MISA CRISMAL
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
en la Misa Crismal (Catedral Nuestra Señora de la Asunción, 20 de abril de
2011)
Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, diáconos permanentes, bien-apreciadas
y estimadas religiosas y religiosos, queridos seminaristas, querido pueblo fiel:
Estamos todos juntos, como una porción del Pueblo de Dios, en esta Iglesia
particular de Avellaneda Lanús, celebrando en esta Misa Crismal el sacramento
que nos une a todos, y en el que nosotros estamos reunidos, Jesucristo; el gran
sacramento, la Eucaristía. Cristo, el Verbo que se encarnó en el seno virginal de
María, verdadero Dios y verdadero Hombre, no sólo Dios, no sólo hombre, sino
verdadero Dios y verdadero Hombre, que vino a hacer la voluntad del Padre. Y
vino a dar la vida por todos nosotros ¡una vez y para siempre!
Todos nosotros dependemos y estamos metidos en el único misterio de
Cristo. En ese misterio que nos asoció, nos participó, nos llamó, nos convocó, nos
eligió y nos dio una porción muy especial, para que en su Nombre, los sacerdotes
ministerialmente, pudieran perpetuar en la Iglesia, la presencia de Cristo vivo a
través de la Eucaristía. Y esto se da a través de la Iglesia, a través de los
sucesores de los apóstoles, del obispo, que juntamente con el presbiterio
formamos una unidad.
Ustedes van a ver que luego, a través de la bendición de los óleos, del Santo
Crisma, cómo el presbiterio está asociado al Obispo, cómo el Obispo está asociado
al presbiterio para formar una sola cosa en común. Común unión con Jesucristo, el
Señor.
Todos nosotros, que participamos del Pueblo de Dios, porque somos
bautizados y tenemos una identidad, tenemos esta pertenencia al Pueblo Santo de
Dios, ¡todos nos nutrimos de un único misterio: Jesucristo! Por eso el principal, en
toda nuestra vida, en la Iglesia, es que Jesucristo sea reconocido, amado,
seguido, servido y entregado a los demás. Esta es nuestra misión, nuestra
vocación, que no elegimos nosotros sino que Dios nos llamó misteriosamente
¡conociéndonos más de lo que nosotros podemos pensar! Pero nos conocía, nos
conoce y sabe lo que podemos dar, porque sabe lo que Él nos da. Y porque Él lo
da, lo puede pedir.
Esta reunión Eucarística, en esta Misa Crismal, sólo se puede entender si
tenemos espíritu sobrenatural. Si no hay espíritu sobrenatural, no se va a
entender nada. Y vamos a mirar sólo las apariencias o nos vanos a aquedar en las
partes. Nos vamos a quedar en las partes de la cruz, del sufrimiento. O nos vamos
a quedar sólo en la parte de la vida, de la resurrección. Nos vamos a quedar en
alguna partecita, pero no vamos a beber del misterio. El misterio es la gracia de
Dios a través del don de la fe que nos lo da sobrenaturalmente
Los sacerdotes, el obispo y cada uno de nosotros, tenemos que obrar
sobrenaturalmente teniendo la mirada de Aquél que nos habilita y que nos hace
capaz: Jesucristo. Y no sólo con esa mirada, sino con ese estilo; y no sólo con ese
estilo, con ese modo de ser; y no sólo con ese modo de ser, sino también
aceptando y viviendo la últimas consecuencias por amor al Padre y el servicio a
los hermanos.
No hay otra realidad. El que tiene el espíritu sobrenatural entiende lo que
significa morir y resucitar, darse y entregarse, aceptar, callar, ofrecer, sufrir,
morir y animar a los demás. Porque el misterio de Cristo es una única realidad en
estos dos aspectos y, ¡cuidado!, no lo dividamos, y ¡cuidado!, no caigamos en la
tentación, y ¡cuidado!, no perdamos la esperanza.
El mundo de hoy está hambriento. Pero está hambriento de Dios, está
hambriento de la Palabra de Dios, está hambriento de la Eucaristía, está
hambriento en serio, de las cosas que sólo Dios puede dar y que sólo nosotros
podemos ofrecer como testimonio.
Hoy, en esta misa, le quiero pedir al Señor por estos cincuenta años de
diócesis Avellaneda Lanús que estamos celebrando, y que estamos agradeciendo
los dones, los regalos y la gracia que Dios nos va dando a través de nuestras
miserias, nuestras pequeñeces, nuestras ingratitudes, nuestros prejuicios,
nuestras críticas, nuestros egoísmos y nuestras infidelidades. Pero todo, todo, en
el misterio de Dios se hace gracia.
Por eso hoy no nos tenemos que mirar a nosotros. Tenemos que mirarlo a El
para que la vida de El venga a nosotros a través de los sacramentos. Fijémonos
en los catecúmenos, se le da el aceite consagrado para que lo fortalezca, para que
sea discípulo, que va a sufrir por el Señor y por la Iglesia. Cristo le ofrece esta
bendición para que pueda resistir y perseverar.
Pero eso no fue solamente para el catecúmeno. Es también para nosotros.
Hemos recibid la gracia del bautismo para poder resistir y para poder perseverar
en el Señor. Cuando uno está enfermo, está débil, está vacilante, está titubeando,
se está desanimando y aflojando, viene el sacramento del enfermo que fortalece
cónsul presencia y con su vida y va alejando de nosotros todo vestigio de muerte.
Luego este sacramento que nos cambió, el sacramento por excelencia, el
bautismo donde Dios nos dio la bendición para siempre; que se puso “en”
nosotros; que hizo la “alianza” con nuestra vida; que nos tomó y nos bendijo
invitándonos, en esta Pascua diciéndonos “¡mira yo estoy contigo siempre!, ¡viví
también conmigo siempre!, ¡renacé!, ¡viví de nuevo la fuerza del bautismo!”,
porque eso es vivir la Pascua.
La Pascua y el bautismo es morir y resucitar para que nosotros hagamos una
Iglesia más creíble, una comunidad más abierta, una presencia más transparente,
un amor más libre y más disponible para todos.
Hoy le pedimos al Señor, en esta Misa Crismal, que nos ayude a darnos
cuenta y a vivir esto sobrenaturalmente pero de un modo encarnado en nuestra
realidad. Porque lo sobrenatural no es atemporal, o no esta fuera de tiempo. Lo
sobrenatural incide y se encarna en este tiempo. Cada uno sabe los desafíos que
tenemos que afrontar. Cada uno sabe las dolencias que tenemos que ofrecer.
Cada uno sabe lo que tiene que amar, lo que tiene que sufrir por la Iglesia y por el
Pueblo de Dios.
Pero ¿que es lo que el Señor ha sufrido y qué es nuestro sufrimiento? Lo que
nosotros podemos compartir con su pasión y por su cruz. ¡Qué gracia nosotros
tenemos! ¡No es una desgracia sufrir! ¡Es una gracia si uno sufre con el Señor!
¡Qué gracia es poder amar! Y cuando uno ama sufre más, pero qué gracia es
poder amar. Qué gracia es poder dar la vida por la Iglesia. Qué gracia es morir en
la Iglesia. Y qué gracia es poder hacer el bien.
Pidamos hoy, en esta Misa Crismal, para que todos nosotros renovemos –hoy
los sacerdotes van a renovar ante su presencia, y ante mí como Obispo, sucesor
de los apóstoles, sus promesas sacerdotales. Acompañémoslos para que lo vivan
en serio. Acompañémoslos para que se den cuenta, y no se olviden jamás, de la
gracia que Cristo ha puesto en las manos sacerdotal4es y en el corazón
sacerdotal. Que los fortalezca para que nos sigan dando, en la Iglesia, el misterio
del amor de Cristo Jesús. Recemos por ellos para que su paternidad espiritual esté
siempre presente. Para que no se queden en pocos sino para que esa paternidad
sea sin límites para muchos, para todos; en especial para los más pequeños, los
que más necesitan, los más pobres; aquellos que quizás no estén al alcance de
nuestros horizontes y nuestros trabajos.
Que la Virgen nos ayude a seguir zopazos de Jesucristo el Señor.
Que así sea.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús