Jueves de la semana 8ª del tiempo ordinario «A Dios no se le oculta
ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna». Su providencia
nos cuida, y podemos decir: «Qué amables son todas sus obras,
Señor», y también acudir a Jesús como el ciego necesitado en busca
de curación: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí», y
escuchar con fe: «ánimo, levántate, que te llama»
Eclesiástico 42: 15 – 25. 15 Voy a evocar las obras del Señor, lo que
tengo visto contaré. Por las palabras del Señor fueron hechas sus obras, y
la creación está sometida a su voluntad. 16 El sol mira a todo iluminándolo,
de la gloria del Señor está llena su obra. 17 No son capaces los Santos del
Señor de contar todas sus maravillas, que firmemente estableció el Señor
omnipotente, para que en su gloria el universo subsistiera. 18 El sondea el
abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos penetra. Pues el
Altísimo todo saber conoce, y fija sus ojos en las señales de los tiempos. 19
Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas secretas.
20 No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. 21 Las
grandezas de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la
eternidad y por la eternidad; nada le ha sido añadido ni quitado, y de
ningún consejero necesita. 22 ¡Qué amables son todas sus obras!: como
una centella hay que contemplarlas. 23 Todo esto vive y permanece
eternamente, para cualquier menester todo obedece. 24 Todas las cosas de
dos en dos, una frente a otra, y nada ha hecho deficiente. 25 Cada cosa
afirma la excelencia de la otra, ¿quién se hartará de contemplar su gloria?
Salmo 33,2-9 2 ¡dad gracias a Yahveh con la cítara, salmodiad para él al
arpa de diez cuerdas; 3 cantadle un cantar nuevo, tocad la mejor música en
la aclamación! 4 Pues recta es la palabra de Yahveh, toda su obra
fundada en la verdad; 5 él ama la justicia y el derecho, del amor de Yahveh
está llena la tierra. 6 Por la palabra de Yahveh fueron hechos los cielos por
el soplo de su boca toda su mesnada. 7 El recoge, como un dique, las aguas
del mar, en depósitos pone los abismos. 8 ¡Tema a Yahveh la tierra entera,
ante él tiemblen todos los que habitan el orbe! 9 Pues él habló y fue así,
mandó él y se hizo.
Marcos 10: 46 – 52. 46 Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó,
acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de
Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Al
enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí!» 48 Muchos le increpaban para que se callara.
Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» 49
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle.» Llaman al ciego, diciéndole: «¡Animo,
levántate! Te llama.» 50 Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino
donde Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te
haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe
te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Comentario: 1.- Si 42, 15-26. -Voy a evocar las obras del Señor, contaré
lo que he visto. Por la palabra del Señor fueron hechas sus obras. Antes de
tratar, en las últimas páginas de su libro, las intervenciones de Dios en la
Historia, Ben Sirac contempla a Dios obrando en la Naturaleza. ¡Abrir los
ojos! ¡Contemplar la creación que nos rodea! La ciencia moderna,
haciéndonos ahora comprender mejor aún la complejidad de los seres y sus
disposiciones recíprocas debería suscitar en nosotros una admiración aún
mayor por el Autor de tanta maravilla. -El sol mira todo iluminándolo y la
obra del Señor está llena de su gloria. El sol, por sí solo, es todo un símbolo
y como un resumen... una maravilla compleja, de él depende la vida de
todo lo demás. Imaginemos, por un instante que el sol deja de existir.
Seguidamente todo moriría. Se comprende que san Francisco de Asís
compusiera su Himno al Sol: "Loado seas, mi Señor, con todas tus
criaturas, / especialmente por mi señor, el hermano sol, / por el cual haces
el día y nos das la luz; / el es bello y radiante, con gran esplendor: / de Ti,
Altísimo, lleva significación". ¿Suelo orar partiendo de la belleza de la
creación?
-El Señor sondea el abismo y el corazón humano y penetra sus
secretos. Pues el Altísimo todo saber conoce y considera los signos de los
tiempos. Anuncia lo pasado y lo futuro y descubre las huellas de las cosas
secretas. Ben Sirac, que, en su época es un hombre sabio, es muy
consciente de sus ignorancias: confiesa que no conoce la solución de
cantidad de problemas. Sólo Dios es sabio. Sólo Dios posee el conocimiento
definitivo de todas las cosas. El hombre moderno ha progresado mucho,
ciertamente, en el conocimiento científico de la materia y del cosmos. Y, en
época reciente, llegó a imaginar que su poder era casi infinito para
transformar la naturaleza. Desengaños importantes han llevado a los sabios
a adoptar una postura más modesta como fue la de los antiguos sabios. Son
muchas las cosas que el hombre ignora... toda presunción orgullosa, en el
fondo es peligrosa y ridícula. La naturaleza se encarga de vengarse cuando
no se la respeta. Eso no afecta a la orden divina: «dominad la tierra y
sometedla». Sencillamente, nos hace ser más humildes frente a nuestras
pretensiones. Ruego por los sabios, pensando en sus propias
responsabilidades en los años venideros.
-Al Señor, no se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le
oculta. Ordenó las obras maestras de su sabiduría... Todas las cosas le
obedecen en todo. La admiración por las bellezas de la naturaleza puede
conducir al creyente a la contemplación de Dios, propiamente dicha: todo
ha sido ideado por Dios... en este momento todo es pensado por Dios...
incluso todo lo bueno de los pensamientos y proyectos de los hombres.
Prolongando la meditación que este texto me propone, ¿por qué no
situarme ante algo hermoso: una flor, un paisaje, el rostro de un niño...
para alabar a Dios «autor de esas obras»?
-Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra; Dios no ha hecho
nada incompleto. Cada cosa afirma la excelencia de la otra. ¿Quién se
hartará de contemplar su gloria? La complementariedad de los seres. Su
asombrosa interdependencia (Noel Quesson).
El Eclesiástico se extasía ante la grandeza del mundo que contempla.
Al mismo tiempo, esta grandeza le hace sentir su propia ignorancia y su
falta de dominio sobre las cosas y las leyes que regulan sus movimientos.
Se encuentra inmerso en un mundo que ni ha hecho ni sabe cómo está
hecho y cómo se mueve. Así, su admiración crece a medida que su mirada
escruta todo lo que le rodea. Por otra parte, el vacío de su ignorancia e
impotencia se llena con la presencia -intuida, si no vista- del Señor, a quien
ve en el origen de todo. «Por la palabra de Dios son creadas todas las
cosas, y de su voluntad reciben su tarea...». Todo lo que ve es «obra del
Señor» (42, 15). Para el sabio, el Señor es el conocimiento y el poder: "El
Señor es más grande que todas sus obras" (43,28). Nada se oculta a la
mirada penetrante del Altísimo que "conoce el pasado y el futuro" (v 19) y
sondea lo oculto e inaccesible para los ojos de los hombres, incluidos los
santos, a quienes tampoco se ha concedido "contar las maravillas del
Señor" (42,17). «No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa
palabra alguna» (42,20). La creación, con su grandeza e independencia,
muestra al hombre su pequeñez y su ignorancia y ha constituido a lo largo
de los siglos una fuente de contemplación y de elevación del espíritu. «¡Qué
amables son todas tus obras!» (v 22); «¿quién se saciará de contemplar su
hermosura?» (v 26). Pero la magnificencia del mundo creado, por más que
se presente como una especie de revelación, no es más que un ropaje que
cubre y oculta. De hecho, «quedan cosas más grandes escondidas; sólo un
poco hemos visto de sus obras» (43,32). El sentido de las propias
limitaciones y de la estrechez de los horizontes personales ha sido siempre
principio de sabiduría humana. La inteligencia del hombre está
constantemente expuesta al peligro de caer en la trampa que se tiende ella
misma, cuando se erige en medida de la realidad y cree que ya ha visto qué
hay más allá por el hecho de comprender que tiene que haber algo más allá
de lo que conoce. Es bueno que el sabio nos lo recuerde hoy: nadie puede
explicar cómo es el Señor porque nadie lo ha visto jamás. Por tanto, una
alabanza a Dios que se creyera adecuada sería engañosa (M. Gallart).
2. El Sirácida entona un himno a la creación cósmica, obra de Dios y reflejo
de su sabiduría infinita. Aquí lo leemos resumido. Esta página es como un
eco a los primeros capítulos del Génesis. Todo lo ha hecho Dios y lo ha
hecho bien, el sol y los astros y todas las cosas: «Qué amables son todas
tus obras... todas difieren unas de otras y no ha hecho ninguna inútil. Una
excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?».
Pero hay otro aspecto que despierta la admiración del sabio, el que se
refiere al hombre: «Dios sondea el corazón, penetra todas sus tramas... no
se le oculta ningún pensamiento». Dios es el verdadero Sabio.
No deberíamos perder la capacidad de admiración ante las obras de
Dios en nuestro cosmos: desde las grandes dimensiones estelares hasta los
caprichos entrañables de una planta o de un pájaro, desde la fuerza de los
elementos que no dominamos hasta el mecanismo admirable de nuestro
cuerpo humano. «Hiciste todas las cosas con sabiduría y amor», como
decimos en la plegaria eucarística de la Misa. El cántico de las criaturas que
nos enseñó san Francisco de Asís podría ayudarnos a ordenar nuestros
sentimientos ante Dios y su obra creadora: «Loado seas, mi Señor, con
todas tus criaturas...». También puede darnos serenidad y lucidez en
nuestra vida el recordar, como dice el sabio, que Dios nos conoce hasta lo
más profundo de nuestro corazón, que nos está presente, que sabe
nuestros pensamientos y nuestras palabras, y por tanto comprende
nuestras debilidades. A la vez que estamos como envueltos en la sabiduría
creadora de Dios en la naturaleza, también por dentro lo sentimos presente.
Sobre todo a los que creemos en Cristo Jesús, por medio del cual hemos
llegado a una comunión mucho más profunda con la vida y el amor de Dios.
Todo esto nos debería convertir en personas amantes de la naturaleza y de
la ecología, y también en personas con más esperanza, porque nos
sentimos conocidos y guiados por Dios y envueltos en su amor (J.
Aldazábal).
3.- Mc 10, 46-52. Jesús cura al ciego Bartimeo. Es un relato muy
sencillo, pero lleno de detalles, y un símbolo claro de la ceguera humana
espiritual, que también puede ser curada. Esta vez Marcos dice el nombre
del ciego: se ve que tenía testimonios de primera mano, o que el buen
hombre, que «recobró la vista y le seguía por el camino», se convirtió luego
tal vez en un discípulo conocido. La gente primero reacciona perdiendo la
paciencia con el pobre que grita. Jesús sí le atiende y manda que se lo
traigan. El ciego, soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús, que
después de un breve diálogo en que constata su fe, le devuelve la vista.
La ceguera de este hombre es en el evangelio de Marcos el símbolo
de otra ceguera espiritual e intelectual más grave. Sobre todo porque sitúa
el episodio en medio de escenas en que aparece subrayada la incredulidad
de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles. Como cuando
vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos
reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir de
nosotros que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios
quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre
penumbras, cuando tenemos cerca al médico, Jesús, la Luz del mundo?
Hagamos nuestra la oración de Bartimeo: «Maestro, que pueda ver».
Soltemos el manto y demos un salto hacia él: será buen símbolo de la
ruptura con el pasado y de la acogida de la luz nueva que es él. También
podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de
cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando,
gritando su deseo de ver. Jóvenes y mayores, muchas personas que no ven,
que no encuentran sentido a la vida, pueden dirigirse a nosotros, los
cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas.
¿,Perdemos la paciencia como los discípulos, porque siempre resulta
incómodo el que pide o formula preguntas? ¿o nos acercamos al ciego y le
conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te
llama»? Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros
que seamos luz y que la lámpara está para alumbrar a otros, para que no
tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos
hemos podido decir en nuestra vida: «ánimo, levántate, que te llama»? (J.
Aldazábal).
Soltando el manto, de un salto se acerca a Jesús. Este gesto expresa
de manera muy significativa, la ruptura del hombre con su pasado, un
pasado de poder pues el manto significa el poder humano (E. Haulotte). Por
otra parte, el ciego es imagen del verdadero discípulo que se despoja del
manto que hasta entonces le cegaba; deja hacer a Jesús y, desde ese
momento, puede seguirle ya por el camino que conduce a Jerusalén.
Aquel hombre estaba sentado al borde del camino, ciego y sin más
porvenir que seguir prisionero para siempre de sus tinieblas. Nosotros
estamos rendidos y ya no tenemos fuerzas para levantarnos y reaccionar:
ya no sabemos adónde nos lleva la vida, y menos aún dónde podrá quedar
asegurado nuestro porvenir. Transcurre todo delante de nuestros ojos, y no
sabemos ya adónde ir ni qué camino tomar. Presenciamos la guerra
económica entre las potencias de este mundo y nos vemos implicados en
ella por una crisis y unos conflictos, sin que podamos influir en ellos. Vemos
desde hace años cómo oprime a los pueblos la pobreza y cómo nuestra
buena voluntad se queda corta. Contemplamos un mundo marcado por el
mal y sentimos toda la complicidad que se oculta en nosotros. Somos ciegos
y nos encontramos sin fuerzas al borde del camino. Pero podemos oir, como
Bartimeo. Y éste es el principio de nuestra curación. Pues nos llega la
Palabra de Dios y provoca en nosotros la llamada de salvación. "¡Maestro,
que pueda ver!". Este grito de la fe que brota de nosotros encuentra el
impulso de amor del corazón de Jesús, y su palabra se convierte en palabra
de salvación. Palabra de poder que hace brotar la luz. Porque, por gracia de
esta palabra que nos levanta, se nos concede ver la conclusión de nuestra
prueba y poder seguir a Jesús por el camino. La Iglesia entera, todos los
que recorrieron el camino antes que nosotros, nos dicen: "¡Animo,
levántate, que te llama!". Cuantos van en busca de un mundo nuevo son
portadores de esta invitación para la humanidad: "¡Animo, levántate!".
Todas las páginas del Evangelio nos hacen saber que este camino de los
ciegos y los cojos es el camino que lleva a Jerusalén: es la subida con el
Hijo de Dios, es el paso por la cruz y la vida consagrada, por ser entrega
total en manos del Padre. Y para cada uno de nosotros este camino toma
una dirección más precisa: valor para enfrentarnos con oposiciones, tomar
decisiones y reconciliarnos; amor más poderoso que el odio y que la
mentira, para hacer que surja la claridad de la verdad y de la justicia;
renuncia a lo que nos entorpece. "¡Animo, levántate!"... Si este camino
pasa por la conversión de la cruz, también da acceso a la Pascua, y
podemos decir con Simeón: "¡Ahora puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has preparado ante todos
los pueblos!"
Estaba sentado al borde del camino, inmóvil, dependiente de los que
le rodeaban. Había oído hablar de Jesús y, en medio de su ceguera, oía el
gentío pasar, correr, bailar, pero nada de aquello era para él. Aquello era
sólo un sueño; su realidad era la de un hombre mutilado, abandonado a sus
tinieblas y a su soledad. El griterío le dice que allí está Jesús. Desde su
noche, se pone a pregonar su vida de infortunio y la esperanza loca que se
despierta en él. "¡Ten compasión de mí!". No le importan las
recriminaciones que le hacen, pues nada tiene que perder. El confía, al igual
que el niño, y Jesús se detiene. "No necesitan médico los sanos, sino los
que están mal". Jesús había puesto en pie al niño. La multitud "levanta" al
enfermo y lo conduce a presencia de aquel en quien se cumple el oráculo de
Isaías. El ciego suelta su manto -aquel manto mugriento era, sin duda, todo
lo que poseía-, rompe con su pasado y da un salto hacia la luz. "Deja todo
lo que tienes y ven, sígueme". Los hombres se arrastran en medio de las
tinieblas, pregonando su miseria con su cuerpo mutilado. Mirad a vuestro
alrededor, mirad dentro de vosotros mismos; abrid el periódico; prestad
oído a la larga letanía de las miserias que os rodean. Llamada
desgarradora: "¡Ten compasión de mí!". Llamada mal acogida: nosotros
preferimos hacer callar esas voces de infortunio. "Llamadle": vosotros, los
que fuisteis llamados por Dios a salir de las tinieblas y a entrar en su
admirable luz, sois los encargados de levantar al ciego. Estamos en el
corazón del mundo, encargados de presentar a Dios el grito de los hombres.
Sí, nosotros hemos "gustado qué bueno es el Señor", y en este mundo Dios
no tiene más signo con que manifestar su benevolencia que muestras vidas
de hombres transformadas por el amor. Mañana se habrá terminado el
tiempo de la vida del Hijo. Los hombres van a sepultar la piedra angular; la
verdadera morada de Dios, el cuerpo del Predilecto será sepultado. Pero
sobre este basamento que la muerte no podrá destruir se levantará, en
adelante, el Templo vivo, la Iglesia de Dios, en el que cada piedra pulida
por el Espíritu y cada vida de hombres y de mujer que viven el Evangelio es
ensamblada, para que la luz penetre en las tinieblas. "Llamadle". Un templo
que no abriera sus puertas a la multitud de los desdichados no sería más
que un edificio muerto. La Iglesia no tiene otra razón de ser que convocar
ante Dios a un mundo mutilado. Llegará un tiempo en que los que vivían en
tinieblas "den gloria a Dios el día que venga a visitar a su pueblo" (“Dios
cada día. Sal terrae”).
Al salir ya de Jericó con sus discípulos y una crecida muchedumbre...
En la página de ayer estábamos "en el camino" de Jerusalén. Hoy estamos
cerca, en Jericó, a algunos kilómetros. La página de mañana nos mostrará a
Jesús de regreso a Jerusalén en el Templo. ¡No perdamos el recuerdo de la
significación de este viaje! Jesús avanza hacia el lugar de su muerte y de su
resurrección, y se acerca "su hora". ¡Deliberadamente, voluntariamente,
lúcidamente, valientemente, camina hacia Jerusalén! Jericó es la última
ciudad atravesada. Desde allí hay todavía 20 Kms. de marcha cuesta arriba.
El camino de Jericó a Jerusalén es una interminable "subida"... se sube
desde Jericó, situada a 200 metros bajo el nivel del mar, a Jerusalén,
situada a 800 metros sobre el nivel del mar, por un camino muy brusco.
-Un mendigo ciego, hijo de Timeo que estaba sentado junto al
camino, oyendo que era Jesús de Nazaret, comenzó a "gritar": "¡Jesús, Hijo
de David, ten piedad de mí!" Es un pobre, no puede trabajar. Espera,
sentado sobre el terraplén, tiende la mano a los que pasan. "Oye" pasar una
muchedumbre y se "entera" que Jesús de Nazaret está entre la multitud,
entonces una esperanza loca levanta su miseria: se pone a gritar. Muy
sencillamente, sin pretensión, sin grandes referencias teológicas, usa el
título más popular para hablar del Mesías: "Hijo de David". Es la primera
vez que Marcos cita ese título real. El Mesías era esperado como "aquel que
debía restablecer la realeza en Israel". Y como Jesús "sube a Jerusalén", los
que están a su alrededor piensan que va allí para ejercer el poder. Es lo que
la muchedumbre dirá mañana, día de Ramos, en la página de Marcos que
sigue exactamente a ésta: "¡Hosana! bendito sea el reino que llega, el reino
de nuestro padre, David". (Mc 11, 10). Sabemos que la "ciudad de David",
Jerusalén, rehusará, crucificará a ese "hijo de David" después del breve
triunfo de un día. ¿No tengo yo también deseos de poder y de éxito
humanos? ¿Qué pido a Dios, habitualmente? Muchos le increpaban para que
callase; pero él gritaba mucho más. Se detuvo Jesús y dijo: "Llamadle".
Llamaron pues al ciego: "Animo, levántate, que El te llama". El ciego arroja
su manto, "da un salto" y "corre" hacia Jesús. Hay que detenerse unos
momentos e imaginar esta escena, como en el cine. Ver a la muchedumbre,
a Jesús, al ciego... adivinar sus sentimientos... hacer oración a partir de
esto. -"¿Qué quieres que haga por ti?" "Señor, que vea". "Anda, tu fe te ha
salvado". ¿Y mi fe, la mía? ¿Me hace "saltar" y "correr" hacia Jesús? ¿Tengo
conciencia, ante Dios, de ser un ciego? Newman escribió esto: "Una vez al
año, en primavera, el mundo que vemos hace que estallen sus potencias
ocultas. Entonces las flores aparecen, en los árboles frutales se abren sus
flores, la hierba y el trigo crecen. Hay un súbito aliento, un estallido de la
vida oculta puesta por Dios en el mundo material.
¿Quién pensaría, sin la experiencia de primaveras precedentes, que
fuese concebible con dos o tres meses de antelación que la faz de la
naturaleza aparentemente muerta, pudiese llegar a ser tan espléndida y tan
variada? Lo mismo sucede con la primavera eterna... vendrá, aunque tarde.
Esperémosla. Sabemos que existen muchas más cosas de las que vemos:
Estas no son más que la corteza exterior de un reino eterno..." Abre mis
ojos, Señor, cúrame, quiero verte.
-El hombre recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino. Aquello,
de lo que no había sido capaz "el hombre rico". Sigue a Jesús por el camino
que sube hacia Jerusalén. Iluminado por Jesús, soy ya capaz de seguirle
(Noel Quesson).
restaurarnos y bendecirnos. (Llucià Pou Sabaté, uso textos tomados de
m ercaba.org).