JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 16 de diciembre de 2001
1. Hoy, tercer domingo de Adviento, se renueva el feliz anuncio:
"Gaudete in
Domino semper,
Estad siempre alegres en el Señor" (
Flp
4, 4). Son palabras
tomadas de la carta de san Pablo a los Filipenses, que caracterizan la liturgia de
hoy.
Esta invitación a la alegría tiene una motivación muy precisa: "El Señor está
cerca" (
Flp
4, 5),
Dominus prope est,
verdad familiar para el israelita piadoso,
que le da confianza y consuelo; verdad que tiene su fundamento pleno en Cristo.
En efecto,
en él Dios se hizo cercano a todo hombre
: él es el Mesías, el
"Emmanuel", el "Dios con nosotros" (cf.
Is
7, 14;
Mt
1, 23). La alegría es el
centro del evangelio de la Navidad.
2. La Iglesia, como madre experta, conoce mejor que cualquier otra institución
las dificultades y los sufrimientos inherentes a la vida humana. Sabe bien que en
la existencia de numerosos pueblos y personas la tristeza prevalece sobre la
alegría, la angustia sobre la esperanza.
Pero precisamente
a esos hombres y mujeres está destinado de modo
privilegiado el anuncio navideño
, porque Cristo "anunció la salvación a los
pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo" (
Plegaria
eucarística
IV). Él es el
auténtico liberador del hombre
, enviado por Dios para
rescatarlo del poder del mal y de la muerte. De esta liberación profunda e
integral deriva
la alegría
que Cristo da a sus amigos, una alegría que, como
su
paz
, es diversa de la del mundo (cf.
Jn
14, 27), superficial y efímera.
Los graves problemas que afectan a la existencia hacen a veces difícil reconocer
estos dones de Cristo. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, tiene
precisamente la misión de hacerlos visibles y testimoniar su presencia. La
humanidad anhela, sobre todo hoy, la alegría y la paz. A los creyentes nos
corresponde convertirnos día a día, con
la elocuencia del amor operante
, en
levadura profética de un mundo reconciliado por el amor y vivificado por la
alegría divina.
3. María santísima, a quien invocamos como "Causa de nuestra alegría", nos
ayude a cumplir con fidelidad esta misión. ¿Quién ha experimentado mejor que
ella la cercanía del Señor, fuente de alegría y paz? Nos encomendamos a su
protección materna para ser siempre, pero sobre todo en este tiempo, testigos
creíbles de la alegría de Cristo.