JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 3 de noviembre de 2002
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Ayer celebramos la conmemoración litúrgica anual de Todos los Fieles
difuntos. La Iglesia, esparcida por todo el mundo, elevó una invocación coral al
Dios de la vida y de la paz, para que acoja en su reino de luz infinita a todas las
almas, especialmente a las más abandonadas y necesitadas de su misericordia.
La oración cristiana por los difuntos -que caracteriza todo el mes de noviembre-
debe hacerse a la luz de la resurrección de Cristo. En efecto, el apóstol san Pablo
dice: "Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana. (...) Si solamente para esta vida
tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de
compasión de todos los hombres. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos
como primicia de los que durmieron" ( 1 Co 15, 17. 19-20).
El mundo necesita hoy, más que nunca, redescubrir el sentido de la vida y de la
muerte desde la perspectiva de la vida eterna. Fuera de ella, la cultura moderna,
nacida para exaltar al hombre y su dignidad, se transforma paradójicamente en
cultura de muerte, porque, al perder el horizonte de Dios, se encuentra como
prisionera del mundo, se atemoriza y, por desgracia, da lugar a múltiples
patologías personales y colectivas.
2. A este propósito, me complace citar un texto de san Carlos Borromeo, cuya
memoria litúrgica celebraremos mañana: "Mi alma -escribió- alabe siempre al
Señor, que jamás deja de prodigar sus dones. Es don de Dios si de pecador te
llama a la justicia; don de Dios si te sostiene para que no caigas; don de Dios si
te da la fuerza para perseverar hasta el final; será don de Dios también la
resurrección de tu cuerpo muerto, de modo que ni siquiera uno de los cabellos
de tu cabeza se pierda; será don de Dios la glorificación después de la
resurrección; y, por último, será también don de Dios poder alabarlo
continuamente en la eternidad" ( Homilía , 5 de septiembre de 1583).
A la vez que invito a meditar en estos luminosos pensamientos del santo
arzobispo de Milán, aprovecho la ocasión para expresar mi gratitud a cuantos,
con ocasión de la fiesta de san Carlos, me han enviado sus felicitaciones por mi
onomástico. Agradezco, sobre todo, las oraciones, que devuelvo de corazón,
invocando para todos abundantes gracias celestiales.
3. Dirigiéndonos ahora a María santísima, le pedimos que sostenga de modo
particular nuestra oración de sufragio por los difuntos. En este Año del Rosario,
imitemos asiduamente el ejemplo de la Virgen, para contemplar con ella el
misterio de Cristo muerto y resucitado, esperanza de vida eterna para todo
hombre.e se les conceda la felicidad eterna.