JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Sábado 8 de diciembre de 2001
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la santísima
Virgen María. Conmemoramos la intervención extraordinaria mediante la cual el
Padre celestial preservó del pecado original a la que sería la Madre de su Hijo
hecho hombre. A María, que resplandece en el cielo, en el centro de la asamblea
de los bienaventurados, se dirige hoy la mirada de todos los creyentes.
Vienen a la mente las palabras que Dante, en el canto XXXII del Paraíso,
escucha de san Bernardo, último guía en su peregrinación ultraterrena: "Mira
ahora el rostro que más se asemeja a Cristo; porque su sola claridad te puede
disponer a ver a Cristo" (vv. 85-87).
Es la invitación a contemplar el rostro de María, porque la Madre se asemeja
más que cualquier otra criatura a su Hijo Jesús. El esplendor que irradia de ese
rostro puede ayudar a Dante a soportar el impacto con la visión beatificante del
rostro glorioso de Cristo.
2. ¡Cuán valiosa es la exhortación del santo doctor de la Iglesia para nosotros,
peregrinos en la tierra, mientras celebramos con alegría a la "Toda Hermosa"!
Pero la Inmaculada nos invita a no detener nuestra mirada en ella e ir más allá,
penetrando, en la medida de nuestras posibilidades, en el misterio en el que fue
concebida, es decir, el misterio de Dios uno y trino, lleno de gracia y fidelidad.
Al igual que la luna brilla gracias a la luz del sol, así el esplendor inmaculado de
María es totalmente relativo al del Redentor. La Madre nos remite al Hijo;
pasando por ella se llega a Cristo. Por eso Dante Alighieri dice oportunamente:
"Su sola claridad te puede disponer a ver a Cristo".
3. Como todos los años, esta tarde iré con íntima alegría a la plaza de España
para unirme al tradicional homenaje que la ciudad de Roma rinde a la
Inmaculada. A ella le renovaré la consagración de la Iglesia y de la humanidad
en este difícil momento de la historia.
Para adquirir confianza y dar sentido a la vida, los hombres necesitan
encontrarse con Cristo. Y la Virgen es una guía segura para llegar a la fuente de
luz y amor que es Jesús: nos prepara para el encuentro con él. El pueblo
cristiano ha comprendido sabiamente esta realidad de salvación y, dirigiéndose a
la "Toda Santa", con confianza filial la implora así: " Iesum, benedictum fructum
ventris tui, nobis post hoc exilium ostende. O clemens, o pia, o dulcis Virgo
Maria . Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu
vientre. ¡Oh clemente! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!".