“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el
Reino de Dios”
Mc 10, 17-30
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
TENDRÁS UN TESORO EN EL CIELO
Podríamos decir que el denominador común de ambas lecturas es una invitación a
liberarse. La primera nos invita a liberarnos del pecado, la segunda de la riqueza. En ambos
casos se trata de un impedimento para acceder a los valores superiores; más aún, vitales.
«Pecar es humano, perseverar es diabólico», dice una conocida máxima. A buen seguro, es
preciso que nos comprometamos antes que nada a evitar el pecado, pero, siendo realistas,
no podemos olvidar nuestra crónica fragilidad. En consecuencia, será oportuno tener
presente que somos débiles, incapaces de mantener siempre el rumbo adecuado, a pesar
de las muchas ayudas que recibimos. La humilde conciencia de nuestra pobreza espiritual
nos llevará a renovar la petición de perdón al Señor, a pedir su misericordia y a recomenzar
con confianza. La autosuficiencia del hombre moderno le impide arrodillarse ante su
Creador para pedir perdón. El hombre se convierte en medida de s í mismo, está bien lo que
él juzga que está bien, no busca ningún punto de referencia fuera de él. De este modo, le
queda bloqueado el camino espiritual. Es preciso ayudarle a liberarse de su autosuficiencia,
a que vuelva al Señor con la conciencia del joven de la parábola: «Me pondré en camino,
volveré a casa de mi padre y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no
merezco llamarme hijo tuyo"» (Lc 15,18).
El segundo camino de liberación nos lo propone el evangelio. Jesús, con una divina
intuición, comprende qué es lo que atenaza a este hombre y le propone liberarse de sus
riquezas. No le aconseja tirarlas o destruirlas, sino que le sugiere que las haga fructificar
dándoselas a los pobres. Este hombre, privado de sus riquezas, empezaría a tener un
capital en el cielo: «Tendrás un tesoro en el cielo». La liberación no es el fin, sino la
condición para realizar plenamente nuestra vida. Ésta encuentra su máxima floración en el
«ven y s ígueme» que corresponde a la vocación específica de aquel hombre. No supo
liberarse de su riqueza, pensando que tal vez eran un bien que le garantizaba el mañana.
Perdió la ocasión más bella de su vida, desaprovechó la invitación que procedía de un acto
sublime de amor: «Jesús le miró fijamente con cariño». Con su riqueza, y precisamente a
causa de ella, se volvió terriblemente pobre. Su caso nos enseña que es posible
permanecer apresados por las cosas, a pesar de las llamadas de Jesús a una vida
plenamente realizada. Por fortuna, la historia de los discípulos nos enseña que también es
posible tomar el camino adecuado.
ORACION
Señor, libérame de la presunción de sentirme «tranquilo» por una valoración mínima de mi
pecado («¿Qué tiene de malo?», «Lo hacen todos»), de remitir al infinito la conciencia y la
denuncia de mi culpa, porque esto me bloquea el acceso a tu misericordia, m e hace perder
un tiempo precioso, me mantiene encadenado a mi orgullosa presunción.
Señor, ayúdame a cultivar la espiritualidad sencilla y esencial del publicano en el templo:
«¡Oh Dios, ten piedad de m í, que soy un pecador!», a conservar la viva confianza de que el
Padre, en los cielos, está dispuesto a perdonar, puesto que no quiere la muerte del pecador,
sino que se convierta y viva (cf. Ez 18,23). Y una vez perdonado, ayúdame a perdonar a los
otros, a imitación del Padre que me perdona, para que yo quede libre del rencor y del
espíritu de venganza y permita a los otros liberarse de su pasado.
Señor, libérame de las cosas entendidas como posesión que esclaviza; concédeme la
sabiduría de un uso prudente, considerándolas como medios de tu Providencia destinados a
alcanzar el fin, a entrar en la vida que eres tú, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y
reinas por los siglos de los siglos.