Domingo 7º (A): el amor, núcleo del cristianismo: “Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que
os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está
en el cielo”
Levítico 19,1-2.17-18. Dijo el Señor a Moisés: -Habla a la asamblea de
los hijos de Israel y diles: Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios,
soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente
para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor
a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el
Señor.
Salmo 102,1-2.3-4.8 y 10.12-13. R/. El Señor es compasivo y
misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre. /
Bendice, alma mía, al Señor / y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades; / él
rescata tu vida de la fosa / y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en
clemencia. / No nos trata como merecen nuestros pecados, / ni nos paga
según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros
delitos; / como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor
ternura por sus fieles.
Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 3,16-23.
Hermanos: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios
habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá
a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. Que
nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se
haga necio para llegar a ser sabio. Porque, la sabiduría de este mundo es
necedad ante Dios, como está escrito: «El caza a los sabios en su astucia.»
Y también «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que
son vanos.» Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es
vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo
futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios.
Evangelio según San Mateo 5,38-48. En aquel tiempo dijo Jesús a sus
discípulos: -Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.»
Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te
abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte
pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para
caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide
prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: -Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien
a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así
seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol
sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis
a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los
publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de
extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Comentario: 1. Lv 19,1-2,17-18 (ver lunes de la 1ª semana Cuaresma).
Hoy hay mucho egoísmo, incluso en las relaciones humanas… la amistad, el
juego, la fiesta, Dios, e incluso el amor, se pretende que respondan a “¿qué
saco yo de esa relación?” Sólo se legitima la existencia de lo útil o lo
provechoso. Las cosas gratuitas se identifican a las que no tienen sentido, a
lo absurdo. Y sentido tiene hoy lo que sirve para mi mejora material. Pero
las cosas importantes como el amor son gratuitas. Otra característica
que tiene el amor es la de ser impagable. Se espera y se desea que al amor
se responda con amor. Pero el amor, ni siquiera con amor se paga. Ni
devolvemos amor, ni amamos para que nos lo devuelvan. Es algo bien
distinto al trabajo de unas relaciones públicas. No es mandar regalos a los
clientes para conservarlos y sacarles provecho comercial.
El Espíritu de Jesús nos llama, no sólo a emplear ningún tipo de
violencia contra el hermano, sino a perdonarlo e, incluso, a no defendernos
violentamente ante su injustificado ataque y, lo que es más, a amar a los
enemigos. La justicia humana queda así superada al introducirse en uno de
los platillos de la balanza que la significa el peso del amor. Y el motivo
creyente de todo ello no es la utilidad personal o social que esta actitud
pueda reportar o lo que pueda tener de táctica para, finalmente, vencer al
otro. Lo decisivo es una experiencia de Dios en la que se le contempla como
el ser gratuito, el que se da sin pedir nada a cambio. Así nace el sol sobre
buenos y malos y el Hijo de Dios muere por sus enemigos descartando
castigos y represalias. El emblema de la Inquisición decía: "Levántate,
Señor, y defiende tu causa". No fuimos capaces de entender que "su causa"
es la causa de los pobres. Los cruzados gritaban sin fundamento: "¡Dios lo
quiere!". En guerras bien modernas hemos oído lo de "Dios está de nuestra
parte". Pero Dios siempre estará de parte del hombre y no contra él.
Pretender lo contrario es negar su palabra.
Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto quiere decir,
en versión de Lucas, sed misericordiosos como lo es vuestro Padre. La
palabra misericordia significa en labios de Jesús amor gratuito, a fondo
perdido. Una verdadera paz no será posible si el desarme no es tan
profundo que llegue al corazón del hombre. Los fusiles no se disparan solos
ni los dedos o las lenguas se mueven solos.
Un breve poema de Lichtwew es ilustrativo en este tema. Un rey
tenía tres hijos y, entre todas sus posesiones, lo más valioso era un
brillante sin par. Perplejo a la hora de repartir sus bienes, reservó el
diamante para aquel que cumpliera la hazaña más valerosa. El mayor dio
muerte al dragón más peligroso y célebre del país. El segundo mató a diez
hombres con una minúscula daga. El tercero partió una noche y, al
amanecer, volvió y habló así a su padre: He encontrado a mi mayor
enemigo durmiendo al borde del acantilado y lo he dejado seguir
durmiendo. Y el rey entregó el diamante a su hijo menor. No te dejes
vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien (Rm 12,21)
(“Eucaristía 1990”).
¿Quién es “el otro”, que puede ser mi “enemigo”?
-El diferente. Diferente totalmente de mí. El que no tiene mis gustos,
mis ideas, no comparte mis puntos de vista, mis esquemas. Aquel con quien
me resulta imposible un entendimiento pasable. No nos podemos
"aguantar" (sin que haya mala voluntad). Entre nosotros se da
incompatibilidad de carácter, de mentalidad, de temperamento. Nuestra
cercanía es fuente de continuas incomprensiones y sufrimientos. -El
adversario. El que esta siempre en contra mía, en postura hostil de desafío.
En cualquier discusión, siempre se me pone en contra. Todo lo que hago, lo
que propongo, encuentra infaliblemente su crítica inexorable y terca. Su
tarea específica es la de contradecir todas mis iniciativas, mis ideas. No me
perdona nada. No me deja pasar una. Es un muro compacto de hostilidad
preconcebida.
-El pelmazo. Es la persona que tiene el poder de irritarme hasta la
exasperación. El que se divierte haciéndome perder el tiempo. El que se
mete en medio en el momento menos oportuno y por los motivos más
fútiles. Pedante, pesado, entrometido, curioso, petulante, indiscreto. Me
obliga a escuchar peroratas interminables y confusas. Me embiste con un
torrente de palabrería para contarme una bobada que me sé de memoria.
Me cuenta sus minúsculas penas que dramatiza hasta convertirlas en
tragedias de proporciones cósmicas. No tiene el más mínimo respeto a mi
tiempo, a mis obligaciones, a mi cansancio. Es más, encuentra una especie
de gusto sádico en tenerme prisionero en la viscosa tela de araña de sus
tonterías.
-El astuto. Es el individuo desleal, especialista en bromas pesadas, de
doble juego por vocación. Me arranca una confidencia para ir
inmediatamente a "venderla" a quien tiene un interés por ella. El individuo
que se me muestra afable, benévolo, cordial, sonriente, y después me da
una puñalada por la espalda. Me dice una cosa, piensa otra y hace una
tercera. Me alaba de una manera exagerada. Pero después, en mi ausencia,
me destruye con la crítica más feroz. En suma, el clásico tipo de quien uno
no se puede fiar. Astuto, solapado, falaz, calculador, acostumbrado a tener
el pie en veinte espuelas a la vez...
-El perseguidor. El que, intencionadamente, me hace mal. Con la
calumnia, la maledicencia, la insinuación molesta, la celotipia más
desenfrenada. El que goza humillándome. El que no me deja en paz con su
malignidad.
Ahora bien, ¿cómo debo comportarme con estos enemigos (o algunos
otros?). Lo primero, hace falta localizarlos, reconocerlos. Lúcidamente.
Honestamente. Sólo marcando exactamente el campo enemigo, señalo al
mismo tiempo el campo de mi amor. En efecto, el amor cristiano debe
internarse también hasta territorio enemigo. No puede quedar parado en el
"próximo".
Además no aceptar esta situación de enemistad como definitiva. No
cristalizarla. Es más, comprometerse a hacerla evolucionar, a removerla,
encaminándola en otra dirección. Rechazo considerar esta situación como
inmutable. Por eso estoy dispuesto a pagar personalmente para darle la
vuelta y transformarla en una situación de amor y amistad. Y si, en ciertos
casos, me siento atrapado por un sentimiento de desánimo, porque la
empresa me parece desesperada, entonces miro a la cruz. Y caigo en la
cuenta de que, a través de la cruz de Cristo, entró en el mundo una
posibilidad infinita de reconciliación. También mi enemigo es uno de
aquellos por los que murió Cristo.
En un film apareció este aviso en la última secuencia. "A trescientos
metros de distancia el enemigo es un blanco. A tres metros es un hombre".
Nosotros podemos completarlo de esta manera: cerca de la cruz, el
enemigo es un hermano de sangre (la sangre de Cristo) (Alessandro
Pronzato).
El amor debe liberarse de las comunidades naturales en las que se
manifieta espontáneamente o en nombre de leyes sociológicas y
psicológicas y adquirir las dimensiones de toda la humanidad, comprendido
el enemigo y el adversario. Cristo libera, pues, la práctica del amor de toda
unión con el espacio sagrado de la nación, con la sangre sagrada de la
familia. El amor lleva en él mismo su propia sacralización, no tiene por qué
sacar de los valores sagrados preestablecidos lo que puede ser por él
mismo.
Dios no está en la familia, ni en la raza, ni en la nación; está
únicamente en el acto de amar (Mt 5,48; Lc 6,36). Es lo que dice el
evangelio hablando de "imitación de Dios" en el mismo acto de amar, por
encima de las comunidades naturales y sagradas en las que vivimos. Es el
mismo acto de amar el que se constituye en acceso y camino para Dios y no
la calidad sagrada del objeto amado (Maertens-Frisque).
Tal vez de lo más impresionante en este código de santidad del
Levítico, de preceptos fundamentales de relación humana es su exigencia
no sólo de obras, sino hasta de actitudes y sentimientos hacia el otro; de
ellos son hijas las obras. Llama por su nombre a las actitudes que no
pueden llegar a ningún compromiso con la santidad: el odio, el rencor, la
venganza; y a las que son exigidas por ella: la corrección o reprensión
justa, el amor. Los primeros son sentimientos que niegan al otro, lo
destruyen; por supuesto, destruyen también al sujeto del que emanan. La
corrección del culpable y la denuncia del mal son exigencias radicales en el
que busca el bien, y son también justicia que el hombre le debe al que está
en el error. Es la señal de que busca afirmarlo.
Pero la suprema afirmación del otro la hace el amor. El amor
verdadero no es un superficial y caprichoso sentimiento, que puede encubrir
un solapado amor propio. Se salvaguarda de cualquier malentendido en un
criterio y en una medida que debe valer para acreditarlo: amor al otro como
a sí mismo. Este es el reto más grande que se puede hacer a la relación del
hombre con el hombre. El yo es llamado a desplazarse hacia el tú que está
delante, a considerarlo como un yo y a comportarse con él como consigo
mismo.
Este precepto compromete al hombre en sus obras y en sus
sentimientos y nunca podrá decir que lo ha cumplido cabalmente; su
incumplimiento le estará denunciando siempre. Jesús estimó este precepto
del Lv como la esencia de toda la Ley y lo hizo centro de su mensaje, en su
palabra y en su obra (Mc 12. 31 y par.). El hombre no está nunca tan cerca
de la santidad de Dios como cuando ama a su prójimo (Edic. Marova).
El capítulo 19 del Levítico podría titularse «Itinerario para reconocer a
Dios en el prójimo». Dios proyecta la luz de su revelación, potentísima,
sobre los hombres que integran la comunidad de Israel y, como en el
milagro de la curación del ciego, hace que vean más allá de la opacidad de
las circunstancias naturales. Dios está presente en todos los hombres y en
cada uno de ellos. Por eso, la santidad personal tiene una exigencia: «Sed
santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo» (v 2). Y tiene también
un objetivo muy concreto: «Cumplid todas mis leyes y mandatos,
poniéndolos por obra» (37) Las leyes y costumbres que deben ser
introducidas en la vida cotidiana del pueblo se reducen a una sola: imitar la
forma de actuar de Yahvé (que se cumpla la salvación en toda su magnitud
en cada uno de los que integran el pueblo). El compilador-redactor de
nuestro texto ha tomado materiales de dos fuentes distintas. En primer
lugar, de la antiquísima tradición del desierto. En aquel ambiente de vida
durísima, Yahvé hizo que el pueblo descubriera la necesidad de dulcificar la
ley elemental de la supervivencia, impuesta por las costumbres de una vida
nómada que obligaba a recelar de todo y de todos y que exigía mantener a
toda costa la autoridad y la justicia estrictas, así como la máxima pureza
religiosa. Estaba en juego la supervivencia del individuo y del clan. Otra
fuente que nutre el espíritu del redactor es la del ambiente posexílico.
También en aquellos momentos estaba en juego la supervivencia del
espíritu nacional, amenazado por muchos peligros, principalmente por el
paganismo ambiental. Si se quiere salvar la nacionalidad judía, no hay otro
camino que respetar y ayudar al prójimo como una exigencia de la actitud
salvadora de Yahvé. El redactor aúna los diferentes materiales en un todo.
En el fondo laten el espíritu y la inspiración del decálogo: actitud de
fidelidad a Yahvé y a su alianza (4.12.30s), veneración a los padres y
ancianos (3.32); deber de practicar la justicia y la caridad (11-18.33-36).
Pero se insiste con gran énfasis en la actitud de caridad que va más allá de
la justicia y la humaniza: preocupación efectiva por el sustento de los
pobres (9-10), consideración con el que no puede responder a los agravios
(14), corrección fraterna (17s) y actitud acogedora con el extranjero (33s).
Todavía estamos muy lejos de la ley del amor universal tal como será
proclamada en el Sermón de la Montaña (Mt 5,43ss); aquí la caridad se
limita a «los hijos de tu pueblo» (18) y, como apertura máxima, al
«extranjero» que «habita en medio de vosotros, en vuestra tierra» (33-34);
pero es un paso muy claro y decidido de la pedagogía de la revelación hacia
la plenitud de amor preceptuada por Jesucristo (cf. Jn 13,34s) (J. M.
Aragonés).
Este pasaje pertenece a una compilación legislativa realizada después
del destierro (Lv 17-25) y designada con el nombre de "Ley de santidad"
porque se muestra particularmente sensible a la santidad de Dios y a las
exigencias que esa trascendencia impone al pueblo que ha establecido una
alianza con él. La comparación entre Lv 19. 13-14 y Dt 24. 14-15 es
reveladora: el segundo no se interesaba más que por el pobre humillado; el
primero extiende la ley de la caridad a todo prójimo. Por el contrario, el Dt
prestaba atención al extranjero; el Lv es desgraciadamente demasiado
sensible a la pureza de la raza como para interesarse por él. Puede decirse
que la piedad hacia el pobre, víctima de una suerte injusta, constituía la
razón de ser de la ley del Dt, mientras que la solidaridad de la sangre y los
vínculos con el "prójimo" constituyen el móvil del Lv. Los tiempos han
cambiado, entre las dos legislaciones: el Dt se manifestaba en una época de
profundas mutaciones sociales; el Lv conoce una en que el nacionalismo se
presenta como la última muralla contra el influjo del paganismo. (...). La
intención de este pasaje es la de crear una conciencia de solidaridad
nacional: la actitud ética está dictada por un sentido de comunión fraterna:
no causar perjuicio a la propia sangre. Las primeras prescripciones
cristianas se apropiarán esta manera de pensar exigiendo que los conflictos
encuentren su solución en la misma comunidad (Mt 5. 25-26; 18. 15-22; 1
Co 6. 1-8; Rm 12. 17-19). Un concepto así del amor es, sin embargo, muy
pobre. Deriva de la religión del espacio cuando debería derivar -por emplear
las expresiones de Tillich- de la religión del tiempo, o mejor aún, de la
religión de la libertad. El amor exclusivo del prójimo deriva, en efecto, más
o menos conscientemente, del culto al sol y a todo lo que lleva consigo:
clan y sangre, raza y familia, nacionalismo. Pero hay otros soles y otros
espacios que se excluyen o que se toleran a condición de que no se
provoque una situación conflictiva clara con ellos. Y es bien sabida la fuerza
terrible de destrucción del otro que se encierra en el racismo y en el
nacionalismo. Esta actitud que limita el amor al espacio es, en el fondo, una
reviviscencia del politeísmo que circunscribía a los dioses cada uno a su
territorio. De hecho, el amor cristiano no depende del espacio, no se
circunscribe ni al lugar, ni siquiera al tiempo. Dios pidió a Abrahán que
abandonara el espacio de su familia y de su país en aras de una aventura
que se inscribiría libremente en la historia... y esa es la razón por la que a
Abrahán le fueron prometidas todas las naciones. Ese Dios pidió a su Hijo
que ofreciera su vida no sólo por los suyos -especialmente definidos-, sino
por la multitud, una multitud que trasvasa los límites de la Iglesia visible, y
será necesaria toda la historia humana para amar y recurrir a esa multitud
por encima de todo tribalismo (Maertens-Frisque).
Si Dios es santo, santo ha de ser también el pueblo que ha elegido.
La fórmula «Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo», se repite
constantemente en el contexto de los capítulos 17 al 26 del Levítico. Estos
capítulos constituyen una colección a la que se ha dado el nombre, por lo
dicho, de "Ley de santidad". La prohibición del odio es un primer paso para
el mandamiento del amor. Un segundo paso es la preocupación por los más
cercanos, que excluye la indiferencia y se manifiesta en la corrección. A
veces uno está obligado a corregir a los otros por su ministerio público,
como es el caso de los profetas (cfr. Ez 3, 18: 33, 8), otras por su status en
la familia o en la tribu. Con la prohibición de la venganza se mitiga la "ley
del talión", por lo menos dentro del ámbito del propio pueblo y de los
parientes. El "prójimo" es aquí el paisano y el correligionario. La máxima
"amarás a tu prójimo como a ti mismo" puede ser una abreviacl6n de esta
otra: "amarás a tu prójimo tal y como tú esperas ser amado por él"; en
cuyo caso, no se iría más allá de la obligada correspondencia. Aunque en el
resto del A.T. apenas se hace alusión a este mandamiento, los rabinos
conocieron su valor normativo y su gran importancia; así, por ejemplo, dice
el rabino Akiba en el siglo II a.C.: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo,
éste es un mandamiento grande y universal de la Tora (“Eucaristía 1987”).
Sólo un límite en este texto: para los hebreos, sólo era prójimo el
hermano de raza. El amor al hermano de raza, al conciudadano, tendrá que
extenderse a todo hombre sin distinción de raza, sexo, edad y religión. Un
paso más hacia la revelación del amor cristiano hecha por Jesucristo (cf. Jn
15,12; 17,21). El AT conoce el odio fraterno y sus fatales consecuencias:
Caín y Abel, Esaú y Jacob, José y sus hermanos; el odio de Absalón hacia
Amnón lleva a la muerte de éste (2 Sm 13). Los libros sapienciales nos
recuerdan que el odio suscita discordias, mientras que el amor encubre
todos los defectos (Prov 10,12). La Palabra de Dios impone no sólo un justo
comportamiento exterior según la ley, sino que intenta llegar al corazón
humano, inculcándole el amor. Y, entonces, estamos ya fuera del régimen
de la ley, siendo ésta superada, interiorizada. Todo el montaje cultural,
ritual y legal debe llevar al hombre a esta interiorización (“Eucaristía
1993”).
2. Sal 102. Un pecador perdonado sube al Templo para ofrecer un
"sacrificio de acción de gracias", durante el cual hace relato del favor
recibido. Acompañado de una muchedumbre de amigos y parientes, a
quienes invita a tomar parte en el banquete sacrifical, y asociarse a su
acción de graclas. ¡Es un himno al amor de Dios! El Dios de la Alianza.
Observemos el paso de la primera persona del singular "mi", "yo", a la
primera persona del plural "nosotros", "nos"... En "aquel" pecador habla
Israel. ¡La "remisión de los pecados" no es un acto individualista sino
comunitario, desde aquellos tiempos! Profunda intuición de la solidaridad de
cada pecador con el conjunto de los pecadores... Con "¡el pecado del
mundo!" Frecuentemente se ha opuesto el Antiguo y el Nuevo Testamento,
como si el primero fuera la religión del "temor", y el segundo la religión del
"amor". Contemos en este salmo, cuántas veces aparece la palabra "amor"
(Hessed), y la palabra " ¡ternura! " ¡Ese es Dios! No, el ¡Dios verdadero en
nada se parece al dios que se hicieron los paganos, irritable, justiciero! No,
releed este salmo. ¡Dios es bueno! ¡Dios es amor! ¡Dios es Padre! Jesús no
hará otra cosa que tomar las palabras de este salmo: "con la ternura de un
padre con sus hijos"... "Padre nuestro, que estás en los cielos, perdona
nuestras ofensas". Y el resultado de este amor, ¡es el "perdón"! Se escucha
ya la parábola del "Hijo pródigo" (Lucas 15,1-32). Se escuchan ya estas
palabras: "Amad a vuestros enemigos, entonces seréis hijos del Dios
Altísimo, porque El es bondadoso con los ingratos y los malos" (Lucas 6. 27-
38).
La alegría estalla en este canto. Dejémonos llevar por su impulso
alegre, que invita a todos los ángeles y todo el cosmos, a corear su acción
de gracias. Grandeza del hombre, que por su "ser espiritual" su "alma", es
una especie de microcosmos que resume toda la creación: "¡bendice al
Señor alma mía!" Un hombre solo, de rodillas concentra en El toda la
alabanza del universo... a condición de ser un "alma", esto es, un pedazo de
este cosmos material, pero "interiorizado" y "consciente". Cuando oro, todo
el universo ora por mí. ¡Sí, el hombre es grande, él es el cantor del
universo! Y sin embargo, ¡qué frágil es el hombre! Pensamiento muy
moderno... expresado aquí mediante una imagen inolvidable: la flor del
campo, la hierba, que florece por la mañana y se marchita por la tarde..
Con este toque poético desgarrador: "¡nadie vuelve a saber de ella!" La
maravilla de este salmo y de toda la revelación bíblica, es precisamente
esta debilidad del hombre que atrae el amor de Dios. El poeta no encuentra
otra explicación para este amor que la siguiente: "El sabe de qué estamos
hechos, sabe bien que somos polvo". Amor "misericordioso", "matricial",
como traduce Chouraqui, es decir elabora sin cesar la vida como una
fantástica matriz vital... maternal. Amor "eterno", "desde siempre para
siempre". Os parece admirable esta fórmula. Es la fuente misma de la fe en
la resurrección. Amor "fuerte", "poderoso", "todopoderoso".. "más fuerte
que la muerte, que reclama tu vida a la muerte", "capaz no solamente de
crearte", ¡sino de re-crearte! Amor "que suscita una respuesta alegre y
libre". La sumisión que Dios quiere no es la de un esclavo que tiembla, sino
la de un hijo feliz (Noel Quesson).
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. El perdona
todas tus culpas y cura todas tus enfermedades». Hoy canto tu
misericordia, Señor; tu misericordia, que tanto mi alma como mi cuerpo
conocen bien. Tú has perdonado mis culpas y has curado mis
enfermedades. Tú has vencido al mal en mí, mal que se mostraba como
rebelión en mi alma y corrupción en mi cuerpo. Las dos cosas van juntas. Mi
ser es uno e indivisible, y todo cuanto hay en mí, cuerpo y alma, reacciona,
ante mis decisiones y mis actos, con dolor o con gozo físico y moral a lo
largo del camino de mis días. Sobre todo ese ser mío se ha extendido ahora
tu mano que cura, Señor, con gesto de perdón y de gracia que restaura mi
vida y revitaliza mi cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la
presencia de tu bendición en el fondo de mi ser. Gracias, Señor, por tu
infinita bondad. «Como se levanta el cielo sobre la tierra, así se levanta su
bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de
nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por sus hijos, así
siente el Señor ternura por sus fieles, porque él conoce nuestra masa, se
acuerda de que somos barro». Tú conoces mis flaquezas, porque tú eres
quien me has hecho. He fallado muchas veces, y seguiré fallando. Y mi
cuerpo reflejará los fallos de mi alma en las averías de sus funciones.
Espero que tu misericordia me visite de nuevo, Señor, y sanes mi cuerpo y
mi alma como siempre lo has hecho y lo volverás a hacer, porque nunca
fallas a los que te aman. «Él rescata, alma mía, tu vida de la fosa y te
colma de gracia y de ternura; él sacia de bienes tus anhelos, y como un
águila se renueva tu juventud». Mi vida es vuelo de águila sobre los
horizontes de tu gracia. Firme y decidido, sublime y mayestático. Siento que
se renueva mi juventud y se afirma mi fortaleza. El cielo entero es mío,
porque es tuyo en primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi
juventud surge en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegría y
recatado orgullo. ¡Qué grande eres, Señor, que has creado todo esto y a mí
con ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma.
«Bendice, alma mía, al Señor» (Carlos G. Vallés).
3. 1 Co 3,16-23. El verdadero templo de Dios somos nosotros: "¿No
sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?"
El Señor está en nosotros y con nosotros, que nos hemos reunido en su
nombre para celebrar el memorial de su muerte y resurrección. Por eso,
esta celebración debe ser expresión del respeto y amor que nos debemos
los unos a los otros. Y de otra parte, la eucaristía debe ser el punto de
arranque para llevar al mundo el calor y el testimonio del amor cristiano,
amor que debe llegar incluso al enemigo (“Eucaristía 1987”).
Pablo en su amonestación a los corintios, avanza más allá de
argumentos y consideraciones humanas sobre su comportamiento,
exhortándoles a reconocer la gran dignidad a la que han sido elevados, pues
en ellos habita el Espíritu Santo como en un templo.
La metáfora del templo ha sido ya preparada anteriormente con lo
que ha dicho Pablo sobre la "edificación de Dios' (v. 9ss).Si entonces aludía
a la gran responsabilidad de los que edifican, ahora carga con esta
responsabilidad a los que constituyen el mismo templo edificado, es decir,
la Iglesia de Dios. Los corintios con sus capillismos y divisiones ("yo soy de
Pablo", "yo de Apolo", v.4), ponen en peligro la solidez de una iglesia que
sólo puede edificarse en Cristo y resquebrajan el templo de Dios. La ruina
del templo conscientemente provocada es lo peor que puede suceder a un
pueblo religioso.
La sabiduría de este mundo, la sabiduría meramente humana que
tanto estiman los gnósticos, contradice al Espíritu Santo y se opone a la
verdadera sabiduría de Dios. Por eso está en peligro la iglesia en Corinto,
porque se dejan seducir por la sabiduría de los gnósticos. De ahí la urgencia
de abandonar esa falsa sabiduría y aceptar humildemente la sabiduría que
Dios revela a los sencillos para confundir a los sabios de este mundo (cfr.
Mt 11,25-30).
Pablo está profundamente preocupado por la unidad de la iglesia y
todo cuanto escribe aquí obedece a esta preocupación. Nadie debe
envanecerse de seguir a éste o al otro maestro, todos tienen que liberarse
del culto a las personalidades: "Pablo, Apolo, Cefas... son vuestros" y no
vosotros de ellos, porque todos sois de Cristo.
Más aún, todo es de los creyentes. En consecuencia, nada debe ser
sacralizado por ellos. Porque ellos son el verdadero templo en el que habita
el Espíritu Santo, y su dignidad está por encima de todo. Ahora bien, ese
templo es de Cristo y Cristo es de Dios.
Sólo cuando se pone a salvo esta jerarquía interior es posible ordenar
como es debido los valores y las relaciones humanas en el marco de la
comunidad de Jesús. Resumiendo: el verdadero templo es la comunidad
fundada en Jesucristo que es el Señor. En ese templo habita el Espíritu
Santo, se da culto a Dios y Dios revela su sabiduría a los sencillos.
Cualquier otro templo, cualquier otro culto, cualquiera otra sabiduría debe
ser rechazada.
El tema del amor de la primera y tercera lectura tiene su base en esta
segunda, donde se expone la actitud humana de la que ha de brotar. En el
proceso de esta carta, Pablo termina el tema de la sabiduría divina,
recapitulando lo ya expuesto en perícopas anteriores. Pero con matices: uno
de ellos es el mostrar cómo el abrirse a Cristo-sabiduría no es cuestión de
pensamiento sólo, sino que implica la inhabitación del Espíritu en todo el
hombre, lo que implica también un modo de vivir en consonancia con esa
realidad. Esta es la actitud básica de la que brotará el amor. Y además tiene
otra consecuencia, a primera vista inesperada, que aparece en los últimos
versículos: quien se encuentra de esa forma unido con Dios es libre y está
por encima de todo. Efectivamente, el final de las palabras que leemos es la
mayor proclamación de libertad que puede soñarse. Toda la creación está a
disposición del hombre; no debe preocuparse por pequeñeces o tonterías,
ha de superarlas; no se dejará amilanar por las dificultades presentes o
futuras ni le ensoberbecerán los éxitos. «Todo es nuestro.» Notable la
amplitud de expresiones del apóstol, usando términos del todo generales y
abarcantes. Pero ello sólo es real teniendo en cuenta el final: "Vosotros de
Cristo y Cristo de Dios". Unión con él, fuente de esa actitud y, como es
obvio, unión de Cristo con el Padre, en el proceso recapitulador de la
creación para que "Dios sea todo en todas las cosas" (1 Cor 15,28)
(“Eucaristía 1987/1993”).
4. Mt 5, 38-48 (Par.: Lc 6, 27-36). Continúa la enumeración de
ejemplos concretos, iniciado el domingo pasado, poniendo de manifiesto la
dinámica de sentido y significado conferida por Jesús a la Ley de Moisés.
Sabéis que se dijo... Pero yo os digo... El texto de hoy recoge dos nuevos
casos, los últimos de la enumeración. Versículos 38-42: Ojo por ojo; diente
por diente. Se trata de formulaciones concretas de la ley del talión que
puede leerse en Ex. 21, 24; Lv 24, 20 y Dt 19, 21. La ley del talión
pertenece al derecho penal y consiste en hacer sufrir al delincuente un daño
igual al que causó. Responde a situaciones socio-culturales en las que la
justicia es asunto de los particulares e introduce un criterio de objetividad
en el ejercicio de esa justicia. Ante el recurso legal como medio disuasorio,
Jesús ofrece la alternativa superior de un desarme del corazón y del espíritu
con capacidad para renunciar a todo tipo de compensación y para desarmar
al contrario por medio de la sorpresa de una actitud abierta y liberal. En
primer lugar se enuncia el principio general: no hacer frente al agresor, es
decir, no recurrir a la violencia. Este principio viene después explicado
prácticamente a base de casos gráficos, paradójicos, chocantes.
Detengámonos en dos de ellos. Al que te pone pleito para quitarte la túnica,
dale también la capa. La túnica era la prenda interior de vestir, la capa, la
exterior. Alguien te lleva a juicio por la ropa interior que llevas, pues cree
que se la has robado. Jesús te dice: dale también la ropa exterior. La
propuesta es de las de dejar a uno atónito, pues equivale a decir que te
quedes desnudo. A quien te requiera para caminar una milla, acompáñale
dos. Los romanos, siguiendo una práctica persa, requisaban personas y
animales para la realización de servicios públicos. El caso contemplado por
Jesús es el del invasor romano obligando al judío a llevar una carga por
espacio de un kilómetro. La propuesta de Jesús es, de nuevo, para dejar
atónitos: dobla la distancia que te exige el invasor.
Versículos 43-48: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
Aunque la ley a la que se refiere Jesús, y que está recogida en Lv 19-18,
habla sólo de amor al prójimo, en la práctica este amor llevaba al
aborrecimiento de los no judíos: los no judíos no eran prójimo. La
alternativa de Jesús propone la superación del concepto de enemigo en
base a la actuación de Dios Padre, quien desconoce por completo este
concepto. A esta razón añade Jesús otra de tipo amistoso-práctico: el
discípulo suyo debe ser diferente de los demás, para concluir con la
invitación a ser perfectos. Perfecto en el sentido de completo, abarcador.
Comentario: El texto de hoy es tal vez el texto bíblico que expresa
con mayor claridad que lo específico cristiano es una diferencia en razón de
una referencia. La diferencia. Ser cristiano es estar situado en el espacio
que se abre más allá de la ley, más allá de lo mandado y prohibido. Sabéis
que se dijo en el espacio de la ley moral, de las pautas más o menos
detalladas que orientan la vida de los humanos. Es, en suma, el espacio de
la conciencia, por la cual los humanos nos diferenciamos de los animales.
"Pero yo os digo" es el espacio que surge después o más allá de la ley moral
y de las adquisiciones de la conciencia. En ese espacio no hay pautas
orientadoras. Sólo hay fantasía y sensibilidad para descubrir modos inéditos
de ser y de relacionarse. ¡Ese es el espacio cristiano! El que se halla en él
no es una persona mejor que las otras (bueno o malo son categorías
morales, propias del espacio moral); es sencillamente una persona
diferente.
La referencia. El espacio cristiano emerge cuando se descubre a Dios
como Padre. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo. Sed
completos como vuestro Padre celestial es completo. El Padre es la
referencia que explica la razón de ser del cristiano (A. Benito).
La ley del talión -ojo por ojo diente por diente- no respira venganza
sino justicia. Frente al sistema anárquico de venganza personal
indiscriminada, muchas civilizaciones antiguas, y no sólo los hebreos,
establecieron el principio moderador del talión: que la medida del castigo
corresponda a la medida del perjuicio, sin excederla con sobrecargas:
robaste cien, devolverás cien. "Si alguno causa una lesión a su prójimo,
como él hizo, así se le hará: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por
diente. El que mate un animal, indemnizará por él; pero el que mate a un
hombre, morirá". Supondría un paso de gigante para el buen orden del
mundo el que esta ley gobernara la conducta personal y social. No vale
calificarla de bárbara mientras se practican progresiones aritméticas o
geométricas en el desfile de las violencias: mordió el mojón de mi finca, le
quemo la casa; me insultó y saqué la navaja; me atacó con cañones,
bombardearé la ciudad; y si caen sobre mi ciudad bombas convencionales,
respondo con atómicas. La ley del talión se usa en una sociedad organizada,
pero no es definitiva ni suficiente para el reino de la paz y del amor. Jesús
irrumpe con un espíritu nuevo: el amor al enemigo. No es un nuevo Código
Penal, ni la forma nueva con que los jueces habrán de aplicar la ley. Es una
irrupción salvadora de Dios en Jesús, que ha de poner de manifiesto la
endeblez y limitación de las conquistas humanas en el camino de la
liberación del hombre y la humanidad (Miguel Flamarique Valerdi).
Jesús profundiza en el concepto de prójimo. Esto lo hace desde una
fundamentación y perspectiva estrictamente religiosa: el descubrimiento de
Dios como Padre, lo cual hace saltar en añicos el habitual y espontáneo
esquema de división y enjuiciamiento de las personas en amigas y
enemigas, y lo sustituye por otro totalmente diferente. Esta es la perfección
a la que Jesús invita a los que quieren ser discípulos suyos. Jesús opone a la
ley del talión el mandamiento del amor. Sus discípulos no deben pagar con
la misma moneda, no deben responder con mal a los que les hacen mal.
Esto es lo que quiere decir cuando les enseña a no hacer frente a los que
les agravian. Su lenguaje es duro y tremendamente exigente. Para evitar
malentendidos, hay que decir que habla en lenguaje figurado (como en 5.
29ss.) y no debe tomarse al pie de la letra. Hay que añadir también, que se
refiere al comportamiento individual y a la actitud del corazón, pero no a la
sociedad y a los tribunales públicos en donde sigue siendo imprescindible un
derecho penal y en cierto modo la ley del talión. Incluso hay que tener en
cuenta la prudencia cristiana en cada caso y hasta la obligación de defender
el propio derecho, no por motivos de venganza, pero sí al servicio de
intereses más altos que el simple egoísmo. Pero con todas estas
matizaciones corremos el peligro de vaciar de contenido las palabras de
Jesús, cuyo espíritu sigue en pie. El mal sólo puede superarse con el bien,
no con el equilibrio de la ley sino con el desequilibrio del amor. Olvidarse de
esto es caer en el círculo vicioso de la venganza y de la violencia, en la
trampa de una ley entendida como trampa del amor, en donde éste
quedaría atrapado.
Jesús es el primero que extiende el amor a todos los hombres sin
excepción alguna abrazando con él hasta a los enemigos. Según sabemos
por los escritos de Qumrân, los esenios exigían amar a todos los que Dios
ama y odiar a los que Dios no ama. Pero Jesús proclama que Dios no hace
distinciones y que hace salir el sol para buenos y malos, justos y pecadores.
Por eso los hijos de Dios deben amar también sin fronteras. Amar a los que
nos aman es natural y no trasciende la equidad de la ley, por lo tanto no la
colma con exceso de amor. En realidad, el verdadero amor sólo se muestra
en el amor verdaderamente gratuito, que no busca lo suyo ni la simple
correspondencia. Esto es lo extraordinario y la verdadera perfección. En
esto se manifiesta la bondad de Dios. Los discípulos de Jesús deben dar
señales de la nueva vida y del reino futuro, no pueden contentarse con las
generales de la ley (“Eucaristía 1990/1987”).
Hay que decir que el discurso de Jesús no es moralista, ni juridicista,
sino religioso, no sustituye la conciencia y por tanto es absurdo decir “¿hay
que poner siempre la otra mejilla?” en el sentido “de obligatoriedad”, sino
en cuanto a que percute la conciencia y hace pensar según Dios, y capaz de
amar como Dios Padre. Amar dice relación, no perfección, es establecer un
tipo de relación donde el amor supera todo límite y todas las previsiones de
respuesta. Nunca hasta que uno es padre, sabe hasta dónde es capaz de
amar, de luchar, de sacrificarse, de entregar. Sed perfectos (en griego,
llevar a plenitud, a fin) como vuestro Padre celestial es perfecto. No es una
llamada obligatoria, no es una norma ni un consejo. Es una confesión
admirada y sorprendente. Es un descubrimiento. Es, también una invitación.
Porque perfectos no podemos ser ni merece la pena luchar por la
inasequible meta de una fría perfección moral al estilo estoico (J. Alegre).
a. Lo católico en Dios. Si Dios es el amor, no puede odiar nada de lo
que él ha creado; eso es lo que dice ya el libro de la Sabiduría (Sb 1,6.13-
15). Su amor no se deja desconcertar por el odio, la aversión y la
indiferencia del hombre; Dios derrama su gracia sobre buenos y malos, ya
aparezca esta gracia ante los hombres como sol o como lluvia. Tolera que
se le acuse, que se le insulte o que se le niegue sin más. Pero no lo tolera
en virtud de una indiferencia sublime, pues la adhesión o la aversión
humanas le afectan hasta lo más profundo. Cuando un hombre rechaza
seriamente el amor de Dios, no es Dios el que le condena sino que es el
propio hombre el que se condena a sí mismo, porque no quiere conocer y
practicar lo que Dios es: el amor. La justicia de Dios no es la del "ojo por
ojo y diente por diente"; más bien hay que decir que cuando el hombre no
supera la justicia penal de este mundo (que es necesaria), ni comprende a
Dios ni quiere estar a su lado. Dios nunca ama parcialmente, sino
totalmente. Esto es lo que significa la palabra «católico».
b. Lo católico en Jesucristo. Jesús es el Hijo único de Dios que nos
revela «lo que ha visto y oído» junto al Padre (Jn 3,32): que Dios no ama
parcialmente, ni es justo sólo a medias, ni responde a la agresión de los
pecadores privándoles de su amor. El manifiesta esto humanamente no
respondiendo a la violencia con más violencia, sino ofreciendo, en la pasión,
la otra mejilla, caminando dos millas con los pecadores, e incluso todo el
camino. Se deja quitar por los soldados no sólo el manto, sino también la
túnica. Contra él se desencadena toda la violencia del pecado precisamente
«porque pretendía ser Hijo de Dios» (Jan 19,7). Pero su no-violencia tiene
mayor proyección que toda la violencia del mundo. Sería un error querer
convertir la actitud de Jesús en un programa político, porque está claro
(incluso para él) que el orden público no puede renunciar al poder penal
(Jesús habla incluso de este poder en sus parábolas, por ejemplo: Mt
12,29; Lc 14,31; Mt 22,7.13, etc.). Cristo representa, en este mundo de
violencia, una forma divina de no-violencia que él ha declarado
bienaventurada para sus seguidores (Mt 5,5) y a la práctica de la cual les
invita encarecidamente aquí.
c. Lo católico de la alianza. El Antiguo Testamento conocía el amor
primariamente para los miembros de la propia tribu (primera lectura, vv.
17-18): ellos eran entonces «el prójimo». Pero para Cristo todo hombre por
el que él ha vivido y sufrido se convierte en «prójimo». Por eso los
cristianos, a ejemplo de Cristo, tienen que superar también la solidaridad
humana limitada y amar a los «publicanos» y a los «paganos». Pablo
muestra (en la segunda lectura) la forma de la catolicidad de la alianza. La
sabiduría cristiana comprende que no debe ser parcial ni partidista, porque,
en virtud de la catolicidad de la redención, toda la humanidad, incluso el
mundo entero, pertenece al cristiano, pero en la medida en que éste ha
hecho suya la catolicidad de Cristo, que revela a su vez la del Padre. «Todo
es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios». La verdadera forma de la
catolicidad del cristiano no consiste tanto en un dejar-hacer exterior cuanto
en una actitud interior: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os
persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el
cielo» (Hans Urs von Balthasar). Llucià Pou Sabaté.