“Siento lástima de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen nada
para comer”
Mc. 8, 1-10
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
DARSE CUENTA DE QUÉ VIVEN: DE LA MISERICORDIA
En el relato genesíaco del pecado de Adán y Eva el asunto que está en juego, sobre todo,
es el hecho de comer. «¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?», es la
pregunta que dirige Dios al primer hombre. El árbol, en efecto, había parecido a la mujer
«bueno para comer» (3,6). Comer, como alguien ha dicho, es un sinónimo de vivir. ¿Qué
comemos? ¿De qué vivimos? ¿De nuestro conocimiento o de la misericordia de Dios? ¿De
lo que nosotros mismos nos procuramos con nuestro esfuerzo, con el robo, o de lo que el
Señor nos da gratuitamente?
El hombre y la mujer pueden comer de todos los árboles en el huerto del Edén: todo les ha
sido dado. Sólo un árbol les está prohibido (lo que no representa nada con respecto al
todo), pero la dinámica del pecado hace aparecer la única cosa secundaria y des deñable
como si fuera la principal, como si, a falta de ella, lo demás no fuera nada. Se olvida la
misericordia de Dios en nombre de algo que queremos conquistar nosotros, que queremos
procurarnos sólo nosotros, poco importa de qué se trate (el árbol prohibido tiene un nombre
distinto para cada uno).
El problema que aparece en la sección evangélica de los panes es también el de comer,
pero la perspectiva está invertida. No se trata de procurarse el pan, no se puede saciar el
hambre en un desierto. Sólo es posible acoger un don, producto de la misericordia y la
compasión, que se multiplica en partes iguales para todos. La situación del desierto, el estar
desprovistos de todo, se convierte en la ocasión para volver a lo esencial, para comprender
de qué vivimos verdaderamente. Tampoco Adán y Eva, expulsados del huerto, padecen una
medida punitiva; simplemente, vuelven a darse cuenta de qué viven: de la misericordia.
A fin de cuentas, es Dios, y sólo él, quien «sacia el hambre de todo ser vivo» (cf. Sal
145,16). Es maravilloso experimentar que es sólo Dios quien calma nuestra hambre, de una
manera sorprendente. También lo es experimentar que ni siquiera teníamos el coraje de
admitirlo y que eso lancinaba nuestro corazón. Por otra parte, el alimento que él nos da es
sobreabundante; es puro don, es fruto de un gesto gratuito que expresa la gratuidad de su
amor por nosotros. Nosotros sólo tenemos que aceptar y comer su alimento.
ORACION
Que tu misericordia, Padre, nos acompañe
siempre y en todas partes, en el huerto y en el desierto,
porque sólo de ella tenemos necesidad.
Haz que nunca sintamos la tentación de pensar
que algo es más importante que tu misericordia:
ni nuestra necesidad de conocer,
ni nuestro deseo de triunfar,
ni nuestras ganas de sobresalir.
En el huerto, cuando es posible todo sueño,
nos resulta fácil dejarnos seducir.
Llévanos al desierto, tierra sin refugio,
para comprender de qué vive el hombre.
Padre nuestro, precisamente en el pecado
aprendemos tu compasión.