No la negligencia, sino la fe
Homilía para el VIII domingo del tiempo ordinario (Ciclo A)
El Señor nos pide atender a lo esencial: el Reino de Dios y su justicia, sin
dejar que lo secundario ocupe el lugar de lo principal (cf Mt 6,24-34). Se
trata de perfilar convenientemente la orientación fundamental de la propia
vida; una orientación que se concretará en cada una de nuestras
actuaciones.
Lo esencial es Dios. Él es “mi roca y mi salvacin” ( Sal 61). Dios es
merecedor de una confianza plena, ya que, aunque una madre pueda
olvidarse de su criatura, Dios no nos olvida (cf Is 49,14-15). Si Él cuida, con
su providencia, de los pájaros, de los lirios del campo y hasta de la hierba,
¿cómo no va a ocuparse de nosotros?
Jesús señala dos síntomas que denotarían una fe débil, una falta de
confianza en Dios, un estilo de vida más bien propio de paganos: el
excesivo apego al dinero y la exagerada preocupación por los bienes
materiales - la comida y el vestido - y por el futuro.
“No se trata de quedarse con los brazos cruzados y de no trabajar más, ni
tampoco de llevar „una vida inconsciente‟” (M.Grilli – C. Langner), pero sí de
evitar una obsesión por las cosas perecederas y mundanas. El sentido
común nos indica la necesidad de trabajar para hacer frente a nuestras
necesidades e, incluso, de prevenir, en la medida en que razonablemente
quepa hacerlo, las necesidades futuras.
El dinero en sí mismo no es malo, pero no puede usurpar el lugar reservado
a Dios. El interrogante que nos plantea el Señor es: ¿Vivo para Dios o para
el dinero? La tentación del tener, de la avidez de dinero, insidia el primado
de Dios en nuestra vida: “El afán de poseer provoca violencia, prevaricacin
y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal,
recuerda la práctica de la limosna , es decir, la capacidad de compartir. La
idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al
hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete,
porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la
vida” (Benedicto XVI).
De modo análogo, la desproporcionada preocupación por la propia
seguridad material, presente o futura, arrincona el seorío de Dios. “No
estéis agobiados”, nos repite Jesús; “sobre todo, buscad el Reino de Dios y
su justicia; lo demás se os dará por aadidura”. Nuestra vida y también
nuestro futuro están, en última instancia, en manos de Dios.
San Hilario comenta, a propósito de este pasaje evangélico: “Dios nos ha
prohibido que nos preocupemos por el futuro. El abandono descansado de la
preocupacin no es propio de la negligencia, sino de la fe”.
Luchemos contra la negligencia, contra el descuido y la falta de cuidado,
pero avancemos por la senda de la fe y de la esperanza, ansiando “con una
firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla” ( Catecismo
1843).
Guillermo Juan Morado.