“Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.
Mc 10, 28-31
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ES PRECISO CONSTRUIR UNA RELACIÓN INTERIOR, PROFUNDA Y GLOBAL
Una lectura apresurada y superficial de los textos de hoy podría hacer surgir la idea de que
nuestra relación con el Señor es semejante a la que mantenemos con un banco:
depositamos una suma de dinero y, después de cierto tiempo, la retiramos con los
intereses. La diferencia sería sólo cuantitativa: la tasa del interés dado por el Señor sería
extremadamente generosa: el séptuplo para la primera lectura y hasta el céntuplo para el
evangelio. Obviamente, no hemos tomado el camino adecuado.
Antes que nada, hemos de señalar que es preciso construir una relación interior, profunda y
global. El libro del Eclesiástico pedía la observancia de la ley, y los apóstoles se han
adherido al seguimiento de Jesús: en ambos casos se trata de entrar en comunión con
Alguien. Lo que más vale es la ofrenda de nuestra vida en forma de fidelidad a la voluntad
divina, de generosidad en el seguimiento de su enseñanza o sugerencias. La ofrenda de
cualquier don es sólo manifestación o prolongación de la ofrenda de nuestra persona. Y
también a nivel personal se sitúa la recompensa. Esto se comprende mejor en el pasaje
evangélico. La perspectiva final y gloriosa de la recompensa es «la vida eterna», que -dicho
con otras palabras- es la visio Dei, la comunión plena y definitiva con la Trinidad. Seguir a
Cristo significa entrar, con él, en él y por él, en el misterio trinitario. Este es el verdadero
céntuplo. El interés bancario tiene aquí poco que ver.
ORACION
Perdónanos, Señor, nuestra mentalidad comercial. Estamos acostumbrados a cuantificar y
a «monetizar» todo. «¿Cuánto es eso en dinero?», es una frase que aparece a menudo en
nuestros labios. Esta mentalidad de contables invade y contamina asimismo nuestra
relación contigo. Nosotros te damos y tú nos das..., sólo que muchas veces las cuentas no
salen. Comienzan nuestras crisis. Tú nos pareces lejano, insensible a nuestros problemas...
Perdónanos, Señor, si te hemos reducido a un buen «supercontable», a administrador
delegado del Reino de los Cielos.
Ayúdanos a calcular en términos de gracia que es gratuidad, potencia de amor, desinterés.
Ayúdanos a dar y a darnos sin calcular, alegres de gastarnos para que tú seas conocido y
amado. Sabemos, ciertamente, que en materia de generosidad no hay quien te gane. Si
después quieres echarnos una mano para que abramos nuestra cartera, la caja fuerte de
nuestro tiempo y de nuestra disponibilidad para compartir con los otros, tanto mejor. Nos
sentiremos de verdad hijos de aquel Padre que es pródigo en amor con todos.
Ayúdanos a desear ese premio que eres tú mismo, presente ya hoy en nuestra vida, con la
esperanza de que nosotros podamos reposar un día, definitivamente, en la tuya.