Domingo I de Cuaresma (A)
Comenzamos hermanos el tiempo de Cuaresma, cuarenta días de preparación a la Pascua,
con una actitud de oración y penitencia. Recordamos a Israel que peregrina a través del
desierto en búsqueda de la Tierra Prometida, durante 40 días y 40 noches, recordamos el
desierto del Señor antes de su vida pública, en donde fue tentado por el Demonio. Dos polos
en los que se desarrolla la historia de la salvación: el pecado de la humanidad y la redención
de Cristo.
La liturgia de la Palabra (Gen. 2,7-9; 3,1-7) nos recuerda que toda criatura y especialmente el
hombre ha salido de las manos de Dios, hecho a su imagen y semejanza, que vive en la
inocencia y en el gozo de la amistad con su Creador. Pero el maligno está al acecho e hiere al
hombre con tres tentaciones contra Dios. Le dijo el Señor al hombre: “del árbol del bien y del
mal no comerás, porque el día que comieres de él morirás sin remedio (Gn.2, 17). Y aparecen
las tentaciones de incredulidad ante la Palabra de Dios: “de ninguna manera morirás” (Gn.3, 4);
tentación de soberbia: “seréis como dioses” (Ib. 5) y tentación de desobediencia. El hombre no
pudo resistir a la ilusión de elevarse a la categoría de Dios y, por buscar su propia grandeza
frente al plan divino, se precipitó a la ruina arrastrando consigo a toda su descendencia. Pero
Dios sabe que el hombre fue engañado y aunque lo castiga, le promete un Salvador que lo
liberará de la atadura del pecado y de la muerte.
Para llevar a término esta promesa el Hijo, por quien todo fue hecho, no vacila en hacerse
pequeño anonadándose a la categoría de verdadero hombre, semejante a él en todo, menos
en el pecado; sometiéndose incluso a la tentación del Demonio, como lo leemos en el
evangelio del día (Mt. 4, 1-11). Aquí, lo mismo que en el Paraíso, el Diablo se presenta con tres
tentaciones: contra la sumisión, la obediencia y la adoración que sólo a Dios debe tributarse:
“Si eres el Hijo de Dios haz que esta piedras se conviertan en panes” (Jesús tiene
hambre)…”Si eres el Hijo de Dios tírate abajo, porque está escrito…a sus ángeles te
encomendará”…”Todo esto se te dará si te postras y me adoras”. Podría Jesús usar de todo
su poder y gloria, pero es el Siervo de Yahvé, que es enviado a salvar a los hombres con la
humildad, la pobreza, la obediencia y finalmente la cruz. Y Jesús no se aparta ni un ápice del
camino que Dios le ha trazado; lo que fue un triunfo en el Paraíso para Satanás, aquí se
transforma en una derrota: “apártate Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y
sólo a Él darás culto” (Ib. 10).
En Romanos, Pablo describe en una sola frase toda la historia de la salvación: “así como por la
desobediencia de un solo hombre, todos los hombres fueron constituidos pecadores; así
también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos”. La transformación de la
vida, es cierto, se cumplirá en el Calvario; pero todo comienza en el desierto cuando Jesús
rechaza a Satanás. Así “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Ib. 20) y la salvación
llegó a todo el género humano mediante la humildad y la obediencia de Cristo al Padre. Y todo
hombre en la fe, la humildad de corazón y la obediencia a la voluntad del Señor, puede vencer
a las tentaciones del maligno y habitar en la casa del Señor.
Será pues necesario en este tiempo meterse en el mismo misterio de la cruz, reflexionar sobre
el pecado, especialmente el de soberbia y sentir la necesidad del Salvador, sentir la necesidad
de algo más de lo que nos ofrece el mundo y sus circunstancias. Dice el Señor: “Yo estoy a la
puerta y llamo, quien quiera oír mi voz, ábrame las puertas de su corazón y Yo entraré en él…y
seré su amigo…y conversaremos…y cenaremos juntos” (Ap. 3,20). Tengamos siempre
presente que Él nos lleva con su gracia a la salvación y nos ofrece contemplar a Dios como es
El, cara a cara y ganar así la felicidad de la Vida Eterna.
Este, mis hermanos, es el tiempo propicio no dejemos de aprovecharlo. El amor de Dios nos
alienta. La gran tentación del hombre de hoy es tan vieja como la vida misma: la soberbia de
creerse Dios que comienza mostrándose como la no necesidad de Dios en la vida cotidiana y
termina haciéndonos ocupar su lugar. Hemos dejado a Dios de lado, pecando de soberbia y no
pensamos que Dios puede dejarnos a nosotros solos sin su asistencia. Los que viven en la
humildad de la fe, viven sus vidas en la necesidad de la presencia de Dios, en su auxilio en los
momentos difíciles de la vida, en el amor a su Providencia, en la necesidad de su Misericordia
y de su Amor.
Que la virgen fiel y obediente nos ayude en esta Cuaresma a vivir la penitencia y la oración que
nos acercan a Dios.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo de Puerto Iguazú