“tome su cruz y sígame”
Mc 8:34-9-1
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
«¿DE QUÉ LE SIRVE A UNO GANAR TODO EL MUNDO SI PIERDE SU VIDA?»
Cuando los hombres, reunidos en el valle de Senaar, se dijeron unos a otros: «Vamos
a edificar una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo; así nos haremos
famosos y no nos dispersaremos sobre la faz de la tierra» (Gn 11,4), es probable que
su intención no fuera la de desafiar a Dios. No querían escalar el cielo con su torre. El
verdadero motivo de su acción era precisamente el miedo a dispersarse: la ansiedad
que experimenta el hombre ante lo nuevo, ante lo diferente, ante lo original; su refugio
instintivo en lo que le es familiar, siempre igual, tranquilizador. Este miedo a la
dispersión es un miedo mortal, y el «hacerse un nombre» es un modo de intentar
escapar a la muerte, de intentar salvar la propia vida.
Sin embargo, lo verdadero es exactamente lo contrario: precisamente la dispersión, el
dar la vida, forman parte del proyecto salvífico de Dios, mientras que la grandeza del
nombre, de la fama, del poder, es un miserable antídoto contra la muerte. No sólo es
incapaz de evitarla, sino que no hace más que agigantarla, otorgarle unas dimensiones
cada vez más temerosas, vertiginosas: la grandeza del «nombre» no hace más que
multiplicar el poder de la muerte. Jesús enseña a sus discípulos precisamente esta
verdad paradójica, que da la vuelta a las ideas corrientes, estandarizadas, de los
hombres de todos los tiempos y de todas las naciones, desde los que estaban
recogidos en la llanura de Senaar hasta los de nuestros días. «¿De qué le sirve a uno
ganar todo el mundo si pierde su vida?» (Mc 8,36). ¿De qué le sirven al hombre las
grandes realizaciones, las empresas gigantescas, las torres de Babel de todas las
generaciones, si el precio que tiene que pagar por ello es la pérdida de su propia
integridad personal, su extravío total frente a la muerte? La vocación originaria del
hombre consiste en la comunión de las diversidades, en el fecundo abandonarse al
proyecto originario de Dios.
ORACION
Señor Dios, la torre de Babel
sigue siendo aún nuestro mito cotidiano:
le dedicamos todas las fuerzas
a causa del miedo que tenemos a la muerte.
Las torres de Babel son muchas,
y cada vez más altas
a medida que avanza el progreso,
erguidas para alcanzar un trozo de eternidad
y hacernos un nombre que no se olvide.
Señor Dios, nuestra vida es otra,
mucho más sencilla, mucho más profunda.
Es una vida sin nombre en este mundo,
pero custodiada por tu mano como algo precioso:
el Hijo del hombre que tanto padeció,
Jesús, nuestro nombre y nuestra paz.