Jesús sufrió la tentación y la venció
Apuntes de +Carmelo Juan Giaquinta, arzobispo emérito de Resistencia,
para la homilía del domingo 1° de Cuaresma “A”, Mt 4,1-11, (13-3-2011 )
I. “El Espíritu lo llevó al desierto para ser tentado”
1. Una vez más comenzamos la Cuaresma para renovarnos
espiritualmente y prepararnos a la celebración de la
Pascua. Como siempre, el Evangelio del primer domingo trae
las tentaciones sufridas por Jesús. Lo primero que llama la
atención es que San Mateo diga que “Jesús fue llevado por
el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio”
(Mt 4,1). Lo mismo hacen los otros evangelios sinópticos.
Es normal que sea así. Dios nunca deja solo al hombre que
creó. Y menos en el momento en que es puesta a prueba su
fidelidad. Cuando Adán fue tentado, Dios estaba con él en
el paraíso. Cuando Israel fue tentado en el desierto, Dios
estaba con él. ¿Cómo, al momento de la tentación, no iba a
estar con Jesús el Espíritu Santo que se le manifestó en el
bautismo?
Cuando somos tentados, no estamos abandonados a un combate
solitario con el espíritu del Mal, sino que el Espíritu de
Dios está con nosotros para ayudarnos a vencer y crecer en
nuestra fidelidad a la palabra de Dios.
II. “Sometido a las mismas tentaciones que nosotros”
2. La tentación es una moción, interior o exterior, para
buscar la propia felicidad por un camino contrario a la
voluntad de Dios Creador. Y ello mediante algo malo que nos
es propuesto bajo la apariencia de bien. La descripción
bíblica de la tentación sufrida por Adán y Eva muestra esto
con una hondura psicológica sin igual: “La serpiente era el
más astuto de todos los animales del campo que el Señor
Dios había hecho, y dijo a la mujer: «¿Así que Dios les
ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?». La
mujer le respondió: «Podemos comer los frutos de todos los
árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en
medio del jardín, Dios nos ha dicho: «No coman de él ni lo
toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la
muerte». La serpiente dijo a la mujer: «No, no morirán.
Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol,
se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores
del bien y del mal» (Gen 3,1-5). Lo mismo apreciamos en las
tentaciones sufridas por Jesús: “Después de ayunar cuarenta
días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador,
acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que
estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4,2-3).
3. Quizá a raíz de una catequesis deficiente, tenemos muy
metida la idea de que la tentación es en sí misma pecado.
Por eso nos cuesta imaginar a Jesús tentado. No sucedía así
en la Iglesia primitiva. Cuando la comunidad cristiana
estuvo fuertemente tentada, su pastor no temió ponerle
delante de los ojos la imagen de Jesús tentado: “Porque él
no vino para socorrer a los ángeles, sino a los
descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse
semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo
Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a
fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber
experimentado personalmente la tentación y el sufrimiento,
él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la
tentación” (Hb. 2,16-18; cf 4,15).
III. Diverso origen de la tentación
4. La tentación tiene diverso origen. El primero es la
limitación de la creatura. Adán pudo ser tentado porque era
creatura. Lo mismo el Segundo Adán, Jesucristo, pues, en
cuanto hombre, es un ser limitado. Un segundo origen es el
propio pecado. Una vez que Adán pecó, él se puso en la
pendiente de volver a pecar. En este sentido, Jesús no pudo
ser tentado, porque ni heredó el pecado de Adán, ni pecó
él. Por ello la carta a los Hebreos dice: “Él fue sometido
a las mismas tentaciones que nosotros, a excepción del
pecado” (Hb 4,15). Conviene que nosotros atendamos a este
origen de la tentación, pues nosotros sí nos tentamos a
nosotros mismos a causa de la reiteración de nuestros
pecados. Por ejemplo, cuando mentimos la primera vez,
sentimos repugnancia; la segunda vez, se nos hace más
fácil; y a la tercera, el mentir se nos vuelve un hábito.
Como enseña el apóstol Santiago: “Nadie, al ser tentado,
diga que Dios lo tienta… Cada uno es tentado por su propia
concupiscencia, que lo atrae y lo seduce” (St 1,13-14). Un
tercer origen de la tentación es el mundo que nos rodea. En
este sentido, Jesús fue muy tentado para cumplir su misión
de Mesías por caminos contrarios a la voluntad del Padre.
Mateo nos recuerda varias ocasiones: “Los fariseos y los
saduceos se acercaron a él y, para tentarlo, le pidieron
que les hiciera ver un signo del cielo” (Mt 16,1; cf 19,3;
22,17-18; 22,34-36).
IV. “Vigilen y oren para no caer en la tentación”
5. Hoy el ambiente cultural en el que vivimos se ha vuelto
una causa muy corriente de tentación: “Todos lo dicen”,
“todos lo hacen”. Se ejerce una presión enorme desde los
medios y desde la política contra todo lo que es justo y
verdadero. Y se elogia todo lo que es depravado. ¿Cuánta
libertad le queda al hombre para obrar el bien?
Sin embargo, también en esta cultura podemos enfrentar con
éxito la tentación mediante la oración. Así nos lo enseñó
Jesús: a) en el Padre Nuestro: “No nos dejes caer en la
tentación” (Mt 6,13); b) en el Getsemaní: “Vigilen y oren
para no caer en tentación, porque el espíritu está
dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26,41).