5ª semana, viernes: “El hombre y la mujer se escondieron de la
vista del Señor Dios”, después del primer pecado. En cambio,
cuando proclamamos con humildad: «Confesaré al Señor mi culpa, y
tú perdonaste mi culpa y mi pecado» nos abrimos al perdón a este
Jesús que «todo lo ha hecho bien, hace oir a los sordos y hablar a
los mudos», que nos cura cuando se lo pedimos en la oración
Génesis 3,1–8: 1 La serpiente era el más astuto de todos los animales del
campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que Dios
os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?» 2 Respondió
la mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín.
3 Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No
comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.» 4 Replicó la serpiente a la
mujer: «De ninguna manera moriréis. 5 Es que Dios sabe muy bien que el
día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal.» 6 Y como viese la mujer que el árbol era
bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría,
tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente
comió. 7 Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta
de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos
ceñidores. 8 Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se
paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se
ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín.
Salmo 32,1-2,5–7: 1 De David. Poema. ¡Dichoso el que es perdonado de
su culpa, y le queda cubierto su pecado! 2 Dichoso el hombre a quien
Yahveh no le cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude. 5 Mi pecado
te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: «Me confesaré a Yahveh de mis
rebeldías.» Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado. 6 Por eso te
suplica todo el que te ama en la hora de la angustia. Y aunque las muchas
aguas se desborden, no le alcanzarán. 7 Tú eres un cobijo para mí, de la
angustia me guardas, estás en torno a mí para salvarme.
Marcos 7,31-37 31 Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo,
por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32 Le presentan un
sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano
sobre él. 33 El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los
oídos y con su saliva le tocó la lengua. 34 Y, levantando los ojos al cielo, dio
un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Abrete!» 35 Se abrieron
sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba
correctamente. 36 Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto
más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. 37 Y se maravillaban
sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y
hablar a los mudos.»
Comentario: 1. Gén 3,1-8. Al principio todo fue bueno, y la situación de
Adán y Eva en el paraíso de Edén, idílica. Pero luego llegó el pecado y todo
cambió. En un relato también lleno de imaginación popular, pero con un
contenido teológico innegable, se nos cuenta la tentación de la serpiente, la
caída primero de Eva y luego de Adán, y el cambio inmediato: se sintieron
desnudos, empezaron a tener miedo de Dios y se escondieron en su
presencia. No sabemos por qué se ha personificado en la serpiente la
tentación: ¿por la antipatía hacia este astuto animal y su peligroso veneno?,
¿porque en las religiones vecinas era objeto de culto, sobre todo porque se
la consideraba relacionada con la fecundidad? Tampoco sabemos qué puede
expresar la prohibición de comer del fruto de aquel árbol. Lo que sí es claro
que nuestros primeros padres faltaron a una voluntad expresa de Dios,
seducidos por la idea de «ser como Dios en el conocimiento del bien y del
mal». La serpiente había sembrado en ellos el veneno de la desconfianza.
Es la primera pagina negra de la historia de la humanidad, que ha
tenido consecuencias universales. La primera página, pero no la última. Ahí
está representado y condensado todo el mal que ha habido y sigue
habiendo en nuestra existencia, la tendencia al orgullo y a la
autosuficiencia. El pecado original lo tenemos todos dentro. Es bueno que
saquemos la lección de los efectos que produce el pecado en nuestra vida y
hasta en el cosmos. El pecado, el de Adán y Eva y el nuestro a lo largo de la
historia, es el que trastorna la armonía que Dios había previsto en todas
direcciones. Se ha perdido el equilibrio entre los hombres y Dios, y entre
ellos mismos -lo que tendrá consecuencias trágicas en la muerte de Abel-,
se ha trastornado el equilibrio sexual, la relación pacifica con la naturaleza y
sus habitantes. Del Edén quedará el recuerdo y la añoranza. Cuando en
siglos posteriores los profetas anuncien el final del destierro de Babilonia, lo
harán con frecuencia sirviéndose de las imágenes de una vuelta a la paz y
la felicidad del paraíso perdido. Para nosotros los cristianos esta vuelta a la
nueva creación ya ha sucedido. Baste recordar la teología de Pablo, en la
carta a los Romanos, sobre el pecado del primer Adán, comparado con la
gracia que nos consigue el nuevo Adán, Cristo Jesús: «Donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia». En el Apocalipsis, el último libro de la
Biblia, se completa gozosamente el ciclo que empezara en el primero, el
Génesis, con la victoria de Cristo sobre el maligno: «Y fue arrojado el gran
dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás. el seductor del
mundo entero: fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con
él» (Ap 12,9). Siguiendo el paso de la tentación y la caída, vemos la
psicología humana resumida. La mujer, siempre insatisfecha y curiosa
cuando no se acoge a su realización en su plan vocacional; el hombre, que
sigue los impulsos del corazón que le marca la mujer; y luego pagan las
consecuencias, etc. Y Dios, que siempre está ahí para perdonar.
2. Haremos bien en reconocer con humildad que, como hijos del
primer Adán, también nosotros estamos inscritos como protagonistas en
esta historia de desobediencia y rebelión. Pero tengamos confianza, porque,
como seguidores del nuevo Adán, Cristo Jesús. Estamos inscritos también
en el número de los perdonados: «había pecado, lo reconocí, no te encubrí
mi delito; propuse: confesaré al Señor mi culpa, y tú perdonaste mi culpa y
mi pecado» (Salmo 31).
3. Mc 7,31-37. La curación del sordomudo provocó reacciones muy
buenas hacia Jesús por parte de los habitantes de Sidón: «Todo lo ha hecho
bien, hace oir a los sordos y hablar a los mudos». Jesús curó al enfermo con
unos gestos característicos, imponiéndole las manos, tocándole con sus
dedos y poniéndole un poco de saliva. Y con una palabra que pronunció
mirando al cielo: «effetá», «ábrete». El profeta Isaías había anunciado -lo
leemos en el Adviento cada año- que el Mesías iba a hacer oír a los sordos y
hablar a los mudos. Una vez más, ahora en territorio pagano, Jesús está
mostrando que ha llegado el tiempo mesiánico de la salvación y de la
victoria contra todo mal. Además, Jesús trata al sordomudo como una
persona: cada encuentro de los enfermos con él es un encuentro distinto,
personal. Esos enfermos nunca se olvidarán en su vida de que Jesús les
curó. El Resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de su
Iglesia. Los gestos sacramentales -imposición de manos, contacto con la
mano, unción con óleo y crisma- son el signo eficaz de cómo sigue actuando
Jesús. «Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos».
Son gestos que están tomados de la cultura humana y de ellos se sirve Dios
para transmitir su salvación: son «signos de la alianza, símbolos de las
grandes acciones de Dios en favor de su pueblo», sobre todo desde que
«han sido asumidos por Cristo, que realizaba sus curaciones y subrayaba su
predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos» (Catecismo
1145-1152).
El episodio de hoy nos recuerda de modo especial el Bautismo,
porque uno de los signos complementarios con que se expresa el efecto
espiritual de este sacramento es precisamente el rito del «effetá», en el que
el ministro toca con el dedo los oídos y la boca del bautizado y dice: «El
Señor Jesús, que hizo oir a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a
su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de
Dios Padre».
Un cristiano ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios
para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el
sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para
hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el
diálogo con los hermanos ni en el testimonio de nuestra fe.
Pensemos un momento si también nosotros somos sordos cuando
deberíamos oir. Y mudos cuando tendríamos que dirigir nuestra palabra, a
Dios o al prójimo. Pidamos a Cristo Jesús que una vez más haga con
nosotros el milagro del sordomudo (J. Aldazábal).
Es casi seguro que Marcos ha incorporado este milagro dentro de un
ritual de iniciación al bautismo ya existente. La actitud de Cristo levantando
la vista al cielo antes de curar al mudo (v 34) no aparece más que en el
relato de la multiplicación de los panes (Mc 6, 41). ¿No es esto un indicio
del carácter litúrgico de este episodio? Este pasaje parece ser,
efectivamente, un eco del primer ritual de iniciación cristiana. Los más
antiguos rituales bautismales preveían ya un rito para los sentidos (ojos, en
Act 9, 18; nariz y oídos, en la Tradición de Hipólito, núm 20, 35c). Si se
tiene en cuenta que, para la mentalidad judía, la saliva es una especie de
soplo solidificado, podría significar el don del Espíritu característico de una
nueva creación (Gen 2,7; 7,22; Sab 15,15-16). Marcos conserva, sin duda,
la palabra aramea pronunciada por Cristo, Ephphata (v. 34), porque así la
había conservado la tradición.
Los elementos de este ritual de iniciación podrían ser, pues, un
exorcismo (Mc 7, 29, inmediatamente antes de este Evangelio), un
padrinazgo de "quienes les llevan", un rito de imposición de las manos (v.
32), un "apartamiento" (v. 33, sin ser el arcano, más tardío, refleja ya la
toma de conciencia de la originalidad de la fe), un rito sobre los sentidos (v.
34), tres días de ayuno preparatorio (Mc 8, 3; Act 9,9), y después la
participación en la Eucaristía.
El tema de la fe es el punto principal. La mayoría de los relatos que
tratan de la vocación de profetas, es decir, de personajes que han de ser
portadores de la Palabra de Dios, refieren al mismo tiempo curaciones de
mudos o tartamudos (Ex 4, 10-17; Is 6; Jer 1). Se trata de un
procedimiento literario cuya finalidad es dar a entender que el profeta es
incapaz, apoyado tan solo en sus facultades naturales, de comenzar
siquiera a hablar, sino que recibe de Otro una palabra que hay que
transmitir. Por eso, la curación de un mudo, que proclama la Palabra, es
considerada como un signo evidente de lo que es la fe: una virtud infusa
que no depende de las cualidades humanas. Hay otro elemento que
interviene con frecuencia en las curaciones de mudos. En períodos de
castigo divino, los profetas permanecían mudos: no se proclamaba la
Palabra de Dios porque el pueblo se tapaba los oídos para no oírla (1 Sam
3, 1; Is 28, 7-13; Lam 2, 9-10; Ez 3, 22-27; Am 8, 11-12; Gén 11, 1-9). El
mutismo está, pues, ligado a la falta de fe: el mudo es muchas veces sordo
con anterioridad. Pero si los profetas hablan, y hablan abundantemente, es
señal de que han llegado los tiempos mesiánicos y de que Dios está
presente y la fe ampliamente extendida (cf. Lc 1, 65; 2, 27-29). Hay un
texto profético muy significativo a este respecto: Jl 3, 1-2, que se verá
precisamente cumplido con el milagro de Pentecostés (Act 2, 1-3). El
crecido número de curaciones de sordos y mudos operadas por Cristo es
signo de la inauguración de la era mesiánica (Lc 1, 64-67; 11, 14-28; Mt 9,
32-34; 12, 22-24; Mc 7, 31-37; 9, 14-18), como si también ellos tuvieran
que salir del mutismo.
La curación del mudo quiere darnos, pues, a entender que debemos
tomar conciencia de que la fe es un bien mesiánico. Mas, al relatar esta
curación, Marcos quiere hacer suyo el tema del Antiguo Testamento que
relaciona mutismo y falta de fe. El evangelista subraya repetidas veces que
la multitud tiene oídos y no oye, y tiene ojos y no ve (Mc 4, 10-12, repetido
en 8, 18). Por otra parte, toda la "sección de los panes" (Mc 6, 30-8, 26) es
la sección de la no inteligencia (Mc 6, 52; 7, 7, 18; 8, 17, 21). Ahora bien:
para curar al sordomudo, Cristo le lleva fuera de la multitud (Mc 7, 33),
como para subrayar que el mutismo es característica de la multitud y que
es necesario apartarse de su manera de juzgar las cosas para abrirse a la
fe.
La característica de los últimos tiempos es la de situarnos en un clima
de relaciones filiales con Dios, capacitarnos para oír su palabra,
corresponderle y hablar de El a los demás. El cristiano que vive estos
últimos tiempos se convierte así, en cierto modo, en profeta, especialista de
la Palabra, familiar de Dios. Para ello debe poder escuchar esa Palabra y
proclamarla: para hacerlo necesita los oídos y los labios de la fe (Maertens-
Frisque).
- Dejando de nuevo los confines de Tiro, se fue por Sidón hacia el lago
de Galilea, atravesando los términos de la Decápolis . Todos estos
desplazamientos son significativos. Jesús se encuentra en territorio
extranjero. Este milagro, una vez más será hecho a favor de un pagano, en
pleno país de misión, en pleno territorio de la Decápolis .
- Le presentan a un sordomudo . De hecho el texto griego pone la
palabra "tartamudo", "le presentaron pues un sordo que hablaba con
dificultad". En toda la Biblia esta palabra se encuentra sólo dos veces: en Is
35, 6 y en Mc 7, 32. Y es precisamente este pasaje de Isaías el que citan las
gentes: Es admirable todo lo que hace, los sordos oyen y hablan bien los
tartamudos. Marcos subraya pues que Jesús cumple la gran esperanza
prometida por Isaías. Es como una nueva creación, un hombre nuevo, ¡con
oídos bien abiertos para oír y con la lengua bien suelta para hablar! La
salvación que Dios había prometido por los profetas es como un
perfeccionamiento del hombre, una mejora de sus facultades: por la fe la
humanidad adquiere como unos "sentidos" nuevos, más afinados.
- Y tomándole aparte de la muchedumbre... y después del milagro les
recomendó que no lo dijesen a nadie . Consigna del silencio. Hay que evitar
que la muchedumbre saque enseguida la conclusión: es el Mesías. Pues este
título es demasiado ambiguo. Debe ser purificado, desmitologizado por la
muerte en la cruz. Cuando Cristo habrá sido crucificado, solamente
entonces podrá decirse que es el Mesías. Esto vale siempre. No nos
equivoquemos de Mesías, no carguemos a Cristo ni a la Iglesia de nuestros
mitos ni de nuestras esperanzas demasiado humanas: Jesús no acepta
nuestros sueños de grandeza, ni nuestro esperar éxitos fáciles. Contemplo a
Jesús cuidando de hacer sus milagros "aparte, lejos de la gente"... y
"recomendando silencio". Rezo a partir de esto.
- Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua .
Gestos humanos, corporales, sensibles. Se tiende hoy a borrar esta imagen
de Jesús, para presentarnos a un Jesús más moderno, más racional.
¡Ciertamente quedaríamos desconcertados si una filmación grabada en vivo
nos presentara a Jesús tal como fue, al hacer estos gestos! Todos los
sacramentos, son también gestos sensibles, humanos, corporales. Inmensa
dignidad del cuerpo, instrumento de comunicación, de expresión. La gracia
más divina, más espiritual, pasa por esos humildes y modestos "signos": al
sordo-tartamudo no le estorbaron nuestras teorías desencarnadas... y pudo
experimentar, como extremadamente reveladores de la ternura de Jesús,
estos gestos de contacto tan sencillos y naturales.
- Y mirando al cielo, suspiró y dijo: "¡Efeta!"... "Abrete ". "Mirando al
cielo": este gesto indica que la omnipotencia divina es la que hará el
milagro. Gesto familiar en Jesús, observado ya en la multiplicación de los
panes (Mc 6, 41). Luego Jesús "¡suspira!" ¡Un gemido de Jesús!
¿Participación en el sufrimiento del enfermo? quizá... Pero sobre todo ¡una
profunda llamada a Dios! Jesús reza y en su oración participa su cuerpo, su
respiración.
- Y se abrieron sus oídos. Se le soltó la lengua. Y hablaba
correctamente. Los primeros lectores de Marcos han asistido a "bautizos",
en los que el rito del "Efeta" se practicaba concretamente. Yo, por mi
bautismo, ¿tengo los oídos abiertos o tapados?... la lengua ¿muda o suelta?
¿Me "comunico" correctamente con Dios y con mis hermanos? (Noel
Quesson).
«Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37), decían de él. Ésta es la biografía
de Jesús hecha por sus contemporáneos. Una biografía corta y completa.
¿Quién es Jesús? Es aquel que todo lo ha hecho bien. En el doble sentido de
la palabra: en el qué y en el cómo, en la sustancia y en la manera. Es aquel
que sólo ha hecho obras buenas, y el que ha realizado bien las obras
buenas, de una manera perfecta, acabada. Jesús es una persona que todo
lo hace bien, porque sólo hace acciones buenas, y aquello que hace, lo deja
acabado. No entrega nada a medias; y no espera a acabarlo después.
Procura también tú dejar las cosas totalmente listas ahora: la oración; el
trato con los familiares y las otras personas; el trabajo; el apostolado; la
diligencia para formarte espiritual y profesionalmente; etc. Sé exigente
contigo mismo, y sé también exigente, suavemente, con quienes dependen
de ti. No toleres chapuzas. No gustan a Dios y molestan al prójimo. No
tomes esta actitud simplemente para quedar bien, ni porque este
procedimiento es el que más rinde, incluso humanamente; sino porque a
Dios no le agradan las obras malas ni las obras “buenas” mal hechas. La
Sagrada Escritura afirma: «Las obras de Dios son perfectas» (Dt 32,4). Y el
Señor, a través de Moisés, manifiesta al Pueblo de Israel: «No ofrezcáis
nada defectuoso, pues no os sería aceptado» (Lev 22,20). Pide la ayuda
maternal de la Virgen María. Ella, como Jesús, también lo hizo todo bien.
San Josemaría nos ofrece el secreto para conseguirlo: «Haz lo que debas y
está en lo que haces». ¿Es ésta tu manera de actuar? (Joan Marqués
Suriñach). Llucià Pou Sabaté