Primer Domingo de Cuaresma - Ciclo A
San Juan Crisóstomo
HOMILIA XII
Entonces fue llevado Jesús al desierto por el Espíritu para
ser tentado por el diablo (Mat. IV, 1).
ENTONCES. ¿Cuándo? Después de haber descendido el Espíritu
Santo; después de aquella voz venida de las alturas, que decía: Este
es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias. Ylo que es
más estupendo: fue llevado por el Espíritu Santo, porque fue el
Espíritu mismo quien lo llevó al desierto. Venía Cristo a enseñarnos y
para esto hacía y padecía todo. Por esto quiso ser llevado allá y entrar
en esta batalla con el demonio, para que cada uno de los bautizados,
si tras del bautismo padece mayores tentaciones, no se perturbe,
como si experimentara lo inesperado; sino que permanezca firme en
padecer, pues todo le sucede conforme al recto orden de las cosas.
Para esto tomaste las armas; no para estarte ocioso, sino para
combatir.
Dios no impide las tentaciones que se nos echan encima, en
primer lugar para que veas que te has hecho mucho más fuerte.
Además, para que no te estimes en exceso y no te ensoberbezcas por
la grandeza del don que se te ha conferido, puesto que las tentaciones
te mantienen en humildad. Añádese para que el demonio maligno que
duda si es verdad que has renunciado a él, por la experiencia delas
tentaciones se confirme en que del todo te le has apartado. En cuarto
lugar, para que así te forjes más duro que el hierro y más fuerte. En
quinto lugar, para que tengas con esto la demostración del gran
tesoro que te ha sido confiado. No te acometería el demonio si no te
viera colocado en los más altos honores. Tal fue el motivo por el que
allá a los principios se levantó contra Adán, pues lo veía disfrutando
de suma dignidad. Por igual razón se levantó contra Job, al verlo
premiado y alabado por el Dios de todos. ¿Por qué dice: Orad para
que no caigáis en la tentación? Por eso no nos presenta a Jesús yendo
espontáneamente a la tentación, sino llevado según una razonable
providencia, dándonos a entender que no debemos exponernos, pero
que si somos llevados a la tentación, la resistamos con fortaleza.
Considera a dónde lo llevó el Espíritu Santo: no a la ciudad, ni a
la plaza, sino al desierto. Como el demonio quería halagarlo y
atraerlo, el Espíritu Santo le presenta la ocasión, no única mente por
el lado del hambre sino también por el sitio mismo. El demonio
especialmente nos acomete cuando nos ve solos y que andamos
aparte de los demás. Así acometió a la mujer allá a los principios,
llegándose a ella cuando estaba sola, sin su marido. Cuando ve a
varios reunidos, no se atreve a acometer. Por esto conviene que con
frecuencia nos congreguemos, para que no seamos presa fácil del
diablo.
(...)
Y habiéndolo llevado a un monte muy alto y habiéndole mostrado
todos los reinos del mundo, le dijo: Todo esto te lo daré si de hinojos
me adoras. Entonces le dijo Jesús: Apártate, Satanás, porque escrito
está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto. Como el diablo
pecaba ya contra el Padre, al decir que todas las cosas le pertenecían,
como si fuera el Creador del universo, finalmente Jesús lo rechaza, y
no con airadas expresiones, sino sencillamente
ordenándole: Apártate, Satanás. Era esto más una orden que no una
reprensión.
Preguntarás: ¿Cómo es que Lucas dice: acabado todo género de
tentaciones? Yo pienso que fue para abarcar en resumen, por lo que
dijo: todo género. Es decir, como abarcando en esto todas las demás.
Puesto que las dichas abarcan otras innumerables: es decir, el estar
sujeto a la gula, el obrar por vanagloria y el estar atado por el loco
amor al dinero. Como ese malvado sabía muy bien esto, puso al fin la
más poderosa de las tentaciones, que es la codicia insaciable de
riquezas. Ya desde el principio andaba tras de ésta, pero vino a
sacarla a luz hasta el fin y para entonces la guardó, como la más
fuerte que las otras. Porque es ley de esta clase de certámenes: que
los medios que se consideran mejores para vencer se reservan para el
fin. Así procedió el demonio en el caso de Job; y lo mismo hizo aquí.
Habiendo comenzado por lo que le parecía más débil, avanzó luego a
lo más poderoso.
Pero ¿cómo se podrá vencer esta pasión y mal? Como nos
enseñó Cristo: recurriendo a Dios. De manera que ni por el hambre
desfallezcamos, confiados en Aquel que con sola una palabra nos
puede apacentar; ni con los bienes que hemos recibido tentemos al
dador; sino que contentos con la gloria de allá arriba, despreciemos la
humana y en todo rechacemos lo superfluo. Nada hay que mejor nos
sujete al demonio como la avaricia y la insaciable codicia de poseer. Y
podemos verlo por lo que actualmente sucede. Hay quienes nos
digan: todo esto te lo daré si postrándote me adoras. Hombres son los
que lo dicen según su naturaleza, pero se han convertido en
instrumentos del diablo.
Porque en aquel tiempo el demonio no acometió a Cristo úni-
camente por sí mismo, sino también por medio de otros instrumentos,
como lo indicó Lucas al decir: Se apartó de él hasta el tiempo
determinado. Da a entender de este modo que más tarde acometió de
nuevo mediante sus propios instrumentos. Y llegaron los ángeles y le
servían. Mientras duraba el combate, no permitió que ellos se
presentaran, para que no aterrorizaran al que él iba luego a vencer;
pero una vez que en todo y por todo lo hubo derrotado y puesto en
fuga, entonces se presentan los ángeles. Esto fue para que conoz cas
que también a ti, una vez que a ejemplo de Cristo hayas vencido, te
recibirán con aplausos los ángeles y te rodearán por todas partes. Así
a Lázaro, después del horno de la pobreza, el hambre y las aflic ciones,
los ángeles lo tomaron y lo llevaron consigo. Pues como ya lo tengo
dicho, Cristo ahora va declarando muchos de los bienes de que luego
disfrutaremos.
Y, puesto que todo se hizo por tu bien, imita, emula semejante
victoria. Si se te acerca alguno de esos ministros del de monio con
siniestras intenciones, y se burla de ti, y te dice: Tú eres grande, tú
eres admirable, haz que este monte pase a otro lugar, no te turbes,
no te impresiones, sino que con toda calma respóndele como has oído
que le respondió Cristo: No tentarás al Señor tu Dios. Y si te ordena
que lo adores y te ofrece gloria, poder, riquezas inmensas, permanece
firme. Porque el demonio ha procedido así no únicamente con el
común Señor de todos nosotros, sino que cada día mueve contra cada
uno de los siervos de Cristo esta clase de armas; y esto no sólo en los
montes y en los desiertos, sino también en las ciudades, en las
plazas, en los tribunales; y no lo hace únicamente por sí solo, sino
además por medio de hombres que son nuestros parientes.
¿Qué es, pues, lo que debemos hacer? No creerle, no prestarle
oídos, aborrecerlo como adulador que es; y cuantas mayores cosas
promete, tanto más conviene que nos le opongamos. A Eva
precisamente cuando mayor promesa le hacía, fue cuando la derribó y
le causó el daño más terrible. Es en realidad un enemigo inexorable y
ha emprendido contra nosotros una guerra implacable. No nos
empeñamos nosotros tanto en nuestra salvación, como él en nuestra
perdición. Apartémoslo, pues, yaborrezcámoslo, no sólo con las
palabras, sino con las obras; no con sólo el pensamiento, sino con los
hechos. Nada hagamos de cuanto a él le da gusto; y así en cambio
haremos todo lo que a Dios agrada. Muchas cosas promete el
demonio, pero no es, para dárnoslas, sino para sacar su ganancia.
El demonio promete dar de lo que no es suyo, para arrebatarnos
el reino y la virtud. Promete en la tierra tesoros, o por mejor decir
lazos y redes, para privarnos de los tesoros tanto de acá como de los
celestiales: quiere que acá seamos ricos para que en la vida futura no
lo seamos. Y si no puede despojarnos de la herencia del cielo
mediante las riquezas, lo intenta mediante la pobreza, esperando
lograr por este otro camino la victoria. Pero ¿qué podrá haber más
necio? Pues quien es capaz de llevar las riquezas sin caer en
intemperancia, también sabrá llevar la pobreza con ánimo firme.
Quien no anhela las riquezas presentes sin duda que no buscará las
ausentes, como lo hizo el bienaventurado Job, quien por la pobreza
resultó más esclarecido.
Pudo el Maligno despojarlo de sus riquezas, pero en cambio
respecto de la caridad con Dios, no sólo no pudo arrancársela, sino
que se la devolvió más ardiente; y sólo logró que aquel varón,
despojado de todo, brillara con bienes de todo género. Ante
semejante resultado, no sabía ya el demonio qué camino tomar. Pues
cuanto más graves heridas le causaba, tanto más valeroso lo
encontraba. Y como tras de intentarlo todo en nada aprovecha,
recurrió a su arma antigua, es decir a la mujer de Job. Esta, ocultando
bajo la apariencia de providencia de Dios el ataque, describe en forma
dolorosa y trágica sus desgracias y finge un consejo dañino con el
que, según ella, se libraría Job de todos sus males. Pero ni aun así
venció el demonio. Porque aquel varón admirable cayó en la cuenta
del cebo que le tendía y con gran prudencia cerró la boca de su mujer,
que hablaba movida por el demonio.
Es lo que conviene que hagamos nosotros. Aunque nos hable y
diga lo que no nos conviene disfrazado de hermano, o amigo o
esposa, es necesario que lo rechacemos, no por razón de la persona
que nos habla, sino por razón del mal consejo que nos da. Porque
actualmente en muchas cosas procede así: se disfraza bajo el título de
conmiseración; y apareciendo como benévolo deja caer palabras
peores que cualquier veneno. Es propio del demonio adular y engañar
y dañar; y es propio de Dios corregir para mejorar. No nos dejemos
engañar y no busquemos a cualquier precio una vida de comodidades;
pues dice la Escritura: Al que Dios ama, lo corrige.
Debemos dolernos sobre todo cuando vivimos permanentemente
y disfrutamos en todo de prosperidad; pues quien vive en pecado ha
de estar en constante temor; pero de modo especial cuando no sufre
ningún pesar. Cuando Dios va imponiendo la pena, por partes, es
señal de que quiere aminorar el castigo. Pero cuando aguanta con
paciencia cada pecado, nos reserva, si en pecar perseveramos,
grandes castigos. Si los pesares son necesarios para los buenos, lo
son mucho más para los pecadores.
(...) hay algunos tan necios y frívolos, que siempre andan bus-
cando las cosas presentes únicamente; y aun profieren expresio nes
tan ridículas como éstas: Por ahora gocemos de todo lo presente y ya
después veremos acerca de esos futuros inciertos; por ahora me daré
a la gula, a los deleites y agotaré los placeres de esta vida. Deja en mi
mano el día presente, que ese otro futuro yo te lo regalo. ¡Oh necedad
sin término!(...)
El que te honró con un don excelentísimo como es la religión y la
piedad y con ello te igualó a los ángeles ¿te abandonará tras de haber
tú sufrido infinitos trabajos y sudores? ¿Hay algo más ilógico? Si
nosotros lo calláramos, las piedras lo gritarían: ¡tan claro, tan
manifiesto es, mucho más que los rayos del sol! Pensando estas cosas
y estando firmísimos en nuestro ánimo acerca de que tras del término
de la vida tendremos que presentarnos delante del terrible tribunal
para dar cuenta de todo lo nuestro y recibir el castigo y experimentar
la divina venganza si permanecemos en nuestros pecados, o por el
contrario, recibir el premio de las coronas y bienes inefables, con tal
de que durante este breve tiempo tengamos temperancia, cerremos la
boca de quienes se atreven a asegurar lo contrario. Tomemos el ca-
mino de la verdad para que con la conveniente confianza nos
acerquemos al dicho tribunal y consigamos los bienes prometidos, por
gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria
y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
( San Juan Crisóstomo , Homilías Comentario al Evangelio de
San Mateo Tomo II, Ed. Tradición, 1978, Págs. 155-179)