VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El Reino de Dios y su justicia
El evangelio de este domingo (Mt 6,24-34) pertenece también al Sermón de la
Montaña y revela que el señorío de Dios debe ocupar el centro de atención en la
vida de todo discípulo, más allá de las preocupaciones vanas de este mundo,
entre las cuales sobresale el dinero, por su carácter engañoso al pretender dar
una seguridad que es falsa. Frente a las múltiples preocupaciones habituales de
la vida humana hay dos enseñanzas de Jesús que determinan la orientación de
su mensaje. La primera es la sentencia: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt
6,24; Lc 16,13). La segunda es una conclusión exhortativa, específicamente
mateana: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33) .
El dinero no puede ser un fin en sí mismo y sólo ha de servir para hacer el bien,
especialmente a los más pobres del mundo en el marco de la justicia de Dios. La
alternativa entre Dios y el dinero (denominado Mamon) se convierte en un
absoluto. “Mamon” es lo que da seguridad y consistencia en la vida. Es de la
misma raíz que la palabra Amén , que indica tanto confiar como estar firme.
Jesús es consciente del atractivo seductor y corruptor de las riquezas y sabe que
el dinero es un dios que exige pleitesía y adoración. Cuando el dinero se
convierte en dios o señor, se pone en peligro la convivencia humana. Por eso
Jesús declara abiertamente que no se puede servir a Dios y al dinero (Mt 6,24).
El evangelio de hoy repite hasta seis veces el verbo preocuparse para dar la
orientación fundamental del mensaje de Jesús, que exhorta a no preocuparse
por el dinero ni por lo que se puede adquirir con dinero. ¿No es esta
preocupación por el dinero y la codicia lo que sustenta un mundo tan injusto
como el que tenemos? Cuando los afanes por las cosas de este mundo se
convierten en preocupaciones absolutas, aunque se trate de verdaderas
necesidades, se está poniendo más la confianza en el dinero que en Dios. Por
eso el señorío de Dios ha de ser la ocupación fundamental de la vida de los
discípulos.
El texto de Mt 6,33 (En cambio buscad primero el Reino de Dios y su justicia) va
introducido por una partícula adversativa que manifiesta una clara
contraposición en la concepción de la justicia de Dios propia del Reino de
Dios respecto a todas las preocupaciones anteriormente descritas en el texto. La
exhortación constituye un paralelismo sinonímico, de modo que los dos
complementos del verbo “buscar” no son realidades distintas sino la misma
realidad en dos aspectos diferentes. La formulación griega del texto permite ver
mejor el paralelismo. La búsqueda del Reino conlleva la búsqueda de la justicia
de Dios. Lo específico del discípulo es no preocuparse ni por la comida, ni por el
vestido, ni por nada que se adquiera con dinero. El dinero en su materialidad y
en cuanto sistema económico llega a ser un verdadero ídolo del ser humano que
embarga la vida de las personas y las domina como si de súbditos se tratara. Por
eso la formulación evangélica inicial es contundente en este punto: “No podéis
servir a Dios y al dinero” . El señorío que Dios establece desde su amor con las
personas que participan en el Reino porque éste les pertenece, es decir, con los
empobrecidos de todo el mundo, con los pobres a conciencia, con los discípulos
en su seguimiento radical de Jesús, con los últimos de la sociedad y los que se
hacen los últimos de la misma por causa del evangelio y de los pobres, es una
relación viva de amor en la cual no hay lugar para que el dinero ocupe un
espacio del corazón. Por eso para el discipulado de Jesús en la vida comunitaria
y eclesial el dinero no puede ser el centro de atención de la vida humana y no
puede constituir la aspiración profunda de la persona.
El Reino de Dios se identifica con la justicia de Dios. Tanto en Mt 6,33 como en
5,6, se trata de una justicia inexistente en la realidad histórica, es la justicia de
Dios, deseada y esperada por parte de los hombres, por parte de quienes tienen
hambre y sed de ella, y, al mismo tiempo, es la justicia, en cuya búsqueda
activa Jesús implica a los discípulos. Buscar la justicia de Dios es buscar el Reino
de Dios, como don y como tarea. Primero, como don irreversible e inminente
(Mc 1,14-15) del amor de Dios hacia el ser humano y particularmente hacia los
últimos de la sociedad y, segundo, como tarea que compromete la vida de los
discípulos en la opción a favor de los pobres, de los indigentes, de los que
gimen, de los hambrientos, para hacer posible esa justicia divina que resarcirá a
los últimos de los derechos conculcados en el devenir de la historia. Este
planteamiento de la justicia es el que sobresale en el texto de Mt 6,33: Buscad
primero el Reino de Dios y su justicia.
Los discípulos y toda persona que acoge el mensaje del Reino contenido en las
bienaventuranzas han recibido la promesa de un don que se cumplirá, pues de
parte de Dios se verán cumplidas con hartura y hasta la saciedad las esperanzas
de los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios (Mt 5,6), pero al mismo
tiempo esas personas quedan impelidas por la promesa de Dios a buscar
incansablemente aquella justicia divina como prioridad fundamental de la vida,
que consiste en la realización del ideal de justicia que emana del Antiguo
Testamento y que se resume en el socorro concreto, ejercido por Dios y por los
hombres, hacia los más débiles, “Dios hace justicia a los oprimidos, da pan a los
hambrientos” (Sal 146,7) y en el restablecimiento de los derechos de los
indefensos (cf. Dt 10,18; Sal 103,6; Is 33,5; Jr 22,3; Sal 40,11; 51,16; 70,15;
97,2; 118,123).
En este marco amplio de restablecimiento de la justicia tiene plena cabida toda
reivindicación de los derechos de los pobres, tanto desde una perspectiva
individual como desde una perspectiva estructural y global. En la actualidad de
nuestro mundo globalizado, es decir, en el marco de las desigualdades
económicas y sociales que generan una injusticia planetaria que anida en todos
los rincones de la tierra, son muchos los fenómenos que evidencian esta
desastrosa situación social, tales como el paro laboral, la problemática de la
inmigración en los países capitalistas ricos, la crisis económica internacional, la
miseria imperante en dos terceras partes del mundo, y no en último lugar el
hambre de los derechos fundamentales a la libertad y a la dignidad en los países
de regímenes totalitarios y populistas y la sed de legislaciones justas en los
países denominados democráticos, donde los derechos a la vida y a la igualdad
son interpretados desde otros intereses particulares que los conculcan. Las
palabras de Jesús impulsan hoy a la comunidad cristiana a concentrar toda la
atención en el Reino de Dios y su justicia.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura