ESTACIÓN CUARESMAL PRESIDIDA POR EL SANTO PADRE
EN LA BASÍLICA DE SANTA SABINA DE ROMA
HOMILÍA DE JUAN PABLO II
Miércoles de Ceniza, 13 de febrero de 2002
1. "Rasgad vuestro corazón, no vuestras vestiduras: convertíos al Señor Dios
vuestro; porque es compasivo y misericordioso" ( Jl 2, 13).
Con estas palabras del profeta Joel, la liturgia de hoy nos introduce en la
Cuaresma. Nos indica que la conversión del corazón es la dimensión
fundamental del singular tiempo de gracia que nos disponemos a vivir. Sugiere,
asimismo, la motivación profunda que nos impulsa a reanudar el camino hacia
Dios: es la conciencia recuperada de que el Señor es misericordioso y de que
todo hombre es un hijo amado por él y llamado a la conversión.
Con gran riqueza de símbolos, el texto profético recién proclamado recuerda que
el compromiso espiritual ha de traducirse en opciones y en gestos concretos;
que la auténtica conversión no debe reducirse a formas exteriores o a vagos
propósitos, sino que exige la implicación y la transformación de toda la
existencia.
La exhortación "convertíos al Señor Dios vuestro" implica el desprendimiento de
lo que nos mantiene alejados de él. Este desprendimiento constituye el punto de
partida necesario para restablecer con Dios la alianza rota a causa del pecado.
2. "En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" ( 2 Co 5, 20).
La apremiante invitación a la reconciliación con Dios está presente también en el
pasaje de la segunda carta a los Corintios, que acabamos de escuchar.
La referencia a Cristo, que se halla en el centro de toda la argumentación,
sugiere que en él se da al pecador la posibilidad de una auténtica reconciliación .
En efecto, "al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado,
para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios" ( 2 Co 5, 21).
Sólo Cristo puede transformar la situación de pecado en situación de gracia.
Sólo él puede convertir en "momento favorable" los tiempos de una humanidad
inmersa y dañada por el pecado, turbada por las divisiones y el odio. En efecto,
"él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, derribando el muro
que los separaba: el odio. (...) Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos
en un solo cuerpo mediante la cruz" ( Ef 2, 14. 16).
¡Este es el momento favorable! Un momento ofrecido también a nosotros, que
hoy emprendemos con espíritu penitente el austero camino cuaresmal.
3. "Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto" ( Jl 2,
12).
La liturgia del miércoles de Ceniza, por boca del profeta Joel, exhorta a la
conversión a ancianos, mujeres, hombres maduros, jóvenes y niños. Todos
debemos pedir perdón al Señor por nosotros y por los demás (cf. Jl 2, 16-17).
Amadísimos hermanos y hermanas, siguiendo la tradición de las estaciones
cuaresmales, estamos hoy reunidos aquí, en la antigua basílica de Santa Sabina ,
para responder a esa apremiante exhortación. También nosotros, como los
contemporáneos del profeta, tenemos ante los ojos y llevamos grabadas en el
corazón imágenes de sufrimientos y de enormes tragedias, a menudo fruto del
egoísmo irresponsable. También nosotros sentimos el peso del desconcierto de
numerosos hombres y mujeres ante el dolor de los inocentes y las
contradicciones de la humanidad actual.
Necesitamos la ayuda del Señor para recuperar la confianza y la alegría de la
vida. Debemos volver a él, que nos abre hoy la puerta de su corazón, rico en
bondad y misericordia.
4. En el centro de atención de esta celebración litúrgica hay un gesto simbólico ,
ilustrado oportunamente por las palabras que lo acompañan. Es la imposición de
la ceniza , cuyo significado, que evoca con fuerza la condición humana, queda
destacado en la primera fórmula del rito: "Acuérdate de que eres polvo y al
polvo volverás" (cf. Gn 3, 19). Estas palabras, tomadas del libro del Génesis,
recuerdan la caducidad de la existencia e invitan a considerar la vanidad de todo
proyecto terreno, cuando el hombre no funda su esperanza en el Señor. La
segunda fórmula que prevé el rito: "Convertíos y creed el Evangelio" ( Mt 1, 15)
subraya cuál es la condición indispensable para avanzar por la senda de la vida
cristiana: se requieren un cambio interior real y la adhesión confiada en la
palabra de Cristo.
Por tanto, la liturgia de hoy puede considerarse, en cierto modo, como una
"liturgia de muerte", que remite al Viernes santo, en el que el rito actual alcanza
su realización plena. En efecto, en Cristo, que "se rebajó hasta someterse
incluso a la muerte, y una muerte de cruz" ( Flp 2, 8), también nosotros
debemos morir a nosotros mismos para renacer a la vida eterna.
5. Escuchemos la invitación que el Señor nos hace a través de los gestos y las
palabras, intensas y austeras, de la liturgia de este miércoles de Ceniza.
Acojámosla con la actitud humilde y confiada que nos propone el salmista:
"Contra ti, contra ti solo pequé; cometí la maldad que aborreces". Y también:
"Oh Dios, crea en mí un corazón puro; renuévame por dentro con espíritu
firme..." (cf. Sal 50).
Ojalá que el tiempo cuaresmal sea para todos una renovada experiencia de
conversión y de profunda reconciliación con Dios, con nosotros mismos y con
nuestros hermanos. Nos lo obtenga la Virgen de los Dolores, a la que, a lo largo
del camino cuaresmal, contemplamos unida al sufrimiento y a la pasión
redentora de su Hijo.
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