Sólo entonces seremos un signo vivo de Cristo, y podremos compadecernos
de las multitudes hambrientas de pan, de justicia, de perdón, de paz, de
amor, de comprensión y de tantas otras cosas de las que adolece la
humanidad actual. Vamos al mundo no conforme a los criterios del mismo,
buscando tal vez nuestra gloria; sino con los criterios de Cristo, como
siervos al servicio del Evangelio que pasan haciendo el bien a todos.
El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía; y nosotros hemos
respondido a su llamado. El Señor toma el pan, pronuncia sobre él la acción
de gracias, lo parte y lo distribuye entre nosotros. Es Cristo, no que pasa,
sino que entra a nuestra propia vida para hacernos uno con Él. Entramos en
comunión de vida con Él para ser, día a día, transformados en un signo
cada vez más claro de su amor salvador para todos los hombres. Por eso no
podemos venir sólo a ver; venimos a sentarnos a la mesa del Señor para
gozar de su Vida y de su Espíritu. No podremos, tampoco, alejarnos de Él
como si hubiésemos venido sólo a participar en un rito sagrado. El Señor irá
con nosotros y hará que nuestra Eucaristía se prolongue en la vida diaria,
pues Él, por medio nuestro, se hará encontradizo a todo hombre de buena
voluntad que le busque, y se hará cercano a todos aquellos que necesitan
de quien vele por ellos en medio de sus pobrezas, sufrimientos y dolores.
La vida que hemos recibido del Señor, así como los bienes, incluso
materiales, de los que nos permite disfrutar, los pone en nuestras manos
para que los distribuyamos entre los que nada tienen. Dios no nos quiere
egoístas; Él no quiere que lo busquemos sólo para que nos llene las manos
y para que acumulemos bienes que, al final de nuestra vida, no podremos
llevar con nosotros. No nos quire esclavos de los ídolos que nosotros
mismos nos hemos creado. Quienes somos hijos de Dios tenemos como
única esperanza final la posesión del Señor, donde viviremos eternamente
unidos a Él, como el único y perfecto don que Dios hará a quienes le
amaron y sirvieron en los demás. Vivamos comprometidos en una auténtica
caridad fraterna para que, viviendo todos con dignidad ya desde esta vida,
podamos, fraternalmente unidos por el amor, disfrutar eternamente del
Banquete Eterno en la Casa de nuestro Padre Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María,
nuestra Madre, la gracia de vivir como verdaderos hijos de Dios amándonos
como hermanos, de tal forma que seamos capaces de velar por el bien de
todos, especialmente de los más desprotegidos. Amén
( www.homiliacatolica.com ) . Llucià Pou Sabaté