JUAN PABLO II
"REGINA CAELI"
Domingo 7 de abril
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. "¡Paz a vosotros!". Así se dirige Jesús a los Apóstoles en el pasaje evangélico
de este domingo, con el que concluye la octava de Pascua. Es un saludo que
encuentra en nuestro corazón, en estas horas, un eco particularmente profundo
ante la preocupante persistencia de los enfrentamientos en Tierra Santa.
Precisamente por eso he pedido a todos los hijos de la Iglesia que se unan hoy
en una concorde e insistente oración por la paz.
La paz es don de Dios . El Creador mismo escribió en el corazón de los hombres
la ley del respeto a la vida humana: "Quien vertiere sangre de hombre, por otro
hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre", se
dice en el Génesis ( Gn 9, 6). Cuando en el entorno domina la lógica despiadada
de las armas, sólo Dios puede suscitar de nuevo en los corazones pensamientos
de paz. Sólo él puede dar las energías necesarias para renunciar al odio y a la
sed de venganza, y emprender el camino de la negociación a fin de llegar a un
acuerdo y a la paz.
¿Cómo olvidar que israelíes y palestinos, siguiendo el ejemplo de Abraham,
creen en un único Dios? A él, que Jesús reveló como Padre misericordioso, se
eleva hoy la súplica de todos los cristianos, que repiten con san Francisco de
Asís: "Señor, haz de mí un instrumento de tu paz".
Mi recuerdo, en este momento, va en particular a las comunidades de los
franciscanos, de los greco-ortodoxos y de los armenios ortodoxos, que viven
horas difíciles en la basílica de la Natividad. A todos aseguro mi constante
oración.
2. La liturgia de hoy nos invita a encontrar en la Misericordia divina el manantial
de la auténtica paz que nos ofrece Cristo resucitado. Las llagas del Señor
resucitado y glorioso constituyen el signo permanente del amor misericordioso
de Dios a la humanidad . De ellas se irradia una luz espiritual, que ilumina las
conciencias e infunde en los corazones consuelo y esperanza.
Jesús, ¡en ti confío! , repetimos en esta hora complicada y difícil, sabiendo que
necesitamos esa Misericordia divina que hace medio siglo el Señor manifestó con
tanta generosidad a santa Faustina Kowalska. Allí donde son más arduas las
pruebas y las dificultades, más insistente ha de ser la invocación al Señor
resucitado y más ferviente la imploración del don de su Espíritu Santo, manantial
de amor y de paz.
3. Encomendemos nuestra súplica a María, a quien mañana, fiesta litúrgica de la
Anunciación del Señor , recordaremos de modo especial. El misterio de la
concepción de Jesús en el seno de la Virgen por obra del Espíritu Santo nos
recuerda que la vida humana, asumida por Cristo, es inviolable desde el primer
instante. La contemplación del misterio nos impulsa a renovar nuestro
compromiso de amar, acoger y servir a la vida. Este compromiso une a los
creyentes y a los no creyentes, porque "la defensa y la promoción de la vida no
son monopolio de nadie, sino deber y responsabilidad de todos" ( Evangelium
vitae , 91).
Que la Virgen, Madre de Misericordia, que al recibir el anuncio del ángel concibió
al Verbo encarnado, nos ayude a respetar siempre la vida y a promover
concordemente la paz.