COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DOMINGO
IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Amigos hemos llegado al noveno domingo del Tiempo Ordinario. Recuerdo que
estamos en el Ciclo de Lecturas Dominicales A. La propuesta que nos hace la
liturgia para este domingo es el capítulo 11 del Libro del Deuteronomio, el tercer
capítulo de la Carta del Apóstol Pablo a los Romanos, y el capítulo séptimo del
Evangelio Según San Lucas. El Salmo es el 30, al que respondemos: “Sé la roca de
mi refugio, Señor”.
Para quien es creyente, es evidente que existen únicamente dos caminos en la vida
que llevan también a dos realidades finales diferentes: el camino del bien, que nos
lleva a Dios y a su reino; y el camino del mal, que implica estar lejos de Dios y ser
castigados. La fórmula es muy sencilla, aparentemente, y desde la antigüedad el
Señor ha ido diciéndole a sus hijos que si quieren estar con él, deben seguir el buen
camino. De hecho si buscamos en la Biblia los libros llamados sapienciales, todos
nos muestran esos dos caminos y las consecuencias que cada uno tiene, en
especial el camino del mal. En el Deuteronomio, nuestra primera lectura hoy,
Moisés también habla al pueblo presentando esos dos modelos de vida, y diciendo
explícitamente que el camino de Dios implica el cumplimiento de sus
mandamientos, lo que nos ganará la bendición de Dios; mientras que si se decide
seguir el camino del mal, entonces no hay que quejarse porque ese camino genera
maldición, el desprecio de Dios. Lo importante de todo este discurso es que nos
demos cuenta que Dios no nos presiona, nos constriñe, no nos obliga. Dios respeta
nuestra libertad, aún cuando nuestras decisiones nos lleven a la destrucción y al
pecado.
La libertad es el don más grande que podemos tener como hijos de Dios, como sus
creaturas. Sólo que desde que el enemigo introdujo el pecado en el mundo, el
ejercicio de esa libertad se hace muchas veces poniéndonos en contra de Dios, en
contra de sus principios y valores. Y ese ejercicio equivocado de la libertad, que se
convierte en libertinaje, es usado como bandera para justificar precisamente lo
contrario, la esclavitud, porque cuando somos víctimas del pecado, cuando estamos
dominados por él, se puede pensar en que todo es lícito y todo se puede hacer, y a
eso se le llama libertad, cuando en realidad es una esclavitud del pecado. En
nuestros días, todo lo que consideramos malo y pecaminoso se nos presenta como
algo que hay que hacer porque somos libres. Así somos libres de practicar el
aborto, de hacer cualquier forma de unión y a eso llamarlo familia, de tener
relaciones antes del matrimonio, y tantas y tantas otras propuestas que se plantean
como ejercicio de la libertad, cuando en realidad no son más que miserias. Hoy, con
la palabra de este domingo, Jesús nos hace un llamado de atención y nos dice que
la verdadera libertad está en cumplir sus mandamientos, en hacer su voluntad. Y su
voluntad es que seamos santos, que seamos fieles a su palabra y las pongamos en
práctica.
Nos debe llamar la atención que en el trozo del Evangelio de hoy Jesús es muy
claro al decir que no todo el que lo invoca, el que dice Señor, Señor, será
considerado de los suyos, irá a su reino eterno. No basta con tomarlo como
bandera en algunos momentos de la vida, y decir que somos creyentes porque lo
hemos invocado. Jesús nos invita a construir nuestra vida sobre la roca sólida de su
doctrina y su palabra, nos invita a hacer vida esa palabra, para que entonces no
sólo la pronunciemos de palabra, sino que la testimoniemos en nuestras acciones.
Vale más para Dios el testimonio de fe que podamos dar a los demás, que inclusive
las muchas prédicas que podamos hacer, porque Dios lo que mira es el corazón,
mira nuestras intenciones, escruta nuestros corazones, y ve en el fondo cuáles son
nuestras intenciones. Estar sustentados en la roca firme de su palabra y de su ser,
nos ayudará a superar todos los obstáculos, y nos permitirá mantenernos firmes
cuando los vientos del pecado y de las pruebas nos azoten, porque él mismo será
nuestra fuerza para superarlos.
Que cada día consolides más tu vida en Cristo Jesús, en su palabra. Pídele al Señor
que te dé la gracia de permanecer fiel a sus principios, para que experimentes la
verdadera libertad de los hijos de Dios, y puedas recibir al final de tu vida la
herencia prometida: estar eternamente con Dios en su Reino.
Fuente: Radio vaticano. (con permiso)