Miércoles de Ceniza: “ahora es tiempo favorable” para
reconciliarnos con Dios: hemos de convertirnos en el corazón y
aprovechar las armas para vencer al maligno y prepararnos para la
Pascua: oración, ayuno y limosna
Lectura de la profecía de Joel 2, 12-18. «Ahora - oráculo del Señor
convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los
corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es
compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se
arrepiente de las amenazas.» Quizá se arrepienta y nos deje todavía su
bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios. Tocad la
trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al
pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a
muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del
tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y
digan: -«Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio,
no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su
Dios? El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo.»
Salmo 50,3-4.5-6a.12-13.14 y 17. R. Misericordia, Señor: hemos
pecado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión
borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu
generoso. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
Segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5,20-6,2.
Hermanos. Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios
mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos
que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación
por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la
justificación de Dios. Secundando su obra, os exhortamos a no echar en
saco roto la gracia de Dios, porque él dice: «En tiempo favorable te
escuché, en día de salvación vine en tu ayuda»; pues mirad, ahora es
tiempo favorable, ahora es día de salvación.
Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a
sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa
de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas
trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por
las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo
que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa
tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en
las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos
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de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio,
cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta,
ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto,
te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los
hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que
ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando
ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no
por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre,
que ve en lo secreto, te recompensará».
Comentario: Inicio de la Cuaresma, camino hacia la Pascua.
Ambientación que el domingo próximo se pone de manifiesto y que está ya
presentes desde hoy: el color morado, la ausencia de las flores y del
aleluya, el repertorio propio de cantos... Al comienzo de la celebración se
omite el acto penitencial: se reza o canta, por tanto, el Señor ten piedad,
sin intenciones. Y cosas que si siempre son importantes, lo son más todavía
cuando se inicia un tiempo con significado más intenso: proclamar de un
modo más expresivo y cuidado las lecturas del día, cantar el salmo
responsorial, al menos su antífona entre las varias estrofas, y hacer una
breve homilía, ayudando a entrar en el clima de la Cuaresma. La Plegaria
puede ser una de las de Reconciliación.
El gesto simbólico propio de este día es la sobriedad de la ceniza, que
comunica su mensaje de humildad y de conversión. El sacerdote se impone
primero él mismo la ceniza en la cabeza -o se la impone el diácono u otro
concelebrante, si lo hay- porque también él, hombre débil, necesita
convertirse a la Pascua del Señor. Luego la impone sobre la cabeza de los
fieles, tal vez en forma de una pequeña señal de la cruz. Si parece más
fácil, se podría imponer en la frente, por ejemplo a las religiosas con velo.
Es bueno que vaya diciendo en voz clara las dos fórmulas alternativamente,
de modo que cada fiel oiga la que se le dice a él y también la del anterior o
la del siguiente. Una fórmula apunta a la conversión al Evangelio:
«Convertíos y creed el Evangelio». Mientras que la otra alude a nuestra
caducidad humana: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». Las
tres lecturas de hoy expresan con claridad el programa de conversión que
Dios quiere de nosotros en la Cuaresma: convertíos y creed el Evangelio;
convertíos a mí de todo corazón; misericordia, Señor, porque hemos
pecado; dejaos reconciliar con Dios; Dios es compasivo y misericordioso...
Cada uno de nosotros, y la comunidad, y la sociedad entera, necesita oír
esta llamada urgente al cambio pascual, porque todos somos débiles y
pecadores, y porque sin darnos cuenta vamos siendo vencidos por la
dejadez y los criterios de este mundo, que no son precisamente los de
Cristo (J. Aldazábal). “Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la
Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la
austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano
contra las fuerzas del mal” (Colecta).
1. Jl 2,12-18. Cada año la Cuaresma debe ser como un toque de
trompeta, la convocación de la comunidad cristiana, para que los que se
sienten seguidores de Jesús y miembros vivos de la Iglesia emprendan un
camino serio de conversión y renovación para celebrar la Pascua anual.
Cada parroquia, cada comunidad ha de tener eso muy claro hoy. Decimos:
¡Adelante, emprendamos con ilusión, con pasión, el camino de los cuarenta
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días que son esfuerzo y lucha, milicia, para hacer, junto con Cristo y con su
gracia renovadora, el paso, la Pascua, del hombre viejo al hombre nuevo!
Cuaresma es un programa, un camino, un esfuerzo y milicia para
revisar y renovar nuestro ser cristianos, que consiste radicalmente en vivir
la vida de Cristo ya desde ahora, mientras somos peregrinos y testimonios
del Reino de Dios.
Por tradición sacramental, la Cuaresma es preparación inmediata de
los catecúmenos a la iniciación cristiana en la Vigilia pascual y de los
penitentes a la reconciliación, que les era concedida inmediatamente antes
de la celebración de la Pascua. Esta doble línea debe ser mantenida y
propuesta a los creyentes que de verdad quieren entrar en la preparación
de la Pascua. Ésta nunca ha de ser considerada como un simple
"aniversario" de la Pascua de Jesús, como un recuerdo, una fiesta
conmemorativa. La liturgia siempre es actualización, vivencia, mediante los
sacramentos que nos injertan en Cristo y nos renuevan esta inserción
recibida en la iniciación: bautismo, confirmación y primera eucaristía; el
sacramento de la penitencia, como segundo bautismo, nos restituye o
renueva y perfecciona nuestro ser Cuerpo de Cristo, estropeado a menudo
por el desgaste del pecado.
Si una parroquia o comunidad tiene catecúmenos que han de recibir
la iniciación cristiana en las próximas fiestas pascuales, durante la
Cuaresma debe acompañarlos, renovando ella misma los pasos del
catecumenado: la profundización en la fe y en la conversión por la audición
de la Palabra de Dios, por la plegaria, por la revisión de sus actitudes y
comportamientos en el mundo.
Pero toda comunidad cristiana, en Cuaresma, es invitada a
prepararse a renovar su iniciación (en la Vigilia pascual) y a seguir un
camino de conversión para "hacer penitencia" de verdad, es decir, para
convertirse de corazón a Dios y a los hermanos. Renovaremos las promesas
bautismales en la Vigilia pascual, y debe ir precedido por un esfuerzo de
clarificar qué es ser cristiano hoy en la doble vertiente de la renuncia
(conversión) y de la fe, y también por una "programación penitencial", en la
que puede ser bueno acudir al sacramento de la reconciliación (Pere
Llabrés).
Impresionado el auditorio por la descripción que hiciera el profeta de
la plaga y su proyección escatológica, Joel cree llegado el momento de
insistir en su llamamiento a la penitencia y a la conversión. A ninguna
culpabilidad concreta alude. Pero ¿quien estará limpio a los ojos de Dios? En
auténtica línea tradicional y profética, el gran promulgador de la solemne
liturgia penitencial descubre el verdadero sentido de la misma: la
conversión del corazón a través "del ayuno, llanto y luto". Lo que hay que
rasgar son "los corazones y las vestiduras", por este orden. Nada nuevo
añadirá el Nuevo Testamento a esta concepción de la penitencia. Jesús se
hará eco de Joel cuando diga a sus discípulos: "Cuando ayunéis..." (Mt 6,
16ss).
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Dos palabras entran en juego en esta verdadera penitencia. El clásico
imperativo "sub" = conversión, vuelta a Dios, ya que al pecado se le
considera un alejamiento hasta el destierro y "de todo corazón", ya que
esta vuelta no puede ser ocasional, interesada y menos aún ficticia. "De
corazón" es lo que nosotros llamamos un firme y sincero propósito de la
enmienda.
Joel es un profeta del que no se sabe prácticamente nada. Pero por lo
que se deduce de su breve librito, parece que proclamó su profecía después
del exilio, cuando la vida en Jerusalén y Judá está ya restaurada y el país
vive tranquilo en situación de provincia autónoma del imperio persa. Pero
en aquel momento tranquilo, sobreviene lo inesperado: una plaga de
langostas y otros animales amenaza con destruirlo todo. Y el miedo a
perderlo todo se apodera del pueblo, y nadie sabe qué hacer. Los
sacerdotes son incapaces de convocar a la oración ante el Señor. Y un
hombre, de nombre Joel, se siente empujado a remover al pueblo e
invitarlo a ponerse ante Dios pidiendo su ayuda. Ayuda y perdón, porque es
la época en que aún se ve todo mal y toda catástrofe como una
consecuencia del pecado. Jo el quiere que todo el pueblo se mueva,
empezando por los sacerdotes. Quiere que se hagan signos públicos y
rituales de petición de perdón, y quiere, sobre todo, que se rompa la pasiva
tranquilidad del pueblo para renovar la fidelidad al Señor. Y quiere que se
utilice ante Dios el gran argumento: si el pueblo cae en la miseria, se
perderá la libertad (la gente tendrá que venderse como esclavos a los
persas para poder comer) y Dios mismo quedará en ridículo ante "los
gentiles" (J. Lligadas).
Invitación a la penitencia. Judá ha de sacar una lección de la plaga de
langostas. Debe reconocer la necesidad de volver a Yahvé y a su templo
para escapar del enemigo. Este retorno exige los actos de culto: el ayuno,
el llanto y las lamentaciones formaban parte de la liturgia penitencial. Pero
los actos rituales no bastan. Dios quiere que nos rasguemos el corazón más
que los vestidos. Se trata de «volver» a Dios, no de quedarse en el mismo
sitio cambiando sólo la postura externa.
La conversión de Judá atraerá la benevolencia divina, ya que la
misericordia es uno de los atributos propios de Yahvé. Dios se ha
comprometido voluntaria y perpetuamente, mediante un pacto, a procurar
el bienestar del pueblo. Por eso es posible que el castigo sea, en último
término, una bendición, palabra que incluye todo lo que el hombre puede
desear, especialmente la vida y la abundancia de bienes. La conversión del
pueblo no es simplemente la suma de las conversiones individuales, sino la
de todos colectivamente: niños, jóvenes, ancianos, sacerdotes..., incluidos
los recién casados, pese a que están dispensados de otras obligaciones (Dt
24,5). La respuesta divina no se hace esperar. A la vez, se amplía la
perspectiva: las langostas pierden su significación propia e histórica y pasan
a representar la tribulación del «día de Yahvé» escatológico. «El (pueblo)
del norte» era, al parecer, una expresión técnica para designar al invasor
apocaliptico. La mayoría de las invasiones de Palestina habían procedido del
norte, y tal hecho histórico da origen a la frase. Pero aquí ha perdido el
significado geográfico. En toda la perícopa se juega con la doble
significación, histórica y simbólica, de la plaga. Cuando Judá se reconcilie
con Dios no habrá obstáculo para que se manifieste su bendición. No faltará
la lluvia en la siembra ni en primavera, época en que grana el trigo. La frase
«porque os dará la lluvia tardía con regularidad» puede traducirse también:
«os dará al maestro de justicia»; en este caso significaría que la lluvia
enviada a su debido tiempo será el testimonio de la fidelidad de Dios.
También puede entenderse como una alusión a una persona, futuro jefe
espiritual del pueblo (J. Aragonés Llebaría).
Joel actúa probablemente después del retorno del exilio, cuando el
país está ya restaurado y tranquilo. En aquella situación, no obstante, una
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plaga de langostas está a punto de destruirlo todo. Entonces, ante la
pasividad de los sacerdotes y de los responsables del pueblo, surge este
hombre del que no sabemos prácticamente nada y llama al pueblo a pedir
auxilio a Dios. Una petición de ayuda que irá unida a una petición de
perdón, porque aquella tragedia es interpretada como una consecuencia del
pecado. Joel convoca a todo el mundo: los sacerdotes no pueden quedarse
cruzados de brazos, los más débiles (ancianos y niños de pecho) también
deben participar en el clamor, los esposos deben "salir de la alcoba y del
tálamo". Todos se postrarán ante Dios y pedirán perdón.
El profeta quiere que se hagan signos públicos, rituales de
arrepentimiento. Pero quiere sobre todo que se "rasguen los corazones" y
renueven la voluntad de ser fieles al Señor. Y el gran argumento para
conseguir la benevolencia divina será recordar que Dios mismo está ligado a
su pueblo, de modo que si el pueblo cae en la miseria (lo que comportaría la
muerte por hambre o el venderse como esclavos a los persas con el fin de
poder comer) será Dios quien quedará desacreditado ante los demás
pueblos. Los "celos" de Dios salvarán al pueblo.
2. El salmo 50 es el salmo penitencial por excelencia, atribuido a
David como petición de perdón después de sus relaciones con Betsabé (2 S
12). Es petición de perdón, y es deseo de alabar a Dios por este perdón y
por el corazón nuevo que Él es capaz de crear. Es el mismo Dios quien, a
través del profeta, llama a su pueblo a la conversión. Ahora, en el pórtico
de la Cuaresma, estas insistentes palabras son su invitación a no quedarnos
meramente en la penitencia exterior, sino a cambiar en lo más profundo del
corazón, de las actitudes, de la vida.
«Contra ti, contra ti solo pequé». Ese es mi dolor y mi vergüenza,
Señor. Sé cómo ser bueno con los demás; soy una persona atenta y
amable, y me precio de serlo; soy educado y servicial, me llevo bien con
todos y soy fiel a mis amigos. No hago daño a nadie, no me gusta molestar
o causar pena. Y, sin embargo, a ti, y a ti solo, sí que te he causado pena.
He traicionado tu amistad y he herido tus sentimientos. «Contra ti, contra ti
solo pequé».
Si les preguntas a mis amigos, a la gente que vive conmigo y trabaja
a mis órdenes, si tienen algo contra mí, dirán que no, que soy una buena
persona; y sí, tengo mis defectos (¿quién no los tiene?), pero en general
soy fácil de tratar, no levanto la voz y soy incapaz de jugarle una mala
pasada a nadie; soy persona seria y de fiar, y mis amigos saben que
pueden confiar en mí en todo momento. Nadie tiene ninguna queja seria
contra mí. Pero tú sí que la tienes, Señor. He faltado a tu ley, he
desobedecido a tu voluntad, te he ofendido. He llegado a desconocer tu
sangre y deshonrar tu muerte. Yo, que nunca le falto a nadie, te he faltado
a ti. Esa es mi triste distinción. «Contra ti, contra ti solo pequé».
Fue pasión o fue orgullo, fue envidia o fue desprecio, fue avaricia o
fue egoísmo...; en cualquier caso, era yo contra ti, porque era yo contra tu
ley, tu voluntad y tu creación. He sido ingrato y he sido rebelde. He
despreciado el amor de mi Padre y las órdenes de mi Creador. No tengo
excusa ante ti, Señor.
«Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En
la sentencia tendrás razón, en el tribunal me condenarás justamente».
Condena justa que acepto, ya que no puedo negar la acusación ni rechazar
la sentencia. «En la culpa nací; pecador me concibió mi madre: Yo
reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado». Confieso mi
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pecado y, yendo más adentro, me confieso pecador. Lo soy por nacimiento,
por naturaleza, por definición. Me cuesta decirlo, pero el hecho es que yo,
tal y como soy en este momento, alma y cuerpo y mente y corazón, me sé
y me reconozco pecador ante ti y ante mi conciencia. Hago el mal que no
quiero, y dejo de hacer el bien que quiero. He sido concebido en pecado y
llevo el peso de mi culpa a lo largo de la cuesta de mi existencia.
Pero, si soy pecador, tú eres Padre. Tú perdonas y olvidas y aceptas.
A ti vengo con fe y confianza, sabiendo que nunca rechazas a tus hijos
cuando vuelven a ti con dolor en el corazón.
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión
borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Rocíame con el
hisopo y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve. Hazme
oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de
mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa».
Hazme sentirme limpio. Hazme sentirme perdonado, aceptado,
querido. Si mi pecado ha sido contra ti, mi reconciliación ha de venir de ti.
Dame tu paz, tu pureza y tu firmeza. Dame tu Espíritu.
«Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu; devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu
generoso».
Dame la alegría de tu perdón para que yo pueda hablarles a otros de
ti y de tu misericordia y de tu bondad. «Señor, me abrirás los labios, y mi
boca proclamará tu alabanza». Que mi caída sea ocasión para que me
levante con más fuerza; que mi alejamiento de ti me lleve a acercarme más
a ti. Me conozco ahora mejor a mí mismo, ya que conozco mi debilidad y mi
miseria; y te conozco a ti mejor en la experiencia de tu perdón y de tu
amor. Quiero contarles a otros la amargura de mi pecado y la bendición de
tu perdón. Quiero proclamar ante todo el mundo la grandeza de tu
misericordia. «Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán
a ti».
Que la dolorosa experiencia del pecado nos haga bien a todos los
pecadores, Señor, a tu Iglesia entera, formada por seres sinceros que
quieren acercarse a unos y a otros, y a ti en todos, y que encuentran el
negro obstáculo de la presencia del pecado sobre la tierra. Bendice a tu
Pueblo, Señor.
«Señor, por tu bondad, favorece a Sión; reconstruye las murallas de
Jerusalén» (Carlos G. Vallés).
Pues yo reconozco mi culpa (Sal 50). / He pecado, Señor, pero el
problema / es que no me avergüenzo ni lo siento; / más bien estoy
tranquilo en mi aposento / y no hay ningún Natán que me estremezca.
No veo la maldad de mi pecado, / ni entiendo yo por qué ha de estar
prohibido: / Es que a nadie he robado u ofendido / y todo me parece
exagerado.
Necesito que me cures mi ceguera / y que pongas delante de mis
ojos / un espejo penetrante y luminoso / y vea la raíz de mis miserias.
Ojos nuevos, Señor, es lo que pido / y fuego que penetre en mis
entrañas, / y la roña esclerótica del alma / se funda en corazón recién
nacido.
Un corazón de niño, delicado, / un espíritu firme y generoso, / que
cante tu alabanza jubiloso / y diga convencido: «yo he pecado».
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Corazón nuevo, puro, santo y sano, / de espíritu de amor colmado,
amable, / que sepa comprender al miserable / y viva en el amor de los
hermanos.
Ahí se ven también las raíces profundas del mal. La sicología
moderna ha puesto en evidencia hasta qué punto el hombre está marcado
por determinismos que provienen de condicionamientos corporales, de
influencias sociales, de hábitos fundados en reflejos profundos. El salmista,
se sentía aplastado por el peso de los determinismos: consciente del mal
que había hecho, se sentía incapaz de realizar la reparación tan deseada.
Por esto pide la intervención de Dios... Descubre que la raíz del pecado
antes que en la culpabilidad personal, está en la misma condición humana:
"soy malo desde que nací; soy pecador desde el seno de mi madre". Pero
esto no es fatalismo. "Sí, reconozco mi pecado... Lo que es malo lo he
hecho..." Se trata de un hombre responsable, que no quiere de ninguna
forma justificarse; no hay peor enemigo de la dignidad humana que una
cierta actitud de autojustificación. Esto es a menudo una dimisión. ¡Haz,
Señor, que veamos claro! Ayúdanos a tomar conciencia del mal que
hacemos: las agresividades inconscientes, los reflejos dominantes, los
egoísmos camuflados, las cobardías ocultas.
La verdadera noción del perdón. El perdón también tiene que ver con
el amor. "Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí; por tu gran ternura,
borra mi pecado". André Frossard escribió a este propósito: "Nuestra
religión, nuestro Dios, es el de las repeticiones magníficas: nos ha sido dado
el poder de renacer". El salmista abunda en palabras para hablar de esta
"renovación". Habla inclusive de una "nueva creación". El perdón no es
solamente un olvido del pasado, una despercudida, sino el surgimiento de
un "nuevo ser": misterio conmovedor, repetido mil veces en la Biblia. Nada
de morboso, o de obsesivo, en el pecado según Dios. Culmina de hecho en
una alegría indecible, en acción de gracias.
La solidaridad colectiva . El pecado es una realidad eminentemente
personal. Sin embargo, la Biblia habla constantemente de las repercusiones
que tiene más allá de quien lo comete: es lo que la sociología moderna
llama la "responsabilidad colectiva". Sin llegar a afirmar, como lo sugiere el
título de una célebre película que "somos todos asesinos", hay que
reconocer que nos impregnamos del medio que nos rodea, y que
contribuimos de una u otra forma a hacer la vida difícil a los demás. Cada
uno de nuestros pecados "pesa" sobre nuestros hermanos. Cada toma de
conciencia, cada esfuerzo de conversión contribuye a mejorar el clima en el
cual viven los demás. El pecador que habla en este salmo 50 estaba
convencido de que su pecado, y su arrepentimiento "interesaban" a los
demás. Al convertirse, se compromete a ayudar a sus hermanos: "a los
malvados enseñaré tus caminos, y los pecadores volverán a Ti". Es más,
asocia a la reconstrucción de su ser personal, la reconstrucción de la
ciudad: "favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén". La Iglesia
de hoy da este sentido comunitario al sacramento de reconciliación. El
adagio: "toda alma que se eleva, eleva al mundo", encierra una profunda
verdad. Recitar el "Miserere", pedir perdón por nuestras faltas, no es
solamente un acto individual, es también comprometerse en "la historia de
la salvación" con Jesucristo salvador. Sólo tenemos "una alma que salvar",
decía la canción y Peguy: "¡no hay que llegar solos al cielo!" (Noel
Quesson).
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3. 2 Co 5,20-6,2. Al decir Pablo que "Cristo murió por todos", imagina
rápidamente una objeción: ¿no mueren ya de suyo todos los hombres?
¿Como se entiende que la muerte de Cristo tenga ese carácter vicario y
supletorio? Pablo contesta diciendo que Cristo, al morir por todos ha hecho
posible que la vida humana supere el narcisismo moral en el que estaba
encerrada, y pueda ya proyectarse a un polo extrínseco de atracción vital:
"aquel que por ellos murió y resucitó". Como siempre en Pablo, la muerte
de Cristo encuentra la eficacia en su apertura real a la resurrección.
La "valoración del hombre" desde la perspectiva cristiana no puede,
pues, hacerse ya a base de la mera "existencia carnal", o sea de la
condición mortal y humana sin esperanza de resurrección. Al mismo Cristo
no se le puede valorar únicamente como un héroe sublime que dio
generosamente su vida por una causa grande, sino como el vencedor
pionero de la muerte: "Si Cristo no hubiera resucitado, nuestra fe estaría
vacía" (1 Cor 15,14).
Por consiguiente, la mística cristiana es una mística de lo nuevo: "Si
alguno está en Cristo, nueva criatura es". Por eso, la muerte de Cristo se
considera como una "reconciliación". La raíz de la palabra griega
"reconciliación" corresponde en castellano a "creación de lo otro".
"Reconciliarse", pues, no es simplemente poner un paréntesis sobre una
época desgraciada de la vida y volver al punto cero; no es hacer borrón y
cuenta nueva como si nada hubiera pasado.
Por el contrario, la reconciliación reconoce la posibilidad y la
probabilidad del mal cometido, que ha sido causa de la separación, pero
implica la creación de una situación totalmente nueva, donde los hombres
empiecen a caminar más allá de su propia carga histórica.
Así se explica que todos los pasajes neotestamentarios referentes a la
reconciliación afirmen con una fuerza insoslayable: ahora todo ha cambiado.
Dios, con su soberana intervención, ha transformado la situación del
mundo.
Indudablemente, la creación no ha tomado todavía su nueva forma;
esto sucederá el último día; pero desde ahora, como a la salida del sol,
todos los seres se iluminan con la irrupción de la luz. La cruz ha sido como
una sentencia de muerte que implica la terminación del pasado e inaugura
lo completamente "otro": "Para el que está en Cristo aparece una creación
nueva; se destruyen las cosas viejas, todas las cosas se renuevan".
Este itinerario de la reconciliación -de búsqueda de lo otro- es
ciertamente peligroso; obliga a la Iglesia a salir de su reserva espiritual y a
mancharse con la "gente". Pero la Iglesia no ha de ser menos que Cristo,
"que no conociendo pecado, Dios lo hizo pecado para que en él llegáramos
nosotros a ser justicia de Dios". Hay, pues, que "empecatarse", que correr
el riesgo de la pérdida del puritanismo, para conquistar paradójicamente la
única pureza cristiana: la salida de lo viejo y el caminar hacia lo nuevo,
hacia lo otro, hasta llegar hasta la situación radicalmente "otra": la
resurrección (edic. Marova).
4. Los temas del Evangelio son 3: a) la apertura a los demás: con la
obra clásica cuaresmal de la limosna, que es ante todo caridad,
comprensión, amabilidad, perdón, aunque también limosna a los más
necesitados de cerca o de lejos, b) la apertura a Dios, que es escucha de la
Palabra, oración personal y familiar, participación más activa y frecuente en
la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación, c) y el ayuno, que es
autocontrol, búsqueda de un equilibrio en nuestra escala de valores,
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renuncia a cosas superfluas, sobre todo si su fruto redunda en ayuda a los
más necesitados. Las tres direcciones, que son como el resumen de la vida
y la enseñanza de Cristo, nos ayudan a reorientar nuestra vida en clave
pascual (J. Aldazábal). La oración, ayuno y limosna constituyen los ejes de
la Cuaresma, que unen a modo de cruz la tendencia hacia arriba, la
verticalidad de la adoración, a la horizontalidad de la fraternidad, y ambas
se necesitan mutuamente, como queda reflejado en el precepto del amor en
sus dos vertientes de amor a Dios y a los demás. Veremos cómo están en
relación con las tres tentaciones que el demonio presenta a Jesús y que
leeremos el próximo domingo, que engloba todas las tentaciones, como
estos tres medios de santidad engloba el antídoto para toda tentación, cada
uno de los medios para cada una de las tentaciones (la oració n para los
bienes placenteros, el ayuno para la soberbia, la caridad para el afán de
tener). También en otro momento veremos que la caridad, reducida a
“propina”, sin Dios “deja de ser un acto fraternal y se reduce a un gesto
tranquilizador que no cambia la mirada sobre el hermano ni hace sentir la
caridad de prestarle la atención que se merece. El ayuno, por otra parte,
queda limitado al cumplimiento formal, que ya no recuerda en ningún
momento la necesidad de moderar nuestro consumismo compulsivo ni la
necesidad que tenemos de ser curados de la “bulimia espiritual”.
Finalmente, la oración reducida a estéril monólogo no llega a ser
auténtica apertura espiritual, coloquio íntimo con el Padre y escucha atenta
del Evangelio del Hijo.
La religión de los hipócritas es una religión triste, legalista, moralista,
de una gran estrechez de espíritu. Por el contrario, la Cuaresma cristiana es
la invitación que cada año nos hace la Iglesia a una profundización interior,
a una conversión exigente, a una penitencia humilde, para que dando los
frutos pertinentes que el Señor espera de nosotros, vivamos con la máxima
plenitud de alegría y el gozo espiritual de la Pascua” (Manuel Valls).
Benedicto XVI hablaba de la caridad, oración y ayuno, como armas
espirituales para combatir el mal: “Mientras que el profeta Joel hablaba del
futuro día del Señor como de un día de juicio terrible, san Pablo,
refiriéndose a la palabra del profeta Isaías, habla de "momento favorable",
de "día de la salvación". El futuro día del Señor se ha convertido en el
"hoy". El día terrible se ha transformado en la cruz y en la resurrección de
Cristo, en el día de la salvación. Y hoy es ese día, como hemos escuchado
en la aclamación antes del Evangelio: "Escuchad hoy la voz del Señor, no
endurezcáis vuestro corazón". La invitación a la conversión, a la penitencia,
resuena hoy con toda su fuerza, para que su eco nos acompañe en todos
los momentos de nuestra vida.
De este modo, la liturgia del miércoles de Ceniza indica que la
conversión del corazón a Dios es la dimensión fundamental del tiempo
cuaresmal. Esta es la sugestiva enseñanza que nos brinda el tradicional rito
de la imposición de la ceniza, que dentro de poco renovaremos. Este rito
reviste un doble significado: el primero alude al cambio interior, a la
conversión y la penitencia; el segundo, a la precariedad de la condición
humana, como se puede deducir fácilmente de las dos fórmulas que
acompañan el gesto”.
En la antigua liturgia romana, a través de las estaciones cuaresmales
se había elaborado una “geografía” de la fe, partiendo de la idea de que,
con la llegada de los apóstoles san Pedro y san Pablo y con la destrucción
del templo, Jerusalén se había trasladado a Roma. La Roma cristiana se
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entendía como una reconstrucción de Jerusalén. Las tradiciones no han de
ser un simple recuerdo del pasado, ni una anticipación vacía del futuro; al
contrario, han de ayudar a vivir el presente. Concretamente, esta idea
mueve a considerar cómo la Jerusalén quedó unida en cierto modo a Roma
en la Tradición, y que el camino cuaresmal es hacia la gloria de la Jerusalén
celestial, donde habita Dios.
“Queridos hermanos y hermanas, tenemos cuarenta días para
profundizar en esta extraordinaria experiencia ascética y espiritual. En el
pasaje evangélico que se ha proclamado Jesús indica cuáles son los
instrumentos útiles para realizar la auténtica renovación interior y
comunitaria: las obras de caridad (limosna), la oración y la penitencia (el
ayuno). Son las tres prácticas fundamentales, también propias de la
tradición judía, porque contribuyen a purificar al hombre ante Dios (cf. Mt 6,
1-6. 16-18). Esos gestos exteriores, que se deben realizar para agradar a
Dios y no para lograr la aprobación y el consenso de los hombres, son
gratos a Dios si expresan la disposición de l corazón para servirle sólo a él,
con sencillez y generosidad. Nos lo recuerda uno de los Prefacios
cuaresmales, en el que, a propósito del ayuno, leemos esta singular
afirmación: "ieiunio... mentem elevas", "con el ayuno..., elevas nuestro
espíritu" (Prefacio IV de Cuaresma).
Ciertamente, el ayuno al que la Iglesia nos invita en este tiempo
fuerte no brota de motivaciones de orden físico o estético, sino de la
necesidad de purificación interior que tiene el hombre, para desintoxicarse
de la contaminación del pecado y del mal; para formarse en las saludables
renuncias que libran al creyente de la esclavitud de su propio yo; y para
estar más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los
hermanos. Por esta razón, la tradición cristiana considera el ayuno y las
demás prácticas cuaresmales como "armas" espirituales para luchar contra
el mal, contra las malas pasiones y los vicios.
Al respecto, me complace volver a escuchar, juntamente con
vosotros, un breve comentario de san Juan Crisóstomo: "Del mismo modo
que, al final del invierno escribe, cuando vuelve la primavera, el
navegante arrastra hasta el mar su nave, el soldado limpia sus armas y
entrena su caballo para el combate, el agricultor afila la hoz, el peregrino
fortalecido se dispone al largo viaje y el atleta se despoja de sus vestiduras
y se prepara para la competición; así también nosotros, al inicio de este
ayuno, casi al volver una primavera espiritual, limpiamos las armas como
los soldados; afilamos la hoz como los agricultores; como los marineros
disponemos la nave de nuestro espíritu para afrontar las olas de las
pasiones absurdas; como peregrinos reanudamos el viaje hacia el cielo; y
como atletas nos preparamos para la competición despojándonos de todo"”.
Llucià Pou Sabaté, con textos tomados de mercaba.org
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