Edificar sobre la roca
Apuntes de + Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia,
para la homilía del domingo 9° “A”, Mt 7,21-27, 6 marzo 2011 .
1. Hoy concluimos la lectura del Sermón de la Montaña, que
venimos haciendo desde hace seis domingos. Del capítulo 7
de San Mateo leemos los versículos 21-27. La enseñanza de
los restantes versículos la escuchamos en buena medida el
año pasado, cuando leímos San Lucas (domingos 7º y 8º). Sin
embargo, conviene tener presente todo el capítulo 7, para
tener completa la figura del discípulo, hijo de Dios Padre,
propuesta a lo largo del Sermón: a) ser benévolo al juzgar
al hermano (vv. 1-5); b) respetar las cosas sagradas (v.6);
c) orar al Padre con espíritu filial (vv. 7-11); d) entrar
por la puerta estrecha del bien (vv. 13-14); e) cuidarse de
los falsos profetas (vv. 15-20).
I. “No son los que me dicen: „Señor, Señor…
“sino los que cumplen la voluntad de mi Padre”
2. A continuación viene el párrafo mencionado, que cierra
perfectamente el Sermón, poniendo una vez más al discípulo
en relación íntima con Dios Padre: “No son los que me
dicen: „Señor, Señor‟, los que entrarán en el Reino de los
Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que
está en el cielo” (Mt 7,21).
El discípulo de Jesús, que desde el comienzo del Sermón fue
descrito como luz del mundo, cuyas obras han de brillar
ante los hombres “a fin de que ellos glorifiquen al Padre
que está en cielo” (Mt 5,16) : cumple la voluntad del Padre.
Para ello ha de poner en práctica la enseñanza de Jesús.
No basta conocerla con la mente. O confesarla con los
labios. Es preciso llevarla a la práctica. Sin ello, la
invocación de Dios en la liturgia se vuelve formalismo
vacío. Es lo que sucedió con muchos hombres religiosos en
tiempos de Jesús. Por ello les echó en cara: “¡Hipócritas!
Bien profetizó de ustedes Isaías, cuando dijo: „Este pueblo
me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son
sino preceptos humanos‟” (Mt 15,7-9).
Nada más contrario al Evangelio que conocerlo y no vivirlo.
Esto hace que no se lo entienda cabalmente. Incluso, el
hecho de estar metido en cosas religiosas sin vivirlas de
corazón, embota la mente y la incapacita para entenderlas
de veras. Como dice Jesús: “ Miran y no ven, oyen y no
escuchan ni entienden… El corazón de este pueblo se ha
endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus
ojos‟” (Mt 13,13-15).
3. Jesús insiste sobre la necesidad de poner en práctica su
palabra, y nos previene de no escudarnos en actividades
religiosas, que también pueden ser hechas sin su espíritu:
“Muchos me dirán en aquel día: „Señor, Señor, ¿acaso no
profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e
hicimos muchos milagros en tu Nombre?‟ . Entonces yo les
manifestaré: „Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes,
los que hacen el mal‟” (Mt 7,22-23).
II. Anunciar a Jesús vivo, ¿o como un pedazo de madera?
4. A la luz de la severa amonestación de Jesús, conviene
que nos preguntemos sobre el apostolado que realizamos en
la Iglesia, tan variado, fatigoso, y, muchas veces, tan
estéril. Si bien la esterilidad puede provenir del rechazo
del hombre moderno a la palabra de Dios, hemos de
preguntarnos con humildad si no se debería también a que en
la Iglesia estaríamos padeciendo el mismo drama que vivía
la religión judía en tiempos de Jesús. Una religión para la
cual Dios era una cosa, sublime, pero cosa al fin. Nos
fatigamos hablando de religión, pero no mostramos con
nuestro testimonio que Cristo puede cambiar nuestra vida.
No se trata de hacer un sermón en toda clase de teología o
de religión. Pero la teología y religión que se imparte,
como también la catequesis y la predicación, deben mostrar
el potencial transformador que tiene el Evangelio de Jesús.
Refiriéndose a esta situación, una religiosa me comentaba:
“Me enviaron a Italia a estudiar ciencias religiosas.
Venían eminentes profesores. Pero muchos hablaban de Jesús
como si fuese un trozo de madera, con el que no sabía qué
hacer. Por fortuna, descubrí otro instituto, y se me abrió
el cielo, porque el Jesús del que me hablaban era un Jesús
creído y amado, al que valía la pena servir”.
III. “El que escucha mis palabras y no las practica,
puede compararse a un hombre insensato”
5. El Sermón de la Montaña termina con la parábola de dos
hombres: uno sensato y otro insensato. El primero, que
practica la palabra de Jesús, construyó su casa sobre roca.
El segundo, que no la practica, la construyó sobre arena.
Cuando vino la tormenta, la primera quedó incólume. Con la
segunda, en cambio, “su ruina fue grande” (vv. 24-27) .
6. Jesús nos da su palabra para practicarla. Él no enseña
nada sólo para acrecentar nuestros conocimientos
religiosos. Si en el Sermón de la Montaña enseña que Dios
es nuestro Padre, es para que nos comportemos como hijos
suyos, y, consecuentemente, como hermanos de todos los
hombres. De allí que la exhortación a practicar la Palabra
esté siempre presente en la catequesis de los Apóstoles:
“Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con
oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos. El que
oye la Palabra y no la practica, se parece a un hombre que
se mira en el espejo, pero enseguida se va y se olvida cómo
es” (St 1,22-24).