MISA CRISMAL EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Jueves Santo, 28 de marzo de 2002
1. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido" ( Is 61,
1).
Estas palabras del profeta Isaías representan el motivo dominante de la misa
Crismal, missa Chrismatis , para la cual, esta mañana del Jueves santo, se reúne
en cada diócesis todo el presbiterio en torno a su Pastor. Durante este solemne
rito, que tiene lugar antes del inicio del Triduo pascual, se bendicen los óleos,
que llevarán el bálsamo de la gracia divina al pueblo cristiano.
"El Señor me ha ungido". Estas palabras se refieren, ante todo, a la misión
mesiánica de Jesús, consagrado por virtud del Espíritu Santo y convertido en
sumo y eterno Sacerdote de la nueva Alianza, sellada con su sangre. Todas las
prefiguraciones del sacerdocio del Antiguo Testamento encuentran su realización
en él, único y definitivo mediador entre Dios y los hombres.
2. "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" ( Lc 4, 21). Así comenta
Jesús, en la sinagoga de Nazaret, el anuncio profético de Isaías. Afirma que él es
el ungido del Señor, a quien el Padre ha enviado para traer a los hombres la
liberación de sus pecados y anunciar la buena nueva a los pobres y a los
afligidos. Él es el que ha venido para proclamar el tiempo de la gracia y de la
misericordia. El Apóstol, en la carta a los Colosenses, afirma que Cristo,
"primogénito de toda la creación" ( Col 1, 15) es "el primogénito de entre los
muertos" ( Col 1, 18). Acogiendo la llamada del Padre a asumir la condición
humana, trae consigo el soplo de la vida nueva y da la salvación a todos los que
creen en él.
3. "Todos los ojos estaban fijos en él" ( Lc 4, 20).
También nosotros, como las personas presentes en la sinagoga de Nazaret,
tenemos la mirada fija en el Redentor, que "ha hecho de nosotros un reino
de sacerdotes para su Dios y Padre" ( Ap 1, 6). Si cada bautizado participa de su
sacerdocio real y profético "para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios"
( 1 P 2, 5), los presbíteros están llamados a compartir su oblación de modo
especial. Están llamados a vivirla en el servicio al sacerdocio común de los fieles.
Así pues, gracias al sacramento del Orden, la misión encomendada por el
Maestro a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los
tiempos. Por consiguiente, es el sacramento del ministerio apostólico, que
conlleva los grados del episcopado, del presbiterado y del diaconado.
Amadísimos hermanos, hoy tomamos conciencia particular de este ministerio
peculiar que se nos ha conferido. El Maestro divino nos ha encomendado, en la
Eucaristía, la celebración de su sacrificio, llamándonos así a su especial
seguimiento. Por eso, a lo largo de esta celebración, le reafirmamos todos juntos
nuestra fidelidad y nuestro amor, y, confiando en el poder de su gracia,
renovamos las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación.
4. ¡Qué grande es para nosotros este día! El Jueves santo, Jesús nos convirtió en
ministros de su presencia sacramental entre los hombres. Puso en nuestras
manos su perdón y su misericordia, y nos hizo el regalo de su sacerdocio para
siempre.
Tu es sacerdos in aeternum! Resuena en nuestra alma esta llamada, que nos
hace percibir que nuestra vida está vinculada indisolublemente a la suya. ¡Para
siempre!
Además de dar gracias por este don misterioso, no podemos por menos de
confesar nuestras infidelidades. En la carta que, como todos los años, quise
enviar a los sacerdotes para esta ocasión especial, recordé que "todos nosotros -
conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la
gracia divina- estamos llamados a abrazar el "mysterium crucis" y a
comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad" (n. 11). Amadísimos
hermanos, no olvidemos el valor y la importancia del sacramento de la
Penitencia en nuestra existencia. Está íntimamente unido a la Eucaristía y nos
transforma en dispensadores de la misericordia divina. Si recurrimos a esta
fuente de perdón y reconciliación, podremos ser auténticos ministros de Cristo e
irradiar en nuestro entorno su paz y su amor.
5. "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (Estribillo del Salmo
responsorial).
Congregados en torno al altar, ante la tumba del apóstol san Pedro, a la vez que
damos gracias por el don de nuestro sacerdocio ministerial, oremos por los que
han sido instrumentos valiosos de la llamada divina con respecto a nosotros.
Pienso, ante todo, en nuestros padres, los cuales, al darnos la vida y al pedir
para nosotros la gracia del bautismo, nos insertaron en el pueblo de la salvación
y, con su fe, nos enseñaron a estar atentos y disponibles a la voz del Señor.
Además, recordemos a los que, con su testimonio y su sabios consejos, nos han
guiado en el discernimiento de nuestra vocación. Y ¿qué decir de los numerosos
fieles laicos que nos han acompañado en nuestro camino hacia el sacerdocio y
siguen estando cerca de nosotros en el ministerio pastoral? A todos les
recompense el Señor.
Oremos por todos los presbíteros; de modo singular, por los que trabajan en
medio de grandes dificultades o sufren persecuciones, y tengamos un recuerdo
especial por los que han pagado con la sangre su fidelidad a Cristo.
Oremos por aquellos hermanos nuestros que no han cumplido los compromisos
asumidos con su ordenación sacerdotal o que atraviesan un período de dificultad
y de crisis. Cristo, que nos ha elegido para una misión tan sublime, no permitirá
que nos falte su gracia y la alegría de seguirlo, tanto en el Tabor como en el
camino de la cruz.
Nos acompañe y sostenga María, la Madre del sumo y eterno Sacerdote, que no
llamó a sus Apóstoles "siervos", sino "amigos". A Jesús, nuestro Maestro y
hermano, gloria y poder por los siglos de los siglos (cf. Ap 1, 6). Amén.
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