COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO
VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Hemos llegado al séptimo domingo del Tiempo Ordinario. Recuerdo que estamos en
el Ciclo A de Lecturas Dominicales A. La primera lectura de este domingo está
tomada del capítulo 19 del libro del Levítico, la segunda lectura es del capítulo
tercero de la Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios, mientras que el evangelio
es la continuación del capítulo quinto de Mateo. El Salmo es el 102 al que
responderemos: “El Seor es compasivo y misericordioso”.
El discurso de la santidad recorre toda la Palabra de Dios, es la muestra de quién es
Dios, el Santo, y lo que quiere para sus creaturas, para todos nosotros, que no es
otra cosa que seamos como él, santos también. Desde que Dios decidió revelarse,
con el llamado a Abrahám para formar su pueblo, y después con todas las palabras
que dirigió a sus profetas, sabios, jueces, su intención fue la de mostrar al ser
humano el camino para llegar a él, para vivir la vida según su parecer, según sus
principios. Es así como nos dio su ley, las diez palabras, y en diversos momentos,
en especial con su Hijo Jesús, nos dijo explícitamente lo que quería de nosotros. En
el Levítico, que leemos hoy como primera lectura, Dios pide a Moisés que hable a la
asamblea de los hijos de Israel y les diga que serán santos, porque él que es el
Dios y Señor es Santo. E inmediatamente ofrece unas pautas que deben ayudar a
las personas a ser santas: no odiarás de corazón a tu hermano; reprenderás a tu
pariente para que no cargues con tú con su pecado; no te vengarás ni guardarás
rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prjimo como a ti mismo… Palabras
sabias que también hoy, y diría con mayor razón en nuestros días, debemos poner
en práctica.
Regresando al discurso sobre la santidad, puede ser que pensemos que es algo
inalcanzable, algo de seres superdotados y sobre todo con una comunión a tal
grado con Dios, que le ven y hablan con él. Muchos de los santos que veneramos
tuvieron esta característica, pero debemos reconocer que mucha de la literatura
que se promueve en torno a la santidad lo que hace es exaltar esas virtudes
heroicas, esas virtudes extraordinarias, lo que pone a la santidad como algo que no
es para nosotros, sino para unos pocos escogidos. Y resulta que no es así. La
santidad significa vivir en conformidad con los mandamientos de Dios y vivir de una
manera que aleje de nosotros las tentaciones fundamentales del maligno, que son
las de dividirnos, las de crear enemistad e intolerancia, las del abuso sobre los
demás, y todo aquello que hace que como seres humanos no nos entendamos. Por
supuesto también la tentación de no creer en el cumplimiento de las promesas que
ha hecho Dios. El mecanismo del pecado es el mismo que narra el Génesis, cuando
pone en labios de la serpiente tentadora las palabras “seréis como dioses”.
Hacernos nosotros mismos como dioses, darnos nosotros mismos nuestras leyes,
quitar a Dios de nuestras vidas, esa es la esencia del pecado, y es lo que vivimos
hoy, en nuestra época, donde vemos cómo el mal ha ido ganando terreno porque
muchos han alejado a Dios de sus vidas. El mensaje de la Palabra de este domingo
es que recordemos que como hijos tenemos derecho a recibir la herencia de Dios,
que es la de ser santos, por supuesto cumpliendo con nuestros deberes que nos ha
señalado el mismo Dios en su ley.
Cuando revisamos la ley de Dios, y su forma como la aprendemos del catecismo,
nos puede parecer algo descontado y fácil de cumplir. De hecho cuando algunas
personas se acercan al sacramento de la reconciliacin se contentan con decir “yo
no he robado, yo no he matado”, por poner el ejemplo de algunos mandamientos.
Pero en el evangelio, Jesús nos está diciendo que el alcance de los mandamientos
va más allá de la simple formulación que se ha hecho. Y pone su cumplimiento en
función del amor, que es la ley suprema: hay que hacer las cosas por amor,
inclusive se debe amar a quienes consideremos enemigos. Porque amar a quien no
nos cae bien, a quien sentimos hostil para con nosotros, significará que hemos
dado un salto grande en nuestra conducta como seres humanos, significa que
hemos dado una paso grande para ser lo que estamos llamados, hijos de Dios. Sólo
el amor es el elemento distintivo que nos deben identificar como cristianos.
Te invito hermano, hermana que me escuchas, a que interiorices la palabra de hoy,
y a que te animes en tu vida cristiana, porque Dios quiere que seas como él, un
santo.
Fuente: Radio vaticano. (con permiso)