JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 17 de febrero de 2002
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El miércoles pasado emprendimos el itinerario penitencial de la Cuaresma con
el rito de la imposición de la ceniza, rito cargado de simbolismo, radicado en la
tradición bíblica y muy apreciado por la devoción popular. La ceniza nos
recuerda cuán frágil es la existencia terrena y nos lleva a mirar a Cristo que, con
su muerte y su resurrección, la ha rescatado de la esclavitud del pecado y de la
muerte. Con estas íntimas disposiciones nos ponemos en camino hacia la
Pascua, manteniendo el corazón abierto a la insistente invitación del Señor:
"Convertíos y creed el Evangelio" ( Mc 1, 15).
2. Hoy, primer domingo de Cuaresma, la liturgia nos vuelve a proponer la
impresionante página evangélica de las tentaciones de Jesús: "En aquel tiempo,
Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo" ( Mt
4, 1). La misión del Redentor inicia precisamente con su victoria sobre la triple
insidia del príncipe del mal.
"Vete, Satanás" ( Mt 4, 10). La actitud decidida del Mesías constituye para
nosotros un ejemplo y una invitación a seguirlo con valiente determinación. El
demonio, "Príncipe de este mundo" ( Jn 12, 31), continúa aún hoy su acción
engañosa. Todo hombre, además de por su propia concupiscencia y por el mal
ejemplo de los demás, es tentado por el demonio, y lo es aún más cuando
menos lo nota. ¡Cuántas veces cede con ligereza a las falaces lisonjas de la
carne y del maligno, y experimenta luego amargas desilusiones! Es preciso
permanecer vigilantes, para reaccionar con prontitud a todos los ataques de la
tentación.
3. La Iglesia, experta maestra de humanidad y de santidad, nos indica
instrumentos antiguos y siempre nuevos para el combate diario contra las
sugestiones del mal: son la oración, los sacramentos, la penitencia, la escucha
atenta de la palabra de Dios, la vigilancia y el ayuno.
Emprendamos con un compromiso más fuerte el camino penitencial de la
Cuaresma, para estar dispuestos a vencer toda seducción de Satanás y llegar a
la Pascua con la alegría del espíritu (cf. Oración colecta ).
Nos acompañe María, Madre de la divina Misericordia. A ella quisiera
encomendarle, de modo especial, los ejercicios espirituales que comenzaré esta
tarde en el Vaticano, juntamente con mis colaboradores de la Curia romana. A
todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, os pido que nos acompañéis
con la oración, para que sean días provechosos no sólo para cuantos participan
en ellos, sino también para toda la Iglesia.