Domingo 9º, A. Jesús nos pide edificar sobre roca. Escoger el
camino de la verdad, el camino y la vida… confiar en el Señor, éste
es el fundamento
Deuteronomio 11,18.26-28. Moisés habló al pueblo diciendo: -Meteos
mis palabras en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo
y ponedlas de señal en vuestra frente. Mirad: hoy os pongo delante
maldición y bendición: la bendición, si escucháis los preceptos del Señor
vuestro Dios que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los
preceptos del Señor vuestro Dios y os desviáis del camino que hoy os
marco, yendo detrás de dioses extranjeros que no habíais conocido.
Sal 30,2-3a.3bc-4.17 y 25 R/. Sé la roca de mi refugio, Señor.
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo nunca defraudado; / tú que eres
justo, ponme a salvo; / inclina tu oído hacia mí, / ven aprisa a librarme.
Sé la roca de mi refugio, / un baluarte donde me salve, / tú que eres
mi roca y mi baluarte; / por tu nombre dirígeme y guíame.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. /
Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor.
Romanos 3,21-25. 28. Hermanos: Ahora, la justicia de Dios, atestiguada
por la Ley y los Profetas, se ha manifestado independientemente de la Ley.
Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin
distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de
Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención
de Cristo Jesús, a quien constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe
en su sangre. Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin
las obras de la Ley.
Evangelio según San Mateo 7,21-27. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el Reino de
los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Aquel día muchos dirán: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu
nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre
muchos milagros? Yo entonces les declararé: Nunca os he conocido. Alejaos
de mí, malvados.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a
aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se
salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no
se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas
palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que
edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los
vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.
Comentario: Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el
Aconcagua, inició su travesía, después de años de preparación. Subiendo
por un acantilado a sólo cien metros de la cima, resbaló y se desplomó por
los aires. Caía a gran velocidad, sólo podía ver veloces manchas más
oscuras que pasaban en la misma oscuridad, y la terrible sensación de ser
succionado por la gravedad. Seguía cayendo… y en esos angustiantes
momentos, le pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos
momentos de su vida. Pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente,
sinti un tirn muy fuerte que casi lo parti en dos… Sí, como todo un
alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados
a una larguísima soga que lo amarraba del arnés. Después de un momento
de quietud, suspendido por los aires, gritó con todas sus fuerzas: -
¡Ayudame Dios mío!…
De repente, una voz dijo en lo profundo de su interior: - Entonces,
corta la cuerda que te sostiene…
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la
cuerda y reflexion… Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente lo
encontraron medio congelado, colgado, agarrado fuertemente con las
manos a una cuerda… a tan solo un metro del suelo. Es necesaria la fe. Una
fe decidida…
Pero "la idea de que el hombre espera que Dios lo haga todo,
conduce inevitablemente a un mal uso, perverso, de la plegaria. Porque, si
Dios lo hace todo, entonces el hombre lo pide todo, y Dios se convierte en
algo parecido a un "servidor cósmico" a quien llamamos por cualquier
necesidad, incluso las más triviales...
Estoy convencido de que necesitamos rezar para obtener ayuda y
guía de Dios... pero nos equivocamos totalmente si creemos que ganaremos
esta lucha (por la integración) solamente con oraciones. Dios que nos ha
dado la inteligencia para pensar y el cuerpo para trabajar, traicionaría su
propio propósito si nos permitiese obtener por medio de la plegaria lo que
podemos ganar con el trabajo y la inteligencia. La plegaria es un
suplemento maravilloso y necesario para nuestros débiles esfuerzos, pero
es un sustituto peligroso. Cuando Moisés se esforzaba por guiar a los
israelitas hacia la Tierra Prometida, Dios le dijo claramente que no haría por
ellos nada de lo que pudiesen hacer solos: "Y Dios dijo a Moisés: ¿A qué
esos gritos? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha" (Ex, 14, 15).
Debemos rezar constantemente por la paz, pero también debemos
trabajar con todas nuestras fuerzas por el desarme y la suspensión de las
pruebas de armas. Debemos utilizar nuestra inteligencia rigurosamente
para planear la paz como la hemos utilizado para planear la guerra.
Debemos rogar apasionadamente por la justicia racial, pero también
debemos utilizar nuestras inteligencias para desarrollar un programa,
organizarnos en acción de masas pacíficas y valernos de todos los recursos
corporales y espirituales para poner fin a la injusticia racial.
Debemos rezar infatigablemente por la justicia económica, pero
también debemos trabajar con diligencia para llevar a término aquellos
planes sociales que produzcan una mejor distribución de la riqueza en
nuestra nación y en los países subdesarrollados del mundo.
Por consiguiente, no debemos tener nunca la sensación de que Dios,
valiéndose de cualquier milagro o de un solo movimiento de su mano,
eliminará el mal del mundo. Mientras creamos esto, rezaremos oraciones
que no tendrán respuesta y rogaremos a Dios que haga cosas que no
veremos realizar nunca. La creencia de que Dios lo hará todo en lugar del
hombre es tan insostenible como lo es creer que el hombre puede hacerlo
todo por sí mismo. También es una señal de falta de fe. Debemos saber que
esperar que Dios lo haga todo mientas nosotros no hacemos nada, no es fe,
sino superstición" (Martin Luther King).
No hace demasiados años nuestros mayores sellaban sus tratos con
un apretón de manos y con su palabra. La palabra era para ellos algo más
que un fonema, algo más que un signo. Toda la persona estaba detrás de la
palabra empeñada, sosteniéndola, avalándola, llenándola. Aquéllos se
decían "hombres de palabra". Posteriormente, como si la palabra no
bastase, había que adjetivarla: "palabra de honor", "palabra de caballero,
"palabra de sacerdote". Hoy, las palabras se han mercantilizado -como casi
todo- y se han deshumanizado. El hombre está detrás, no para sostenerla,
sino para ocultarse. Una vez que la palabra ha sido pronunciada -o escrita-
y ha producido el supuesto efecto estimulador en los oyentes, el orador
hace mutis olímpicamente por el foro. Y mientras hay verborrea inútil, otros
se quedan sin voz… (“Eucaristía 1972”).
1. Dt 11,18.26-28. De suyo esta expresión ("mis palabras") puede
referirse a los mandamientos de la Ley grabados en las dos tablas de
Moisés. Sin embargo, su sentido es evidentemente más concreto si tenemos
en cuenta que aquí se repite, casi literalmente, un texto anterior (6, 6-9)
que en su lugar va precedido de estas palabras: "Escucha, Israel: Yavé es
nuestro Dios, sólo Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma y con toda tu fuerza." Por lo tanto, parece claro que también
ahora son estas las palabras aludidas. Llama poderosamente la atención la
fuerza con que se trata de inculcar en todo el pueblo el mandamiento
supremo de fidelidad al único Dios, a Yavé. Las palabras en las que se
formula este mandamiento deben ser recordadas constantemente, deben
ser interiorizadas y asimiladas con la mente y el corazón. Se observa cierta
tendencia al intelectualismo, que dará lugar al estudio de la Ley como una
práctica religiosa. Por otra parte, el lenguaje simbólico del autor será
interpretado más tarde en sentido literal, y se introducirá el uso de las
filacterias. De la observancia o no de este mandamiento supremo depende
que descienda sobre Israel la bendición o la maldición divina. Por eso es
necesario tenerlo muy presente, delante de los ojos (sobre la frente) y al
comenzar cualquier obra ("atadlas a la muñeca"); pero cualquier técnica
para acordarse de él no basta si no se cumple después. Cuando el
politeísmo pagano, al correr de los tiempos, dejó de ser un peligro
inminente, la exclusión absoluta del culto a los otros dioses, a los ídolos, se
interpretaría como la exclusión de aquellos bienes terrenos que tienden a
convertirse en señores sobre el hombre y a suplantar al mismo Dios en
nuestras vidas. Entonces el mandamiento se formula de otra manera:
"Amarás a Dios sobre todas las cosas" (“Eucaristía 1975”).
2. Salmo 30. Salmo cristológico, pues en la Cruz siente fuerte:
"Sálvame por tu amor... Bendito sea Dios, su amor ha hecho en mi
maravillas...". En el texto hebreo, aparece la famosa palabra "Hessed", el
amor. La resurrección está próxima, Jesús lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo
en este instante? "Sed fuertes y valientes de corazón todos cuantos
esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia de que no moriría para El
solo. Se dirige a todos. El es "el icono" de todo hombre que muere:
"ánimo", nos dice.
Habiendo puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo
"en nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el mundo
de hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los hospitales! ¡Tantos
perseguidos, tantos despreciados, tantas personas consideradas como
"cosas"! ¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos hasta el fin del
salmo, y repitamos también la acción de gracias (Noel Quesson).
"Tú eres mi Dios". Tú eres el Creador; yo no soy sino un poquito de
polvo en tus manos. Puedes configurarme a tu antojo o dejarme reducido a
la nada. Y, con todo, eres mi Dios; sí, mío, yo te tengo, me perteneces. No
me has creado para luego abandonarme, sino que te ocupas de mí. Es
cierto que riges al mundo entero, pero él no te preocupa más que yo: "Tú
eres mi Dios; mis días están en tus manos" (Emiliana Löhr).
«Yo confío en el Señor» (v. 7). Confiar, ¡precioso verbo! En todo acto
de confianza hay un salir de sí mismo, un soltar tensiones y un entregar al
otro las llaves de la propia casa, como quien extiende un cheque en blanco.
En un salto más audaz, la libertad se encarama sobre un pináculo mucho
más elevado: «tu misericordia», expresión entrañable, sinónimo en el
Antiguo Testamento de lealtad, gracia, amor (más exactamente, presencia
amante), «es mi gozo y mi alegría» (v. 8). No solamente a los fantasmas se
los llevó el viento y a los miedos se los tragó la tierra, sino que el salmista
se baña en el océano de la Bienaventuranza: paz, alegría, seguridad, casi
júbilo. Y, para colmo de tanta dicha, en los siguientes versículos viene a
decir: cuando las aguas ya me llegaban al cuello y sentía que me ahogaba,
tú me mirabas atenta y solícitamente, revoloteando sobre mí como el águila
madre; no has permitido que las sombras me devoraran ni me alcanzaran
las manos de mis enemigos, sino que, por el contrario, has colocado mis
pies en un camino anchuroso, iluminado por la libertad (vv. 8-9).
Me siento feliz al decir estas palabras: «Tú eres mi Dios; en tus
manos están mis azares». Se me quita un peso de encima, descanso y
sonrío en medio de un mundo difícil. «Mis azares están en tus manos».
¡Benditas manos! ¿Y cómo he de volver a dudar, a preocuparme, a
acongojarme pensando en mi vida y en mi futuro, cuando sé que está en
tus manos? Alegría de alegrías, Señor, y favor de favores.
«Mis azares». Buena suerte, mala suerte; altos y bajos; penas y
gozos. Todo eso es mi vida, y todo eso está en tus manos. Tú conoces el
tiempo y la medida, tú sabes mis fuerzas y mi falta de fuerzas, mis deseos
y mis limitaciones, mis sueños y mis realidades. Todo eso está en tu mano,
y tú me amas y quieres siempre lo mejor para mí. Esa es mi alegría y mi
descanso.
Que esa fe aumente en mí, Señor, y acabe con toda ansiedad y
preocupación en mi vida. Desde luego que seguiré trabajando por mis
«azares» con todas mis fuerzas y con toda mi alma. Soy trabajador
incorregible, y no he de bajar las miras ni disminuir el esfuerzo; pero ahora
lo haré con rostro alegre y corazón despreocupado, porque ya no estoy
atado a conseguir el éxito por mi cuenta. Esos «azares» están en tus
manos, y bien se encuentran allí. Yo ahora puedo sonreír y cantar, porque
por primera vez empiezo a sentir que el yugo es suave y la carga ligera. Mi
esfuerzo seguirá, pero desde ahora el resultado está en tus manos, es decir,
fuera de mi competencia y, por consiguiente, fuera de mi preocupación.
La paz ha vuelto a mi alma desde que yo he aprendido las benditas
palabras: «Tú eres mi Dios; en tus manos están mis azares» (Carlos G.
Vallés).
3. Rm 3,21-25a.28. Pablo ha expuesto en 1, 18-3, 20 cómo la
humanidad, de por sí sola, está sin salida ante Dios. Y en 3, 21-4, 25 va a
descubrir ese maravilloso proceso de rehabilitación que se ha "inventado"
Dios en la muerte de su Hijo. Este "ahora" no establece una conexión lógica
con lo anterior y tiene un sentido meramente temporal: se ha inaugurado la
nueva era, la que sustituye con el cumplimiento de la promesa a la ley y a
la misma circuncisión. Es el "ahora" escatológico, el de los tiempos finales.
De algún modo, el AT estaba en condición privilegiada para preparar esta
manifestación de la justicia de Dios (cf. Gál 3, 24-25: "La Ley fue nuestra
niñera hasta que llegase Cristo y Dios nos aprobara por la fe"). La
construcción gramatical está indicando que aún hoy día sucede así. De
hecho, dirá en el c. 9, Dios no ha renunciado a su antiguo plan de salvación,
sino que, para ser consecuente con él, ha propuesto la justificación por la fe
en Cristo. Nosotros, seguidores de Jesús, somos el pueblo de siempre.
Cristo es la manifestación de la justicia de Dios; y el hombre, por su fe en
Jesús, se apropia de esa justicia. Nos situamos evidentemente en un plano
de absoluta visión de fe: Jesús es el que permite la rehabilitación. Esta es la
mediación. Aquí cobra coherencia toda la historia de la salvación. Lo
incomprensible de la limitación del hombre, el por qué de ser hombre, y al
decir hombre estamos diciendo limitación, tiene aquí su solución. El acto
gratuito de Dios que justifica al hombre crea en él una vida nueva;
comunicando al hombre la justificación gratuita, Cristo inaugura en él la
vida nueva, la del espíritu (Rom 8, 2; 12, 1). El justificado se pone al
servicio de la justicia, es decir, de una vía según la mentalidad de Jesús y
aprobada por el querer salvador de Dios (Rom 6, 13-20), y da frutos para la
gloria de Dios mismo (Rom 7, 4; Flp 1, 11). Estamos tocando el núcleo de
la fe cristiana; celebrar la fe es ponerse al servicio de la justicia. No se
desprecia la actuación concreta del cristiano, ya que la renovación
inmediata de la vida es la consecuencia de la justificación. Pero toda obra y
actividad proviene en el creyente de este saberse salvado por Jesús (cf.
Rom 12). Celebrar la fe en Jesús es vivir con los criterios de Jesús
(“Eucaristía 1978”).
4. Mt 7,21-27 (par: Lc 6, 46-49). Es el final del sermón de la
montaña, que hemos estado leyendo estos domingos. La última indicación,
pues, para saber en qué consiste la función del discípulo de Jesús en cuanto
"pescador de hombres". La respuesta que Jesús espera de sus discípulos no
tiene que ver nada con las "fórmulas" y la simple confesión de boca, nada
con los rezos rutinarios y el tráfico de un culto vacío. Lo que Jesús espera es
que respondamos cumpliendo la voluntad del Padre, que esto es lo que ha
venido a enseñarnos. El es el Maestro; no un maestro que enseña
"verdades" y simple teoría, sino el Maestro que se compromete y nos
compromete en la "praxis". El es el Maestro y el método, el camino; él es
también la Verdad hecha carne. Jesús ha venido al mundo para cumplir la
voluntad del Padre, y esto es lo que espera de nosotros y lo que debemos
hacer si queremos entrar con él en el reinado de Dios.
Notemos cómo en estas palabras se expresa muy bien la conciencia
que tiene Jesús de sí mismo: llama "mi Padre" a Dios, denotando la relación
especialísima e incomunicable que le une con el Padre (Jesús, que nos
enseñó a invocar a Dios diciendo "Padre nuestro", nunca invocó él mismo a
Dios de esta manera); se hace llamar a sí mismo "Señor", y anuncia que ha
de juzgar a los hombres al fin de los tiempos.
La alusión al juicio final nos recuerda que este juicio versará sobre el
amor al prójimo (Mt 19, 31-46). Aquel día ni siquiera valdrá nada el haber
hecho milagros en nombre de Jesús. Lo que hay que hacer en su nombre es
amar al prójimo; esto es lo único que se tendrá en cuenta y lo que Jesús
quiere de sus discípulos.
Estas dos breves parábolas son también una llamada a la "praxis",
pues sólo en la vida adquiere solidez la doctrina. Por eso, el que escucha y
no practica, edifica sobre arena; su existencia se apoya en la debilidad
humana. Pero el que escucha el evangelio y lo pone en práctica, construye
su vida sobre la roca, sobre la "roca de salvación" que es el mismo Dios. La
fe es algo mucho más serio que la retención teórica de unas verdades; es
una vida fundada siempre en la Verdad. Así, con estas parábolas, concluye
el llamado Sermón de la Montaa (“Eucaristía 1975”).
Escuchar y actuar. La unidad de estos dos verbos constituye el punto
álgido del evangelio de hoy: «El que escucha estas palabras mías y las pone
en práctica, se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre
roca». Los peligros a evitar en este sentido son dos: simplemente escuchar
y no actuar: después, cuando vengan las lluvias torrenciales y los vientos,
la casa se derrumbará estrepitosamente; por mucho que entonces se diga
«¡Señor, Señor!», la puerta del cielo no se abrirá. o bien actuar sin haber
escuchado primero, en cuyo caso se actuará según el propio criterio y no
como Dios manda. El que no está dispuesto a escuchar primero la palabra
de Dios, como María, será censurado como Marta a causa de su activismo.
No hay acción cristiana que valga sin contemplación previa (y siempre, de
nuevo, previa). El que no ha escuchado a Jesús cuando habló del Padre
celeste, nunca podrá rezar un verdadero «Padrenuestro». En la primera
lectura aparece exactamente la misma enseñanza. Israel recibirá la
bendición de Dios «si escucha los preceptos del Señor y los cumple» (v.
27.28.32). Se habla ciertamente de «todos los preceptos»; no se trata, por
tanto, de escuchar sólo un poco -por ejemplo, «dichosos los pobres»- y
marcharse como si ya se supiera todo, fabricándose una teología reducida o
sesgada del obrar cristiano.
¿Qué hay que escuchar? Pablo nos lo dice en la segunda lectura,
donde habla ya desde la palabra de Dios cumplida, desde la cruz, Pascua y
Pentecostés. Y debemos escuchar toda esta palabra, una e indivisible, si
queremos comprender realmente lo que Dios nos dice. Y nos dice que
deberíamos ante todo acoger su libre gracia que nos ha merecido la obra
expiatoria de Jesús con su sangre derramada; fuera de ahí no hay ningún
medio de ser justo ante Dios. Sólo Dios desbroza el camino que conduce a
él, el camino que nosotros podemos y debemos recorrer. Pablo puede
incluso decir que la propia Ley nos muestra la preeminencia de la libre
gracia de Dios (v. 21). Del evangelio se puede sacar la enseñanza
complementaria de que ningún carisma, por maravilloso que éste sea,
puede sustituir a la obediencia debida a la palabra de Dios o garantizarla sin
más: ni profetizar en su nombre, ni arrojar demonios en su nombre, ni
hacer muchos milagros. Pablo lo confirmará con bastante énfasis: «Ya
podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles... Ya podría
tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber...
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo;
si no tengo amor -amor a Dios y al prójimo, que es la única respuesta que
Dios espera del que escucha su palabra-, de nada me sirve» (1 Co 13,1-3).
La respuesta a su amor, cuya manifestación incluye en sí todo lo que él ha
hecho en Cristo por nosotros.
La lluvia torrencial y la roca. Quien sólo escucha, y no actúa,
construye sobre arena, es decir, sobre sí mismo o sobre algo tan débil como
pasajero. Quien hace lo que oye de Dios, construye sobre roca, esto es,
sobre Dios, al que en los Salmos se le designa constantemente como la
roca. El es la roca que, de forma invisible, como fundamento, preserva a la
casa del derrumbamiento. En la Nueva Alianza, Jesucristo, el Verbo
encarnado de Dios, puede también ser designado como la roca: petra
autem erat Christus (1 Co 10,4); y Jesús da este mismo nombre a la piedra
fundamental de su Iglesia: Pedro se ha convertido en esta piedra
fundamental en virtud de su confesión de fe (Mt 16,18), que se confirma en
su acción de apacentar el rebaño de Jesucristo y morir por él. Dios-Cristo-
Pedro tienen esta característica en común: ser roca que resiste a la lluvia
torrencial. Esta tiene que llegar -Jesús no se cansa de repetirlo- para poner
a prueba la solidez de la construcción. Se puede incluso añadir que la
persecución no sólo pone a prueba al cristiano, sino que aumenta su solidez
(1 P 1,6-7) (Hans Urs von Balthasar). Llucià Pou Sabaté