UN IMPOSIBLE SIN DIOS!
Por Javier Leoz
No resulta fácil, por propia voluntad, el amor a los enemigos por parte
del ser humano. ¿Responder al odio con amor? ¿A la violencia con la
mansedumbre? ¿A la afrenta con la humildad? ¿Cómo llegar a ese grado
de exquisitez cristiana? ¿Cómo regalar bien ante el mal? Ni más ni
menos que, colocando en el centro de nuestra existencia, a Dios mismo.
El es la fuente de la bondad y, cuando Dios configura totalmente el vivir
cotidiano de una persona, esa misma persona, es capaz de llegar al
grado de perfección o a esa utopía que nos puede parecer el evangelio
de este día.
1.- La característica esencial de Dios es la bondad misma, el amor mismo. Y,
Dios, no puede hacer otra cosa que eso: amar. Podrán muchos de sus hijos
olvidarle, ultrajar su nombre y dudar de su existencia. Dios, por el contrario,
responderá una y otra vez con lo que tiene y ofrece espontáneamente: amor
Dios siempre está dispuesto a perdonar. Esa es la diferencia entre EL y nosotros;
por inercia y sin esfuerzo alguno, perdona, olvida y entrega amor. Nosotros,
desde nuestra humanidad, dosificamos el perdón, nos cuesta olvidar y el amor lo
damos también con cuentagotas. Por ello mismo, el final del evangelio de este
evangelio, nos retrata: vivir con Dios significa aspirar a su perfección; ver las
cosas como Dios mismo las ve y reaccionar, incluso en situaciones ilógicas y
contradictorias, desde el testimonio de la fe. ¿Imposible? ¡No con Dios!
2.- Se suele decir que, las imitaciones, son siempre malas. Pero, la vida de un
cristiano, debe ser un imitar las actitudes, pensamientos, obras y deseos de
Cristo. Por lo tanto, abrirnos sin desmayo y sin miedo, mirar hacia el cielo
cuando se nos hace sufrir en la tierra, meditar la gran lección que Jesús nos da
en la cruz (su amor universal) pueden ser perfectamente unos claros síntomas
de que queremos vivir según El y que, entre otras cosas, deseamos ansiar
(llevándola a la práctica) la perfección cristiana: en el encuentro con numerosos
prójimos, manifestarles (y hasta asombrarles e impresionarles) por la viveza y
sinceridad de nuestro amor.
3.- Cinco enemigos se levantan en contra de esta aventura del amor a los
enemigos y del deseo de agradar a Dios siendo, allá donde estamos, imagen de
su amor: el egocentrismo ( mirarnos a nosotros mismos); el egoísmo (querernos
demasiado); individualismo (vivir como si todo dependiese de nosotros); el
racionalismo (pensar en lo que perdemos o ganamos, cuando prima el
pensamiento antes que la fe o la religión) y la ausencia de Dios (cuando en el
centro instalamos exclusivamente nuestro propio bienestar y dejamos a un lado
al Señor). Frente a estos enemigos tendremos muchas armas para hacerles
frente: la oración, la solidaridad, la fe, la comunidad y las promesas de Jesús
que, por la fuerza del Espíritu, nos asiste hasta el día en el que vuelva
definitivamente. ¿Cómo nos encontrará? ¿Luchando contra los enemigos de la
vida cristiana o sometidos a ellos? ¿Amando a “los nuestros” o brindando
nuestra amistad a los que piensan de distinta manera a nosotros? ¿Con las
puertas abiertas a la fraternidad o con los balcones cerrados a lo que ya
tenemos conquistado? Ojala que, el Señor, nos ayude a hacer de nuestra vida
una ofrenda y un amor que no sea excluyente. Lo tenemos difícil pero, con El en
medio, puede ser posible.
4.- ¿CÓMO ME PIDES TANTO, SEÑOR?
¿Sonreír al que deteriora e invade mi vida,
perdonar a quien me afrenta
ayudar a quien me arruina
y asistir a quien me olvidó un mal día?
¿CÓMO ME PIDES TANTO, SEÑOR?
¿Amar al que tal vez nunca me amó,
abrazar al que, ayer, me rechazó,
llorar con el que, tal vez,
nunca yo encontré consuelo en la aflicción?
¡Cómo, Señor! ¡Dime cómo!
Cuando ya es difícil amar al que nos ama
Caminar con el que queremos
entregarnos al que conocemos
o alegrarnos con el que nos aplaude
¡Cómo, Señor! ¡Dinos cómo hacerlo!
Cuando nos cuesta rezar por los nuestros
o prestar nuestra mejilla
a quien ya nos da un beso
Cuando es duro el ser felices
con aquellos que con nosotros conviven
¿CÓMO NOS PIDES TANTO, SEÑOR?
Ayúdanos a estar en comunión permanente con Dios
y entonces, Señor,
tal vez no nos parezca tanto ni un imposible
ser cómo Tú eres y llevar a cabo lo que Tú quieres:
AMOR SIN CONDICIONES.
Amén.