Y el que no está contra nosotros, está con nosotros
Mc 9, 38-40
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
JESÚS LE ABRE DE PAR EN PAR LAS VENTANAS DEL CORAZÓN
Todos estamos en continua formación, cual colegiales en perenne aprendizaje en la escuela
de la vida, guiados por el más sabio de los maestros; más aún, el único: «Ni os dejéis llamar
preceptores, porque uno sólo es vuestro preceptor: el Mesías» (Mt 23,10). Y en el caso de
que, por profesión, estuviéramos más allá de la cátedra, no olvidemos esta actitud
fundamental, recordando el movimiento que guía al sabio: Paratus sempre doceri (dispuesto
siempre a aprender).
Las lecturas nos proponen dos guías excepcionales para el camino de la vida: la sabiduría y
Jesús mismo. Dos guías que terminan identificándose. Hay una educación que responde a
principios pedagógicos, teorizados y experimentados y, por consiguiente, propuestos.
Nacen los distintos métodos o escuelas. Estemos agradecidos a los hombres y a las
mujeres que se comprometen en este noble sector. Con todo, queremos recordar que, si
carecemos de la sabiduría del corazón y de la capacidad de integrar en una visión armónica
el dato exterior, experimental, y el interior, que afecta a las raíces secretas del ser, ningún
esfuerzo tendrá gran éxito.
La sabiduría ha prometido en la primera lectura a aquellos que la buscan llevarlos a las
fuentes del gozo y del verdadero éxito. Con un sano realismo ha recordado también el
esfuerzo que cada uno debe poner en esta búsqueda. Es una nota interesante contra la
moda imperante del «todo enseguida» y «todo con facilidad». También la experiencia
cotidiana nos enseña que la meta se alcanza con empeño y fatiga: el deportista tiene que
entrenarse mucho antes de alcanzar niveles satisfactorios, el estudiante tiene que estudiar
mucho tiempo para aprobar los exámenes... En compensación, la sabiduría nos garantiza la
realización de nuestra propia vida, y lo expresa teológicamente con esta frase: «los que la
aman [a la sabiduría] son amados del Señor». La sintonía con el Señor es la máxima
realización de la existencia.
El evangelio también nos habla de una actividad educativa. Jesús reconviene a Juan, que
padece «miopía», su intemperancia: ve bien de cerca (sus cosas) y poco o mal de lejos (las
otras). Quisiera estandarizar a todos con sus medidas. Jesús le abre de par en par las
ventanas del corazón para que acoja otra posibilidad, para que acoja a alguien diferente, en
el sentido de que no pertenece oficialmente a los seguidores de Jesús, aunque, de hecho,
con su comportamiento manifiesta que está en sintonía con él. Juan y, por extensión, toda
la comunidad cristiana necesitan ir más allá de las apariencias y verificar el carácter genuino
del corazón de las personas más que su carnet de adscripción.
ORACION
Padre santo, guía mis pasos por el camino del bien. Hazme encontrar maestros que
enseñen con la palabra y con la vida, que estén en contacto con las fuentes genuinas de tu
Palabra. El mundo rebosa de pretendidos maestros que no rara vez tienen la desfachatez
de declararse o hacerse llamar maftre á penser, como si fueran nuevos Aristóteles. Son
pregoneros, insustanciales capaces de alborotar, pensadores de temporada o vendedores
de ideas rancias. Sin embargo, tienen muchos seguidores. Ayúdame, Señor, a distinguir el
grano de la paja, la verdad de la ilusión, la sustancia del brillo seductor. Te pido el don de la
sabiduría, usando las palabras del rey Salomón, prototipo de todos los sabios, que, con
agudeza, te pidió poder participar de una cualidad que, siendo principalmente tuya, te place
infundir en quien te la pide en la oración y en quien la custodia en la vida:
«Contigo está la sabiduría, que conoce tus obras;
estaba presente cuando hacías el mundo
y sabe lo que es agradable a tus ojos
y lo que es conforme a tus mandamientos.
Envíala desde el santo cielo,
desde el trono de tu gloria mándala,
para que me asista en mi tarea
y sepa yo lo que te es agradable.
Porque ella, que todo lo sabe y lo comprende,
me guiará con acierto en mis empresas
y con su gloria me protegerá.
Así, mis obras te agradarán,
gobernaré a tu pueblo con justicia
y seré digno del trono de mis antepasados» (Sab 9,9-12).