Comentario al evangelio del Martes 08 de Marzo del 2011
Y ellos vuelven a la carga. Decididos como estaban a acabar con aquel hombre que desenmascaraba
todas sus falsedades e hipocresías y se ponía del lado de los pobres, los pecadores, los sufrientes,
intentan pillar a Jesús en algo. Su objetivo: que dijera algo con lo que poder acusarle ante el poder
romano, o algo que pusiera en su contra al pueblo que le escuchaba. “¿Debemos pagar los impuestos al
César o no?” Bien sabían ellos que dijera lo que dijera, Jesús estaba perdido. Si respondía que sí, el
pueblo le abandonaría decepcionado, oprimidos como estaban por el poder romano, militar y
económicamente. Si respondía que no, los fariseos y sacerdotes tendrían algo de qué acusarle ante los
romanos: una excusa para que acabaran con él.
Pero Jesús, como siempre, sabía ver más allá de las apariencias, de las falsas adulaciones, de las
palabras hipócritas. Y entristecido pudo descubrir en el corazón de los que le preguntaban la traición.
La inteligente respuesta de Jesús les dejará asombrados a todos. Sale con elegancia de la encerrona,
dejando clara a pesar de todo la radicalidad de su propuesta: “a Dios, lo que es Dios”. Y si en el
conjunto de su mensaje Dios es el centro de todo y a Él pertenece todo, es claro que todo habrá que
remitirlo en último término a Él.
Se ha querido interpretar este texto en el sentido de que Jesús habría sancionado así que en los asuntos
relativos a lo económico, político y social debemos aceptar lo que la autoridad legítima determine
mediante leyes justas. Y ciertamente, se puede entender así, pero siempre que realmente sea “legítima”
y realmente sean “justas”. No sea que estemos justificando leyes y poderes que en realidad van en
contra de la Voluntad de Dios, tal y como nos ha sido revelada en Jesucristo. “A Dios lo que es de
Dios”. Y también es de Dios la lucha por la justicia, la paz o la igualdad de todos los seres humanos.
No juguemos con la Palabra de Dios para legitimar falsamente leyes, instituciones o estructuras que
condenan a la pobreza, al hambre, a la violencia, al sufrimiento, a la marginación o a la muerte a tantos
hermanos y hermanas nuestros, hijos e hijas del Padre Dios.
Francisco Javier Goñi, cmf