VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El amor a los enemigos, plenitud de la justicia sobreabundante
En el evangelio de este domingo (Mt 5,38-48) se encuentran dos ejemplos más
de la plenitud que Jesús ha dado a las leyes antiguas para orientarlas y situarlas
en el plano de la justicia divina. Se trata de los casos de la superación de la
venganza y del amor a los enemigos, los cuales constituyen desde la perspectiva
cristiana novedades absolutas de comportamiento y reflejo de otro mundo de
valores, sin duda, los más específicos del Reino de Dios.
Respecto al primero, la norma del “ojo por ojo y diente por diente”, presente en
el Antiguo Testamento (Ex 21,24; Lv 24,20; Dt 19,21) pretendía limitar la
violencia estableciendo una proporcionalidad en la respuesta al daño recibido.
Pero la reacción de Jesús no está orientada a compensar el mal, sino a resistir al
malvado, mediante la resistencia activa fundada en el amor. Los cuatro ejemplos
ilustran “la resistencia al malvado”. Poner la mejilla, dar el manto, acompaar el
doble de lo pedido y dar prestado sin reticencias son comportamientos propios
de una justicia nueva. Es la justicia sobreabundante, anunciada por Jesús al
inicio de estas consideraciones del AT y no consiste en utilizar los mismos
medios que el agresor, sino en actuar según la lógica del amor para poder así
salvar al malvado. Más allá de las leyes de una justicia retributiva, distributiva o
vindicativa, está la justicia salvífica, sobreabundante y trascendente del Reino de
Dios.
Por ello el segundo mandato del amor a los enemigos es el culmen de todo lo
dicho hasta ahora. El colmo de la justicia sobreabundante es el amor al enemigo.
El amor al prójimo es propio del código de santidad (Lv 19, 18), pero el del amor
a los enemigos lo es del Nuevo Testamento. No es del todo exacto que en el AT
exista un mandamiento explícito de odio al enemigo sino una descripción de la
conducta correspondiente (Sal 109, 6-20). El amor al enemigo comienza y se
verifica especialmente en la oración, pues sólo desde Dios se puede comprender
un amor así. La Iglesia que vive perseguida no necesita defenderse ni de trazar
estragegias de venganza o de violencia, porque a los que son perseguidos (Mt
5,10-12) se les anuncia que el Reino de Dios y de su amor les pertenece. La
motivación última y profunda del amor al enemigo es la vinculación con el Padre
del cielo. El fundamento de este amor sin barreras está en la misma imagen de
Dios del cual somos hijos, pues él es el Padre y el que da los dones de la
creación a todos en la humanidad. El amor de la justicia sobreabundante no se
limita al amor de la reciprocidad o al amor en el interior de la fraternidad, sino al
amor sin recompensa alguna, al amor universal de la pura gratuidad.
La perfección a la que invita el final del fragmento evangélico no es el estado de
perfección en cuanto realización personal de todas las virtudes, en sentido
griego, sino la imitación del Dios santo y revelado en la Biblia, a semejanza de lo
dicho en el Cdigo de Santidad: “Sed santos como yo soy santo” (Lv 19,2;
20,26). A partir de la escena del joven rico (Mt 19,21), donde también se habla
de la perfección se puede decir que ésta no consiste sólo en el cumplimiento de
los mandamientos, sino en dar los bienes propios a los pobres y orientar la vida
en el seguimiento de Jesús con todas sus consecuencias. Este tipo de amor sin
búsqueda de recompensa, a los enemigos y a los pobres, no sólo es el sinónimo
de la perfección, sino de la justicia sobreabundante. A la radicalización de las
prohibiciones de matar, cometer adulterio y divorciarse, se suma la renuncia a la
violencia y a la venganza y finalmente el amor a los enemigos, y todo ello
constituye el mensaje sorprendente, novedoso y de justicia sobreabundante de
Jesús y de sus seguidores.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura