Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
El espíritu de la ley
“No penséis que he venido a abolir las enseanzas de la ley y los profetas; no he venido a
abolirlas, sino a llevarlas a plenitud” (Mt 5,17).
Jesús ratifica el valor de la antigua ley que Moisés recibió en el monte Sinaí, es decir, las
dos tablas de piedra que contenían los 10 mandamientos de la ley de Dios y que al sol de
hoy siguen vigentes. Los mismos que aprendimos de memoria en el catecismo y son una
guía práctica para el examen de conciencia y la confesión. ¿Dónde está la novedad? En que,
sabiendo Jesús que la ley en sí misma se vuelve asfixiante, pesada y odiosa si no está
animada por el espíritu, nos enseña a vivirla desde la dimensión del amor y la misericordia.
Pongamos, por ejemplo, el tercer precepto que nos manda asistir a misa los domingos.
Quién asiste a misa obligado, sólo para no pecar, terminará aborreciendo la misa, pero si
descubres el valor santificador y redentor que tiene la misa, si eres consciente de que Dios
allí te espera para encontrarse contigo, para consolarte, aconsejarte, fortalecerte, no la
dejarías por nada del mundo.
Esto que suena tan sencillo de explicar, le resulta difícil de entender a muchas personas.
¡Cuántas veces Jesús tuvo que recordarnos que el sábado se hizo para el hombre y no el
hombre para el sábado! ¡Cómo se molestaban y se llenaban de ira los fariseos al verlo
curar en sábado! La misericordia no tenía lugar en su corazón porque eran rigoristas,
legalistas, eran duros de corazón.
¿Cuál es el espíritu de la ley? La misericordia. Pediré al Padre que les cambie el corazón de
piedra para darnos un corazón de carne, capaz de sentir compasión por las necesidades del
prójimo. Dios es fuente de la misericordia. El Padre se ha compadecido de nuestras
miserias y nos ha enviado a su Hijo: “Porque tanto am Dios al mundo que entreg a su
propio Hijo para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn
3,16).
Las aplicaciones que podemos hacer a nuestra vida son incontables si aprendemos a
reproducir la bondad de Cristo en nuestra vida. Haríamos a cada momento la experiencia de
las palabras de Cristo que nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazn
y hallaréis descanso en vuestros corazones” (Mt 11,29). ¡Cuánta necesidad tenemos de
sentirnos comprendidos y escuchados! Cuánta paz experimentamos cuando perdonamos las
faltas de los demás y disculpamos. A los que son legalistas, mucho les ayudará recordar lo
que repetimos frecuentemente en la oracin del Padre nuestro: “Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Jesús nos invita a cumplir la
más importante de la ley: la misericordia.
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