Comentario al evangelio del Viernes 11 de Marzo del 2011
Hoy le toca el turno al ayuno. De las tres propuestas que la Palabra de Dios nos hacía para vivir con
intensidad la Cuaresma, nos centramos este primer viernes de Cuaresma en ésta. Podríamos generalizar
un poco y aplicar lo que las lecturas nos dicen al esfuerzo ascético, a los sacrificios. El Evangelio
recoge la queja que los judíos “observantes” plantearon a Jesús. Al parecer, sus discípulos no hacían
ayuno, lo que les convertía en sospechosos de ser poco observantes para los fariseos y judíos
cumplidores de la Ley. Hoy, igual que entonces, a veces juzgamos a otros sólo por las apariencias.
Jesús, que siempre mira el corazón, sabía bien de las renuncias y sacrificios que aquellos discípulos
habían hecho por seguirle. Lo habían dejado todo por Él y por su causa, el amor, en especial a los que
más sufrían. Ese es el verdadero sacrificio que Dios quiere: la entrega de nuestra vida por Jesús y por
su causa. Por eso, ¿qué importancia podía tener para ellos el ayuno, cuando habían dejado ya todo por
amor a Jesús?: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con
ellos?”. El ayuno cristiano sólo tiene sentido si se hace por amor: como un gesto de amor que te une a
Jesús en la Cruz, dando su vida por todos; y como un gesto de amor que te une a tantos crucificados de
hoy en cuyos sufrimientos Cristo sigue padeciendo y muriendo.
¿No tienen valor entonces la ascesis, el sacrificio, el ayuno? Claro que lo tienen, pero sólo si son
expresión de amor. Sólo si nacen del amor y nos llevan a amar más. Pobres de nosotros sí nos
empeñamos en sacrificarnos sólo porque nos lo mandan así (porque lo manda la ley), o porque así voy
a ser “mejor” que otros. “El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los
cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos, partir tu pan con el
hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne”.
Sólo cuando van unidos al amor el sufrimiento, la renuncia o el sacrificio tienen sentido: cuando nacen
de tu amor a los que más sufren, a quienes quieres entregar tu vida, y de tu amor a Aquél que entregó
la suya en la Cruz para salvarnos. Así, tu sacrificio, que nace del amor, se convertirá en energía y
fuerza que te impulsará a amar cada vez más. Y esto se aplica a todo en el campo de la ascesis: desde
el pequeño sacrificio del ayuno de un viernes o de dejar de fumar (sacrificio no tan pequeño, por cierto,
que mucho es lo que cuesta) hasta la entrega completa de toda tu vida.
Cuando decidas a qué renuncias en esta Cuaresma como gesto de sacrificio, o qué pequeños o grandes
sufrimientos que ya te está dando la vida vas a asumir y aceptar con buena cara, plantéate sobre todo
hacerlo por amor a Jesús y por amor a los que más sufren. Que sea un medio para amar más. Ese es “el
ayuno que Dios quiere”.
Francisco Javier Goñi, cmf