IX DOMINGO T. ORDINARIO
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Edificados sobre roca
Durante varios domingos hemos ido siguiendo el llamado Sermón de la Montaña,
que tiene como pórtico esa página insuperable que son las Bienaventuranzas.
Jesús después del largo sermón en que ha ido desarrollándolas, como quien
desmigaja y reparte una hogaza de pan, concluye invitando a ponerlas en
práctica. Una fe que no se encarna y se traduce a la vida no es una fe sincera.
“No basta con decir: „Señor, Señor!´ para entrar en el reino de los cielos”. He
aquí, una vez más, en boca de Jesús, una exigencia siempre actual. En realidad
a la gente que busca la autenticidad les interesa, más que nuestros discursos
sobre la fe, que les mostremos cómo nosotros creemos, nuestra real experiencia
de Dios. Jesús, ya en su tiempo, denunciaba la oración vacía, el culto hipócrita y
sin impacto negativo sobre la vida de las personas; reclamaba con fuerza la
coherencia entre el decir y el hacer, entre la fe proclamada y la fe vivida
Hay que hacer la voluntad de mi Padre, que está en los cielos ”: El verbo “hacer”
se encuentra once veces en la conclusión del Sermón del Monte, como
invitación a encarnar la fe en la vida diaria: en la familia, en el trabajo, en la
diversión, en los compromisos sociales, políticos o eclesiales, porque nada es
extraño a la fe. La voluntad del Padre era la referencia constante de Jesús, como
si pensara en Él en cada minuto de su existencia. Y no es que el Padre Dios
busque su complacencia, como si necesitara del hombre. Sabía Jesús que hacer
la voluntad del Padre es hacer la verdad del hombre, encontrar la verdadera
clave de la realización humana. Porque Dios es amor, sólo pretende lo que
constituye la verdadera felicidad del hombre.
Cuando Jesús se refería a su Padre que está en los cielos, no hablaba de un Dios
lejano, que se desentiende de nosotros. Expresaba más bien la trascendencia de
un Dios que no se identifica con el mundo.
“Aquel día muchos me dirán: Señor, no hemos profetizado en tu nombre, no
hemos echado demonios o hecho milagros en tu nombre? Entonces, yo les diré:
No os conozco, alejaos de mí”. La referencia a “ aquel día” , formulada de manera
tan solemne, nos pone cara acara con el Juez escatológico del final de los
tiempos. Son, por eso, palabras para ser tomadas absolutamente en serio. Dios
tendrá un día la última palabra. Sería triste que la constatación final fuera que,
presumiendo de haber seguido y actuando en nombre del Dios que es amor,
recibiéramos el reproche del “ no os conozco”.
Lo más curioso y sorprendente del texto anterior es que los reprobados discuten
y manifiestan su desacuerdo con el Juez. Pasa lo mismo que en la escena del
evangelio de San Mateo, cuanto también el Juez coloca a unos a la derecha y a
otros a la izquierda: “ ¿Cuándo hicimos o dejamos de hacer esto contigo?” .
Nuestra vida puede transcurrir como una ilusión hasta el día de la verdad.
Cuántos buscan lo espectacular de la religión en lugar de aplicarse
humildemente a vivir día a día en la verdad y el amor. No es que Jesús esté en
contra de la denuncia profética, tan necesaria siempre, pero nos advierte que
podemos pasarnos media vida jugando a profetas, criticando a la sociedad o a la
Iglesia en vez de aplicarnos seriamente a construir una sociedad o una Iglesia
viva y renovada en nosotros y a nuestro alrededor. San Pablo, ¿recordáis?, decía
que podemos tener una fe capaz de mover montañas, pero que si no tenemos
amor, no somos nada.
Quien escucha estas palabras y las pone en práctica se parece al hombre que
edifica su casa sobre roca. Aunque vengan las lluvias torrenciales y soplen las
tempestades no podrán contra ella, porque está cimentada sobre roca”. Es la
misma exigencia de realismo, que prolonga el “escuchar” y el “hacer”. Jesús
quiere hombres y mujeres sólidos, que construyen su vida sobre la roca de la
Palabra de Dios escuchada y vivida. Sabemos que incluso construcciones
espectaculares pueden esconder engaños que, antes o después, salen a la luz:
cimientos inconsistentes sobre un suelo movedizo, exceso de arena y carencia
de cemento, materiales de mala calidad… Jesús nos invita a preguntarnos qué
tipo de casa estamos construyendo. ¿Nuestras opciones son de fachada, en
apariencia cristianas, pero en el fondo paganas? ¿Nuestra fe es un compromiso
real en el seguimiento de Jesús o un simple y superficial maquillaje?
Es éste un texto que, a veces, leemos en la liturgia de las bodas. ¿Qué clase de
cimientos se ponen en los matrimonios para que, en tantos casos, tan pronto se
derrumben, y lo que estaba llamado a vivirse como buena-ventura acabe en
desventura?