COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO
VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Estamos celebrando el octavo domingo del Tiempo Ordinario. En este Ciclo de
Lecturas A la liturgia nos propone reflexionar con el capítulo 49 del Libro del Profeta
Isaías, el inicio del capítulo cuarto de la Primera Carta del Apóstol Pablo a los
Corintios, mientras que el evangelio es el capítulo sexto de San Mateo. El Salmo 61
nos invita a permanecer en el Seor: “Descansa slo en Dios, alma mía”.
Cuando tenemos problemas, cuando hay dificultades, y si estas se prolongan en el
tiempo, la persona puede llegar a sentir que está lejos de Dios, que el Señor le ha
abandonado. Puede ser una tentación, si la persona es creyente convencida, o
puede ser una actitud permanente si la persona no vive mucho la religión. Porque
una cosa es clara: tanto el que cree, como el que no, al final sabe que Dios tiene
que ver con la vida, tiene influencia sobre la persona. Sólo que la perspectiva de
ver esa acción de Dios, o de dejarla de ver, es diversa. Quien cree, como decía
antes, puede sentir como una tentación el pensar que Dios le ha dejado sólo ante
las dificultades y problemas. Y como tentación que es, entonces la persona
reflexiona, intensifica su relación con Dios a través de la oración y los sacramentos,
y aleja esa tentación, afrontando las dificultades y problemas con una nueva
mentalidad, sabiendo que Dios no abandona. Pero el que no cree, entonces se
encarniza contra Dios y le culpa de todo lo malo, Dios le sirve como de chivo
expiatorio. Y tal vez, en vez de mejorar, la situación empeora, porque si no se tiene
serenidad, al afrontar los problemas o dificultades, no se verá con claridad cuál
puede ser la solución. Isaías, al hablar al pueblo de Israel le dice, pone en labios de
Sin la expresin “me ha abandonado el Seor, mi dueo me ha olvidado”, para
poner inmediatamente en labios de Dios la respuesta: “¿es que puede una madre
olvidarse de su creatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque
ella se olvide, yo no te olvidaré”. Está es la mayor certeza que puede tener un
creyente, Dios nunca nos abandona.
El discurso del abandono de Dios, del sentirse alejados de él, se complementa con
lo que plantea Jesús en el evangelio de hoy: “No se puede servir a dos señores, no
se puede servir a Dios y al dinero”. Digo que se complementan porque Jesús está
explicando que cuando la persona tiene el corazón dividido, al final termina
dedicándose sólo a una de ellas, y normalmente la inclinación va hacia el dinero,
porque con él es que se pueden comprar las cosas para vivir. El pensamiento
común es que si no se tienen recursos, entonces la vida se hace difícil. Y es verdad,
porque, lamentablemente, la sociedad en que vivimos está basada en un sistema
de capitales donde el dinero es la base de las relaciones sociales, y es el principal
motor del bienestar. Quien es rico puede tener resueltos sus problemas, pero el
pobre tiene sufrimientos, porque muchas veces no hay dinero ni para comer. Desde
esta perspectiva nos puede parecer contradictorio el planteamiento de Jesús, que
no nos preocupemos, porque Dios proveerá. Y si no se trabaja, no se gana nada, y
por ende no se come. Pero las palabras de Jesús las debemos entender en el
sentido que no debemos absolutizar los bienes materiales, en especial el dinero, no
lo debemos convertir en Dios. De esto es que nos está previniendo Jesús, porque
cuando el dinero se convierte en Dios, entonces la lógica para ganarlo y conseguirlo
se convierte en nuestra religión, y sabemos que muchas veces conseguir el dinero
de manera fácil no se hace con cosas buenas, sino con cosas malas. Jesús te pide
que seas honesto, que tengas lo tengas a él como Dios, y lo demás será relativo, se
nos dará por añadidura.
La segunda lectura, de la primera Carta del Apóstol Pablo a los Coríntios refuerza el
mensaje anterior, ya que pone en el plano de la conciencia lo que significa ser un
fiel creyente, que es algo símil a un administrador, a quien se le pide sólo que sea
fiel, transparente. Pablo nos invita a que vivamos nuestro compromiso de fe con la
conciencia que es a Dios a quien debemos rendir cuentas, es quien ve el fondo de
nuestros corazones.
Jesús nos invita a sincerarnos con él, y a sincerarnos con la vida. Él debe ser el
centro de nuestra existencia, y todo lo demás sólo será necesario en la medida en
que nos sirva para vivir dignamente. Con esta actitud, el dinero nunca será nuestro
Dios.
Fuente: Radio vaticano. (con permiso)