6º domingo, A. Ante nosotros tenemos seguir la ley o no, y Jesús
nos enseña que no es por cumplir, sino por amor que hemos de
hacer los mandamientos: “quien los cumpla y enseñe, será grande
en el Reino de los Cielos”.
Eclesiástico 15,16-21. Si quieres, guardarás sus mandatos, / porque es
prudencia cumplir su voluntad; / ante ti están puestos fuego y agua, / echa
mano a lo que quieras; / delante del hombre están muerte y vida: / le
darán lo que él escoja.
Es inmensa la sabiduría del Señor, / es grande su poder y lo ve todo;
/ los ojos de Dios ven las acciones, / él conoce todas las obras del hombre;
/ no mandó pecar al hombre, / ni deja impunes a los mentirosos.
Salmo 118,1-2. 4-5. 17-18. 33-34. R/. Dichosos los que caminan en la
voluntad del Señor.
Dichoso el que con vida intachable / camina en la voluntad del Señor;
/ dichoso el que guardando sus preceptos / lo busca de todo corazón.
Tú promulgas tus decretos / para que se observen exactamente; /
¡ojalá esté firme mi camino / para cumplir tus consignas!
Haz bien a tu siervo: viviré / y cumpliré tus palabras; / ábreme los
ojos y contemplaré / las maravillas de tu voluntad.
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes / y lo seguiré
puntualmente; / enséñame a cumplir tu voluntad / y a guardarla de' todo
corazón.
Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 2,6-10.
Hermanos: Hablamos, entre los perfectos una sabiduría que no es de este
mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino
que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada
por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de
este mundo la ha conocido, pues si la hubiesen conocido, nunca hubieran
crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que
lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; y el Espíritu todo lo
penetra, hasta la profundidad de Dios.
Evangelio según San Mateo 5,17-37. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: [No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he
venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y
la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que
se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a
los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos.] Pero
quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. Os lo
aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el
Reino de los Cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate
será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano
será procesado. [Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que
comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena
del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y
entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura
arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te
entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro
que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.]
Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os
digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con
ella en su interior.
[Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder
un miembro que ser echado entero en el Abismo. Si tu mano derecha te
hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a
parar entero al Abismo.
Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de
repudio.» Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -excepto en caso
de prostitución- la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada
comete adulterio.]
Sabéis que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso» y
«Cumplirás tus votos al Señor». Pues yo os digo que no juréis en absoluto:
[ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de
sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu
cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo]. A vosotros os
basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.
Comentario: Jesús lleva al cumplimiento la Ley, que vemos en la Antigua
Alianza. No mira sólo lo que se ve, sino las intenciones del corazón. Las
angustias y el miedo pueden venir de no saber superar el legalismo y en
cambio la paz viene de ser radicalmente cristianos, y vivir lo que
rezamos: “Tú, en la etapa final de la historia, / has enviado a tu Hijo, /
como huésped y peregrino en medio de nosotros, / para redimirnos del
pecado y de la muerte, / y has derramado el Espíritu, / para hacer de todas
las naciones un solo pueblo nuevo, / que tiene como meta, tu reino, / como
estado, la libertad de tus hijos, / como ley, el precepto del amor” (Prefacio
común VII).
1. Si 15,16-21. A modo de prólogo. El origen del mal y del pecado,
tanto a nivel individual como colectivo, es un problema agudo que ha roído
la mente humana en todas las etapas de su historia. De él se hacen eco
tanto los relatos mitológicos más antiguos, vg. los babilónicos, como la
literatura más actual. La gran tentación humana ha consistido siempre en
no querer cargar con la maldad que cometemos y echar las culpas a los
demás, como vimos con el pecado de Adán que se las carga a "esa mujer
que tú me diste", y Eva, a la serpiente. El discípulo de Ben Sirah objeta:
"...Mi pecado viene de Dios...", "...El me ha extraviado..." (vs. 11-12); pero
el maestro responde tajante: no digas eso (vs.11-12), Dios "no mandó
pecar al hombre" (v.20). El pecado humano es siempre fruto del libre
albedrío, de su propia elección (v.14). El Señor es inocente, no saca
ninguna utilidad engañando; más aún, odia toda maldad tanto de palabra
como de obra. Y como música de fondo de este film suenan las palabras
que pronunció el Creador al contemplar sus obras en Gn.1: "y vio Dios que
era muy bueno". Sólo el hombre, haciendo mal uso de su libertad, es
responsable del mal de esta película (v.14). E. Fromm nos recuerda que el
hombre es el único ser de la creación que puede decir "si" al bien, a la vida
y, en consecuencia, llevar una auténtica existencia humana: pero es
también el único ser que puede decir "no" al bien (cfr. v.17) y degradarse
como los animales salvajes. A través de su libertad el hombre puede
realizarse o degradarse. A veces podrá escoger entre dos bienes, pero otras
veces deberá elegir entre el bien, que es vida, y el mal que es muerte. Y
esta libertad no está exenta de responsabilidad: Dios está siempre atento a
la elección humana (vs. 18 ss). Toda la vida humana es un dilema:
debemos escoger entre el bien-vida o el mal-muerte (cf Dt 30,15ss.).
Elegimos la muerte si nos comportamos "como seres humanos separados,
aislados, egoístas, incapaces de superar la separación con la unión
amorosa". En la libertad el hombre se realiza, pero debe "gozar de una
libertad no arbitraria sino que ofrezca la posibilidad de ser uno mismo, y no
un atado de ambiciones, sino una estructura delicadamente equilibrada que
en todo momento se enfrente a la alternativa de desarrollarse o caer, vivir o
morir" (E.Fromm: A. Gil Modrego).
Dios no quiere jamás el mal. Si éste se da, lo castiga. Ante el hombre
siempre está la posibilidad de la vida o la muerte (pecado). El hombre, si
quiere, puede optar por la primera, pero, si elige el pecado, la
responsabilidad es sólo suya. Libertad y responsabilidad del hombre.
Santiago en su carta (St 1,13) recordará la primera fase del presente
discurso. Ya en Dt 30,15-20, Moisés decía a su pueblo: "Ante ti están la
muerte y la vida; tú escogerás". A veces, la Biblia parece decir que Dios
impulsa al hombre a pecar para después castigarlo (cf Ex 10,27; 2S 24,1);
sin embargo, no hay duda de que el hombre es libre. Los israelitas estaban
tan convencidos de que nada se hace sin Dios, que les costaba explicarse
cómo un hombre puede pecar sin que ésa sea la voluntad de Dios. Pero,
aunque les falten las palabras para explicarlo, consideraban siempre al
hombre responsable de sus actos (“Eucaristía 1990”).
Mandato, mandamiento, precepto, obligación son palabras que
nuestra sensibilidad, consciente o inconsciente, acusa como motivo de un
cierto malestar. Nos molesta lo impuesto, aunque sea de Dios. Nos hemos
educado en una "falsa conciencia" que dio por resultado el "aceptar" que lo
molesto, lo duro y hasta lo imposible era signo de una "perfección, por otro
lado también, casi imposible o reservada para los "santos". Este hecho tiene
su explicación y hemos de ser sinceros y escudriñar nuestro interior. La
queja, tantas veces oída, de que los mandamientos de Dios eran negativos
más que positivos es consecuencia de una visión incompleta y muy tosca
del pensamiento bíblico. Escritor famoso hubo entre nosotros que dijo: "El
Padrenuestro está muy bien escrito... los mandamientos no tanto". ¿Qué es
el mandamiento, los mandamientos, en el pensamiento bíblico? ¿Cómo
puede haber el gran "mandamiento" del amor? En esta lectura podemos
encontrar el sentido del mandato y la superación de perspectivas cortas y
hasta inexactas. Para el pueblo de Israel, como más tarde para el pueblo
cristiano, el mandamiento no tiene el sentido de "ley" de la mentalidad
moderna. El mandamiento es una propuesta de libertad, aunque nos
parezca paradójico. El Dios de la Alianza establece unos mandamientos que
son cuestión de vida o muerte. El cumplirlos es vivir, el olvidarlos es morir.
Y el hombre tiene libertad para elegir entre la vida o la muerte. El
mandamiento es el camino de la salvación. Y la salvación no se impone. Es
convocatoria positiva. Solamente una seria reflexión sobre el pensamiento
bíblico nos revela el profundo amor del mandamiento como liberación de los
peligros, de la muerte. Los mandamientos son el sendero para la realización
de nuestro "mejor yo", de nuestro mejor "nosotros". Descubrir en el
mandamiento la vida, la auténtica vida, nuestra mejor vida, es entrar en el
ámbito de la fe que es situar nuestra vida donde realmente está: ante Dios.
Y ante Dios sólo hay una salida: la salvación. Pero todo esto "si quieres"
(Carlos Castro).
2. Sal 118,145-152: Jesús se goza en la obediencia amorosa a su
Padre. El amor a la Ley de Dios, es decir a su Palabra, a su designio, a su
voluntad soberana, es tan acendrado, que el texto abraza en sí casi todos
los géneros literarios. El acróstico agrupa, bajo cada una de las letras del
alefato hebreo, ocho versículos (7+1, como expresión de una perfección
consumada) y en cada estrofa suele mencionar ocho sinónimos de la Ley:
leyes, decretos, palabras, promesa, mandamientos, preceptos... El texto
representa, pues, el deseo -que en el salmista es vehemente- de que la Ley
sea el principio conductor de la propia vida. Nosotros, además, podemos
arrojar aún sobre el texto la luz de la doctrina de Pablo cuando -dirigiéndose
a los cristianos de Roma- escribe: 'Mi ley es Cristo.' He aquí la clave para la
oración cristológica de quienes nos adelantamos a la aurora, en esta
mañana de sábado, para esperar en las palabras inspiradas. Que este
anhelo enamorado del salmista por la Ley se traduzca, en nuestro caso, en
un poner a Cristo -nuestra Ley- como principio conductor de la entera
jornada de hoy, en espera de mañana, el Domingo en el que celebraremos
su gloriosa Resurrección.
Al percibir la correspondencia que existe entre Cristo y el salmista, es
fácil precisar el sentido que contiene cada versículo en labios de Jesús. Más
aún, las estrofas de este salmo traducen sencilla y vigorosamente los más
bellos sentimientos del Señor para orar a su Padre, para hacer su voluntad,
"con una discreción que podríamos denominar 'pudor viril'. En esos
apartamientos hay algo más que el recogimiento ordinario del alma
piadosa; se trata de la misteriosa soledad del Hijo. Había en Cristo algo
íntimo, un 'sancta sanctorum' al que no tenía acceso ni su misma Madre,
sino únicamente su Padre. Cuando Jesús ora, se sale completamente del
círculo de la humanidad para colocarse exclusivamente en el de su Padre
celestial. Sólo al Padre necesita'' (K. Adam). "Así como Jesús, que, mientras
estaba a solas, estaba continuamente con el Padre (Lc 3,21; Mc 1,35),
también el presbítero debe ser el hombre, que, en la soledad, encuentra la
comunión con Dios, por lo que podrá decir con San Ambrosio: «Nunca estoy
tan acompañado como cuando estoy solo»" (Directorio vida sacerdotes).
Una colecta sálmica, proveniente del antiguo rito visigótico, nos orienta al
Padre para rogar con una plegaria que se forja con las palabras del salmo:
"Responde, Señor, a nuestra voz por tu inmensa misericordia; y, ya que Tú
mismo inspiras los bienes que te pedimos, concédenos también, propicio, la
misericordia que imploramos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén" (cf F.
Aroncena).
Juan Pablo II decía: “El Salmo 18 también compara la Ley de Dios
con el sol, cuando afirma que «los preceptos del Señor son rectos, gozo del
corazón; luz de los ojos» (18, 9). En el libro de los Proverbios se confirma
después que «el mando es una lámpara y la enseñanza una luz» (6, 23).
Cristo mismo se presentará como revelación definitiva precisamente con esa
misma imagen: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la
oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8, 12)… el justo conserva
intacta su fidelidad: «Acepta, Señor, los votos que pronuncio, enséñame tus
mandatos... no olvido tu voluntad... no me desvié de tus decretos» (Salmo
118, 106.109.110). La paz de la conciencia es la fuerza del creyente, su
constancia en la obediencia a los mandamientos divinos es el manantial de
la serenidad.
Por eso es coherente la declaración final: «Tus preceptos son mi
herencia perpetua, la alegría de mi corazón» (versículo 111). Esta es la
realidad más preciosa, la «herencia», la «alegría» (v. 112), que el salmista
custodia con vigilante atención y amor ardiente: las enseñanzas y los
mandamientos del Señor. Quiere ser totalmente fiel a la voluntad de su
Dios. Por este camino encontrará la paz del alma y logrará atravesar el
nudo oscuro de las pruebas, alcanzando la verdadera alegría.
En este sentido, son iluminantes las palabras de san Agustín, quien al
comenzar el comentario del Salmo 118 desarrolla el tema de la alegría que
surge de la observancia de la Ley del Señor. «Este salmo amplísimo desde
el inicio nos invita a la bienaventuranza, que, como es sabido, constituye la
esperanza de todo hombre. ¿Puede haber alguien que no desee ser feliz?
Pero si es así, ¿qué necesidad hay de invitaciones a alcanzar una meta a la
que tiende espontáneamente el espíritu humano?... ¿No será porque, si bien
todos aspiran a la bienaventuranza, sin embargo la mayoría no sabe cómo
alcanzarla? Sí, esta es la enseñanza de quien comienza diciendo: Dichoso el
que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor. Parece querer
decir: Sé lo que quieres; sé que estás en busca de la bienaventuranza: pues
bien, si quieres ser bienaventurado, debes ser intachable. Lo primero lo
buscan todos; pocos se preocupan sin embargo de lo segundo. Pero sin esto
no se puede alcanzar la aspiración común. ¿Dónde tendremos que ser
intachables si no es en el camino? Éste, de hecho, no es otro que la ley del
Señor. ¡Bienaventurados, por tanto, quienes son intachables en el camino,
los que caminan en la ley del Señor! No es una exhortación superflua, sino
algo necesario para nuestro espíritu». Acojamos la conclusión del gran
obispo de Hipona, quien confirma la permanente actualidad de la
bienaventuranza prometida a quienes se esfuerzan por cumplir fielmente la
voluntad de Dios.
El autor no se preocupa por las apariencias. Es más bien un
"enamorado" de Dios que no se cansa de repetir indefinidamente: "yo te
amo"... "yo te amo"... "yo te amo"... Quien nunca se ha enamorado no
comprenderá esto y le parecerá monótona esta repetición. Vista ya la sutil
composición de este salmo, de inmediato hay que olvidarla y recitarlo, de
una sola vez, como una especie de murmullo, como una respiración, como
una pulsación. Hay aquí una especie de danza interior, un rito algo íntimo.
Observemos la abundancia de "posesivos" en segunda persona del singular.
Este tuteo amoroso es embrujador: "Tu" Ley... "Tus" voluntades... "Tu"
rostro... "Tus" órdenes... etc. Ante su Padre, Jesús siempre tuvo un
comportamiento de obediencia amorosa, tal como lo expresa este salmo.
"Obro según el mandamiento que me dio mi Padre"(Juan 14,31) "Hágase tu
voluntad" (Mateo 6, 10- 26, 42). "Mi alimento es hacer la voluntad de mi
Padre" (Juan 4, 32). Nadie como Jesús une la "obediencia" y el "amor": "Si
me amáis, seréis fieles a mis mandamientos" (Juan 14,15). El que recibe
mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama;... Yo también lo
amaré..." (Juan 14,21).
La Ley de Dios, es también la "Ley interna" del hombre. La Ley, para
un hebreo, no era este código jurídico, rígido, de "permitido y prohibido",
transmitido por la herencia romana. La Ley era el más bello regalo de Dios,
el don de Dios al pueblo que El amaba, con el que había hecho Alianza. El
hombre sin Ley, es un hombre abandonado a sí mismo, que no sabe cómo
comportarse, que no conoce las normas de su propio ser. La Biblia, a
menudo, establece una relación entre las leyes del universo y las leyes
morales, siendo las primeras garantía de las segundas. En efecto, el
desarrollo de las ciencias, en estos tiempos modernos, nos ha enseñado
hasta qué punto los seres están construidos según estructuras delicadas y
complejas que no se pueden violar impunemente. Quien no respeta las
leyes de la naturaleza, las leyes internas que rigen su vida... se destruye
inexorablemente. La Ley de Dios es "vital", es una regla de vida. "Mira: hoy
pongo ante ti la vida y la felicidad, o bien, la muerte y la desgracia" (Dt
30,15). Al revelarnos Dios la Ley de nuestro ser nos hace un gran servicio:
seguir esta ley es crecer, es vivir.
El amor, energia esencial, Ley esencial. El Padre Teilhard de Chardin,
hablando a la vez como paleontólogo, filósofo y teólogo, afirma: "El Amor es
la más universal, la más formidable y la más misteriosa de todas las
energías cósmicas... Cuanto más escudriño la pregunta fundamental sobre
el porvenir de la tierra, más me doy cuenta que el principio generador de su
unificación no hay que buscarlo solamente en la contemplación de una sola
verdad, ni en el solo deseo provocado por una cosa, sino en la atracción
común ejercida por un Alguien... ¡Amaos los unos a los otros! Esta palabra,
pronunciada hace ya dos mil años, se descubre como la Ley estructural y
esencial de lo que llamamos "progreso" y "evolución". Esta Ley del Amor
entra en el dominio científico de las energías cósmicas y de las leyes
necesarias". La obediencia a Dios, una alegria, un logro. Escuchemos una
vez más las traducciones sui generis de Paul Claudel: "Estoy sobre la tierra
como un hombre extraviado: Dame una señal para encontrarme... La
ceguera no es la forma de ver claro, ni el andar tortuosamente, la de andar
derecho... Mis labios no hacen más que repetir Tu boca... Quita de mis pies
el tapiz del mal, fabricame una pendiente hacia el bien... Tus
mandamientos, un trampolín bajo mis pies... Corta todo aquello que en mí
va hacia algo distinto del fruto... Es una locura ver trabajar a todos estos
chapuceros que se oponen a tu Ley... Una linterna alumbra el camino ante
mí para conducirme... Tengo Tu mano sobre la mía...".
Ley juridica y relaciones personales... Con frecuencia, consideramos
la Ley como una "cosa", como un "código impersonal". En este sentido,
cometer una infracción contra la Ley, no tiene importancia, si uno no es
visto. En este salmo, la Ley tiene relación con "Alguien". Los sinónimos
utilizados son elocuentes: Tu Ley... Tus exigencias... Tus caminos... Tus
preceptos... Tus mandamientos... Tus voluntades... Tus decisiones... Tus
palabras... Cuando dos personas se aman, están ligadas la una a la otra por
una especie de Ley, pero una Ley que no tiene nada que ver con los
juridicismos, o los formalismos: "Puesto que te amo, me siento íntimamente
obligado a escucharte, a darte gusto, a cumplir tus deseos. Dime qué
deseas. Seré feliz haciéndolo". Esto debería ocurrir entre Dios y nosotros.
La "moral" antes que un problema de "permitido y prohibido" es cuestión de
relación entre dos voluntades, entre dos personas. Un código de leyes no
puede perdonarme: cuando he cometido la infracción, subsiste. Pero
"alguien" puede perdonarme, por el pesar que le he causado rehusándole
algo.
Padre, hágase Tu voluntad. Una forma de recitar este salmo, podría
ser la de repetir como una especie de estribillo la fórmula del "Padre
Nuestro", después de cada uno de los versículos. Sería dar contenido
concreto a esta petición de la oración de Jesús (Noel Quesson).
3. 1 Co 2, 6-10. El contexto de la exposición de la Sabiduría de Dios y
su contraste con la del mundo, tema de los primeros capítulos de esta
carta, Pablo comienza a desarrollar el punto de la revelación de Dios. La
sabiduría de Dios es Cristo (cf 1Co 1,30). Es importante esta identificación.
El plan de Dios, fruto de su sabiduría, es realizado y aún concebido por y en
Cristo. Ya se sabe que además las distinciones entre las personas divinas en
cuanto a su acción hacia afuera son siempre imperfectas y aproximadas. En
todo caso queda claro que esa acción de Dios está totalmente vinculada con
Cristo y con el Espíritu (2,10). Pablo contrapone este plan de Dios con la
actitud del hombre seguro de sí, cerrado sobre él mismo, confiado en su
estrecha visión de la realidad. Son los "príncipes de este mundo",
sometidos, a su pesar, a otros señores distintos de Dios. Este hombre se
priva, como mínimo, de participar en ese destino que Dios ha concebido
para él. Con lo cual fracasa radicalmente. El hombre, para ser él mismo, tal
como Dios lo ha pensado y realizado, tiene que ser centro descentrado de sí
hacia el Señor y hacia sus hermanos, con lo cual, al realizar su destino, es
más feliz y más hombre en último término. El cerrarse sobre uno mismo, en
contra o al margen de Cristo-Sabiduría y, por consiguiente, de los demás,
lejos de ser más hombre, pierde esa condición y se deshumaniza.
¡Paradojas del ser humano/divino! (Federico Pastor).
Los gnósticos se envanecían en una sabiduría que decían alcanzar los
"perfectos" después de ser iniciados gradualmente en los "misterios". Frente
a esta sabiduría (gnosis) de las religiones, San Pablo opone la verdadera
sabiduría que no es de este mundo y que Dios concede a todos los que
llegan, purificados en el bautismo e iluminados por el Espíritu Santo, a
participar de la misma vida divina. Esta sabiduría, como experiencia de la
salvación cristiana es la que se esconde en la voluntad divina de salvar a los
hombres y se manifiesta ya en los creyentes, aunque ha de llegar aún a
revelarse plenamente al fin de los tiempos.
Los que ahora son "iniciados" por el Espíritu Santo llegarán a ser
también, realmente, los "perfectos". A diferencia de la que practicaban los
gnósticos, la iniciación cristiana es una gracia de Dios que opera en sus
elegidos. Mientras las religiones son el intento humano de alcanzar a Dios
donde él está, la fe cristiana es la respuesta del hombre que Dios provoca
graciosamente viniendo él mismo donde nosotros estamos. Toda mística
que pretenda sacar al hombre del mundo donde el Hijo de Dios se ha hecho
carne, no es una mística cristiana.
Los "príncipes de este mundo" no conocieron la sabidurìa divina de la
que habla San Pablo. Pues si la hubieran conocido, no hubieran crucificado
al "Señor de la Gloria", es decir, a Jesús, en quien se manifiesta esa
sabiduría con toda su plenitud. Los "príncipes de este mundo", en este
contexto, no pueden ser otros que los caudillos y las autoridades que,
orientando su vida según criterios meramente mundanos no son capaces de
descubrir y aceptar la salvación que ofrece Dios en Cristo. Entre estos hay
que contar especialmente a los que condenaron a muerte a Jesús, a los
dirigentes de Israel que los rechazaron (cf Hch 3,17).
v.9: Esta cita no se encuentra expresamente en el A.T.; sin embargo,
puede tratarse muy bien de una composición de dos citas de Isaías (64, 3;
52, 15) en versión libre. San Pablo no refiere estas palabras a la felicidad
futura del cielo, sino a toda la experiencia de la salvación con la que es
agraciado el hombre por la fe en Cristo.
La fuente de esta sabiduría divina que penetra la profundidad de Dios
y que, por lo tanto, supera toda sabiduría meramente humana, es el
Espíritu Santo y el amor que Dios derrama en nuestros corazones (Rm 5,5;
Rm 8,5-27): “Eucaristía 1987”.
4. Mt 5,17-37 (vv 17-19: ver Miércoles de la 10ª Semana del Tiempo
Ordinario y Miércoles de la 3ª Semana de Cuaresma). Es continuación de
los dos domingos anteriores, los bienaventurados y los que han de ser sal
de la tierra y luz del mundo. Aquí en sus relaciones con la Ley y los
Profetas, es decir con el amor. Jesús no ha venido a abolir la Ley y los
Profetas, sino a darles plenitud. El pasado requiere profundización, hasta
dar a esas estructuras su sentido último y definitivo. La relación de Jesús
con las estructuras no fue de enfrentamiento o de negación, pero tampoco
fue de conformismo, de aceptación mecánica o de repetición literal. Los
ejemplos que pone Jesús son prácticos de su tiempo. En ellos se reproduce
un mismo esquema: Se ha dicho... yo os digo. Un esquema que avanza no
por abolición o supresión de lo dicho, sino por ahondamiento y
enriquecimiento de lo dicho. Es el esquema letra-espíritu de la letra.
Versos 21-26. No matarás (Ex.20,13; Deut.5,17). Por supuesto. Pero,
¿sólo se mata con las armas? ¿Y las peleas? ¿Y los insultos? ¿Y los pleitos?
Hay palabras y actuaciones que matan. La reconciliación debe ser algo
previo a todo tipo de cumplimiento religioso.
Versos 27-30. No cometerás adulterio (Ex.20, 14;Deut. 5,18). Por
supuesto. ¿Basta sin embargo, con no adulterar? Hay que tener también un
corazón limpio y desinteresado. Corazón, que mira bien, pero sin traumas
debido a miopes interpretaciones.
Versos 31-32. El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de
repudio (Dt 24,1). El objetivo de esta ley era garantizar a la mujer
repudiada un mínimo de dignidad y de aceptación social, que por ser mujer
y por haber sido repudiada fácilmente se le negaban. El acta de repudio era
un instrumento jurídico de defensa mínima de la mujer. ¿Basta esta defensa
mínima? ¿No sería mejor no perjudicar a la mujer hasta el punto de
obligarla a tener que buscar otro hombre? Este tercer ejemplo hay que
enmarcarlo en el contexto social, económico y cultural de la época. En él no
se trata de la indisolubilidad del matrimonio, a la que, por cierto, hay que
explicar lo que aquí parece que sea una cláusula exceptiva, sino de
profundizar en el respeto y en el reconocimiento de la mujer. Es en la
tradición de la Iglesia que el Espíritu Santo va madurando la Revelación,
explicitando su contenido, sus virtualidades.
Versos 33-37. No jurarás en falso, cumplirás tus votos al Señor (Lv
19, 12; Nm 30, 2; Dt 23, 21). Por supuesto que está mal jurar a sabiendas
de que lo que se jura es falso o que no se va a cumplir. Pero, ¿hay que
estar poniendo siempre a Dios por testigo o garante de que lo que se dice o
promete se va a hacer? ¿Somos por nosotros mismos incapaces de cumplir
lo que decimos y prometemos? ¿Somos tan inmaduros que necesitamos de
la ayuda de Dios para que se nos crea? Interesante ejemplo de
desacralización.
Nos hallamos ante un texto clave, propio y exclusivo de Mateo, una
vez más el judío de los evangelistas. Y paradójicamente el menos judío. El
eterno problema de lo antiguo y lo nuevo, la tradición y la innovación, las
estructuras y el individuo. Texto capital para la línea de actuación en él
señalada, en su doble vertiente teórica y práctica. Texto programático por
pertenecer al discurso de la montaña. Texto a seguir practicando en toda su
dinámica. Todo letrado que entiende del Reino de los cielos se parece a un
padre de familia que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas (Mt 13,52).
También estas palabras son exclusivas del Jesús de Mateo. La cuestión se
ve que le preocupó al evangelista eclesial (Alberto Benito). Aquí el infierno
está en el que no vive la caridad. Es lo más grave.
El v.17 de este capítulo (omitido en la lección breve) es una
declaración de la actitud fundamental de Jesús respecto a la "ley y los
profetas", es decir, al A.T. en su totalidad. Jesús reconoce el A.T. como
palabra de Dios, pero no como palabra definitiva, ya que para pronunciar
precisamente esta palabra definitiva vino él al mundo.
En consecuencia, Jesús no se presenta como un revolucionario
religioso que rompa drásticamente con la herencia de Israel: "No creáis que
he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolir, sino a dar
plenitud".
Jesús da cumplimiento en su vida a todas las profecías, cosa que San
Mateo no pasa por alto y constata aquí y allá a lo largo de su evangelio. Por
otra parte, supuesta la ordenación a Cristo del A.T., todo lo que en él tenía
un carácter transitorio queda ya cumplido con la venida de Cristo y, por lo
tanto, superado; por ejemplo, todo el culto vétero-testamentario cede ante
el sacrificio insuperable de la cruz.
Los preceptos morales de la Ley llegan a su plenitud en Cristo en un
doble sentido: a)Porque Jesús es aquél que hace realmente toda la voluntad
de Dios expresada en aquellos preceptos, de suerte que ahora cumplir la
voluntad de Dios es para nosotros seguir a Cristo; b)Porque Jesús restituye
los mandamientos divinos a su pureza, proclamándolos con toda la claridad
y profundidad, derogando aquello que había sido ordenado a título de
simple concesión por la dureza del corazón de Israel y reduciendo todos los
preceptos al mandamiento del amor a Dios y al prójimo.
El sentido de las antítesis tiene ante todo este significado: "Dios ha
dicho por medio de Moisés..., pero por medio de mí dice...". Con esto se
señala expresamente el lugar escriturístico citado como Palabra de Dios; y
los "antiguos", a quienes les fue dicha esta palabra, no son los maestros
judíos (véase Mc 7,3), ni los antecesores de aquellos judíos en general, sino
la generación del desierto, aquélla a la que por vez primera se le proclamó
el Decálogo (véase Ex 19-20).
Solamente las palabras "no matarás" se encuentran en el Decálogo
literalmente. Sin embargo, la coletilla recoge abreviadamente lo que el A.T.
determina como castigo por el asesinato (Ex 21,12: Lev 24,17; Núm 35,16-
24). La Ley vétero-testamentaria prohíbe y castiga el hecho externo, el
asesinato acabado.
v.26: La segunda sentencia, que también se halla en Lc 12,57-59),
agudiza la obligación de la reconciliación con el enemigo, y lo hace
mediante el ejemplo de la vida cotidiana. Quien con su enemigo de proceso
se reconoce totalmente culpable, cuando aún va de camino hacia el juez,
obrará muy razonablemente, si da por terminado el contencioso y se pone
de acuerdo con él, antes de encontrarse con la dureza del juicio. Lucas es
quien ofrece el texto original de esta sentencia y su mejor composición. En
el se ve totalmente claro que se trata de una llamada a la conversión, en
vista del juicio escatológico, revestida de parábola. Con esta comprensión
pierde el texto la forma de regla de actuación por motivos de carácter
egoísta. En la composición de Mateo, en lugar de la relación a Dios, se
encuentra como telón de fondo la relación al prójimo (“Eucaristía 1987”).
Jesús es el perfecto cumplidor de la Ley, porque la ha cumplido con
un amor cuya única medida es no tener medida. "Habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Nos
amó hasta el colmo, hasta el sacrificio de su vida. Esta es la Nueva Ley del
cristiano. No hay que preguntarse ya hasta dónde es posible llegar sin
pecar, sino cómo es posible llegar hasta el límite del amor. Porque la Ley
comienza con "No matarás", pero se cumple y se perfecciona cuando uno
está dispuesto a morir por sus enemigos.
Al comienzo del evangelio, Jesús subraya que no ha venido a abolir la
ley dada por Dios en la Antigua Alianza, sino a darle plenitud: a cumplirla en
su sentido original, tal y como Dios quiere. Y esto hasta en lo más pequeño,
es decir, hasta el sentido más íntimo que Dios le ha dado. Este sentido fue
indicado en el Sinaí: «Santificaos y sed santos, porque yo soy santo» (Lv
11,44). Jesús lo reitera en el sermón de la montaña: «Sed buenos del todo,
como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt S,48). Tal es el sentido de los
mandamientos: quien quiere estar en alianza con Dios, debe corresponder a
su actitud y a sus sentimientos; esto es lo que pretenden los
mandamientos. Y Jesús nos mostrará que este cumplimiento de la ley es
posible: él vivirá ante nosotros, a lo largo de su vida, el sentido último de la
ley, hasta que «todo (lo que ha sido profetizado) se cumpla», hasta la cruz
y la resurrección. No se nos pide nada imposible, la primera lectura lo dice
literalmente: «Si quieres, guardarás sus mandatos». «Cumplir la voluntad
de Dios» no es sino «fidelidad», es decir: nuestro deseo de corresponder a
su oferta con gratitud. «El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te
exceda ni inalcanzable... El mandamiento está a tu alcance; en tu corazón y
en tu boca. Cúmplelo» (Dt 30,11.14).
"Pero yo os digo". Ciertamente parece que en todas estas antítesis
(«Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pero yo os digo») Jesús quiere
reemplazar la ley de la Antigua Alianza por una ley nueva. Pero la nueva no
es más que la que desvela las intenciones y las consecuencias últimas de la
antigua. Jesús la purifica de la herrumbre que se ha ido depositando sobre
ella a causa de la negligencia y de la comodidad minimalista de los
hombres, y muestra el sentido límpido que Dios le había dado desde
siempre. Para Dios jamás hubo oposición entre la ley del Sinaí y la fe de
Abrahán: guardar los mandamientos de Dios es lo mismo que la obediencia
de la fe. Esto es lo que los «letrados y fariseos» no habían comprendido en
su propia justicia, y por eso su «justicia» debe ser superada en dirección a
Abrahán y, más profundamente aún, en dirección a Cristo. La alianza es la
oferta de la reconciliación de Dios con los hombres, por lo que el hombre
debe reconciliarse primero con su prójimo antes de presentarse ante Dios.
Dios es eternamente fiel en su alianza, por eso el matrimonio entre hombre
y mujer debe ser una imagen de esta fidelidad. Dios es veraz en su
fidelidad, por lo que el hombre debe atenerse a un sí y a un no verdaderos.
En todo esto se trata de una decisión definitiva: o me busco a mí mismo y
mi propia promoción, o busco a Dios y me pongo enteramente a su servicio;
es decir, escojo la muerte o la vida: «Delante del hombre están muerte y
vida: le darán lo que él escoja» (primera lectura).
Cielo o infierno. El radicalismo con el que Jesús entiende la ley de
Dios conduce a la ganancia del reino de los cielos (Mt 5,20) o a su pérdida,
el infierno, el fuego (Mt 5,22.29.3O). El que sigue a Dios, le encuentra y
entra en su reino; quien sólo busca en la ley su perfección personal, le
pierde y, si persiste en su actitud, le pierde definitivamente. El mundo (dice
Pablo en la segunda lectura) no conoce este radicalismo; sin el Espíritu
revelador de Dios «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar»
lo que Dios da cuando se corresponde a su exigencia. Pero a nosotros nos lo
ha revelado el Espíritu Santo, «que penetra hasta la profundidad de Dios»,
y con ello también hasta las profundidades de la gracia que nos ofrece en la
ley de su alianza: «ser como él» en su amor y en su abnegación (Hans Urs
von Balthasar). Llucià Pou Sabaté