JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 23 de junio de 2002
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El mes de junio se caracteriza, de modo particular, por la devoción al Sagrado
Corazón de Jesús . Celebrar el Corazón de Cristo significa dirigirse hacia el centro
íntimo de la persona del Salvador, el centro que la Biblia identifica precisamente
con su corazón, sede del amor que ha redimido el mundo.
Si ya el corazón humano representa un misterio insondable que sólo Dios
conoce, ¡cuánto más sublime es el Corazón de Jesús, en el que late la vida
misma del Verbo! En él, como sugieren las hermosas letanías del Sagrado
Corazón, haciéndose eco de las Escrituras, se encuentran todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la divinidad.
Para salvar al hombre, víctima de su misma desobediencia, Dios quiso darle un
"corazón nuevo", fiel a su voluntad de amor (cf. Jr 31, 33; Ez 36, 26; Sal 50,
12). Este corazón es el Corazón de Cristo, la obra maestra del Espíritu Santo ,
que comenzó a latir en el seno virginal de María y fue traspasado por la lanza en
la cruz, convirtiéndose de este modo, y para todos, en manantial inagotable de
vida eterna. Ese Corazón es ahora prenda de esperanza para todo hombre.
2. ¡Cuán necesario es para la humanidad contemporánea el mensaje que brota
de la contemplación del Corazón de Cristo! En efecto, ¿de dónde, si no es de esa
fuente, podrá sacar las reservas de mansedumbre y de perdón necesarias para
resolver los duros conflictos que la ensangrientan?
Al Corazón misericordioso de Jesús quisiera encomendarle hoy de modo especial
a cuantos viven en Tierra Santa : judíos, cristianos y musulmanes. Ese Corazón
que, colmado de afrentas, no albergó jamás sentimientos de odio y venganza ,
sino que pidió el perdón para sus asesinos, nos señala el único camino para salir
de la espiral de la violencia : el de la pacificación de los ánimos, de la
comprensión recíproca y de la reconciliación.
3. Junto con el Corazón misericordioso de Cristo veneramos el Corazón
inmaculado de María santísima , mediadora de gracia y de salvación.
A ella nos dirigimos con confianza ahora para implorar misericordia y paz para la
Iglesia y para el mundo entero.