VIII Domingo durante el año A
"Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura" (Mt. 6.33)
Nos lleva la liturgia de este domingo a confiar en la Providencia de Dios. Dios nunca abandona a
quien cree y confía en El, Dios nunca abandona al pueblo fiel. Cuando el Señor nos prueba
estamos tentados de decir: "Dios nos ha abandonado". Esto mismo le sucedió muchas veces a
Israel: "El Señor nos ha abandonado, el Se ñor nos ha olvidado" (ls. 49,14). P ero por boca de los
Profetas mismos el S eñor responde a s u pueblo: "¿ac aso olvida una madre a su ni ño de
pecho?" y mira, aunque ellas llegasen a olvidar a sus niños, Yo el Señor no te olvido" (Ib. 15). Dios
nos llama a la vida en un acto de amor y es imposible que en su amor de Padre El nos olvide. El
hombre frecuentemente, en su debilidad y en su inclinación al pecado, olvida a quienes ha traído
a la vida y aún en su pobreza espiritual es hasta capaz de quitarle la vida.
Pero, aunque Dios nos pruebe, El no obra de manera semejante al hombre. El nos ama con amor
infinito y res peta nuestra vida. El nos da la vida en el momento mismo de la c oncepción y la
lleva a su término natural. Mientras tanto a quienes nos acogemos a El, amándole y respetándole,
nos cuida de todo mal y sobre todo de la muerte eterna: " no andéis preoc upados por vuestra
vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué me vestiré" (Mt. 6,25).
Nuestro corazón y nuestra mente se llenan de afanes y angustias porque confiamos demasiado en
nosotros mismos, en nuestros propios recursos, en nuestras propias posibilidades dejando a Dios
de lado. Quitamos a Dios de nuestras vidas confiando sólo en nosot ros, sin darnos cuenta no
solament e que el Señor es dueño de la vida y que puede probarnos, sino que nosotros somos
débiles, tanto en nuestra inteligencia como en nuestra voluntad. Creemos más en los medios
humanos que en el auxilio de Dios, en nuestras propias iniciativas que en la Providencia del Se ñor
que cuida de unos y de otros. Otras veces estamos tan ocupados de nuestros negocios que no
nos queda tiempo ni capacidad para acudir a Dios. Jesús introduce el discurso sobre la
Providencia de Dios: "nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero". El dinero es necesario
para vivir, pero cuando se convierte en nuestro amo, nos tiraniza quitándonos la libertad -don
maravilloso de Dios- y el interés por Dios, los hermanos y la sociedad, alejando de nosotros el
sentido del bien común y llega a hacernos sus esclavos.
En cambio, cuando el hombre mira la existencia y el dinero en su justa medida, no le teme a la
vida, porque ha puesto su confianza en Dios. Tampoco es esclavo de sus negocios, porque les
serán dados en añadidura. Su amor estará puesto en la belleza y bondad de la vida, en Dios su
Señor y Padre, confiando que nunca le abandonará. Cree en su Providencia, en El ha puesto su
confianza.
En realidad es la poquedad de la fe del hombre, la que le hac e tan ins eguro de Dios y tan
preocupado de si mismo. Jesús nos dice que esta conducta es propia de los paganos : "por estas
cosas se afanan los paganos" (lb. 32). Y sin embargo es tan fácil para los cristianos dejarnos
tomar por esta mentalidad purament e terrena y no ver más allá de los horiz ont es materiales y
creer solament e en los negocios y ganancias terrenas, creyendo que s ólo los bienes materiales
nos darán el gozo y la felicidad. En cambio a quien ha puesto en Dios su confianza, El le hace
descansar en su Providencia y lo libra de la esclavitud de los afanes terrenos : "buscad primero el
Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura" (Mt.6,33).
Que la Virgen, Madre confiada, nos enseñe a vivir el camino de la Providencia divina.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obi spo de Puerto Iguazú